Cualquier sea el dolor, está vinculado a un desequilibrio de orden emocional o mental, a un sentimiento profundo de culpabilidad o de pena.
Es una forma de angustia interna y, al sentirme culpable de haber hecho
algo, de haber hablado o incluso de haber tenido pensamientos
“malsanos” o “negativos”, me castigo manifestando
inconscientemente un dolor de intensidad variable.
La pregunta por
plantear es: ¿Soy realmente culpable? ¿Y de qué? El dolor vivido
actualmente sólo disimula la causa verdadera: la culpabilidad. Mis
pensamientos son muy poderosos y debo mantenerme abierto para
identificar bien estas culpabilidades. No debo evitarlas, sino
afrontarlas, porque son miedos que deberé integrar pronto o tarde. El dolor en los huesos indica que la situación me afecta en lo más hondo de mi ser, mientras que en los músculos, es más undolor de nivel mental. El dolor me “conecta” instantáneamente y me obliga a
sentir lo que sucede en mi cuerpo.
En un sentido, es positivo porque
me permite “conectarme” conmigo mismo, como alma y de volverme
consciente. Cuando el dolor es crónico, esto significa simplemente que, desde la aparición del dolor, no me he encarado con la verdadera causa de este dolor.
Cuanto más tardo en tomar consciencia de él, más vuelve regularmente el dolor hasta hacerse “crónico”. Es importante que acepte comprobar el origen de mi dolor y que me mantenga abierto para resolver la verdadera causa de mi dolor. El lugar donde está ubicado el dolor me da indicaciones sobre la auténtica causa de éste.
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