Los falsos profetas no están solos entre los encarnados; están también,
en mucho mayor número, entre los espíritus orgullosos que, bajo
apariencias de amor y de caridad, siembran la desunión y retrasan la obra
emancipadora de la humanidad emitiendo a diestro y a siniestro sus sistemas absurdos
que hacen aceptar por los médiums; y para mejor fascinar a aquellos que
quieren engañar y para dar más peso a sus teorías, se apropian
sin escrúpulo nombres que sólo con respeto pronuncian los hombres.
Ellos son los que siembran los principios de antagonismos en los grupos, que les
inducen a aislarse los unos de los otros y a mirarse con mal ojo. Esto basta para
descubrirlos, porque obrando de este modo ellos mismos dan el más formal
mentís a lo que pretenden ser. Los hombres, pues, que caen en un lazo tan
grosero, son ciegos.
Pero hay otros medios de conocerles. Los Espíritus del orden al cual dicen
pertenecer deben ser no sólo muy buenos, si que también eminentemente
lógicos y racionales. ¡Pues bien! Pasad sus sistemas por el tamiz
de la razón y del buen sentido, y veréis lo que quedará de
ellos.
Convenid, pues, conmigo, que todas las veces que un espíritu indica como
remedio a los males de la humanidad o como medios de llegar a su transformación
cosas utópicas e impracticables, medidas pueriles y ridículas, cuando
formula un sistema que se contradice con las más vulgares nociones de la
ciencia, no puede ser sino un espíritu ignorante y mentiroso.
Por otra parte, creed bien que si la verdad no es siempre apreciada por los individuos,
lo es por el buen sentido de las masas, y esto es también un criterio.
Si dos principios se contradicen, tendréis el peso de su valor intrínseco
buscando al que tenga más eco y simpatía: sería ilógico,
en efecto, admitir que una doctrina que viese disminuir el número
de sus partidarios, fuese más verdadera que la que los viese aumentar.
Dios, queriendo que la verdad llegue para todos, no la concreta a un círculo
estrecho y limitado; la hace brotar de diferentes puntos con el fin de que por
todas partes la luz esté al lado de las tinieblas.
Rechazad decididamente a todos esos espíritus que se presentan como consejeros
exclusivos predicando la división y el aislamiento. Casi siempre son espíritus
vanidosos y medianos, que procuran imponerse a los hombres débiles y crédulos
prodigándoles alabanzas exageradas, a fin de fascinarles y ponerles bajo
su dominio.
Generalmente, éstos más bien son espíritus hambrientos de
poder que, siendo déspotas públicos o privados cuando vivían,
quieren tener aún víctimas para tiranizar después de su muerte.
En general, desconfiad de las comunicaciones que tienen un carácter
de misticismo y extrañeza, o que prescriben ceremonias o actos extravagantes;
en este caso hay siempre un motivo legítimo de sospecha.
Por otra parte, debéis creer también que cuando debe revelarse una
verdad a la humanidad, se comunica, por decirlo así, instantáneamente
a todos los grupos formales que poseen buenos médiums, y no a uno solo
con exclusión de los demás. Nadie es médium perfecto si está
obsesado; y hay obsesión manifiesta cuando un médium sólo
es apto para recibir las comunicaciones de un espíritu especial, por alto
que quiera ponerse él mismo.
En consecuencia, todo médium, todo grupo que se creyera privilegiado por
las comunicaciones que sólo ellos pueden recibir, y que, por otra parte,
están sujetos a prácticas que rayan en superstición, están
indudablemente bajo el peso de una obsesión de las más caracterizadas,
sobre todo cuando el espíritu dominador usa nombre que todos, espíritus
y encarnados, debemos honrar y respetar, y no dejar que se tomen en boca a cada
instante.
Es incontestable que sometiendo al crisol de la razón y de la lógica
todos los datos y todas las comunicaciones de los espíritus, será
fácil rechazar el absurdo y el error. Un médium puede estar fascinado,
un grupo engañado; pero la comprobación severa de los otros grupos,
mas la ciencia adquirida y la elevada autoridad moral de los jefes de los grupos,
mas las comunicaciones de los principales médiums, que reciben un sello
de lógica y de autenticidad de nuestros mejores médiums, harán
rápidamente justicia a esos dictados mentirosos y astutos, dimanados de
una turba de espíritus engañadores y malos.
(Erasto, discípulo
de San Pablo. París, 1862).
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