Osiris - El Señor de la Reencarnación
Existió en Egipto una cerrada y misteriosa organización de sacerdotes cuyo símbolo era El Ojo de Horus. Eran el poder real en las sombras, detrás del faraón. Fueron herederos de sacerdotes sobrevivientes del ciclo anterior de la humanidad, que vieron el diluvio universal como una oportunidad para orientar la humanidad hacia un destino más alto y estructurar una sociedad dedicada al perfeccionamiento espiritual. Desde la nada, alrededor de templos y centros religiosos, desarrollaron la civilización egipcia. En los templos concentraron el conocimiento, el poder la riqueza material y espiritual. Cada templo revelaba un tema distinto. El Templo de Osiris, en Abydos, la reencarnación. El Templo de Kom Ombo, la dualidad.
El Templo de Luxor, el cuerpo del hombre. El Templo de Hathor en Denderah, la gestación. El de Isis, en Philae, el principio femenino. Cada templo ampliaba el concepto del proceso evolutivo. El Templo de Horus en Edfu, revelaba la existencia de la iluminación. El de Karnak se dedicaba a la evolución de la conciencia. Cada templo era un libro vivo que contaba una historia distinta, se especializaba en una parte de la revelación. Los templos transmitían el conocimiento, utilizando sencillas historias llenas de mitos y personajes fantásticos. Revelaron información utilizando una historia fantástica, una parábola con enseñanzas, un mito lleno de personajes simbólicos, que explica la vida como parte de un proceso de perfeccionamiento. Cada personaje representa una fuerza que moldea el carácter, que impulsa a actuar de una manera determinada, produciendo como resultado una acción vital que perfecciona. Las formas de los personajes y las acciones vitales que representan indican la sabiduría de los sacerdotes de El Ojo de Horus. Para escogerlas, estudiaban intensamente los animales e insectos, hasta entender su función vital y lo que obtiene al realizarla. Luego escogían el animal que mejor representa una acción vital y lo combinaban con el hombre, en un símbolo gráfico muy simple. Así lograban que la mente transfiriera y evocara sus cualidades y características. Un hombre con cabeza de halcón, se convierte en un ser que todo lo ve, como pájaro que vuela evoca la libertad y la liviandad del espíritu. Un hombre con cabeza de chacal hereda sus cualidades de guía, otro con un sol sobre la cabeza indica la sabiduría que irradia, el alto nivel de evolución de su conciencia.
Uno de estos personajes simbólicos fue llamado Osiris y en Abydos protegido del exterior por altísimos muros, está el templo que contiene su historia. Un enorme complejo donde vivieron miles de personas.
Abydos se encuentra a 150 Km. al N de Tebas, la última capital del imperio de egipcio, su último centro religioso. Allí, alrededor del año 1.300 AC Seti I y su hijo Ramsés II construyeron un templo dedicado a revelar la existencia de la reencarnación. El templo estaba conformado por dos patios cerrados. Dos enormes salones con altísimas columnas. Siete santuarios y una serie de cámaras y área de servicio.
Osiris es el señor de la reencarnación, representa la fuerza que impulsa el proceso evolutivo del hombre a través de muchas vidas, trasmutándolo en un ser perfecto e inmortal. En este templo, los sacerdotes de El Ojo de Horus, revelaron que la reencarnación es un proceso evolutivo diseñado por Dios para permitir que el hombre comprenda la razón del universo. Se amplía la información en la conciencia a través de muchas vidas, lentamente, para transformar la ignorancia de sus hijos en sabiduría. Un proceso que convierte espíritus inocentes en seres experimentados que comprenden la razón de su existencia. La reencarnación transforma a un ser denso y rígido que permanece en la baja vibración del miedo en un ser flexible, etéreo, que vibra en la altísima frecuencia del amor. Poco a poco, la sucesión de vidas transforman un hombre animal en un ser sabio y respetuoso que puede manejar con responsabilidad inmensos poderes, un superhombre.
El proceso de perfeccionamiento se lleva a cabo en la escuela universal de los contrastes, una realidad de opuestos, polarizada y dual de luz y oscuridad, de materia y espíritu, de sufrimiento y felicidad. El contraste permite comparar las partes antagónicas, las situaciones opuestas permiten diferenciar y comprender cuál es verdad, cuál conduce al perfeccionamiento espiritual, a la paz y a la armonía. Esta puerta sólo se abría cuatro veces al año. Cuatro significativos días en que una sociedad, orientada y dirigida por los astros demostraba a través de su arquitectura, sus conocimientos de los movimientos del sol. Esos días de equinoccios y solsticios definen los ciclos climáticos sobre la tierra. Las cuatro esquinas del sol, marcan los cambios de estación, el desbordamiento del Nilo, los tiempos de siembra y de cosecha.
El primer rayo del sol entraba por la puerta del templo, iluminando en el interior del santuario de Amon-Ra la Barca de Oro. La nave simboliza el recorrido de la conciencia en la tierra, del sol en el cielo, la causa de los días y los años en un universo que nunca se detiene. Sólo hasta estos patios podía entrar el pueblo para participar en las ceremonias que se realizaban al atardecer y al amanecer en los solsticios y equinoccios como en todos los templos de Egipto.
Este primer salón contenía información sobre el tiempo y el espacio. Los ciclos zodiacales que producen ritmos, tiempos difíciles y fáciles, la alternación necesaria en el universo de contrastes. En ese mundo de ciclos, se encarna repetidamente el espíritu para vivir en carne propia situaciones que le permiten comprender cuáles son los valores que estructuran al universo. En cada vida adopta una nueva personalidad, tiene una familia distinta en otro sitio y tiempo para experimentar situaciones definidas por un nuevo destino. Tiene una mente libre para decidir como actuar ante las circunstancias que atraviesa, para analizar los resultados de su comportamiento. Así evoluciona al tomar millones de decisiones y experimentar sus resultados.
Curiosamente, en uno de estos dinteles hay unos símbolos muy extraños que han llamado la atención por su parecido a helicópteros y objetos voladores. Miles de historias se han tejido alrededor de su significado. Hay quienes dicen que en estos dinteles dejaron mensajes escritos para los hombres del futuro. Que en el momento que estos símbolos sean entendidos por quienes visiten el templo, llegará la nueva Era de Acuario y la humanidad vivirá el fin de un ciclo y un cambio trascendental.36 columnas soportan el alto techo del siguiente salón, dedicado al orden universal frente a las 7 capillas que rematan el templo. En uno de sus muros aparece Isis la hermana de Osiris que gesta la conciencia del hombre representada por el faraón Seti I que tiene el cayado de pastor de toda la humanidad. Da el soplo de vida, el instante divino en que el espíritu se encarna en un cuerpo para encontrar verdades sobre el universo, al comprender los resultados de las decisiones en su vida. En cada vida se tiene un nuevo cuerpo que obedece las decisiones de la mente y envía permanentemente información del mundo exterior a través de unos sentidos o terminaciones nerviosas. Vida tras vida, experimenta una serie de circunstancias al relacionarse con otros seres. Los eventos difíciles, son la lección que vino a aprender, el destino que le corresponde.
La reencarnación transforma al hombre poco a poco en un ser tolerante, aprende a respetar a los demás, a no querer cambiar a nadie, a ser flexible, pues comprende que todos tienen su misión. Evoluciona y entiende que experimenta lo que le corresponde para aprender, que tiene lo que necesita, que todo lo que sucede es perfecto. Que los contrastes existen para comprender al universo y así desarrolla una gran confianza en Dios. Transforma el sufrimiento en paz, la intolerancia en respeto, la agonía en armonía. Encuentra la felicidad y al hacerlo, eleva su energía vital, accede a sentidos y poderes adicionales, se convierte en un ser invulnerable.
La reencarnación, transforma a un hombre mortal y limitado con conciencia temporal en un ser inmortal con conciencia permanente, que puede entrar y salir voluntariamente de la materia.
Se vive más de una vez. La muerte es sólo una puerta para cambiar de circunstancias, recibir otro destino. Cada vida es una lección distinta. Una parte del proceso de perfeccionamiento para llegar tarde que temprano a través del respeto y la paz interior, a la inmortalidad.
La revelación egipcia establece que cada espíritu tiene ese proceso de perfeccionamiento durante un ciclo cósmico, un giro del sistema solar alrededor del sol central de galaxia. Durante ese período de tiempo, 25.920 años, el planeta tierra pasa por cada una de las doce constelaciones de las estrellas que forman los doce signos zodiacales en la bóveda celeste. Esto sucede para que el espíritu reciba las distintas energías, las distintas fuerzas de las estrellas durante doce eras de 2.160 años. Doce ciclos que producen distintos procesos y estados. Mientras sucede ese giro, el espíritu encarna unas 700 veces en distintos cuerpos, lugares, tiempos, circunstancias, condiciones y personalidades. En esas vidas, asciende del primero al séptimo nivel de conciencia. En cada vida aprende algo distinto. Cada vez nace marcado de distinta manera por las fuerzas que irradian las estrellas. Para revelar este proceso de perfeccionamiento, de reencarnaciones, los sabios de Egipto crearon el mito de Osiris. Una historia con dos fuerzas opuestas que se manifiestan en la mente y en el universo polarizado para permitir la evolución. La mente del hombre, influida por la tensión entre estas dos fuerzas fundamentales decide comportamiento y acciones que producen resultados que es con los que se aprende. El sufrimiento permite entender la felicidad, la angustia permite entender la paz. El mito tiene cuatro personajes fantásticos, cuatro hermanos que se emparejan de manera natural y al hacerlo, representan las dos fuerzas opuestas, la luz y la oscuridad. Osiris e Isis, representan la fuerza de la luz que impulsa al hombre hacia lo espiritual, hacia la armonía, a avanzar para perfeccionar la conciencia. Son el motor de las reencarnaciones. Seth y Nephtys simbolizan la fuerza de la oscuridad que impulsa al hombre hacia lo material, hacia los placeres sensoriales, hacia la densidad de la inconsciencia, hacia la inmovilidad en la ignorancia.
Osiris es la fuerza activa masculina, la voluntad que se basa en las certezas adquirida, en la información verificada para impulsar acciones que produzcan armonía, paz y felicidad. La forma simbólica de Osiris, es la de un hombre envuelto en vendajes, el espíritu que se envuelve en un cuerpo. Tiene una corona blanca, la conciencia en formación sobre su mente rodeada por dos plumas, las dos fuerzas polares del universo, la dualidad contradictoria que le permite comparar para comprender qué es verdad. En su mano izquierda lleva el gancho de pastor, la fuerza que guía el rebaño humano en el camino de las transformaciones y los ciclos. En su mano derecha, lleva el instrumento para separar las espigas buenas de las malas. Cada decisión, cada cosecha, produce resultados de sufrimiento, las espigas malas; o de armonía, las espigas buenas, y es la conciencia al compararlas, la que comprende y permite el perfeccionamiento.
Seth representa el peso de la animalidad original que retrasa la espiritualización de la materia. Es la voluntad dirigida hacia la obtención egoísta de placer, aun a costa de producir caos y sufrimiento en los demás, el instinto que domina.
El enfrentamiento de estas dos fuerzas activas y masculinas, es secundado por la parte pasiva y femenina de sus parejas naturales. Isis esta en el mundo interior las emociones superiores, las intuiciones, recibe la inspiración y produce las ideas, la búsqueda y adoración de Dios, el éxtasis.
Nephtys, recibe las sensaciones y los deseos generado por el cuerpo, gesta el análisis elemental perceptivo del mundo exterior a través de los sentidos.
Al fondo del Salón del Orden Universal se encuentran siete santuarios, que son el corazón del templo. Explican las fases del génesis. La aparición del pensamiento del hombre y los principios divinos, las fuerzas que impulsan su proceso de perfeccionamiento. El primer santuario está dedicado a Thoth y al nacimiento del faraón Seti I, que representa en el templo el nacimiento de la conciencia del hombre en el universo.
En la primera escena simbólica, el sumo sacerdote de la Escuela de Horus, cubierto con la piel de un jaguar, la fuerza de la animalidad original abandonada, ayuda al nacimiento del faraón Seti I. Nace la conciencia, que puede participar en la evolución del universo. Thoth, un hombre con cabeza de Ibis, simboliza al verbo divino que da nombre a todo lo que existe. Representa al principio multiplicador del único Dios, que al dar un nombre crea una criatura divina. Thoth lleva el libro del destino, donde anota las transformaciones de cada espíritu, los nombres y formas, las distintas personalidades en la cadena de reencarnaciones que lo llevan a la inmortalidad. Cada espíritu recibe un cuerpo para experimentar en la vida, un nombre, en este caso Seti I, una personalidad temporal como faraón, determinada por el sitio y las circunstancias donde cumplirá su destino temporal de aprendizaje. Thoth escribe en su libro el nombre dentro de un lazo, el llamado cartucho egipcio. Cada vuelta del lazo es anudada en su base y representa una de las vidas temporales de un espíritu eterno. El nombre, es la vibración de la palabra divina que da forma al cuerpo y define la personalidad temporal del espíritu encarnado. En cada vida se tiene uno distinto, es la lección de turno, el destino que define las circunstancias que se necesitan vivir para aprender. Thoth es el escriba de los cielos, archiva la lección que aprenderá el espíritu encarnado en el libro del destino y al momento de su muerte, los logros obtenidos. Al ser el responsable de la palabra, es el inventor del lenguaje, de la escritura y del intelecto que almacena, compara y analiza. Al lado de Thoth está Seshath con su corona de 7 pétalos. Siete es el número del proceso, siete son los niveles de la mente del hombre. Ella escribe en la materia el nombre del faraón, dando lugar al actual ciclo temporal.
Parte del mito de Osiris es el llamado Juicio de los Muertos. Sucede cuando el espíritu llega al Duat, una dimensión más allá de la física, para encontrarse con las fuerzas que impulsaron su mente en el universo de contradicciones, que es la vida sobre la tierra. En el Duat, repasa la vida, evalúa sus actuaciones y eleva a su conciencia permanente lo que comprendió sobre el universo antes de reencarnas para continuar su proceso de perfeccionamiento. Anubis, un hombre con cabeza de chacal, guía en ese mundo inmaterial al espíritu del muerto. El chacal simboliza la fuerza guía. Los egipcios perdidos en el desierto volvían a la civilización siguiendo sus huellas. Anubis coloca el corazón, el símbolo de lo que sintió, pensó, decidió e hizo el muerto, en la balanza doble de Maat, la diosa de la verdad y de la justicia. Es contrapesado por la liviana pluma de la verdad para determinar si aprendió la lección que le tocaba. Preside Thoth, un hombre con cabeza de Ibis, simboliza al único Dios cuando multiplica los seres de la creación. Se pesa el resultado de cada decisión. Se evalúa el comportamiento en cada circunstancia difícil de su destino, la lección esencial en esta encarnación. Él escribe el libro del destino, los récords acásicos, las transformaciones de cada espíritu en su proceso de evolución, el nombre que tomó, la forma que adoptó, el sitio donde nació, las circunstancias que experimentó y los resultados obtenidos. Una extraña figura con partes de distintos animales observa, representa las formas en que ha encarnado el espíritu, sus distintos momentos de animalidad original. Es la fuerza animal que impulsa el espíritu hacia la materia, la pasión, el deseo y las sensaciones del cuerpo. Es la fuerza de Seth, e lado oscuro de todo ser humano, lo que retrasa su proceso de evolución.
El espíritu eleva las comprensiones verificadas por su personalidad temporal a su parte eterna y recibe de Thoth un nuevo destino, una nueva lección, una nueva vida que vivir. Sale guiado por Horus, la luz de su propia conciencia, la que lo espera en el momento de la liberación definitiva, cuando termine su rueda de encarnaciones porque todo lo ha aprendido. Le indica que entre al santuario de su nuevo cuerpo donde se encuentran las otras fuerzas que impulsan su conciencia. Allí, presidiendo, se encuentra Osiris, la fuerza que impulsa el proceso hacia delante, hacia la espiritualización y el abandono de las pasiones animales. Lo acompañan Isis y Nephtys, sus conexiones con las sensaciones y emociones del cuerpo que ocupa en esta nueva vida a la que acaba de nacer.
Los siguientes tres santuarios están dedicados al único Dios que adoraban los egipcios, el que está en todas partes. Sólo que ellos lo veían en tres fases distintas, tres momentos distintos de un solo Dios. Egipto es el país de un solo Dios. Siempre lo fue. Sólo que para ellos ese único Dios, esa única y total conciencia se manifiesta en el universo en tres distintos momentos del génesis. Los sacerdotes utilizaron tres nombres distintos para simbolizar esas tres fases de la creación para comunicar fácil y gradualmente cómo comprendían a Dios. En la primera fase de la creación, antes de manifestarse el universo sólo existía un dios absoluto. La unidad inicial que llamaron Atum-Ra. Nunca fue representado con una forma física y en los hieroglífos era tratado como un disco dorado, un sol simbólico, fuente de la luz. El santuario de Atum-Ra es el primero de los tres. Atum-Ra es el Dios absoluto cuando todavía no ha manifestado al universo, la unidad, la sustancia prima homogénea, el caos que contiene todo en potencia, la nada, el gran principio, el Neter de Neters, es el espíritu divino, eterno, inmutable, que todo lo sabe y que está en todas partes.
El siguiente santuario es de Ptah, Dios en el momento en que su voluntad manifiesta la creación y da lugar al universo. En la segunda fase Dios activa su voluntad, su energía divina para manifestar al universo y crea la materia. A ese Dios creador del universo lo llamaron Ptah-Ra. Es representado en la escritura sagrada por la imagen de un hombre envuelto en vendajes que sostiene una vara compuesta de tres símbolos. El Ankh o símbolo de la energía vital creadora que se manifiesta como vida en las pulsaciones del sistema vascular, la fuerza divina llave de la vida. El Was, que representa a la arteria principal, simboliza el canal por donde fluye la energía a todo el cuerpo. También tiene la forma de una vara que usaban en el campo para controlar serpientes. El control de la corriente vital, la serpiente energética, el Kundalini que sube por la columna vertebral. El Djed que simboliza el eje de crecimiento y desarrollo de todo ser vivo, la columna vertebral que estructura a todos los seres, dando forma a los distintos cuerpos. La vara de Ptah tiene entonces una profunda simbología referente a la energía que genera la vida. Ptah representa el momento en que la voluntad activa de Dios manifiesta una fuerza sobre sí mismo que condensa su substancia original que llamamos espíritu. Éste se revuelve dando lugar a una fuerza contraria expansiva que pone al universo en movimiento. Estas dos fuerzas contrarias polares producen momentos de equilibrio que crean el cosmos, los planetas y la naturaleza. Los científicos actuales llaman a este momento como el “big bang” a la fuerza condensante la llaman fuerza centrípeta, a la reacción expansiva la denominan fuerza centrífuga. Desde Einstein se acepta que la materia es una forma de energía, una coagulación o condensación de luz. El espíritu es considerado como la sustancia original que por su propia naturaleza imprime sobre sí misma una fuerza densificante, que la comprime en un volumen en la materia, luz densificada. Al hacerlo, genera automáticamente una fuerza contraria que trata de liberarse de la forma en que se encuentra comprimida, dando como resultado el movimiento y el tiempo.
La tercera y última fase de la creación es cuando Dios crea al hombre a su imagen y semejanza, con la misma posibilidad de crear en su propia mente y de tomar conciencia. Lo llamaron Amon-Ra.
El símbolo principal de Amon-Ra es su enorme corona que simboliza la conciencia, que toma forma en el mundo dual, por eso está dividida en dos ramas que salen de la unidad. Cada rama tiene siete hojas, siete niveles por los que pasa la conciencia desde el momento en que se encarna por primera vez en el cuerpo de un hombre hasta cuando se ilumina, liberándose de las limitaciones materiales.
Cuando desapareció la clase sacerdotal, con ella se perdió el sentido de esos símbolos. Esto hizo que se creyera que practicaban la idolatría en un sistema religioso con muchos dioses. Sin embargo, el antiguo Egipto siempre creyó en un solo Dios, sólo hay que entender el sentido de cada símbolo para develar su aparente complicada teología y encontrar que es tan sencilla como su geografía.
En el templo de Osiris en Abydos, el único Dios en cada una de las fases de la creación, tiene su propio santuario. El último santuario es el de Amon, representas el momento en que sobre el universo existente, Dios crea al hombre a su imagen y semejanza con el propósito de hacer la vida conciente de sí misma. Es la capilla central del templo, dando importancia central a la aparición de la conciencia en el universo. En sus muros aparece el símbolo del dios Amon-Ra y el faraón como el hombre consciente que agradece la v ida, aceptando sus partes de luz y oscuridad, de gozo y dolor, comprendiéndola como un proceso de perfeccionamiento.
Amon-Ra también simboliza de manera intifálica la multiplicación de la conciencia con un phalo a la altura del ombligo, el sitio desde donde crece el hombre. Porta siempre alguno de los símbolos sagrados, la llave de la vida o el canal de la energía. El universo y su esencia, el hombre, evoluciona hacia la conciencia absoluta. El destino divino del hombre es llegar al siguiente paso de la evolución. Un ser espiritual y supramental. El faraón envuelve a Amon-Ra con una capa transparente, representando darle forma a Dios en la mente del hombre, el entender la razón de la existencia. Señala con su dedo el tercer ojo, sitio reconocido por muchas religiones y cultos, como la puerta más allá de lo físico. Amon-Ra intifálico, recibe una copa con forma de corazón que contiene el amor y la sabiduría almacenadas por la evolución de todos los hombres.
Las siguientes tres capillas están dedicadas, la primera a Osiris, la segunda a Isis y la tercera al hijo de ambos, Horus. En la creación polar que se manifiesta como luz y oscuridad, Osiris e Isis representan la luz, el avance de la conciencia a través de los ciclos de vida, muerte y renovación. La polaridad contraria, es representada por Seth, la fuerza de la oscuridad que detiene al hombre, la materia condensada, las pasiones animales. Horus nace cuando la luz triunfa sobre la oscuridad, es el hijo de Osiris e Isis, representa el momento en que cada ser espiritualiza su materia, dejando atrás su animalidad original y se transforma en un ser sin limitaciones consciente de todas las vidas que vivió. Osiris aparece en los muros de su santuario con diferentes tocados simbólicos sobre la cabeza, distintos momentos del proceso de perfeccionamiento, distintas etapas y estados adquiridos. El proceso de evolución se sucede simultáneamente de dos maneras, un proceso visible exterior de evolución física, donde una forma cada vez más sofisticada de cuerpo es mantenido y transmitido continuamente a través de la herencia. Un segundo proceso invisible de evolución del espíritu a través de la reencarnación hacia grados cada vez mayores de conciencia hasta llegar al momento del nacimiento de Horus, en el interior de cada hombre, cuando en un proceso de autotransformación
se abandona la animalidad original, el peso muerto de la subconsciencia corporal y la luz de la conciencia lo ilumina todo.
En el santuario de Isis se explicaba a los iniciados la existencia de un principio femenino capaz de gestar la luz. Su nombre significa trono.
Cada imagen simbólica expresa un pensamiento de una manera muy simple, más allá del lenguaje. En filosofía esotérica se dice que cada símbolo tiene siete llaves.
Isis es simbolizada por una mujer con un buitre sobre la cabeza sobre la que se apoyan unos cuernos de vaca que encierran un disco dorado. Osiris e Isis representan dos fuerzas gemelas, orientadas hacia la espiritualización de la materia, hacia la evolución de la conciencia. En el mito se convierten en hermanos, o marido y mujer. El buitre es un pájaro que vuela dedicado por entero a sus crías. Transforma en su interior las sustancias en descomposición, convirtiéndolas en alimento, en nueva vida. La vaca representa el principio de la vida, sus cuernos tienen la forma de la luna, la madre de los ciclos, encierran al disco dorado, la luz del sol, fuente de la vida, la luz de la conciencia.
La reveladora historia mítica, Osiris e Isis, gobernaban a Egipto, le habían dado forma a sus leyes, eran el instrumento de su civilización, enseñaron el respeto y la búsqueda de Dios. Logrado esto, Osiris sale a buscar en otras dimensiones, otras verdades y conocimientos, dejando el reino, un símbolo de la mente en manos de Isis, su esposa y hermana. Seth, su otro hermano, la oscura fuerza animal quiere apoderarse del reino, de la mente del hombre y de Isis, de quien se ha enamorado pasionalmente. Cuando Osiris regresa, Seth en conspiración con otros 72 nobles lo invita a un banquete al que lleva un precioso sarcófago de madera construido a la medida exacta de Osiris, declara que lo regalará a quien le ajuste cómodamente. Uno a uno se lo miden y cuando Osiris se acuesta en su interior, los conspiradores cierran su tapa y la sellan con plomo, tirándolo al Nilo.
Seth, que representa a la parte animal y pasional de todo ser, toma control de la mente limitándola a las sensaciones y deseos del cuerpo. Los conspiradores simbolizan las reencarnaciones que la conciencia atrapada en el sarcófago del cuerpo debe vivir durante un año cósmico para transformar la materia en espíritu. 72 años pasan mientras la tierra recorre un grado de arco de los 30 que ocupa cada constelación en la bóveda celeste. 12 constelaciones ocupan los 360º del firmamento, las 12 eras zodiacales. El gran giro del sistema solar, llamado un año cósmico, dura 25.920 años. Continuando con el mito, el sarcófago con Osiris llega a las costas del Líbano, donde atrapado por las ramas de un tamarisco se convierte en un hermoso árbol que lo contiene en su interior. El rey de ese lugar ve el hermoso árbol y lo corta para convertirlo en una columna de su palacio sin saber que el sarcófago se encontraba embebido en su interior.
Después de muchas aventuras, Isis rescata el sarcófago y lo trae de vuelta a Egipto, lo que es descubierto por Seth, quien corta el cuerpo de Osiris en 14 pedazos tirándolos por todo el país. Sin embargo, Isis recorre a Egipto y encuentra, una a una, 13 de sus partes, todas menos el phalo de Osiris, que según la leyenda fue devorado por los peces del río. Un simbolismo del abandono de la sexualidad y la animalidad original. Isis ayudada por Thoth logra unir los pedazos del cuerpo de Osiris y tiene una comunión espiritual con su marido, es impregnada por su esencia, quedando embarazada de Horus.
Horus representa la iluminación, cuando se abandona la rueda de reencarnaciones pues ya se adquirió la sabiduría necesaria para no perder nunca más la conciencia adquirida.
Esta historia, simboliza la evolución, el proceso del espíritu del hombre desde la primera vez que se encarna en un cuerpo hasta que después de muchas vidas, a través de las emociones superiores, la inspiración y la intuición, logra la iluminación y la sabiduría para siempre.
El último santuario del templo es el de Horus, la puerta que se abre a las estrellas. Horus representa el momento de la resurrección, de la iluminación y de la inmortalidad, el fin de las limitaciones materiales, el momento de ver todas las vidas que se vivieron, manteniendo para siempre la conciencia adquirida.
La revelación afirma que el espíritu del hombre después de muchas vidas, llega a un nivel de sabiduría en que comprende la razón de su existencia y las fuerzas fundamentales del universo, la comprensión obtenida por su espíritu como resultado de las experiencias de muchas vidas lo llevan a este punto de armonía, donde puede liberarse de la rueda de reencarnaciones y de las limitaciones de la materia. Ese momento ocurre cuando respeta a los demás, acepta que todo lo que sucede es perfecto y permanece en paz y armonía, cuando almacena altos niveles de energía vital y decide con toda su voluntad a dedicarse a encontrar a Dios en una sola vida. Si al alcanzar ese nivel, decide esforzarse para alcanzar la perfección, abre la puerta al camino de Horus, a la transformación que permite abandonar la rueda de reencarnaciones sucesivas. Horus representa el triunfo de la luz sobre la oscuridad, el dominio de la animalidad original, el fin de las limitaciones materiales, el paso definitivo de la ignorancia a la sabiduría, la puerta dimensional que lleva más arriba en las jerarquías del universo. Horus es simbolizado por un halcón dorado que todo lo ve y vuela libre como un espíritu por encima de las circunstancias materiales. Todos los hombres avanzamos y reencarnamos impulsados por la fuerza de Osiris y llevamos dentro la semilla de Horus el paso a la inmortalidad y la conciencia permanente. Sólo podremos llegar allá aprendiendo a ser flexibles, a valorar lo que tenemos, a aceptar las circunstancias y personas que nos rodean y a agradecer la oportunidad de estar vivos para tomar conciencia que fuimos creados por amor.
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