sábado, 21 de marzo de 2009
El Ojo De Horus 8°Parte "El Camino de la Comprensión"
Edfu-El Camino de la Comprensión
La civilización egipcia, guiada por los sacerdotes de la Escuela de Misterios de El Ojo de Horus, se basó en una creencia fundamental, que el hombre encarna repetidamente para vivir un proceso de perfeccionamiento que lo conduce de su animalidad original a la sabiduría y la inmortalidad. Ese camino evolutivo tiene siete fases, siete niveles determinados por la sabiduría que lleva acumulada, por la frecuencia en que vibra y por la cantidad de energía vital que puede procesar. La sabiduría alcanzada, resultado de las verdades que ha comprobado en cada vida, le permite estar cada vez más tiempo en un estado de paz interior, con lo que aumenta, poco a poco, su frecuencia de vibración. En forma correspondiente, va aumentando la cantidad de energía vital que puede procesar y distribuir en su sistema neuronal. Cada vez utiliza un chakra más alto de los siete ubicados sobre su columna vertebral para captarla y su aura o campo electromagnético personal, va creciendo en consonancia. Las circunstancias que el hombre experimenta, los procesos que debe vivir con el objeto de evolucionar, de adquirir sabiduría, fueron diseñadas por Dios de una manera perfecta. Los egipcios creían que la energía que fluye de Dios y que se manifiesta de distintas maneras, determina los procesos a que es sometido cada espíritu. El universo sería como una fábrica de conciencias sometidas a una serie de procesos lineales.
El hombre se encarna sobre la tierra que gira alrededor de una fuente radiante, el sol. De allí recibe su primera energía. El sistema solar gira a su vez alrededor del sol central de la galaxia, otra fuente radiante de energía. Ellos se encontraron que durante este giro que tarda 25.920 años, al que llamaron el año cósmico, el sistema solar recibe la energía de una serie distinta de astros radiantes que producen distintos campos de fuerza. Dividieron ese recorrido en doce sectores, doce fuerzas fundamentales que recibe el planeta durante los 2.160 años que tarda en atravesarlos. Cada fuerza impulsa distintos procesos y circunstancias que el hombre debe vivir. Son parte de la línea de ensamblaje de las conciencias. A estas energías de los cielos las llamaron Neters. A cada una de las que iban identificando le dieron un nombre y una figura simbólica. Así podían reconocer sus características, presentarle sus ofrendas y respetos. Por todo esto, su civilización estaba orientada hacia los cielos y sus procesos colectivos determinados por los astros. Los sacerdotes sabían que entre más tiempo se recibiera la energía de uno de los fuegos del cielo, de una de las estrellas o constelaciones más importantes era para el hombre. Por eso a las estrellas que se sitúan sobre el eje de giro del planeta, a las estrellas polares que permanecen fijas en el mismo punto durante miles de noches, les tuvieron una consideración especial.
Además, en una época en que la noche era como la muerte, el pueblo al encontrar que estas estrellas aparecían siempre en el mismo sitio, sin moverse por la bóveda celeste, las convirtió en el poder que reina en la oscuridad, fuerzas nefastas que traían la muerte y las desgracias. A esta serie de fuerzas que impulsaban los procesos y eventos más difíciles de vida, las comandaba una figura simbólica que llamaron Seth, la raíz del satán moderno. Seth, el señor de la oscuridad, el poder que retrasa el avance del hombre, el que lo sumerge en las pasiones animales, logrando que permanezca detenido en la ignorancia, cumplía una función Importantísima en el universo egipcio. Impulsaba al hombre a cometer errores, inducía conductas agresivas, irrespetuosas, que sólo producían dolor, sufrimiento, angustia y miedo. Los resultados de estas conductas equivocadas agobiaban al hombre, saturándolo de sufrimiento, impulsándolo a buscar el camino de la paz y la felicidad. Comprendía que con sus actuaciones agresivas hacia los demás, sólo se estaba haciendo daños a sí mismo. Entonces, cambiaba y la fuerza de la luz iluminaba su conciencia. A las fuerzas que impulsaban al hombre a cambiar, avanzar hacia la cordialidad, la paz y la comprensión, las comandaba otra figura simbólica a la que llamaron Osiris. Osiris, es el señor de luz, el poder que impulsa el avance del hombre hacia la espiritualidad y la vibración en amor a través de muchas vidas y circunstancias difíciles. En el universo de contrastes, de polos opuestos, se enfrentan Seth y Osiris, las fuerzas de la oscuridad y la luz para modelar la conciencia del hombre y llevarlo a comprender la importancia de la neutralidad. La neutralidad no genera una fuerza opuesta que hace perder energía. La neutralidad es la base de la superconductividad, un principio físico que hasta ahora estamos descubriendo. La neutralidad implica respeto por los demás. Implica tener la conciencia para no intervenir e impedir sus procesos de destino, las circunstancias difíciles que necesita vivir para aprender. La neutralidad implica comprensión sobre como funciona el universo, aceptación de que todo lo que sucede es perfecto y tiene un propósito de amor porque es diseñado por Dios que es amor. A la neutralidad llega el ser humano al final de su rueda de encarnaciones, en el momento que ha verificado en carne propia todas las verdades del universo, cuando renace en el espíritu y llega a la iluminación. Este momento es simbolizado por Horus, un halcón dorado que todo lo ve, todo lo sabe, que vuela sobre los contrastes y limitaciones materiales del universo gracias a que no produce resistencia.
Horus, es el símbolo de la conciencia permanente, inmortal, de un ser respetuoso en equilibrio, capaz de acceder a todos sus poderes y a la paz eterna. Este momento de equilibrio es experimentado en el planeta cuatro días al año, los días del equinoccio de invierno y verano, cuando el día tiene la misma duración que la noche.
En Edfu construyeron un templo para festejar el nacimiento de Horus, honrar y estudiar el momento final del camino evolutivo con su eje y sus pórticos orientados hacia el punto en el horizonte por donde salía el sol, en el equinoccio de verano.
Casi todos los complejos religiosos egipcios, albergaban en su interior dos templos, dos observatorios astronómicos, uno solar y otro estelar con sus ejes y pórticos orientados a 90º el uno del otro. Esto permitía enmarcar simultáneamente la estrella que personificaba a la fuerza fundamental que se honraba en el templo y la fuente radiante más cercana al hombre, el sol, en los días en que definían los cambios climáticos, las estaciones, los puntos en que cambiaba el medio ambiente de todos los seres sobre la tierra. En algunos casos, como en Denderah y Edfu un mismo templo enmarcaba con sus pórticos una brillante estrella que anunciaba la salida del sol, por ese mismo sitio, un poco más tarde. Edfu y Denderah, son dos templos hermanos. Dos observatorios que se complementaban para registrar precisamente la bóveda de los cielos sobre el polo norte y el polo sur del planeta. Las estrellas polares eran un punto de referencia para registrar cualquier variación en la inclinación del eje de la tierra con relación al sol. Este ángulo, es el que produce las estaciones, los solsticios y los equinoccios, el clima sobre el planeta. El estudio y registro de estas estrellas fijas, su relación con el sol y las otras estrellas era muy importante, pues cualquier variación en su movimiento habitual preconizaba grandes cambios en la vida del hombre. Eran las estrellas nefastas, las de los grandes cambios. Los ubicaron a una precisa distancia para producir una diferencia de 1º exacto sobre la latitud norte del planeta. Denderah está sobre los 26º y Edfu sobre los 25º de latitud al norte del ecuador de la tierra. Esta relación permitía registrar fácilmente el movimiento del sistema solar por la galaxia, lo que era trascendental para los sacerdotes, pues determinaba el paso por las distintas constelaciones, por las energías fundamentales que impulsan el camino evolutivo del hombre. Los cambios de era, el paso de una constelación zodiacal a otra, determinó las etapas en que los sacerdotes revelaron los misterios del universo a su pueblo, cambiaron la localización de su capital imperial y hasta los nombres de sus faraones. Todos los templos que construyeron enmarcaban en sus pórticos un sector del cielo, por donde se movía uno de los Masarots, los fuegos del firmamento, permitiéndoles registrar fácilmente sus movimientos.
El Templo de Horus, en Edfu, estaba orientado hacia el polo sur, enmarcaba a la estrella Canopus, mientras que el Templo de Hathor, en Denderah, enfocaba sobre el polo norte a la estrella Alfa Draconis.
El Templo de Horus en Edfu festejaba su nacimiento en el equinoccio de verano, tres meses más tarde, el Templo de Hathor en Denderah, festejaba la renovación de la vida, la fertilidad que producía la inundación del Nilo el día del solsticio de verano. El templo secundario de Isis en Denderah enmarcaba las noches sobre el horizonte a la estrella Sirio, su personificación en el cielo, que con su reaparición anunciaba el desbordamiento del Nilo y al amanecer la salida del sol, el día del solsticio de verano. Ese día, la inundación traía consigo, el fin del año solar egipcio, celebrándose en Denderah las fiestas del año nuevo en honor a Hathor, la fuerza que renueva la vida y a Isis que traía el agua, el sustento de Egipto.
Tres meses más tarde, el Templo de Nephtys en Edfu, del que sólo se conservan los cimientos, enmarcaba el punto sobre el horizonte por donde aparecía la estrella Procyon, la que marcaba el tiempo de siembra y al amanecer, la salida del sol el día del equinoccio de invierno. Los astros determinaban cuando subía el río, cuando sembrar y cuando cosechar, determinaban el calendario de Egipto.
Como los dos templos, las dos estrellas tiene también una estrecha relación. Sirio pertenece a la Constelación de Canis Mayor y Procyon a Canis Menor. Las dos son estrellas hermanas, como Isis y Nephtys, las compañeras de Osiris y de Seth, el señor de la oscuridad. En la mitología griega son consideradas los canes de Orion, el Osiris egipcio, pues lo siguen por los cielos, de ahí el nombre de sus constelaciones. En esas fechas se realizaban procesiones que unían los dos templos. El 21 de junio, el solsticio de verano, se festejaba en Denderah bajando de su azotea el fuego nuevo para todo Egipto, la marca del año nuevo. El 21 de septiembre, en el equinoccio de invierno, se festejaba en Edfu, la concepción de Horus y el 21 de abril, en el equinoccio de verano, su nacimiento. Hasta allí acudía la Barca de Oro con la figura de Hathor que por el Nilo venía desde Denderah. Esta ceremonia era llamada el Festival del Bello Encuentro, cuando Hathor la fuerza de la vida, festejaba en Edfu la culminación del proceso que ella había puesto en marcha.
Las estrellas y los soles viajan de un horizonte al otro por el cielo en barcos simbólicos. Las figuras que representaban a estas estrellas, como Hathor o Isis, eran paseadas dentro de Barcas de Oro en las procesiones que las llevaban por el Nilo de un templo al otro.
El antiquísimo templo dedicado a Horus, en Edfu llamado Apolinópolis Magna por los griegos, comenzó a ser reconstruido en el año 237 AC durante el reinado del faraón Ptolomeo III, uno de los reyes macedonios que gobernó a Egipto como heredero de Alejandro Magno. La obra duró 180 años, terminándose en el año 57 AC, durante el reinado de Ptolomeo XII, el padre de Cleopatra, la última faraona antes de que Egipto se convirtiera en una provincia romana. Las escenas en sus muros, muestran a estos reyes extranjeros, rindiendo culto a los dioses egipcios, una manera para recibir igual que éstos, el culto del pueblo y legitimizar así su poder. El pueblo de Edfu ha ocupado los terrenos que antes eran exclusivos del complejo religioso. Sus muros exteriores de protección desaparecieron hace mucho tiempo. La mayoría de sus construcciones fueron destruidas. Aun permanece intacto el templo principal dedicado a Horus, el halcón dorado, reconstruido por los Ptolomeos, paralelo al Nilo, en el mismo sitio donde un templo más antiguo había existido.
Los templos en Egipto, orientados hacia una estrella en particular, sólo eran útiles por aproximadamente 300 años, debido a que el movimiento del sistema solar alrededor de la galaxia sacaba de foco a la estrella objeto de registro.
Esta razón determinaba que había que desbaratar el templo totalmente y volverlo a armar con su eje corrido aproximadamente 4º.Es Por esto se encuentran marcadas por faraones anteriores en los cimientos de los nuevos templos. Era como girar el telescopio. El caso de los templos solares es distinto, pues el ángulo entre el ecuador de la tierra y la eclíptica por donde se mueve el sol cambia solamente 1º cada 7000 años. Los templos solares, enfocados al punto en el horizonte por donde sale el sol en una fecha especial servían por miles de años. El eje del templo está orientado hacia los 86,5º SO. Allí, a los 26º sobre el horizonte, se situaba todas las noches prácticamente sobre el polo sur la estrella Canopus, la segunda más brillante de los cielos después de Sirio. Canopus, Alfa Carinae, situada a 74 años luz de la tierra, es la estrella más brillante de la Constelación de Carina, antes conocida como Argo Navis, la quilla de la nave de Argus, en la que Jasón y los argonautas se embarcaron para encontrar el Vellocino de Oro.
El pílono o fachada del templo enmarca con sus dos grandes torres a la estrella del polo sur. Cada torre es un espejo exacto de la otra, aun en las inscripciones y bajorrelieves de sus muros. Simbolizan la existencia de la simetría en un universo asimétrico que permite el movimiento. En el frente, la figura del faraón esgrime una vara de poder, con un gesto amenazador hacia los enemigos de Egipto en un símbolo recurrente desde la antiquísima paleta de Narmel. Sobre el dintel, el disco alado con las dos serpientes. Las dos torres producen la imagen en los hieroglifos de un horizonte entre montañas que enmarcan al sol. El pílono de 35 m de alto, la altura de un edifico de 10 pisos, soportaba 4 altísimos mástiles, en cuyas puntas ondeaban al viento larguísimas banderas de brillantes colores.
Al atravesar el pórtico por el eje del templo, se llega a un patio abierto conformado en sus lados por un peristilo, un corredor sombreado por una pequeña cubierta soportada por 32 columnas con capiteles florales de distintos estilos y variadas formas. La fachada interior del pílono, la que da hacia el patio interior, las figuras talladas están también dispuestas simétricamente como en un espejo, sólo cambian los tocados simbólicos sobre sus cabezas.
El muro de cerramiento, totalmente decorado, y la columnata le dan una forma perfectamente simétrica al patio exterior. El equilibrio del conjunto llena de armonía al espacio, donde los iniciados recibían sus lecciones. Las distintas escenas talladas en bajorrelieve, explican el proceso evolutivo del hombre, su relación con las fuerzas de los cielos.
En los tiempos de La Escuela de Misterios, existía en este patio un bello jardín, donde los iniciados realizaban ejercicios para verificar en carne propia las informaciones suministradas por sus maestros. Aquí recibieron conocimientos correspondientes con el nivel de su conciencia. Trabajaron bajo la dirección del maestro del misticismo, dedicados al objetivo principal de este templo, comprender la importancia de la neutralidad en un mundo bipolar.
Probaron que podían llevar su conciencia individual hacia la conciencia universal. Entendieron la necesidad de un universo de contrastes que produjera vivencias, situaciones y procesos ante los cuales se puede decidir libremente. Cada vida permite experimentar un sitio distinto, una familia distinta, diferentes condiciones de salud y riqueza, se enfrenta distintas situaciones en las que puede cometer distintos errores. Seth es derrotado en la conciencia del hombre gracias a los errores que éste cometió a lo largo de muchas reencarnaciones. La comparación de los resultados obtenidos con sus actuaciones, son los que producen comprensión, luz en la mente. Experimentaron el principio vital de otros seres. Entendieron que realmente sólo existe una gran conciencia en el universo. Lo verificaron frente a una de las palmas del jardín del peristilo, cuando se concentraron en ella hasta sentir en sus hojas el viento. Descubrieron que, entregándose totalmente, se realiza una fusión con el aparente exterior. El tiempo deja de existir y su conciencia y la de la planta se funden en una sola, ocupan el mismo espacio. El maestro les enseñó que toda concentración comienza como un ejercicio intelectual, dirigiendo la atención hacia la planta, trayendo hacia la mente todo lo que se sabe de ésta. La razón aclara la mente, ordena, evalúa, compara, analiza, hasta definir las características que convierte un ser en planta. Encontraron que una vez que se sabe todo sobre el objeto de la concentración, el trabajo intelectual cesa. En ese momento pasaban a la segunda fase de la concentración. Usaron la intuición y todos los sentidos como una forma de percepción para sentir todo lo que la palma es, palparon su forma, observaron su color, su olor, su sabor, escucharon su sonido interno. En una última fase, realizaron ejercicios de concentración espiritual. Ya no pensaban en la palma. Ya no sentían como era, sino que en la conciencia el hombre se convierte en palma y logra experimentar un estado distinto de ser al suyo habitual. En ese estado, el ego desaparece y el iniciado se encontraba con su yo superior. El tiempo desaparecía. El silencio expandía la conciencia. Los brazos se transformaban en ramas y una paz interior inundaba la nada. En este patio, pudieron así aumentar su energía vital, su frecuencia de vibración, reunidos con otros compañeros que tenían un nivel de conciencia similar. Se encontraban en un lugar parecido en el camino de las reencarnaciones.
La fachada interior del patio hacia el templo, es muy parecida a la principal de templo de Denderah. La planta y el diseño general son muy parecidos. Ambos templos fueron reconstruidos siguiendo los planos realizados por Imhotep, el arquitecto que construyó la pirámide escalonada de Saqqara.
El muro entre las columnas, filtra la luz, permitiendo que sólo un poco entre al templo por su parte superior abierta, facilitando la penumbra interior para observar las estrellas. Dos grandes estatuas de Horus como halcón con la doble corona de Egipto, enmarcaban la entrada al salón hipóstile, al llamado Salón de la Vida. Hoy sólo queda una de las estatuas de granito negro. Al entrar al gran salón que los Egipcios llamaban la Casa de la Vida, se siente un cambio de temperatura inmediato, una paz se respira en el ambiente. Doce impresionantes columnas soportan un alto cielorraso que nunca alcanzó a ser decorado. Al recorrer este salón utilizado en el trabajo diario por los iniciados del templo, las altísimas columnas con sus hermosos capiteles producen una sensación de equilibrio, de permanencia. También, como en Denderah, este salón tiene una pequeña capilla para guardar los papiros en los que trabajaban los escribas y los que se necesitaban para las lecciones con los discípulos del templo. Los egipcios llamaron Khabit, o el tiempo de la sombra oscura, al primer nivel del camino evolutivo, cuando el hombre es prácticamente un animal, un desalmado sin sentimientos, sujeto de pasiones descontroladas y de las reacciones automáticas de sus instintos. Sus actuaciones de ira, odio, instintos desbocados, le producen resultados insatisfactorios: angustia, sufrimiento, soledad e infelicidad. Después de muchas vidas se satura de sufrir y comprende que al hacerle daño a los demás, sólo produce su propia infelicidad.
En ese momento su espíritu renace en el segundo nivel de conciencia, llamado el Ba, o el tiempo de la sombra clara. Allí descubre los sentimientos, aprende a querer. Sin embargo, no controla sus emociones, se encuentra todavía en el infierno de la vida.
Al ascender al tercer nivel, llamado el tiempo del corazón que respira, el péndulo lo lleva al extremo opuesto. Se transforma en un ser bueno que vive preocupado por los demás, tratando de resolver sus problemas y de evitarles las situaciones dolorosa de la vida. Tampoco puede ser feliz, pues su paz depende de otras personas. Sin embargo, no las respeta, quiere cambiar la vida de los demás a cómo el cree que deberían vivirla. Esta actitud lo lleva a enfrentar su sistema de creencias con el de los demás, pues no respeta las decisiones que éstos toman y cuando le suceden situaciones difíciles para que aprenda, las considera injustas, pues se ve a sí mismo como un ser bueno que sólo vive por los demás. Al cruzar la puerta del fondo se llega al Salón de las Apariciones llamado así porque en él aparecía, desde la penumbra de su santuario, la brillante estatua de Horus, dentro de su Barca de Oro, para salir a las procesiones y ceremonias. La estrecha relación de El Templo de Horus con el de Hathor en Denderah, es resaltada en la decoración de las columnas, que tienen la figura de la diosa en sus capiteles. Al lado izquierdo está el salón de recibo de las ofrendas del pueblo con su puerta al exterior y el salón donde se almacenaban y preparaba el incienso. Al lado derecho, está el Salón de las Purificaciones, utilizado por los sacerdotes en sus rituales diarios de limpieza, con su puerta para salir al lago y al pozo del templo.
Los sacerdotes escogían a sus discípulos entre los seres que manifestaban mayor respeto por los demás, mayor sensibilidad, los que demostraban tener mínimo un tercer nivel de conciencia. Les suministraban información y la manera de verificarla personalmente. Los guiaban para que aprendieran a elevar su nivel de vibración. El trabajo comenzaba por el control de los instintos, el miedo a la muerte, el instinto de defensa y agresión. Se les sometía a situaciones de peligro extremo. Aprendían a confiar en los demás.
Años después, el trabajo era controlar las emociones, los deseos y los placeres, comprender que su cuerpo es igual que el universo sólo que en otra escala. Para eso, pasaban por templos como el de Kom Ombo, Philae, Bei El Bahri y Luxor.
Así llegaban al cuarto nivel de conciencia, al tiempo que llamaban Sekhem, donde con otros seres nacidos en ese nivel eran dirigidos por el maestro de las medidas. Él les enseñaba cómo el nombre y el número determinan la forma de todo lo que existe.
En templos como el de Denderah, se transformaban en Kabirim, los que registran los cielos, aprendiendo como los ciclos de los astros afectan al hombre, las fuerzas fundamentales, las frecuencias vibracionales. de Phi, de la proporción áurea y de La Flor de la Vida. Después del Salón de las apariciones se llega al corredor de las escaleras, que tienen un esquema exactamente igual al de Denderah, una escalera caracol, a la derecha y una larguísima escalera recta dentro del muro de cerramiento que conduce a la azotea. Por la escalera de caracol ascendía la procesión con la Barca de Horus hasta la azotea del templo a esperar la aparición del sol los días del equinoccio y por la escalera recta, bajaba. Durante miles de años registraron en las noches los movimientos de Canopus, la estrella sobre el polo. Vibraron con la energía especial de los equinoccios cuando asistieron a la ceremonia que en la terraza del templo festejaban la llegada de todo ser humano a la neutralidad. De este salón en adelante, ya no podían entrar los discípulos, sólo los sacerdotes de Horus atravesaban el corredor exterior para llegar a la antecámara y al Salón de la Barca de Oro, donde guardaban el santuario portátil utilizado en las procesiones. Una reproducción moderna se encuentra en esta otra capilla, pero nos da una idea muy cercana del tamaño y de la forma originalmente utilizada.
La antecámara de las ofrendas también comunica con la llamada Capilla Pura. Un espacio abierto donde las figuras simbólicas de las fuerzas fundamentales del universo eran expuestas a los rayos del sol para que renovaran su energía.
Los muros del templo están llenos de bajorrelieves utilizados para explicar los misterios del universo, la razón de la reencarnación la manera de llegar al final del camino y convertirse en superhombre. En este mural, el faraón Ptolomeo IV, rodeado por un sicomoro, el árbol de la vida, otro símbolo de Hathor, recibe de Horus, la palma con el listado de su destino, las lecciones que deben vivir en muchas reencarnaciones para llegar a la iluminación. Al otro lado, la figura de Nekhbet, le entrega el destino inmediato, el que debe vivir en esta vida como faraón.
La civilización egipcia estaba fundamentada en la reencarnación, como proceso de adquisición y verificación en carne propia, de las verdades del universo. El espíritu del hombre encarna para aprender con los resultados de sus decisiones, transformándose poco a poco en un ser flexible, sabio, hasta que ya no tiene nada más que aprender en esta escala del universo y se ilumina.
Desde la claridad exterior hasta la penumbra del sanctasanctorum, el nivel de los pisos va ascendiendo, para permitir que desde allí, el sacerdote pudiera observar el cielo enmarcado en los pórticos, sobre las cabezas de los discípulos participantes en las ceremonias. El santuario es un volumen independiente dentro del edificio del templo envuelto por sus espacios. En lo alto, los rayos del sol entran por unas claraboyas del techo iluminando los otrora coloreados muros.
En lo más profundo y oscuro del templo se llega al santuario donde se encontraba el naos, la capilla de granito que contuvo la figura simbólica de Horus, el símbolo del renacimiento espiritual, de la maestría, del momento en que el hombre se convierte en superhombre. Este momento es representado por el nacimiento de Horus. Aquí, rodeando el santuario, se encuentran escenas talladas que hacen referencia al momento de la iluminación. La comprensión, lleva el péndulo hacia el centro transformando al hombre en un ser justo, respetuoso, que acepta que todas las situaciones son perfectas, aun las más difíciles y dolorosas, pues producen comprensión en quien las vive. El malo, se convierte en bueno; el bueno, en justo y por último el justo en sabio.
En ese momento llega la iluminación representada por Horus, cuando se renace desde el espíritu, al terminar la rueda de reencarnaciones en esta escala del universo para continuar el camino de perfeccionamiento en una jerarquía más alta. El hombre que nace en la carne, renace en el espíritu. Así termina su transformación desde su animalidad original a la espiritualidad eterna, desde su conciencia temporal a la conciencia permanente, de la mortalidad a la inmortalidad. El amor permanente en pensamiento, palabra y obra, producto de estas comprensiones, hace que el ego desaparezca para siempre y con él la rueda de reencarnaciones.
Alrededor del santuario se encuentran una serie de capillas dedicadas a las fuerzas y principios fundamentales que intervienen en el proceso evolutivo de la conciencia. Osiris tiene una capilla fácilmente reconocible para el pueblo que no podía entrar al templo, a través de los bajorrelieves que adornan el muro exterior, permitiéndoles acercarse y colocar sus ofrendas desde un lugar cercano e inmediato.
Khonsu tiene otra capilla. Es el hijo de Mut, la característica femenina del único Dios y de Amon-Ra, la característica masculina. Su unión, crea la conciencia del hombre. Khonsu es el nombre que le daban a una conciencia recién nacida, cuando comienza su recorrido evolutivo. Amon-Ra, el dios creador de la conciencia, tiene una capilla con información sobre el proceso evolutivo y las nueve fuerzas fundamentales tienen otra. La capilla central está dedicada a Horus. En sus muros está el conocimiento adquirido sobre el significado de la iluminación como momento final de esta escala de la realidad. A este templo llegaron iniciados en el cuarto nivel de conciencia, otros pocos alcanzaron el quinto nivel, el llamado tiempo de los Sahu. Aquí recibieron información sobre la meta del camino de reencarnaciones, comprendieron el significado de la neutralidad. Luego continuaron su camino de perfeccionamiento. Se embarcaron en el río para llegar a Karnak, al templo de la conciencia del hombre, donde buscarían la sabiduría a través del arte, del conocimiento de su inconsciente al revivir su cadena de reencarnaciones. Se van vibrando en amor, seguros que como todos los hombres, algún día renacerán espiritualmente, llegarán a la iluminación, abrirán la puerta a la siguiente escala del universo.
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