lunes, 12 de diciembre de 2011

El alma según la Biblia


Su creación y supervivencia están mencionadas en la Biblia, contando el Génesis que «el hombre fue hecho alma viviente» (Génesis 2, 7), visto que «Dios creó al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; macho y hembra los creó». (Génesis 1, 27).

El mensaje según el cual « el hombre fue hecho alma viviente», tiene un significado muy importante, evidenciando que el ser humano debe pensar y vivir como alma encarnada y no por los atributos inherentes a su cuerpo físico.

Del alma sabemos, todavía, que disfruta del privilegio de la inmortalidad, como consta en la afirmación contenida en los Salmos: «tu, Señor, libraste a mi alma de la muerte». (SI 116, 8).

Del mismo modo, Jesús nos recuerda que el alma es inmortal, afirmando: «Y no temáis a los que matan el cuerpo, más el alma no pueden matar». (Mateo 10,28).

Hablando sobre el alma, Allan Kardec en El Libro de los Médiums, reúne esos dos conceptos, el de la existencia y el de la inmortalidad del alma, diciendo que en la formación del ser humano existe la participación del cuerpo físico y del alma o Espíritu, afirmando que «El Espíritu es el elemento principal de esa unión, pues es el ser pensante y que sobrevive a la muerte. El cuerpo no es más que un accesorio del Espíritu, un envoltorio, un vestido que él abandona después de usar».

No obstante estar aparentemente oculta en el organismo, el alma es responsable de las acciones buenas o malas practicadas por el ser humano, debiendo responder de las mismas en la espiritualidad o en vidas futuras.

En el Evangelio de San Marcos, hay una observación sobre la conducta de las personas que, desviadas del bien pueden ser dañinas a la propia alma, aconsejando el desapego de los valores transitorios de la vida, diciendo: «Porque ¿qué aprovechará al hombre, si granjeare todo el mundo, y pierde su alma?» (Marcos 8, 36). Ese mensaje de San Marcos no hace pensar que si el ser humano pasa por la vida entretenido en preocupaciones frívolas, su alma tendrá que enfrentar las consecuencias de una vida desperdiciada.

Los diferentes caracteres psicológicos, que cualifican al ser humano, no son determinados por las peculiaridades de sus órganos físicos, de su apariencia y constitución, sino por los atributos del alma, que participa en todos los actos de la vida.

De ese modo, una persona no se hace científico porque recibió hereditariamente circunvalaciones cerebrales diferencias en ese sentido, sino porque su alma está dotada de las cualidades de científico.

Ese concepto está de acuerdo con lo que enseña Allan Kardec en El Libro de los Espíritus,

ítem 370: «El Espíritu tiene siempre las facultades que le son propias, y no son los órganos los que producen las facultades, sino que éstas determinan el desarrollo de los órganos».

Siendo el alma responsable del pensamiento, por el libre albedrío, por la conducta de las criaturas, es natural que pueda ejercer influencia no tan solo en su comportamiento, sino también sobre las células del organismo, condicionando sus estados de salud o de enfermedad.

Respetadas las leyes hereditarias, el alma actúa como Modelo Organizador Biológico del organismo, como afirma Hernani Guimarães Andrade en el libro Espíritu, Periespíritu y Alma, siendo «capaz de actuar sobre la materia orgánica y provocarle el desarrollo biológico». Esa actuación se realiza desde la fase de formación de la célula-huevo y durante toda la vida del ser humano.

De ese modo, el alma es un ser actuante que puede actuar continuamente sobre el organismo, vivificándole las células, promoviendo la salud y el bienestar.

El alma ejerce, todavía, una importante contribución a la vida humana por contener, en el periespíritu, el archivo de la memoria de los hechos ocurridos en vidas pasadas y que se suman a los adquiridos en la presente existencia.

En virtud de su naturaleza espiritual, y en la condición de estar dando vida a un organismo biológico, el alma realiza, en cada criatura, el encuentro entre lo humano y lo divino.

Como espíritu encarnado, el ser humano tiene su dignidad y debe ser respetado, no obstante la situación en que pueda encontrarse y las faltas que haya cometido. Es un ser en fase de evolución, camino de su perfeccionamiento, aunque esté pasando por situaciones menos dignas.

En la práctica, cada persona puede conducir libremente su vida, procurando practicar el bien y disfrutar de condiciones progresivamente mejores, u optar por una conducta menos edificante para sí misma, con relación a los demás seres humanos.

Lo importante es que, delante de esos acontecimientos, el alma participa, consciente o inconscientemente, de todos los actos de la vida, y las acciones buenas o malas que haya hecho quedan registradas en el archivo periespiritual y se encuadran en la ley de reciprocidad o de causa y efecto y sus consecuencias, respectivamente, buenas o malas retornan para el mismo ser, en esta vida o en vidas futuras, porque las existencias son solidarias unas con las otras. Las buenas acciones regresan bajo la forma de alegría, salud y bienestar, y, las malas, como diferentes modalidades de sufrimientos.

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