sábado, 21 de marzo de 2009
El Ojo De Horus 7°Parte "El amanecer"
Denderah - El Amanecer de la Astronomía
La cultura egipcia tomó forma alrededor de una serie de templos religiosos construidos en sitios cuidadosamente escogidos a lo largo del Nilo. Para los sacerdotes egipcios toda forma en el universo que crece hacia afuera necesita un receptáculo que permita su desarrollo en el tiempo. Los templos fueron los receptáculos que permitieron el desarrollo de su civilización. Cada templo expresó una toma de conciencia distinta sobre el universo. Su objetivo era comunicar los distintos principios fundamentales a su sociedad, las distintas verdades. Esto permitió que cada templo actuara como un órgano distinto en el cuerpo del país, con una función distinta, dedicado a enseñar y a explorar un tema religioso distinto. Así entendían a las casas de Dios. Por miles de años, las fronteras del reino de los faraones en Egipto, discípulos de la sabiduría de los sacerdotes de El Ojo de Horus, fueron respetadas por todos los imperios de Asia, nunca quisieron ampliarlas y en su interior existió un remanso de paz contra la anarquía universal.
El ocaso comienza con la desaparición de sus más altos sacerdotes en el paso del Mar Rojo tras Moisés, el último de sus grandes iniciados y termina con el caos, la destrucción de sus templos y el exterminio ocasionado por el persa Cambises II. Cuando muere Ciro, el más grande gobernante de Asia, quien mantuvo una relación de paz y respeto con Egipto, asciende su hijo Cambises II a mandar sobre el más poderosos ejército de ese momento. Un cruel y brutal tirano, odiaba la sabiduría, la estabilidad y el poder de los faraones. Obsesionado con probar que sus dioses eran más poderosos, en el año 525 AC invade a Egipto, asesina a Sameticus III, el último faraón nacido legítimamente en estas tierras y a la mayoría de los sacerdotes de La Escuela de Misterios de El Ojo de Horus. Los templos son arrasados y quemados sus papiros con la sabiduría almacenada durante muchas generaciones. El conocimiento se había convertido en oscuridad y la otrora sabiduría egipcia desaparece con sus altos sacerdotes. Cambises II establece un cruel vasallaje que duraría 200 años hasta la llegada en el año 332 AC de Alejandro el Grande, quien es recibido como un salvador por los egipcios. Alejandro ordena la reconstrucción de sus templos y a su muerte Ptolomeo I, uno de sus generales, dio comienzo a las dinastías Ptolemaicas que reinaría por casi 300 años. El templo dedicado a Hathor que ya existía en Denderah desde el año 5.400 AC, fue reconstruido por los reyes Macedonios, como un método piadoso para legitimizar su poder. Hieroglifos en una de sus criptas subterráneas, afirman que fue reconstruido siguiendo exactamente los antiguos planos y diseños realizados por el sabio Imhotep.
El complejo religioso de Denderah está situado a los 26º N de latitud. Allí comenzaba un antiguo camino que conduce al Mar Rojo. Un poco más al sur, posteriormente, se construiría Tebas.
En los albores de su civilización, en la noche estrellada de un solsticio de verano, en un terreno sobre le Nilo cuidadosamente escogido por su relación con las estrellas, se realizó una ceremonia llamada Put-Ser. El faraón de Egipto y el sumo sacerdote de La Escuela de Misterios de El Ojo de Horus, rodeados por todo su pueblo, encontraron en el cielo un grupo de estrellas sobre el polo norte del planeta. Ellos la llamaron la Constelación de Tuaret y su símbolo era una madre hipopótamo de color rojo. En nuestros tiempos, a ese mismo grupo de estrellas lo llamamos Draconis y su símbolo es una serpiente dragón. La más brillante de todas era Alfa Draconis, la estrella que en esa época se ubicaba exactamente sobre el eje de giro del planeta y que 4.320 años después fue reemplazada por Polaris, la que guía actualmente a nuestros navegantes. El avance del sistema solar en su giro alrededor del centro de la galaxia, determina que durante ese ciclo de 25.920 años, seis distintas estrellas brillen sobre el polo. La estrella sobre el polo representaba en el cielo a la fuerza materna fundamental, la que generó la sustancia que permitió el desarrollo de la vida en el universo. El principio femenino que llamaron Hathor y a la que se consagró este templo. El faraón y el sumo sacerdote templaban una cuerda entre dos entre dos estacas, orientándola exactamente hacia Alfa Draconis. La sacerdotisa del templo con un mazo de oro clavaba las estacas, definiendo así el eje del templo, la columna vertebral que luego organizó sus santuarios. Colocaron las piedras de las cuatro esquinas que determinaron los límites del muro protector del complejo. Una altísima muralla para mantener alejado el enemigo de la vida que deseaba perpetuarse eternamente. Localizaron hacia el N su puerta principal, el último de una serie de pórticos que, partiendo del sanctasanctorum del Templo de Hathor, enmarcaban el segmento de cielo por donde aparecía Alfa Draconis, facilitando encontrarla en las noches para registrar sistemáticamente sus movimientos. Esa misma noche, pero mirando hacia él E, encontraron también otra estrella a 90º de la anterior, la llamaban Sirio y era el símbolo de Isis en el cielo. En su honor, localizaron el eje de un segundo templo que determinó la segunda puerta del complejo. La puerta del templo de Isis enmarcaba el sector del cielo por donde ascendía la estrella Sirio y luego aparecía el sol, el 21 de junio, día del solsticio de verano. El templo creció en su interior mientras los sacerdotes registraban los movimientos de las estrellas y estudiaban los procesos impulsados por su energía, tallando en sus muros las conclusiones encontradas sobre ese tema sagrado. Sirio, el símbolo de Isis, era llamado la estrella perro, pues sigue a la Constelación de Orión, la personificación de Osiris en el cielo, luego de estar escondida tras el horizonte por 120 días, marcaba con su reaparición el momento del desbordamiento del Nilo. Luego permanecía visible por 40 días, el mismo tiempo que duraban las inundaciones. Esta correspondencia hizo que Sirio se volviera muy importante para la vida del país que dividía su año en tres estaciones, llamadas tetrámenes, determinadas por el desbordamiento del Nilo. Las festividades del año comenzaban con el desbordamiento del Nilo y Sirio marcaba con su reaparición en el cielo esta importante fecha. Cuando la estrella desaparecía, el río recuperaba sus niveles normales. El calendario y la sincronización de la vida egipcia con el sol y las estrellas, era tan importante, que el faraón de Egipto al asumir su función, debía jurar que nunca alteraría las fechas del calendario. Sin embargo, el día en que reaparecía Sirio en el cielo, dependía de la latitud del templo en la que era esperada, pues en la sureña Elephantine se veía 7 días antes que en la norteña Bubastis. Por esto, los sacerdotes también utilizaron el sol como reloj para determinar la duración del año, pues el solsticio de verano coincidía con la reaparición de Sirio. En Denderah, frente al horizonte del templo de Isis, primero ascendía Sirio en el cielo y luego aparecía el sol. El día del solsticio de verano, al amanecer, Sirio y el sol marcaban en un reloj cósmico el comienzo del año nuevo egipcio. En una ceremonia en la azotea de este templo se encendía el fuego nuevo para todo el país.
Para entrar a Denderah, hay que atravesar una serie de construcciones realizadas por los romanos durante los reinos de los emperadores Trajano y Domitiano. Una serie de kioskos a lado y lado enmarcan el pórtico N incrustado en los masivos muros que protegían el recinto. Al atravesar el pórtico aparece al fondo con su eje principal orientado hacia el N la fachada con las 6 columnas jatóricas del imponente templo principal dedicado al estudio de las estrellas. Muy cerca, a la entrada del complejo, se encuentra una capilla dedicada al nacimiento de Horus, construida por los romanos durante el reinado del emperador Augusto. Allí, se celebraba el momento de la iluminación, cuando Isis tiene simbólicamente el hijo de Osiris. En sus muros están talladas las escenas de amor de Isis y Osiris, el nacimiento y la presentación del niño y la escena de éste en la rueda de alfarería cuando Dios le da su forma material. Sobre el capitel de sus columnas está representado el dios Bes, el protector de las parturientas que favorece el nacimiento de los niños.
Al S de esta capilla, se encuentran las ruinas de una basílica cristiana construida en el siglo V DC, época en que fueron cuidadosamente destruidos en los muros de los templos, los rostros de los personajes sagrados.
Más cerca al templo principal quedan las ruinas de un sanatorio donde eran hospedados los enfermos que acudían al Templo de Hathor en busca de sanción. Los sacerdotes del templo utilizaban sus conocimientos de medicina para ayudar al pueblo en el plano material. Hathor, la fuerza femenina multiplicadora de la vida, era reverenciada como una figura compasiva. El pueblo atravesaba grandes distancias para orar en su templo, bañarse en sus piscinas sagradas y recibir las medicinas y cuidados que necesitaban. El complejo de Denderah podía albergar miles de personas y en el interior de sus muros existieron otra serie de construcciones que albergaban panaderías, cervecerías, cocinas, almacenes, graneros, las habitaciones de los sacerdotes e iniciados en cientos de bóvedas parecidas a éstas, frente al Ramasseum en Tebas.
Alrededor de sus muros exteriores, el pueblo construyó sus casas, dando lugar a un polo de desarrollo bajo el cuidado de los guardianes del conocimiento, los sacerdotes de El Ojo de Horus. El diseño de la fachada del Templo de Hathor es distinto al del tradicional templo egipcio, pues sus columnas frontales están unidas hasta media altura por unos muros profusamente decorados.
Se accede a través de las 18 columnas del Salón de la Vida que sostienen un altísimo cielorraso totalmente tallado con información sobre los astros y sus movimientos. La bóveda de los cielos, sostenida simbólicamente por las columnas de Hathor. Cada columna tiene la forma de un sistro, un instrumento sagrado que hace vibrar una serie de discos de metal utilizado por las sacerdotisas de Hathor, la patrona de la danza y de la música para producir una vibración que adormece la conciencia. En lo alto el capitel está formado por cuatro rostros tallados de Hathor, cada uno mirando hacia un punto cardinal simbolizando que su fuerza se siente en todas partes del mundo. Sus ojos de serpiente y sus oídos de vaca, el símbolo de la maternidad y la nutrición, producen una imagen casi extraterrestre, asociada en innumerables leyendas al planeta Venus. El templo fue encontrado en muy buen estado por las tropas de Napoleón, debido a que permaneció sepultado bajo la arena por miles de años. Se convirtió en refugio para las tribus nómadas que con sus hogueras ahumaron los colores del precioso cielorraso En el cielorraso de este gran salón, los últimos sacerdotes de Denderah, tallaron las tablas astronómicas que aun conservaban, producidas por varias generaciones de sacerdotes para impedir que este conocimiento desapareciera para siempre. Todas las constelaciones que forman los signos del zodíaco aparecen representadas en sus barcas simbólicas, con imágenes de Nut, el símbolo de los cielos que devoraba todas las noches el disco solar para parirlo nuevamente al amanecer.
Los sacerdotes deciden transcribir en los muros de estos templos algunos papiros importantes como los registros astronómicos que se salvaron de la destrucción de Cambises, con el fin de preservarlos para las generaciones futuras.
En este salón, llamado la Casa de la Vida, los escribas trabajaban en los papiros sagrados, los tratados teológicos, las oraciones de los rituales, las tablas del registro astronómico. El arte, la teología, la magia, la astronomía y la medicina, se enseñaron a los discípulos de La Escuela de Misterios en este gran salón. Aquí se registró el cambio regular y sistemático de las constelaciones circumpolares para seguir la precesión de los equinoccios.
Al cruzar el altísimo salón, se llega al Salón de las Apariciones, una cámara más baja soportada por seis columnas, donde aparecía desde la penumbra de su santuario la brillante estatua dorada de la diosa Hathor al salir para las ceremonias religiosas y procesiones. En su parte superior se encuentran las capillas dedicadas a Osiris, el símbolo del proceso de perfeccionamiento que vive todo ser humano a través de la reencarnación, para transmutar en muchas vidas su animalidad original y convertirse en un superhombre. Una de las capillas tiene el famosos Zodíaco de Denderah que ilustra como este proceso ocurre mientras el sistema solar da un giro alrededor de la galaxia y la otra, ilustra el mito de Osiris.
Alrededor de este salón se encuentran los 6 salones de los rituales diarios. El primero guardaba los objetos dedicados al culto. El Salón de la Purificación, que tiene una puerta que conduce al lago sagrado, era utilizado al amanecer por los sacerdotes en sus rituales de limpieza. Los templos tenían un lago sagrado, excavado hasta llegar al nivel freático de la zona, forrado en piedra y con una serie de escaleras que permiten a los sacerdotes introducirse en el agua para purificarse antes de comenzar su servicio en el templo. En el siguiente, se organizaban los oficios, conducía al corredor de acceso a la escalera de caracol que llega a la azotea del templo, utilizada por las noches en los registros de la bóveda celeste. Del lado izquierdo, el salón del fondo comunicaba con el exterior para recibir las ofrendas que todos los días realizaba el pueblo creyente a sus guías espirituales. Las viandas y animales, dedicados al sacrificio, eran almacenadas y preparadas en las otras dos cámaras. Desde el Salón de las Apariciones se llega al corredor de las dos escaleras del templo. A la derecha. La simbólica escalera de caracol, utilizada para subir la procesión con el santuario portable, la Barca de Oro con la figura de Hathor hasta la terraza, a esperar la aparición del sol en el solsticio de verano. Simboliza a la Escalera de la Luz. Cada vuelta o vida más arriba en la escala de la conciencia, la materia que se remonta hacia el espíritu. Y a la izquierda se accede a una larguísima escalera recta por donde bajaba la procesión trayendo el fuego nuevo. La recta escalera que simboliza el espíritu que desciende nuevamente a la tierra para condensarse en la material con el objeto de vivir experiencias que le permitan comprender el universo.
Al atravesar este pórtico, se llega a la antecámara del santuario donde ardía el fuego, el instrumento de los dioses, la primera sustancia del universo, la forma más elemental de la materia. Allí se realizaban las ofrendas a Hathor, el principio femenino gestor de la vida en el universo. A la izquierda de este salón estaba la capilla donde se guardaba la Barca de Oro, el santuario portátil que era el símbolo del movimiento físico del disco solar. La Barca de la Vida era utilizada para llevar la figura de Hathor en una florida procesión el día de luna nueva, el tercer mes de verano, en el Festival del Bello Encuentro, por el Nilo hasta el cercano Templo de Horus en Edfu.
Un espacio abierto, sin techo, comunicaba también con la antecámara del santuario. Frente a él existía la llamada Capilla Pura o Wabet. A este espacio abierto eran sacadas las figuras simbólicas para que renovaran sus fuerzas al recargarse con la energía del sol.
A medida que entramos más profundamente, el templo se hace más oscuro, los techos más bajos y las puertas más estrechas. El piso se eleva para enmarcar claramente desde el santuario a la estrella Alfa Draconis sobre las cabezas de los asistentes a las ceremonias. Y por fin, en lo más profundo del templo, sobre su eje principal, se llegaba a su corazón, su espacio más sagrado, el hogar de Hathor. Su figura de oro, la carne simbólica de los dioses, con sus ojos de piedras semipreciosas, permanecía cerrada en un pequeño tabernáculo. Aquí, sólo podían entrar el faraón y los más altos sacerdotes de La Escuela de Misterios de El Ojo de Horus, después de una intensa ceremonia de purificación con agua.
Los egipcios entendieron que, como todo ser en el universo, Dios tiene una parte masculina emisora, de la que fluye la información y una parte femenina que la recibe, para gestar con su sustancia todo lo creado. Al Dios masculino le dieron tres nombres, lo llamaron Atum cuando aun no había creado el universo y permanecía inmanifestado, lo llamaron Ptah cuando organiza y crea el universo, las estrellas, los planetas y los reinos naturales sobre ellos. Y lo llamaron Amon-Ra cuando sobre toda la creación da lugar a la conciencia del hombre. De manera similar, a su parte femenina, también le dieron tres nombre. La llamaron Nun, cuando era una sola sustancia homogénea, virginal, sin forma, en estado de perfecto equilibrio, el líquido amniótico del universo inmanifestado La llamaron Sehkmet cuando se polariza en dos fuerzas opuestas que la transforman en una sustancia radiante; en fuego, un principio multiplicador en movimiento que gesta a Nefertum, el universo que reconcilia y armoniza temporalmente a las fuerzas opuestas. El fuego produce el movimiento, el tiempo, el espacio y su intensidad que coagula. Produce los estados sucesivos de la materia, el aire, el agua, la tierra y por último, la fuerza de la vida, representada por Hathor, la sustancia que gesta y multiplica las conciencias que experimentan el espacio-tiempo. la llamaron Mut cuando gesta a las cuatro fuerzas que impulsan la conciencia evolucionante del hombre. Las cuatro fuerzas son Osiris, Isis, Seth y Nephtys. Entendiendo así a Hathor, ella es la Barca de la Vida, la Barca de la Luz, representa al amor, la gran matriz de las conciencias del universo, la Barca del Norte, que contiene el principio de toda la naturaleza. Aquí, en su tabernáculo, Hathor la fuerza de la vida, recibía las oraciones de quienes querían prolongarla o sanarla.
Alrededor de su sanctasanctorum, accediendo por un corredor perimetral contra los muros exteriores del templo, había una serie de capillas, espacios sagrados, dedicados a todas estas fuerzas fundamentales. Estas capillas eran localizadas desde el exterior por las tallas de sus símbolos sagrados en el muro exterior del templo. Y permitían que el pueblo que no podía entrar, allí sólo entraban los sacerdotes y los iniciados, orara y pidiera ayuda a las fuerzas fundamentales del universo.
A la derecha de la Capilla del Oído de Hathor, dos capillas comunicadas estaban dedicadas a la adoración del único Dios, el creador de la conciencia del hombre, el que está en todas partes, Amon-Ra, con sus símbolos también tallados en el muro exterior.
Las dos capillas comunicadas de la izquierda contenían las figuras que simbolizaban a las fuerzas fundamentales del Bajo Egipto, todas con relación a Hathor y su instrumento musical, el sistro.
Cuatro santuarios a la derecha dedicados Horus, a Zocar a Isis y por último, uno dedicado al gnomo de Denderah, el patrono o santo de la zona de Egipto donde se encontraba el templo. Había otra capilla que contenía el collar de Menat, un collar utilizado por el sumo sacerdote en las ceremonias y procesiones, con cuatro figuras de Hathor, cada una con un trono simbólico encima. Los cuatro tronos representaban a los poderes supremos del universo, el amor, la sabiduría, la fuerza infinita de la voluntad divina y la armonía.
Bajo el piso de estos espacios, existía una serie de criptas donde se almacenaban los elementos más sagrados, las pieles escritas y papiros más secretos concernientes a la revelación de este templo. Esta cripta tiene unos misteriosos bajorrelieves de Horus que sostiene una especie de flor con una serpiente en su interior. Teorías científicas afirman que se trata de las lámparas que pudieron iluminar sus cámaras y construcciones bajo tierra.
Al ascender por la escalera recta, se llega a la azotea, el espacio dedicado al registro de la bóveda celeste. En la esquina SO de la terraza, se encuentra el kiosko donde los sacerdotes esperaban la aparición de las estrellas y la salida del sol en el nuevo año que encendía con sus rayos el fuego nuevo. En este pequeño cobertizo, los sacerdotes se reunieron en las noches a dividir la bóveda celeste en secciones, llamadas nomos, con el objeto de identificar los movimientos relativos
Los sacerdotes de Denderah eran llamados los Kabirim, los medidores del cielo. Ellos registraron la primera carta celestial, la que marcaba las posiciones relativas de los Masarots, los fuegos del cielo. La astronomía comenzó en Denderah. Astro significa estrella. Astronomía significa logos o conocimiento de las estrellas.
Por esta terraza se llega a las dos capillas dedicadas a Osiris, el principio divino que simboliza la evolución a través de la reencarnación de todo ser humano. En ella se describe el mito cuando su hermano Seth, por quedarse con su reino y su mujer Isis, lo corta en 14 pedazos y arroja las partes de su cuerpo por todo Egipto. Las tallas muestran el momento en que Isis, después de reunir sus pedazos, suspendida en el aire bajo la forma de una hembra halcón sobre el phalo de Osiris, logra, en una comunión espiritual, quedar embarazada para dar a luz a Horus.
En el cielorraso de la segunda capilla se encuentra el llamado Zodíaco de Denderah, una inmensa losa de piedra con una talla de la bóveda celeste alrededor del polo norte, como se veía en el año 700 AC durante el solsticio de verano a la medianoche. Es una copia de la losa original de la que se enamoró Napoleón al entender su profundo significado y que hoy se encuentra en el Museo de Louvre en Paris. En una capilla como esta, en este mismo sitio, durante miles de años, los sacerdotes de El Ojo de Horus, estuvieron actualizando periódicamente, sobre un papiro, un mapa de los cielos como este. Cada solsticio de verano, año tras año, por miles de años, marcaban la posición relativa del sistema solar y de la tierra.
Los sacerdotes sobrevivientes al persa Cambises II, tallaron en la piedra para la posteridad, un grafismo que se salvó de la destrucción, con una de las últimas actualizaciones al mapa celestial como se veía en el año 700 AC durante el reinado del faraón Taarca en la dinastía XXVª. La bóveda celeste es sostenida por 8 figuras arrodilladas de Horus y 4 figuras femeninas de Isis. Un círculo de hieroglifos une esta simétrica disposición. En su momento la bóveda celeste estaba pintada de azul, resaltando las simbólicas figuras. Las varas sagradas de 4 figuras marcan un punto cerca del centro de la bóveda, Saturno, el padre de los planetas, Júpiter, Marte y Osiris que representan a la Constelación de Orion con su estrella compañera Sirio, la personificación de Isis en el cielo. Señalan a los senos de Tuaret, la madre hipopótamo con cola de cocodrilo y patas de león, que preside la bóveda celeste y que representa a la Constelación que hoy llamamos Draco, en la que brillaba la estrella Alfa Draconis, exactamente sobre el eje de giro del planeta. El eje del templo está orientado 71,5º hacia el NE, para enmarcar en sus pórticos el segmento de cielo donde aparecía la estrella polar Alfa Draconis, que en la bóveda aparece sobre el seno de la hipopótamo A su lado se encuentra la Constelación del Chacal Rojo, con la estrella Mizar en su pata delantera, la representación egipcia de la Constelación de la Osa Mayor, con la estrella que hoy llamamos Polaris. Alfa Draconis sobre el seno de Tuaret, está fuera del punto central de la bóveda, marcando el desequilibrio necesario para que exista el movimiento elíptico del universo que hará que sobre el eje del planeta se sitúe la estrella Polaris, la que está en todo el centro de la bóveda.
La estrella polar, alrededor de la cual parece girar la bóveda celeste, era muy importante para los egipcios, pues representa la energía sobre el eje de giro del planeta, sobre su columna vertebral, la que organiza los órganos de todo ser vivo, desde un insecto, un hombre o un planeta.
Además, sus sacerdotes, durante el reinado de Senefrú, mucho antes del a construcción de la Gran Pirámide, habían predicho que cuando Alfa Draconis fuera reemplazado por Polaris, llegaría el fin de su civilización, como lo atestigua el papiro de Nefer Roju. El Templo de Hathor estaba orientado para registrar las constelaciones situadas alrededor del eje de giro del planeta, las seis constelaciones circumpolares, cuya energía afecta el planeta mucho más tiempo y más directamente que las constelaciones zodiacales.
En una época en que el día y la noche eran como la vida y la muerte, el sector del cielo sobre el polo, donde las estrellas eran siempre visibles, contrastando con las que ascendían y desaparecían, representaban a los poderes de la oscuridad, a los que la luz saliente del sol hacía desaparecer. La oscuridad inicial, la madre oscuridad, el espacio vacío, el caos, era representada por esta hipopótamo roja. Los hipopótamos, al salir del agua, exudan un líquido rojo. El agua del Nilo al desbordarse y quedar sobre la tierra, se volvía roja debido al óxido de hierro. El rojo simboliza la fuente materna.
A su lado se reconocen las otras constelaciones circumpolares, como la Constelación de la Pata con su estrella Mezket, hoy llamada Constelación Cefeo (Cepheus) con su estrella Alfirk y la Constelación de Hércules. Desde la estrella sobre el polo, dividieron el cielo a su alrededor en 12 sectores principales de 30º cada uno. Las constelaciones de estrellas, las cuales contenían los Decanos, una serie de 36 estrellas muy brillantes, por las que pasa el sistema solar en su viaje por la galaxia. El sistema solar y el hombre, al atravesar cada uno de los 12 sectores en los que agruparon las estrellas, recibían una influencia energética distinta, que impulsaba en los espíritus encarnados en cada momento un proceso distinto de perfeccionamiento.
Para explicar que proceso impulsa cada grupo de estrellas, lo simbolizaron con un animal que representa un nivel evolutivo distinto de la conciencia en su camino de reencarnaciones para la adquisición de sabiduría a través de la experimentación en un universo de polaridades contrastantes, de luz y oscuridad, el círculo de animales o zodíaco. El cangrejo de Cáncer, simboliza el yo siento, el animal que se retira a su pequeño hueco de agua a digerir su alimento espiritual cuando la conciencia se mueve de manera incierta y comienza su proceso evolutivo, experimentando por primera vez con los sentidos. Los gemelos de Géminis, simbolizan el yo pienso, el deseo de aprender y explorar con la dualidad necesaria para encontrar la verdad, el conocimiento y la experiencia a través de los opuestos, de las experiencias contrastantes. El toro de Tauro, despierta la maternidad de las hembras, impulsan los procesos con el yo tengo, las posesiones materiales, la raíz que permite a la tierra recibir el poder de la vida para dar semilla, la fertilidad. El carnero de Aries representa la toma de conciencia de su ser, él yo soy, la fuerza que resiste las durezas de la vida y convierte la roca en cristal. la materia que se domina a sí misma y se vuelve transparente. Es el poder procreativo que pone la vida en movimiento, la primavera. Los peces de Piscis, impulsan los procesos con el yo creo, con el sistema de creencias adquirido, es cuando se sumerge en la inconsciencia para buscar el origen de sus palabras y acciones. En Acuario, la conciencia irradia los conocimientos verificados y adquiridos por Géminis, lleva el agua de las altas frecuencias del libre espíritu a los más remotos mundos, simbolizando él yo sé. Capricornio, utiliza esos conocimientos adquiridos simbolizando él yo uso para concentrar la materia hasta que se vuelve transparente. En la era de Sagitario, él yo veo, la conciencia evolucionante ya es un ser que ha crecido más allá de su naturaleza animal, el centauro con su conciencia dirigido a lo divino, es el poder espiritual del pensamiento, la sabiduría de la edad. Escorpión simboliza el yo deseo, es el animal que se puede matar a sí mismo con su propio veneno. Una era donde se viven experiencias para entender que el universo es perfecto y que todo lo que se necesita para ser feliz se tiene, que no hay que desear nada. La balanza de Libra simboliza el yo equilibro. Se aprende a ceder, a ser elástico ante todas las situaciones de la vida para lograr la armonía. Todas las experiencias son medidas, se conserva sólo lo valioso. Virgo simboliza yo analizo. Es cuando se recoge la cosecha, la maternidad del universo y se viven procesos para aprender a no reaccionar, a pensar antes de hablar. Y por último Leo, el símbolo del yo puedo, el rey de los animales, el gran padre del zodíaco, la fuerza del fuego que ha verificado todas las verdades al experimentar en carne propia los resultados de sus decisiones, en millones de situaciones a lo largo de muchas reencarnaciones.
En este punto, el hombre deja de identificarse con sus instintos animales, su conciencia deja de ser un establo donde viven sus pasiones descontroladas, abandona el círculo de los animales. Leo se proyecta sobre Cáncer, la puerta a la siguiente escala del universo, donde como guía de los procesos de otras conciencias, se experimentarán situaciones de más responsabilidad para continuar en el camino de perfeccionamiento de regreso a Dios. El proceso evolutivo se cumple, cuando a lo largo de muchas reencarnaciones se han recibido las doce energías fundamentales y se han experimentado los distintos procesos que éstas impulsan. El signo zodiacal bajo el cual muere el hombre, será el signo bajo el que nace en su siguiente reencarnación. Se experimenta con distintas personalidades, bajo la influencia de distintas fuerzas, a medida que el sistema solar avanza en su giro por la bóveda celestial. Hoy conocemos este giro con el nombre de precesión de los equinoccios, pero no entendemos su profundo significado en nuestro propio proceso evolutivo. Para occidente no existe el perfeccionamiento espiritual como un proceso de muchas reencarnaciones.
Este mapa celestial prueba los conocimientos astronómicos y filosóficos de los sacerdotes de la Escuela de El Ojo de Horus y que entendieron la vida en el universo como un proceso diseñado por Dios para convertir un animal ignorante en un superhombre sabio. Subiendo por una escalera de peldaños en cantilever (voladizo) contra un muro profusamente tallado con hieroglifos, se asciende a la terraza superior del templo. Allí aun se conservan las hendiduras que soportaban los instrumentos utilizados por los sacerdotes para registrar adecuadamente los movimientos de los astros.
El Templo de Hathor, registraba los movimientos de las estrellas polares y allí siguieron el cambio de Alfa Draconis que en el año 4.320 AC brillaba sobre el polo norte por Polaris, la estrella que hoy guía a nuestros navegantes. En esta terraza, en muchos solsticios de verano, se realizaron las ceremonias para recibir el año nuevo egipcio, cuando la Barca de Hathor, el principio multiplicador de las conciencias que vienen a experimentar en el espacio-tiempo subía a la azotea. Allí, los primeros rayos del sol que anunció Sirio al reaparecer en el horizonte, prendían el fuego nuevo, la fuerza que puso en movimiento al universo, generando un sitio donde la conciencia aprendiera el significado del amor, gracias a la existencia del miedo.
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