viernes, 24 de abril de 2009

Accion sobre los fluidos


Estamos armados ahora de todos los conocimientos necesarios para explicar cómo los espíritus se presentan revestidos de túnicas, de ropajes y hasta de sus vestidos normales. Era preciso establecer primero el poder de la voluntad fuera del cuerpo, como se ha hecho; sabemos que los fluidos son formas rarificadas de la materia; tenemos, pues, en la mano todos los documentos necesarios. He aquí la teoría espírita relativa a este género de fenómenos.
El espíritu extrae de la materia cósmica, o fluido universal, los elementos necesarios para formar a su gusto objetos que tienen la apariencia de los diversos cuerpos que existen sobre la Tierra. Puede, igualmente, efectuar sobre la materia elemental, por su voluntad, una transformación íntima que le da propiedades determinadas. Esta facultad es inherente a su naturaleza de espíritu, la cual ejerce con frecuencia como un acto instintivo, cuando le es necesario, y sin darse cuenta de ello. Los objetos formados por el espíritu tienen una existencia temporal, subordinada a su voluntad o a la necesidad; puede hacerlos o deshacerlos a su antojo. Estos objetos pueden en ciertos casos tener, a los ojos de las personas vivas, todas las apariencias de la realidad, es decir, ser momentáneamente visibles y hasta tangibles. Hay formación, pero no creación, pues el espíritu nada puede sacar de la nada.
En los ejemplos que hemos referido se puede atribuir la creación de los vestidos a una acción personal e inconsciente del espíritu, que ha materializado suficientemente estos objetos para hacerlos visibles; la acción es la misma que en los casos de materialización; comprobamos en los experimentos de Crookes, que Katie King está envuelta en paños que se pueden tocar, pero que desaparecen al mismo tiempo que ella cuando la manifestación ha terminado.

¿Se puede admitir que el espíritu cree inconscientemente imágenes fluídicas, o dicho de otro modo, que su pensamiento obrando sobre los fluidos, pueda, sin saberlo, darles una existencia real? Sabemos, por fuentes fidedignas, que a través de la voluntad es posible representarse mentalmente un objeto o un ser con suficiente realismo para que esta idea sea descrito por un médium vidente; hemos sido varias veces testigos de este fenómeno, y aun probaremos, posteriormente, que experimentos hechos sobre sujetos hipnóticos parecen establecer la objetividad de esas formaciones mentales. ¿Pero, involuntariamente, es esto posible? Los estados de sueño parecen indicar cómo ocurre la acción. Cuando tenemos un sueño lúcido estamos generalmente vestidos con un traje cualquiera; esto ocurre porque la idea del vestido está asociada a la imagen de la persona de una manera íntima.
Si pensamos en una representación de gala en una velada, podemos vernos en nuestro interior en traje de etiqueta, como otras veces nos vernos con ropa de calle. Esta imagen, si se la exteriorizase suficientemente, parecería vestida. Se puede imaginar que, en el caso de desdoblamientos, que son objetivaciones inconscientes, la imagen de los vestidos acompaña siempre al espíritu y sufre, como él, un principio de materialización.
Lo mismo acontece con los objetos usuales que acostumbramos a utilizar: en cuanto se piensa en ellos, se tiene una representación mental, la cual se puede proyectar fluídicamente en el espacio. Eso sucede en el sueño, con la diferencia de que estos productos de la imaginación, generalmente, no tienen duración; no obstante, hay casos en que esas representaciones mentales pueden persistir cierto tiempo y objetivarse. He aquí un ejemplo de ello:1

1 Hack Tuke, Le Corps et l’Esprit.

“Uno de mis amigos —dice Bodie—, vio por la mañana al despertar, un personaje vestido de persa, de pie, junto a su cama. Le veía tan claro, con tanta precisión como las sillas de la habitación; de manera que estuvo a punto, al verle, de salir a su encuentro para saber el objeto que llevaba allí a aquel personaje. Pero mirándole con más atención, se dio cuenta de que, viendo al personaje tan fijamente como era posible, distinguía la puerta tras él. En aquel momento la visión se desvaneció. Mi amigo recordó que había tenido un sueño en el cual la imagen de un persa había representado el principal papel. Explicándose así, de una manera satisfactoria, que era evidente que el sueño había sido el punto de partida de la visión, y que había continuado dicho sueño despierto. Había, pues, al mismo tiempo, percepción de un objeto imaginario y percepción de un objeto real.”

Esta creación fluídica, esta especie de fotografía mental, persistiendo más o menos tiempo en el espacio, se observa también en los casos siguientes: El fisiólogo Gruithuisen tuvo un sueño “en el cual vio principalmente una llama violeta que una vez despierto, y durante un tiempo apreciable, le dejó la impresión de una mancha amarilla complementaria”. M. Galton ha publicado una memoria sobre la facultad de ver los nombres y representárselos por la imaginación como si su existencia fuese verdadera. Y cita especialmente a M. Bilder, que realiza esfuerzos extraordinarios de cálculo mental, y que puede, en cierta manera, ver con sus centros sensoriales números claramente trazados colocados en un orden bien determinado.1

1 La memoria de M. Calton se encuentra en la Nature del 15 enero de 1880.

He aquí una serie de experimentos que parecen establecer la creación fluídica como una realidad. Son debidos a M. Binet y M. Ferré2; pero esos experimentadores explican los hechos por la alucinación. Tendremos ocasión de juzgar si su hipótesis es admisible. Examinemos, en primer lugar, un fenómeno que puede producirse, en el estado normal, por una operación mental, o por sugestión, y nos será fácil constatar que para la misma experiencia producida por la misma causa, la explicación que dan estos señores es diferente cuando es el hipnotizado quien toma parte en ella.

2 Binet y Ferré, Le Magnétisme animal.

1º El estado normal. Sabido es que si se mira fijamente, durante cierto tiempo, un objeto de color colocado sobre un fondo negro, la vista resulta fatigada y la intensidad del color se debilita; dirigiendo entonces los ojos sobre un cartón blanco, se distingue una imagen del objeto, pero de un color complementario. Para un objeto rojo, la imagen es verde y recíprocamente.

2º El estado mental. “Si con los ojos cerrados conservamos largo tiempo la imagen de un color muy vivo fija en el espíritu, y después de esto, abriendo bruscamente los ojos, los dirigimos sobre la superficie blanca, veremos en ella durante un instante muy corto, la imagen contemplada en la imaginación, pero con el color complementario; el sujeto llega, pues, a representarse la idea del rojo de una manera bastante intensa, para ver, al cabo de algunos minutos, una mancha verde sobre una hoja de papel.1

1 Binet y Ferré, Le Magnétisme animal.

Es preciso, para que este experimento tenga sentido, que el color rojo sea visto bajo una intensa concentración del espíritu, sin lo cual el color complementario no aparecerá ya que el operador no está hipnotizado. Es indispensable que el ojo esté impresionado como lo está normalmente para dar el color complementario, pues el ojo está ligado a los centros nerviosos. Este esfuerzo para crear el rojo, puede ciertamente terminar en una acción positiva de la voluntad, puesto que se traduce objetivamente por la mancha verde sobre el papel.

3º Sugestión. Se suplica al sujeto, en estado de sonambulismo, que mire con atención un cuadrado de papel blanco, en cuyo centro se ha marcado un punto negro, a fin de inmovilizar su mirada; al mismo tiempo, se le sugiere que aquel pedazo de papel está coloreado de rojo, o de verde, etc. Al cabo de un instante, se le presenta un segundo cuadrado de papel blanco, que presenta también en el centro un punto negro; basta llamar la atención del sujeto sobre este punto negro, para que exclame que aquel punto está rodeado de un cuadrado coloreado, y ver que el color que indica es el complementario del que se le ha hecho creer por sugestión.

En este caso, decimos que hay producción real del color, sea sobre la vista del hipnotizado, sea en los centros cervicales que corresponden, pues ignora en absoluto la teoría de los colores complementarios. Si esta teoría se encuentra comprobada, que lo está, es que el color sugerido existe realmente; sea exteriormente respecto del sujeto, sea, si se quiere, interiormente. Una idea abstracta no puede impresionar los centros visuales y producir sobre ellos la impresión de la realidad; ha habido, pues, creación fluídica de un color, y éste, a pesar de ser producido por la voluntad, queda plasmado como si fuera visible para todo el mundo.

Se puede llamar a esta sensación una alucinación, pero hay que añadir entonces que es una alucinación verídica, como la de las apariciones; pues está determinada por un color que tiene existencia propia, aunque sea invisible para seres cuyo sistema nervioso no está en estado de percibirla. Examinaremos ahora los otros experimentos: M. Binet y M. Ferré dicen textualmente:

“El objeto imaginario que se ve en la alucinación es percibido bajo las mismas condiciones que si fuese real.”

Ejemplo: Si por sugestión, se hace aparecer un retrato imaginario sobre una placa de cartón cuyas dos caras sean completamente idénticas, la imagen se verá siempre sobre la misma cara del cartón, y sea cual fuere el sentido en que se le presente, el hipnotizado siempre sabrá colocar las caras del cartón y los bordes en la posición que ocupaban en el momento de la sugestión, de tal manera que la imagen no resulte invertida ni inclinada. Si se vuelve el cartón del otro lado, el retrato ya no se ve. Si se le invierte sin que lo note, ve el retrato cabeza abajo. Jamás el hipnotizado se equivoca; que se le hagan abrir los ojos, que se coloque el cartón detrás de él, que se cambie de posición, las respuestas son siempre totalmente conformes a la primera localización.

Si aquel cartón invertido sobre el cual figura el retrato imaginario, se mezcla con un gran número de otros semejantes, se despierta al sujeto y se le suplica que revise la colección, y lo hace sin conocer por qué, cuando distingue el cartón con el cual la sugestión se ha operado, sigue encontrando la imagen que se le sugirió viese en él.

Cuando se miran objetos exteriores colocando un prisma delante de uno de los ojos, los objetos parecen dobles, y una de las imágenes presenta una desviación cuyo sentido y tamaño están sometidos al cálculo. Ahora bien; he aquí lo que se obtiene durante el sueño hipnótico. Si se inculca al sonámbulo la idea de que existe sobre la mesa de color oscuro que está delante de él, un retrato de perfil, al despertar ve claramente ese retrato. Si entonces, sin prevenirle, se coloca un prisma delante de uno de los ojos, inmediatamente el sujeto se sorprende de ver dos perfiles, y siempre la imagen falsa se ve de acuerdo a las leyes de la física. Dos de nuestros sujetos responden exactamente igual en estado de catalepsia; no teniendo ninguna noción de las propiedades del prisma. Por lo demás, se les puede disimular la posición precisa en que se coloca el prisma, ocultándoles sus bordes. Si la base del prisma está en alto, las dos imágenes están colocadas una sobre la otra. Si la base del prisma es lateral, las dos imágenes están colocadas lateralmente. En fin, se puede aproximar la mesa suficientemente para que la imagen no se vea doblada, lo que podría servir de índice.

Cuando se sustituye un anteojo por el prisma, la imagen se agranda o disminuye, según el sujeto mire por el ocular o el objetivo; se ha tenido cuidado de disimular el extremo del anteojo, que es presentado en una caja cuadrada con dos aberturas en sus caras opuestas que corresponden a los dos cristales. Se evita así que el sujeto perciba, en el campo del anteojo, objetos cuyo cambio de dimensiones podrían servirle de indicio. Es preciso también que el anteojo haya sido graduado para la vista del alucinado.

Prosiguiendo la aplicación de las leyes de la refracción, se ha podido, mediante una lupa, ampliar un retrato sugerido. Si se inclina la lupa, el retrato se deforma. Si se coloca el retrato a dos veces la distancia focal de la lente, el retrato se ve invertido. Una vez se pudo comprobar con el microscopio que una pata de araña alucinatoria se había vuelto en enorme.

Coloquemos ahora el retrato imaginario ante un espejo: si se ha sugerido que el perfil esté mirando hacia la derecha; en el espejo el perfil estará vuelto hacia la izquierda. Pues la imagen reflejada, es simétrica a la imagen alucinatoria. Giremos el cuadro de papel según sus bordes, operando detrás del sujeto; en el espejo, el retrato aparecerá cabeza abajo, y, punto a notar, con el perfil vuelto a la derecha, lo que está, igualmente, conforme con las leyes de la óptica.

Recapitulemos: El retrato imaginario está cara a la derecha, el espejo lo hace aparecer vuelto a la izquierda, y si se gira el papel, aparece vuelto a la derecha. Estas son combinaciones que no suelen inventarse. Pero vamos a complicar aún más el experimento.

Remplazamos el retrato por una inscripción cualquiera en varias líneas; en el espejo, la inscripción imaginaria se lee al revés, es decir, de derecha a izquierda; si se invierte el papel según sus bordes, la inscripción se leerá de arriba abajo, la primera línea se convierte en la última y, al mismo tiempo, la reversión de derecha a izquierda cesa. Este experimento no resulta satisfactorio siempre, pero sí a menudo, con una continuación que excluye toda sospecha de fraude. “Hay muchas personas que sabiendo que la escritura se ve al revés en el espejo, es decir, de derecha a izquierda, se dan cuenta de que cuando se ha vuelto boca abajo la hoja escrita, la escritura reflejada está girada de arriba abajo, pero deja de estarlo de izquierda a derecha. El hipnotizado se burla de todas estas dificultades, que no existen para él, pues ve, y no tiene necesidad de razonar.”1

1 Magnétisme animal.

¿Cuál debe ser la interpretación de estos fenómenos? Si se admite que la voluntad del operador crea momentáneamente, obrando sobre los fluidos, una imagen invisible para los asistentes, pero perceptible para los ojos del hipnotizado, todo se comprende: el objeto invisible procede exactamente como lo haría un objeto real. Pero los experimentadores que no conocen o no creen en nuestra teoría, tienen la palabra para dar su explicación.

“Hay que escoger —dicen—, entre tres suposiciones:

“1° Se ha hecho una sugestión: el sujeto ha sabido que se colocaba delante de sus ojos un prisma que tiene la propiedad de desdoblar los objetos, un anteojo que los aumenta, etc.”

Pero esta primera hipótesis debe ser descartada, pues es evidente que el sonámbulo ignora las propiedades complejas de la lupa, del prisma simple, del prisma birrefringente y del prisma de reflexión total; en cuanto a los otros instrumentos que el sujeto puede conocer, como es el anteojo, se disimulan con aparatos. Así pues, a menos que supongamos que el operador haya cometido la imprudencia de anunciar previamente el resultado, hay que tener por cierto que la sugestión, según como ésta se comprende, no juega papel alguno.

“2° Los instrumentos de óptica empleados, han modificado los objetos reales que se encontraban en el campo visual del sujeto, y estas modificaciones le han servido de indicio para suponer otras semejantes en el objeto imaginario.”

Esta segunda explicación, aunque mejor que la precedente, nos parece insuficiente; tiene contra ella numerosos hechos citados ya. La localización precisa de la alucinación en un punto que el operador sólo encuentra por medio de mediaciones múltiples; el reconocimiento del retrato imaginario sobre un cartón blanco mezclado con otros seis cartones completamente semejantes para nosotros, la vuelta boca abajo del retrato imaginario por la inversión del cartón sin saberlo el sujeto, etc. Adoptaremos una tercera hipótesis ya indicada.

“3° La imagen alucinatoria se asocia a un punto de conjunción exterior y material, y son las modificaciones impresas por los instrumentos de óptica en este punto material, que de rebote, modifican la alucinación.”

La hipótesis del punto de conjunción diremos que no es muy comprensible, dadas las precauciones que toman los operadores empleando unos una especie de mesa de color oscuro, otros un como abanico para situar los cartones iguales. Pero supongamos, en efecto, que haya un punto de conjunción según las leyes de la óptica y que esta desviación se reproduzca en el espíritu del sujeto; no será menos cierto que las relaciones que unen la alucinación al punto de conjunción, sufren todas las desviaciones, todas las refracciones que les imprimen los instrumentos. En otros términos: la imagen idealizada se refleja, se deforma, se desdobla como una imagen real; tiene, pues, una existencia objetiva.

Que el fenómeno sea subjetivo, si se quiere, que otros no puedan comprobarla es, no obstante, irrecusable, y su naturaleza positiva se revela por los mismos resultados que daría todo objeto material sometido a los mismos experimentos. Repetimos de nuevo que aunque se llame a este fenómeno una alucinación, es verídica en el sentido de que, como dicen M. Binet y M. Ferré, el sujeto ve; lo que él ve no es un pensamiento fugaz sin consistencia, algo insustancial; es una imagen asociada en su espíritu a un elemento exterior sobre el cual los instrumentos pueden obrar; se produce como en la realidad; es realmente algo positivo, cuya existencia se debe a la voluntad del operador.

Si la hipótesis del punto de conjunción es exacta, el fenómeno es subjetivo; si, al contrario, no hay necesidad de punto de conjunción, es objetivo, la visión se opera por el ojo en un estado especial determinado por la hipnosis. Desde cualquier lado que se considere la cuestión, creemos que lleva a demostrar que la creación fluídica es un hecho innegable, y una vez más la enseñanza de los espíritus se confirma por fenómenos que no se conocían en el momento en que estas verdades fueron reveladas.

Los magnetizadores antiguos se anticiparon a los modernos hipnotizadores en la mayor parte de los experimentos de los que hoy se habla tanto, pero que no son nuevos más que para los que quieren ignorar los efectuados en otro tiempo. He aquí un caso de creación fluídica por la voluntad, en la que no se ha hecho sugestión al sujeto y, por consiguiente, tampoco hay punto de mira.

El Dr. Teste, en su libro El Magnetismo animal, refiere el siguiente experimento que hizo público:

“Estando sentado en mi salón, me represento, lo más claramente que me es posible, una barrera de madera pintada que se eleva delante de mí hasta un metro de altura. Cuando la imagen está bien fija en mi cerebro, la realizo mentalmente por medio de algunos gestos. Mlle. Enriqueta H., joven sonámbula de tal impresionabilidad que la duermo en algunos segundos, está entonces despierta en la estancia próxima. Le suplico que me traiga un libro que debe estar cerca de ella. Mlle. Enriqueta viene, en efecto, con el libro en la mano; pero llegada al sitio en que se ha elevado mi barrera imaginaria, se detiene de súbito. Le pregunto qué es lo que le impide avanzar más.

“— ¿No lo veis? —dice—; os habéis rodeado de una barrera.
“— ¡Qué locura! Acérquese usted.
“— No puedo, os digo.
“— ¿Cómo veis esa barrera?
“—Tal como es... de madera roja... la toco. ¡Qué idea tan singular la de haber puesto esto en el salón!

“Trato de persuadir a Mlle. Enriqueta de que es víctima de mi ilusión, y para convencerla le cojo la mano y la atraigo hacia mí, pero sus pies permanecen clavados en el suelo; sólo la parte superior del cuerpo se inclina hacia adelante; y, en fin, se queja de que le hago daño oprimiéndole el estómago contra el obstáculo.” No hay aquí sugestión verbal, y no obstante la barrera existe realmente para el sujeto.

Creemos, incluso, que en todas las alucinaciones, naturales o provocadas, hay siempre formación de una imagen fluídica que puede ser determinada, en la enfermedad por el estado morboso del paciente, o por la voluntad del operador en el caso de la sugestión. Cuando se estudian atentamente un gran número de observaciones, como las referidas por Brierre de Boismont1, no puede uno abstenerse de quedar impresionado por el carácter de realidad que las perturbaciones de los sentidos tienen para los sujetos. Describen minuciosamente sus visiones, las ven con una intensidad que denota bien claramente que no es solamente una idea lo que éstas representan, que hay algo más, que existe, y la negación de esa realidad les exaspera.

Tendría que hacerse todo un estudio respecto a la distinción que se debería establecer entre una alucinación, propiamente dicha, esto es, una creación fluídica anormal, consecuencia de perturbaciones cerebrales, y lo que los espíritas llaman obsesiones. Desde que este artículo fue escrito (julio de 1895), hemos podido obtener pruebas objetivas de la realidad de la creación fluídica por la voluntad.

Poseemos pruebas fotográficas de formas mentales, radiografiadas sobre una placa sensible por la acción voluntaria y consciente del pensamiento del operador. El comandante Darget ha podido, por dos veces consecutivas, exteriorizar su pensamiento, fijo en una botella, reproduciendo esa imagen sobre una placa fotográfica, sin hacer funcionar el aparato, tocando simplemente este último, del lado del vidrio, con la mano.2 Tenemos, pues, una prueba física, cierta, inatacable, del poder creador de la voluntad que hemos estudiado en las manifestaciones precedentes.

Un americano, M. Ingles Roggers, mirando largo tiempo una moneda, y seguidamente mirando con toda la atención de qué era capaz una placa fotográfica, pretende haber obtenido un clisé en que la forma de aquella moneda se ve reproducida.1

1 Brierre de Boismont, Les Hallucinations.

Edison hijo, por su parte, declara2 haber fabricado un aparato por medio del cual la fotografía del pensamiento se convierte en una realidad positiva. “No puedo aún esperar —dice a este propósito el joven Edison—, convencer a todo el mundo de que esta sombra es la fotografía de un pensamiento; es demasiado intangible, carece de suficiente carácter para que sea una prueba convincente. Pero estoy persuadido de que, en cierta medida, he fotografiado el pensamiento.”

2 Véase Revue scientifique et morale du Spiritisme, número de enero de 1897.


Observemos todavía que las imágenes creadas por M. Binet y M. Ferré habrían podido ser probablemente radiografiadas, puesto que tenían bastante objetividad para ser vistas por os sujetos y obedecer a todas las leyes de la óptica. Esta última consideración debe tener un valor aún mayor para todo espíritu imparcial.

(Gabriel Delanne, libro "El alma es inmortal")

Un viaje periespiritual


Uno de los miembros de la Sociedad Espiritista, habitante en Boulogne-sur-Mer, escribió la siguiente carta el 26 de julio de 1856 a Allan Kardec:

“Un hijo mío, después que le he magnetizado por orden de los espíritus, se ha convertido en un médium muy raro, por lo menos en lo que me ha revelado en estado sonambúlico, en el cual yo le he puesto, a petición suya, el 14 de mayo último y cuatro o cinco veces después. “Para mí está fuera de duda que mi hijo, despierto, conversa libremente con los espíritus por mediación de su guía, que él llama familiarmente su amigo; que a su voluntad se transporta en espíritu donde desea, y voy a citar un ejemplo del que tengo las pruebas escritas en las manos.
“Hace justamente un mes, estábamos los dos en el comedor. Yo leía el curso de magnetismo de M. du Potet, cuando mi hijo toma el libro y lo hojea; llegado a cierto sitio, su guía le dice al oído: lee esto.

Era la aventura de un doctor de América cuyo espíritu había visitado un amigo a quince o veinte leguas de allí mientras dormía. Después de haberlo leído, mi hijo le dijo:

“-Yo quisiera también hacer un viajecito semejante.
“-Pues bien, ¿a dónde quieres ir? -le preguntó el guía.
“-A Londres -contestó mi hijo-, a ver a mis amigos.
“Y designó a aquellos a quienes quería visitar.
“-Mañana es domingo -le fue respondido-, no estás obligado a levantarte temprano para trabajar. Te dormirás a las ocho e irás a Londres hasta las ocho y media. El viernes próximo recibirás una carta de tus amigos, que te reprocharán que hayas estado tan poco tiempo con ellos.

“Efectivamente, al día siguiente, a la hora indicada, se durmió con un sueño profundo; a las ocho y media le desperté; no recordaba nada; yo, por mi parte, esperaba. “El viernes siguiente, mientras trabajaba en una de mis máquinas, y según mi costumbre, fumaba después de almorzar: mi hijo miró el humo de mi pipa, y me dijo:

“-¡Toma!, hay una carta en el humo.
“-¿Cómo?, ¿ves una carta en el humo?
“-Vas a verla -añadió-, la está trayendo el cartero.

“Efectivamente, el cartero vino a entregar la carta que traía de Londres, en la cual los amigos de mi hijo le dirigían reproches por haber estado en dicha ciudad el domingo anterior y no haber ido a verles, lo que sabían por un conocido que le había encontrado. Poseo la carta, como os digo, lo que prueba que no invento nada.”
Este relato demuestra la posibilidad de producir artificialmente el desdoble del ser humano; veremos más adelante que este procedimiento ha sido utilizado por ciertos magnetizadores. He aquí el tercer hecho que tomamos de los anales de la Iglesia católica.

(Gabriel Delanne, del libro "El alma es inmortal")

La Armonia del universo


Siendo dada en nosotros la existencia de un principio inteligente y razonable, el encadenamiento de las causas y de los efectos nos hace remontar, para explicar su origen, hasta la fuente de donde emana. A esta fuente, en nuestro limitado e insuficientes lenguaje, los hombres le llamamos Dios.
Dios, diremos, ha sido presentado bajo aspectos tan extraños, a veces tan escandalosos por los hombres de secta, que el espíritu moderno se apartó de Él. ¡Pero qué importan estas divagaciones de los sectarios! Pretender que Dios puede ser aminorado por las declaraciones de los hombres equivale a decir que el Montblanc y el Himalaya pueden ser manchados por el soplo de una mosca.
La verdad plana radiante y deslumbrante, está por encima de las oscuridades teológicas. Dios es el centro de donde emanan y donde desembocan todas las fuerzas del Universo. Es el hogar de donde irradia toda idea de justicia, de solidaridad y de amor; el fin común hacia el cual todos los seres se encaminan, a sabiendas o inconscientemente.
Es de nuestras relaciones con el gran Arquitecto de los mundos de donde emanan la armonía universal, la comunidad, la fraternidad. Para ser hermanos, en efecto, hay que tener un padre común, y este padre sólo puede ser Dios. Para divisarlo, es verdad, el pensamiento debe librarse de preceptos estrechos, prácticas vulgares, rechazar formas pueriles con las que ciertas religiones envolvieron el ideal supremo. Se debe estudiar a Dios en la majestad de sus obras. Cuando todo reposa en nuestras ciudades, cuando la noche es transparente y cuando se hace el silencio sobre la tierra adormecida; ¡entonces, oh hombre! Mi hermano, eleva tu mirada y contempla el infinito de los cielos. Procurarás en vano contarlos; se multiplican hasta en las regiones más infinitas; se confunden en la lejanía, como un polvo luminoso. Observa también sobre los mundos vecinos de la Tierra dibujarse los valles y las montañas, ahuecarse los mares, moverse las nubes.
Reconoce que las manifestaciones de la vida se producen por todas partes, y que un orden admirable une, bajo leyes uniformes y por destinos comunes, la Tierra y sus hermanos, los planetas que yerran en el infinito. Sepas que todos esos mundo, habitados por otras sociedades humanas, se agitan, se alejan, se acercan puestos en movimiento a velocidades diversas, recorriendo espacios inmensos; qué por todas partes el movimiento, la actividad, la vida, se muestran en un espectáculo grandioso.
Observa nuestro mismo globo, esta Tierra, nuestra madre, la cual parece decirnos: vuestra carne es la mía, vosotros sois mis hijos. Observa allí, esta gran nodriza de la humanidad; mira la armonía de sus contornos, sus continentes, en el seno de los cuales las naciones tienen su germen y su grandeza, sus vastos océanos siempre móviles; son la renovación de las estaciones que la reviste por turno de verdes adornos o de rubias cosechas; contempla los vegetales, los seres vivos que la pueblan: aves, insectos, plantas y flores; cada una de estas cosas es una cincelada maravillosa, una joya del estuche divino. Sé circunspecto tú mismo; ve el juego admirable de tus órganos, el mecanismo maravilloso y complicado de tus sentidos.
Qué genio humano podría imitar estas obras maestras delicadas: ¿el ojo y la oreja? Observa la marcha rítmica de los astros, evolucionando en las profundidades. Estos fuegos innumerables son mundos al lado de los cuales la Tierra es sólo un átomo, sol prodigioso que rodea comitivas de esferas y cuyo curso rápido se mide a cada minuto por millones de años de luz. Distancias terribles nos separan de eso. Es por ello que nos parecen puntos simples y luminosos.
Pero, dirige hacia ellos el ojo colosal de la ciencia, el radiotelescopio, distinguirás sus superficies semejantes a océanos en llama. Considera todas estas cosas y pide a tu razón, a tu juicio, si tanta belleza, esplendor, armonía, pueden resultar del azar, o si no es más bien una causa inteligente que dirige el orden del mundo y la evolución de la vida. Y si me objetas las plagas, las catástrofes, todo lo que viene para turbar este orden admirable, te responderé: escudriña los problemas de la naturaleza, no te detengas en la superficie, desciende al fondo de las cosas y descubrirás con asombro que contradicciones aparentes sólo confirman la armonía general, que son útiles para el progreso de los seres, que es el fin único de la existencia. ¿Si Dios hizo el mundo, replican triunfalmente ciertos materialistas, quien hizo pues a Dios?
Esta objeción no tiene sentido. Dios no es un ser que se añada a la serie de los seres. Es el Ser universal e ilimitado en el tiempo y en el espacio, por consiguiente infinito, eterno. No puede haber allí ningún ser encima ni al lado de Él. Dios es la fuente y el principio de toda vida. Es por Él que se enlazan, se unen, se armonizan todas las fuerzas individuales, sin Él aisladas y divergentes. Abandonadas a ellas mismas, no siendo regidas por una ley, una voluntad superior, estas fuerzas habrían producido sólo confusión y caos. La existencia de un plano general, de un fin común, en los cuales participan todas las potencias del universo prueba la existencia de una causa, de una inteligencia suprema, que es Dios.

(Del libro: "El porqué de la vida")

Crisis cultural


La crisis cultural, política, social y la doctrina, espírita
Para construir la sociedad futura, para fijar la ley definitiva es preciso, antes que nada, conocer la ley del progreso y de justicia y tomarla por gula, puesto que si no conformamos nuestras obras a la ley eterna que rige a las cosas, no haremos más que una obra efímera construida sobre la arena que se caerá irremediablemente.
Así como decía Giuseppe Mazzini, el gran demócrata de su patria, Italia, se puede manifestar de todos los partidos políticos: "Veo en torno de mí un estado de disolución e individualismo en que se desemboca, forzosamente, por la ausencia de un pensamiento religioso, de una concepción elevada; y veo en esa ausencia la causa y explicación de todos los fenómenos que nos entristecen" (Cartas íntimas).
Para poner un freno a las pasiones violentas, a las ambiciones desmedidas, a todos los bajos instintos que traban el progreso social, no es preciso apelar a la inteligencia y a la razón, sino, fundamentalmente, hablar al corazón del hombre, enseñarle a reconocer la finalidad real de la vida, sus resultados, sus consecuencias, sus responsabilidades, sus sanciones. Mientras el hombre ignore el alcance de sus actos y su repercusión sobre su destino, no habrá mejoría duradera en el estado de la humanidad. El problema social es, por sobre todo, un problema moral, hemos dicho. El hombre será desgraciado mientras fuere malo. El pueblo es, con todo, y a pesar de su ignorancia y sus falencias espirituales, accesible a las verdades consoladoras.
El sufre, se extravía y a veces se exaspera, pero vibra cuando recibe un llamado a su sentimiento generoso. Su educación está por ser hecha, por entero, desde el punto de vista psíquico. El materialismo boya en él en su superficie. ¡Hay un trabajo inmenso a ser emprendido en estas áreas completamente incultas!
Edgar Quinet pensaba correctamente cuando escribía: "¿Cómo no se advierte que el problema religioso abarca el problema político y económico y toda la solución de este último no tiene más que el valor de una hipótesis hasta tanto no se resuelva el primero?" [ ... ] Pero en nuestro tiempo y en nuestra Francia (y en todo el mundo) la fe religiosa no tiene la suficiente intensidad para servir de base a una transformación social o a una reorganización económica. Las enseñanzas nebulosas de las Iglesias sobre las condiciones de la vida futura de ultratumba, su dogmatismo estrecho, sus amenazas pueriles relativas a los castigos imaginarios, todo eso terminó por sembrar -hasta incluso entre sus fieles- el escepticismo y la indiferencia.
Mas ahora la Revelación de los Espíritus viene a encender una potente luz sobre las condiciones de vida en el Mas Allá y el destino de los seres. Por ella, la ley de las reparaciones se impone a todos, no bajo la forma de un infierno ridículo, sino a través de existencias terrenas que podemos observar y constatar en torno de nosotros; existencias de trabajos, de sufrimientos, de pruebas en medio de las cuales los seres rescatan su pasado culposo y conquistan un futuro mejor. Así la sanción se muestra precisa. Cada uno de nuestros actos recae sobre nosotros y su conjunto constituye la trama de nuestro destino. La justicia y la solidaridad en ella encuentran su plena y entera aplicación. Nos sentimos ligados a nuestros semejantes en la medida de los sacrificios que, por ellos, estamos destinados a reencontrarnos y a reunirnos para seguir a través de etapas numerosas en las condiciones sociales más variadas hacia el curso de nuestra ascensión, hacia una finalidad grandiosa y común.

(Leon Denis)

Limites de la Encarnación


¿Cuáles son los límites de la encarnación?

Propiamente hablando, la encarnación no tiene límites bien marcados, si se entiende por eso la envoltura que constituye el cuerpo del Espíritu, ya que la materialidad de ese envoltorio disminuye a medida que el Espíritu se purifica. En ciertos mundos más avanzados que la Tierra, es ya menos compacto, menos pesado y menos grosero y por consiguiente, menos sujeto a las vicisitudes; en un grado más elevado y diáfano y casi fluídico; de grado engrado se desmaterializa y acaba por confundirse con el periespíritu.

Según el mundo al que es llamado el Espíritu a vivir, toma éste la envoltura apropiada a la naturaleza de aquel mundo.

El mismo periespíritu sufre transformaciones sucesivas; se hace cada vez más etéreo hasta la completa depuración, que constituyen los Espíritus puros. Si mundos especiales están destinados, como estaciones, a los Espíritus más avanzados, estos no están sujetos allí como en los mundos inferiores; el estado de libertad en que se encuentran les permite transportarse por todas partes a que les llaman las misiones que les son confiadas. Si se considera la encarnación bajo el punto de vista material, como ocurre en la Tierra, se puede decir que está limitada a los mundos inferiores; por consiguiente, depende del Espíritu librarse de ella, con mayor o menor rapidez, trabajando por su purificación.

Se debe considerar también que, en estado errante, es decir, en los intervalos de las existencias corporales, la situación del Espíritu está en relación con la naturaleza del mundo al que le liga su grado de adelanto; que, así, en la erraticidad, es más o menos feliz, libre e ilustrado, según esté más o menos desmaterializado.

(Espiritu San Luis, París)