Todo ser humano, al nacer, es un espíritu encarnado, un alma que vuelve a iniciar una nueva existencia en la vida corporal. La reencarnación constituye un postulado fundamental del Espiritismo, y se basa en el hecho del renacer del alma en sucesivas veces en cuerpos humanos diferentes, hasta alcanzar un grado elevado de evolución.
Allan Kardec en El Libro de los Espíritus en el ítem 222, explica que el concepto de la pluralidad de existencias no fue creado con la codificación del Espiritismo. Él es mucho más antiguo y constituye la base de las religiones orientales y del antiguo Egipto.
Es útil recordar que Buda y Confucio, 500 a.C., creadores de religiones aceptadas por millones de personas, fueron adeptos de la reencarnación.
El sintoísmo, cuya palabra viene de sinto, que significa el camino de los dioses, es la religión principal del Japón, anterior al budismo. No tiene un fundador, como en otras religiones, sino que nació naturalmente en la consciencia del pueblo, y acepta la reencarnación como base de su doctrina.
Pensadores eminentes como Sócrates y Platón, 400 a.C., también fueron adeptos de la reencarnación.
El Espiritismo rechaza el concepto de las metempsicosis, que consiste en la transmigración del alma, del ser humano hacia los animales, y viceversa. No obstante, pensadores notables como Pitágoras, en Grecia, 400 a.C., enseñaba la teoría de la metempsicosis y prohibía el consumo de carne, en virtud de la posibilidad del alma en encarnar en los animales, y recíprocamente. Debía estar inspirado por intuición, basando la hipótesis de la probable encarnación de espíritus en grandes simios del pasado (Pitecántropos erectus) que ocupaban el grado más elevado en la escala de la evolución de esos animales, y considerados intermediarios entre los simios y los seres humanos.
En el Espiritismo, la reencarnación es estudiada bajo un punto de vista racional, consonante a las leyes de la Naturaleza.
Allan Kardec, en el mismo libro, ítem 222, para enriquecer su argumentación, se coloca, momentáneamente, en una posición neutra con relación a las hipótesis de la unidad y de la pluralidad de las existencias del alma, dejándonos conducir, por la razón, por que lado nos decidimos. Muchos alegan que la reencarnación no les conviene, pues una existencia ya es bastante para tener que comenzar otra de nueva. Otros dicen que ya sufrieron mucho y no quieren pasar por las mismas dificultades nuevamente, en otra existencia.
El fenómeno de la reencarnación está en concordancia con el de la inmortalidad del alma, que sobrevive a la muerte del cuerpo, disponiendo de la oportunidad de participar de una nueva existencia, con otro cuerpo biológico, manteniendo la misma individualidad.
Si no hubiese reencarnación, habría, evidentemente, una sola existencia corpórea y el alma ya existiría antes, o sería creada por el hecho del nacimiento. De cualquier modo, Dios estaría en la posición de un Padre injusto, creando criaturas marcadas por tantas desigualdades.
En el concepto reencarnacionista, muchas desigualdades existentes entre las personas estarían vinculadas a la conducta de cada uno, en anteriores existencias.
Las ideas sobre reencarnación encuentran nueva expresión en este final de Siglo XX, con las innumerables búsquedas sobre regresión de la memoria a vidas pasadas, como las realizadas por el emérito psiquiatra Brian L. Weiss, relatadas en el libro Muchas Vidas Muchos Maestros.
Son contribuciones que parecen evidenciar la continuidad de la vida a través de las reencarnaciones, mostrando, otrosí, que muchos males de la presente existencia están relacionados al alma, causados por acciones ocurridas en vidas pasadas.
Finalidad de la Reencarnación
En El Libro de los Espíritus, respectivamente, ítem 115 y 132, Allan Kardec explica que «Dios creó todos los Espíritus simples e ignorantes y les impone la encarnación con el fin de hacerlos llegar a la perfección.
Aunque la vida en la Tierra pueda ser muy corta, ella tiene, para cada uno, una connotación importante. El alma precisa de la experiencia en las dificultades que pueda encontrar, a fin de promover su progreso en la escala evolutiva.
Depende de cada uno utilizar su libre albedrío, su voluntad, para aceptar los trastornos que le ocurren, mantenerse en el buen camino y apartarse de las acciones que puedan perjudicar su bienestar, tanto en esta vida como en vidas futuras.
En verdad, la vida de cada uno, aunque pueda ser transitoria, cuando es conducida según la ley de Amor tiene el significado de una ascensión humanitaria.
Nadie nace por casualidad, sino para realizar un destino, promover su perfeccionamiento físico, mental, emocional y espiritual, y para colaborar para la mejoría de las personas y del ambiente en que se encuentra.
Conforme la ley de la evolución, presente en todos los sectores de la vida, bajo la égida del amor y del trabajo, el hombre puede realizar, directa o indirectamente, en el corto periodo de su existencia, algún progreso individual y colaborar para la promoción de otras personas, de su propia familia o de la comunidad en que vive.
En el concepto reencarnacionista, la actuación del ser humano, en la existencia actual, tendrá repercusión en su vida espiritual futura, bien como en posibles encarnaciones venideras. Que controle, mientras está encarnado, sus pasiones inferiores, que no tenga odio, ni envidia, ni celos, ni orgullo, que no sea egoísta y procure envolverse de buenos sentimientos y ayudar a sus semejantes, respetando el ambiente que lo acoge, y tendrá en la vida espiritual, y en las posibles encarnaciones futuras, un bien mayor que lo aguarda.
Al renacer en el cuerpo de un bebe, el alma no es un ser extraño, un recién llegado a la Tierra. Ella trae experiencias y conocimientos de vivencias anteriores. Ella cambia tan solo de campo vibratorio, sin modificar su yo interior, ya que el cambio hacia un cuerpo físico todavía inmaduro no anula la sabiduría acumulada durante innumerables encarnaciones.
En el paso de la espiritualidad hacia la vida corpórea, todavía durante la infancia, la sabiduría del alma subsiste en el substrato de su vida interior, como centella inmortal que irá a florecer en el pensar y sentir del ser humano.
La encarnación tiene el objetivo de proporcionar a los espíritus la oportunidad de alcanzar alguna evolución. Considerando ese aspecto, Allan Kardec en El Libro de los Espíritus ítem 178 a, explica que si durante la vida los espíritus no hubieron realizado algún esfuerzo para su propia evolución, «pueden conservarse estacionarios, pero no retroceden. En caso de estacionarse, la punición de ellos consiste en no avanzar, en recomenzar, en el medio conveniente a su naturaleza, las existencias mal empleadas».
Cada uno tiene, así, la responsabilidad de aprovechar su tiempo, de perfeccionarse en todos los campos de actividad, y de ayudar a los que lo necesitan, promoviendo el progreso general. Nacer de nuevo significa tener una nueva oportunidad de volver, para tener una nueva existencia como ser humano.
La reencarnación tiene un alto significado, principalmente para los seres que acumularon débitos kármicos en existencias anteriores, y tienen una nueva oportunidad para evolucionar espiritualmente.
La reencarnación tiene, todavía, el significado de posibilitar, a los Espíritus más evolucionados, la oportunidad de regresar para ayudar a los seres humanos en su proceso de evolución.
Considerándose que las personas tienen diferentes oportunidades de supervivencia, en una colectividad en que muchos desencarnan todavía con poca edad, mientras otros llegan a la edad madura, cualquier juicio basado tan solo en una existencia podría ser considerado de injusticia de Dios con relación a sus hijos, dando a los mismos diferentes oportunidades de elevarse existencialmente. Sería lo mismo que juzgar a los alumnos de una escuela sin proporcionar, a los que están en los primeros años, la oportunidad de alcanzar los grados más elevados de la escolaridad.
El renacimiento es una dádiva de Dios, y posibilita al espíritu poder volver a la infancia, en otra existencia para tener una nueva oportunidad de elevarse de la ignorancia hacia la sabiduría.
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