lunes, 12 de diciembre de 2011

Consecuencias de las Leyes Kármicas


Las faltas cometidas traban la evolución del alma, de modo que el karma indica el camino para su liberación, para su progreso espiritual.

Los efectos dañinos que muchas veces los seres, individual o colectivamente pasan, resultan de la acción expiatoria del karma, para el reajuste de las almas que habitan el orbe planetario.

Según la Ley del Karma, el dolor, el sufrimiento y las dificultades tienen el significado de reaproximarnos al Padre, debiendo ser recibidos con aceptación y buen ánimo, visto que, sanados, abren las puertas para una nueva vida.

Así, las enfermedades y los trastornos kármicos no pueden ser vistos como condenatorios, implacables, sino de efecto transitorio, con el fin de corregir errores del pretérito y devolver al ser humano el equilibrio espiritual mediante las leyes del Universo.

Cabe indagar si el espíritu tiene conocimiento de lo que irá a encontrar durante su próxima existencia en el cuerpo físico, Allan Kardec en El Libro de los Espíritus, ítem 258, explica que “Elige por sí mismo el género de pruebas que quiere sufrir, y en esto consiste su libre albedrío”.

El espíritu al reencarnar no es un recién llegado a la Tierra. Trae experiencias de vidas pasadas que pueden ayudar en su adaptación al cuerpo físico al cual se integrará. Y, también, no dará una zambullida en las tinieblas, ya que conoce las dificultades que podrá encontrar. En contrapartida, la vida cobrará, del ser humano, la responsabilidad de enfrentarlas con optimismo, reconociendo que en esa acción podrá salir vencedor.

La Ley Kármica establece que las acciones practicadas por el ser humano quedan gravadas en su periespíritu, como marcas que actuarán directa o indirectamente en una existencia, actual o futura. Las buenas acciones causan salud, bienestar y alegría, mientras que las malas acciones son responsables del dolor y del sufrimiento. Esas impresiones gravadas en el periespíritu constituyen el substrato del karma de cada uno.

El Concepto de Karma Entre las Personas

Las ideas que los seres humanos tienen sobre el karma, convergen hacia una aproximación de conceptos. Existe una creencia, más o menos general, que ciertas enfermedades y fatalidades están relacionadas a predestinaciones personales, tal vez a débitos del pasado o a la voluntad de Dios.

Entre los árabes, hay una expresión conocida con el nombre de mac-tub, para designar lo que ya está escrito en la vida de cada uno.

Existe, también, un recurso frecuentemente empleado por las personas, cuando procuran consolar a alguien que esté pasando por pruebas, diciéndole que debe conformarse, porque esa fue la voluntad de Dios.

En verdad, esa es tan sólo una manera de decir, que la vida humana es regulada por las Leyes Naturales, creadas por Dios, a las cuales todos los seres humanos están vinculados.

Los judíos, en la época del inicio del Cristianismo, sabían que muchas enfermedades podían ser debidas a faltas cometidas en el pasado, de la propia persona o de sus padres, tanto es así que al llevar un ciego de nacimiento para que fuese curado por Jesús, los discípulos preguntaron: “Maestro, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que naciera ciego?. Jesús respondió: “Ni él pecó, ni sus padres; sino que fue para que se manifieste en él las obras de Dios”, como está en Juan, 9, 1-3, ha citado.

Si a Jesús no le extrañó la manera como la pregunta le fue formulada, fue, probablemente por ser común, en la época, el concepto de que ciertas enfermedades pueden ser causadas por faltas cometidas en el pasado, por la propia persona o por sus familiares.

El Olvido de la Faltas Cometidas

Mirando de proteger a las criaturas, el Supremo Poder y Sabiduría que rige el Universo, las libró del natural recuerdo de sus vidas anteriores.

En verdad, sería una pretensión muy grande para los seres humanos, espiritualmente imperfectos, querer saber todo lo que hicieron, aunque tan sólo fuera en la última encarnación en el planeta Tierra. Tal vez no pudiesen soportar el peso de las emociones causadas por el conocimiento de las faltas que habían practicado, o de las injurias que habían sufrido.

Lo importante para cada uno no es acordarse del pasado, sino saber lo que puede ser hecho en la presente existencia, partiendo de la situación en que se encuentra, y de los recursos que dispone para perfeccionarse espiritualmente, basándose en las enseñanzas de los maestros y orientadores espirituales que le son enviados, a través de diferentes corrientes religiosas o filosóficas.

El olvido es una ley que puede ser observada por la propia persona, que no recuerda hechos ocurridos, no solamente, en existencias pasadas, sino también, de hechos normales de la vida actual.

Y, aunque sean recordados, sus impresiones se mantienen en la memoria cerebral durante la vida física, y pasan automáticamente hacia la memoria del periespíritu, juntándose la memoria preexistente,

de vidas anteriores.

La verdad, las causas de las enfermedades kármicas, así como otros sucesos de vidas anteriores, son generalmente olvidadas.

Todavía, ciertos hechos, entre los cuales pueden estar los causantes de males kármicos, son muchas veces vislumbrados a través de la intuición, de la regresión de la memoria, de la revelación o por el despertar de estados subliminales de consciencia, como las preferencias personales hacia ciertas profesiones, o por las artes y aptitudes innatas, que se manifiestan desde la infancia, así como otros sucesos, como el encuentro de personas o de situaciones que traen ocultas reminiscencias.

Sería como un secreto reconocimiento de que algo aconteció, y que la persona está reviviendo lo que ya vio o ya conoció anteriormente, y que trae la emoción de un reencuentro.

Cómo Aminorar los Males Kármicos

La mejor manera de actuar sobre posibles males resultantes de faltas del pasado, consiste en mantener continuamente pensamientos positivos, palabras y acciones centradas en el Bien, a fin de crear nuevas modalidades de karma que puedan equilibrar posibles aspectos negativos del karma preexistente.

Y, si estuviera marcado por el sufrimiento causado por los males kármicos, el ser humano cuenta con la Misericordia de Dios que le concede la oportunidad de encontrar el camino hacia la salud y para su equilibrio espiritual, a través de la práctica del Bien, de la oración, de la fe y por el amor ejemplificado a través de la caridad.

Jesús jamás condenó a alguien por causa de faltas cometidas, sino que dio esperanzas a los que lo buscaban trayendo enfermedades físicas o males del alma, diciéndoles “Tus pecados te son perdonados”, como está en Lucas, 5, 20. Y en el mismo instante de su martirio, tuvo la serenidad de pedir: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen”. (Lucas, 23, 24).

La Ley del Karma tiene dos atenuantes: la del merecimiento de la persona que haya practicado buenas acciones, con saldo positivo sobre las faltas cometidas, disminuyéndole la extensión del sufrimiento que puede corresponderle; y la Misericordia de Dios, que concede, a sus hijos de buena voluntad, nuevas oportunidades para realizarse en el camino del Bien.

De ese modo, la ley Kármica, que puede explicar la existencia de ciertas injurias, enfermedades, sufrimientos en la vida de cada uno, sin causa aparente, no debe ser considerada como inexorable y fatal, por los pensadores cristianos, visto que sus efectos pueden ser modificados o atenuados por la Ley Mayor de la Misericordia de Dios, por el amor fraterno, por la fe, por la oración, por la práctica de buenas acciones y por la caridad.

Confirmando esa afirmación, encontramos en el Evangelio el maravilloso mensaje de amor fraterno que lava todos los pecados, en la palabra de Jesús al recibir a María Magdalena en la casa de Simón, el fariseo. En su dialogo con el mismo, refiriéndose a ella, le dice: “Sus muchos pecados le son perdonados, porque mucho amó”. (Lucas 7, 47).

Sabiéndose que la caridad es la expresión mayor del amor entre los hombres, encontramos esa misma enseñanza en la primera epístola del apóstol San Pedro, al afirmar: “Y sobre todo, tened entre vosotros ferviente caridad; porque la caridad cubrirá multitud de pecados”.

Vivimos en un mundo de pruebas y dificultades, probablemente vinculadas a errores del pasado, pero Dios nos dio un abanico de oportunidades para romper o modificar los aguijones que nos atan al dolor y al sufrimiento, concediéndonos la oportunidad de promover nuestro propio perfeccionamiento, nuestra reforma íntima, nuestra cura espiritual a través de la vivencia del amor fraterno, a través de la práctica del bien.

El ser humano no nació para vivir inmerso en lamentaciones. Y delante de dificultades que lo afligen, o de males, reales o imaginarios, que lo atormentan, debe encontrar fuerzas en lo recóndito del alma y procurar enfrentarlas con optimismo y buen ánimo, reconociendo que su existencia tiene el significado de una realización de ascensión, de aprendizaje y de realizaciones.

Las enfermedades kármicas constituyen males que pueden ser aminorados y sus causas, aunque desconocidas, pueden ser atenuadas por la utilización de recursos espirituales, cuyas bases se encuentran en la oración, en la predisposición para enfrentar las dificultades, en la práctica del amor fraterno, en la reforma íntima, en la práctica de la caridad sin límites.

Formas de Sufrimientos Kármicos

Para Juana de Angelis, en el libro Plenitud, “Los sufrimientos humanos de naturaleza kármica pueden presentarse bajo dos aspectos que se complementan: prueba y expiación. Ambos buscan educar y reeducar, predisponiendo a las criaturas al inevitable crecimiento íntimo, en la busca de la plenitud que las aguarda”.

Dios, en su infinita Misericordia, da, ciertamente, a sus hijos, penas mucho menores de las merecidas, las cuales no tienen la finalidad de castigarlos, sino de proporcionarles oportunidades de evolución espiritual.

Las pruebas se manifiestan bajo diferentes formas de sufrimientos, de intensidad soportable, para que puedan ser aceptadas con disposición, sin quejas, con el amor que vivifica las acciones renovadoras del alma.

La condición de aceptar las pruebas, con disposición y buen ánimo, tiene el sentido oculto del arrepentimiento que representa el primer paso para la regeneración de las faltas, que, aunque sean desconocidas, están presentes y actuantes a través del periespíritu.

La expiación tiene el sentido de la reparación de faltas más graves, cometidas a los semejantes o premeditadamente a uno mismo, y que causan, en su acción de retorno, serios compromisos orgánicos, psíquicos o sociales.

La expiación constituye una prueba más difícil de enfrentar, y tiene el mismo significado de restituir al ser humano el equilibrio biopsíquico, espiritual y social.

Muchas veces, las consecuencias de ciertos desarreglos, como el de los vicios, ocurren durante la propia existencia y, por ligarse al periespíritu, se proyectan a la vida espiritual futura. Al igual que los vicios aparentemente inocuos, como los del tabaco, provocan maleficios físicos durante la presente existencia, que se proyectan a la vida espiritual, vinculados al periespíritu, que acompaña al espíritu después de su desligamiento del cuerpo físico. Aparte de provocar su acción dañino durante la vida, se proyecta en la espiritualidad y puede comprometer, igualmente, una posible existencia futura en una nueva encarnación..Vale la pena recordar, que el Espiritismo enseña que algunas formas de sufrimiento, aparentemente inexplicables, no tienen vínculos kármicos. Pueden haber sido escogidos por el propio espíritu antes del nacimiento, como forma de elevarse a través de la aceptación de las dificultades, con amor y coraje, a fin de constituir un estímulo para los semejantes, como está en El Libro de los Espíritus, ítem 273, en que un Espíritu puede desear reencarnar entre seres de poca evolución para ayudarlos. “En tal caso desempeña una misión”.

El Karma y las Leyes Naturales

Aunque aparentemente libre e independiente espiritualmente, el ser humano tiene su vida vinculada, entre otras cosas, a las Leyes del Amor, del Trabajo, de la Evolución, de la Reencarnación y del Karma.

La Ley del Amor lo identifica con los demás seres humanos, igualmente hijos del mismo Padre, que distribuye las sinecuras de la vida para todos La Ley del Trabajo enseña que el ser humano debe participar en la realización de cosas útiles para sí mismo y para la vida, identificándose como participante de la obra de la creación del Universo.

La Ley de la Evolución muestra que el ser humano debe seguir su trayectoria ascensional, sin limitaciones, hasta la perfección. Debe comprender, sin embargo, que no puede evolucionar si no se desata de las amarras espirituales que lo detienen.

La Ley de la Reencarnación indica que, el ser humano, tiene necesidad de renovaciones continuas, a través de renacimientos, como oportunidades para alcanzar progresivamente, grados más elevados de evolución.

A través de la bendición de la reencarnación, el espíritu encuentra condiciones de levantarse del pasado, con vistas para el futuro, que será de luz y de amor.

La Ley del Karma oriente al ser humano en el sentido de la rectificación de sus posibles faltas, a través de pruebas y expiaciones, a fin de encontrar el equilibrio biopsíquico, espiritual y social.

Aceptando las tribulaciones de la enfermedad kármica, el ser humano asume, consciente o inconscientemente, la realidad de las consecuencias de sus propios actos que dependen, esencialmente,

de su propia voluntad, de su libre albedrío. Y, si no tuvo preparación o no fue orientado para encontrar la solución de su problema, espiritualmente, tendrá que enfrentar el rescate de sus faltas a través del próximo sufrimiento.

La Ley del Karma trabaja favorablemente con el ser humano, enseñándolo a través del sufrimiento y de las dificultades el camino para alcanzar su perfeccionamiento espiritual, a través del control de las faltas que pudo cometer hacia sus semejantes y a sí mismo.

La Ley del Karma enseña al ser humano que su meta es la perfección, la cual puede llegar por su propio esfuerzo, como alma viviente, sintonizándose con la práctica del Bien, venciendo las dificultades mediante el trabajo y el amor.

Consideraciones Finales

Ninguna persona está sujeta a las acciones arbitrarias del destino. Todo lo que la rodea, de bueno o malo, debe atribuirse a sí misma o a su relación familiar o colectiva, por su propia responsabilidad.

Ella misma puso, alguna vez, en esta vida o en vidas pasadas, las simientes para ello..Tantos sufrimientos humanos pueden tener origen en el pasado. Hoy, cada uno recibe tan solo lo que sembró en sus muchas peregrinaciones terrenas, pues lo que el ser humano siembra tendrá que coger, más temprano o más tarde, según la Ley del Karma. La comprensión de las enfermedades kármicas se fundamentan en el conocimiento de que las faltas cometidas acarrean sufrimiento, como está en El Evangelio según el Espiritismo, ítem 5, al afirmar que: “No hay una sola culpa, por leve que fuere, no existe una sola infracción de la ley de Dios que no tenga consecuencias forzosas e inevitables más o menos molestas”.

Las consecuencias de las faltas cometidas pueden o no ocurrir en la misma existencia, como está en el mismo libro citado: “El hombre no siempre es castigado, (parcial o totalmente) en su presente existencia, pero no escapa jamás a las consecuencias de sus faltas. La prosperidad del perverso no es sino momentánea, y si no expía hoy, expiará mañana, en tanto que el que sufre lo hace como expiación de su pasado”.

Cada ser vive la consciencia que él mismo formó, a través de sus vidas anteriores, porque las existencias tienen continuidad, y nadie puede tener una vida plena en el presente si actuó mal en la vida pasada. Existen, en la vida, innumerables caminos que pueden ser seguidos, y cada uno escoge el que juzga mejor, de acuerdo con su entendimiento y libre albedrío, cabiéndole, con todo, la entera responsabilidad por sus actos. Todo ser humano tiene, dentro de sí, una fuerza en potencia que emana del alma y que se identifica con el Supremo Poder y Sabiduría del Universo, que es Dios, y tiene la responsabilidad de realizar su propio destino, su progreso material y espiritual, y promover la ayuda a sus semejantes. En esta época de dificultades para todos, en que los hombres están enteramente inclinados hacia los bienes materiales y para los placeres inmediatos de la vida, es oportuno recordar que él tiene un modelo de perfección moral, en el Hombre que habitó entre nosotros, y que nos dejó el ejemplo de sus enseñanzas y de su propia vida. Y como enseña Allan Kardec, en El Libro de los Espíritus, ítem 625, Jesús es, para todos los seres humanos, el modelo de perfección moral, afirmando: “Jesús es para el hombre el tipo de la perfección moral a que puede aspirar la Humanidad en la Tierra. Dios nos lo ofrece como el modelo más perfecto, y la doctrina que enseñó es la más pura expresión de su ley, porque estaba animado por el espíritu divino, y es el ser más puro que ha venido a la Tierra”.

El ser humano tiene un modelo de perfección moral y, cuando practica buenas acciones, con amor, establece condiciones para vivir en paz, con salud y alegría, no solamente en el presente sino también en el futuro.

Realizando su propia evolución, y colaborando para el perfeccionamiento de sus semejantes, adquiere condiciones que lo liberan de sus limitaciones kármicas, llevándolo a disfrutar una Vida plena, teniendo como ejemplo nuestro modelo de perfección moral, que nos anima y nos congrega en el camino del Bien.

Enfermedades Karmicas


La palabra karma viene del sánscrito, antiguo idioma hindú consagrado a los cultos en los templos iniciativos, y significa causa y efecto al mismo tiempo. Expresa la ley según la cual toda causa genera un efecto equivalente en sentido contrario, incluyendo el propio destino del hombre.

Este concepto concuerda con lo que enseña Allan Kardec en el libro El Cielo y el Infierno, capítulo VII, ítem 9: “Toda falta cometida, todo mal realizado es una deuda que se ha contraído y que debe ser pagada. Si no lo es en una existencia lo será en la siguiente o siguientes, porque todas las existencias son solidarias las unas con las otras. Aquel que ha pagado en la existencia presente, no tendrá que pagar por segunda vez”.

La misma connotación se encuentra en el Evangelio, cuando afirma: “En verdad, en verdad os digo que todo aquel que comete pecado es siervo del pecado.” (Juan 8, 34).

Contraer deuda o ser siervo del pecado significa atarse a las faltas del pasado, mantenerse estancado sin condiciones de retomar el camino de la evolución espiritual.

Uno de los recursos que la Naturaleza emplea para realizar la liberación de las faltas cometidas, es a través de enfermedades u otras modalidades de perturbaciones que pueden ocurrir en la misma existencia o en una existencia futura.

De ese modo, se comprende que el karma no tiene la finalidad de castigar, sino de armonizar espiritualmente al ser humano, con la ley de la evolución, liberándolo de la estancación causada por las faltas cometidas.

Todos los pensamientos, emociones, sentimientos y actos practicados por la persona, durante su existencia actual, generan karmas específicos que se suman al karma que trae de vidas pasadas, y cuyos efectos expresan el saldo favorable o desfavorable que incide en la vida presente.

Ninguna casualidad rige el destino de las personas. Es la ley del karma que lo coordina todo, ajusta y realiza, en el nivel periespiritual, registrando tanto las acciones favorables como las desfavorables de la vida de cada uno..Si el dolor o el infortunio, sin causa aparente, llama a la puerta, no es debido al castigo de Dios, ni a la fatalidad de un destino cruel. Son, en la mayoría de las veces, el resultado de acciones inflexibles, según las cuales la colecta de cada uno es obligatoria, como resultado de lo que sembró en esta vida o en vidas anteriores, ya que el karma tiene la finalidad de reajustar a las criaturas a la harmonía universal.

La Ley del Karma puede entenderse como resultante de la Ley del Causa y Efecto, del retorno o reciprocidad, según la cual toda acción practicada tiene su retorno equivalente y en sentido contrario. Esta ley tiene su connotación en el Evangelio cuando afirma que “... y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras” (Mateo 16, 27).

En la Naturaleza, esa ley es clara, y nadie espera coger maíz si plantó guisantes.

Según la Ley del Karma, si la persona no tiene disciplina mental para controlar sus actos y cometer faltas durante su existencia, tendrá que enfrentar sus consecuencias en la propia vida o en una vida futura, pues las mismas se mantendrán registradas en el periespíritu y se manifestarán como problemas de retorno en esta existencia, como enfermedades o perturbaciones kármicas en una vida futura.

Si la persona cometió alguna falta con relación a su propio organismo, perjudicándolo de diferentes maneras, como ocurre por el uso de drogas, entregándose a los vicios, a la concupiscencia y a los descuidos de su persona, o si perjudicó a los semejantes y, particularmente, a sus familiares, a los cuales tiene la responsabilidad de ayudar, o si lesionó, de alguna forma, la Naturaleza que le acoge dadivosamente, deberá recibir como retribución, algunas veces en la propia vida o, ciertamente, en la vida futura, el sufrimiento que le corresponde como forma de resarcir la referida falta, la cual está ligada por los vínculos de la Ley de Causa y Efecto.

Causas de las Enfermedades Kármicas

Las faltas cometidas en el pasado, que pueden ser responsables de las enfermedades kármicas, están entre los vicios, como los causados por el tabaco, las bebidas alcohólicas, las drogas, así como por el uso, sin control, de medicamentos psicotropos, utilizados en el tratamiento de disturbios mentales; la agresividad humana, como la violencia, la maldad, el secuestro, el estupro, el robo, el asalto, el terror, el homicidio, la exploración de los semejantes en sus diferentes modalidades; el suicidio premeditado, el sacrificio del organismo por privaciones inútiles y otras formas de agresión al propio cuerpo; el hábito de entregarse a pensamientos negativos, como los impregnados por emociones de odio, celos, envidia, rabia, tristeza, calumnia, maledicencia, melancolía, insatisfacción; los desvíos de la sexualidad y los estados de vida pautados en la ociosidad, en la corrupción, en la liviandad, o en el mal empleo de las posiciones de responsabilidad social o administrativa, perjudicando a los semejantes y constituyendo mal ejemplo para la sociedad.

Las faltas cometidas en el pasado, responsables de los sufrimientos que ocurren en la vida actual, pueden haber sido cometidas por la propia persona o por sus familiares, ya que existen lazos familiares muy estrechos entre los mismos. Esos lazos deben mantenerse, siempre que sea posible, por el cariño que debe unir a las personas, visto que la familia es la primera escuela, para la vivencia del amor fraterno entre los seres humanos.

Todas las personas tienen vínculos muy profundos con sus familiares, vínculos que trascienden a la existencia actual, con lo que el dolor que las azota puede ser no tan solo de factores oriundos de sí mismas, sino también, de sus entes queridos, como nos lo recuerda el mensaje sobre el ciego de nacimiento cuyo mal podría haber sido causado por él mismo o por sus familiares. (Juan 9, 1-3).

Más allá de los vínculos familiares, las personas tienen relaciones colectivas. Ellas pueden haber ayudado o perjudicado a otras criaturas, razón por la cual, aparte del karma individual, existe el karma familiar y el karma colectivo. El karma colectivo se explica en el resultado de accidentes,.catástrofes, muchas personas pueden estar envueltas en el mismo sufrimiento, sin ser por casualidad.

No es sólo la mano sembradora la que produce malos frutos. Ciertos comportamientos aparentemente inofensivos pueden ser dañinos a la propia alma, como el no-aprovechamiento de las oportunidades que le fueron proporcionadas durante la existencia terrena, generan, igualmente, mala cosecha en el futuro. Del mismo modo, la inactividad, la inercia, la ociosidad, la pereza física y mental, son igualmente nocivas al alma, que no puede mantenerse estancada delante de las leyes a las cuales está vinculada.

Toda persona en condiciones de salud compatible con la realización de alguna modalidad de trabajo, debe esforzarse para ser útil a sí misma y al prójimo.

Manifestaciones de las Enfermedades Kármicas

Respetadas las leyes de la herencia, el espíritu actúa en el ser humano como modelo organizador biológico, desde la formación de la célula-huevo, transmitiendo hacia el cuerpo físico las impresiones registradas en el periespíritu, oriundas de las acciones cometidas por la propia alma en anteriores vidas.

Así, ciertas malformaciones y males congénitos y la predisposición para un gran número de enfermedades y trastornos que ocurren durante la vida, son causados por la actuación del espíritu, que proyecta en el organismo, desde el momento de su formación, el contenido del bien o del mal que estuviera registrado en las mallas de su periespíritu.

Las enfermedades kármicas pueden acometer a las personas de todas las edades, y su reconocimiento no se hace a través de los recursos para diagnósticos comúnmente utilizados en la Medicina, los cuales se presentan repetidamente negativos.

La comprensión de las mismas está relacionada a factores que tienen sus causas en faltas cometidas en el pasado, vinculadas a la propia alma.

Entre las perturbaciones que se encuadran como enfermedades kármicas, pueden ser recordadas algunas limitaciones orgánicas y psíquicas, ciertas formas de parálisis, patologías congénitas sin posibilidad de reequilibrio, ciertos casos de esquizofrenia, algunas modalidades de cáncer, de enfermedades degenerativas, la tendencia hacia los vicios, hacia la agresividad, algunos casos de accidentes individuales o colectivos, ciertas neurosis, síndromes de miedo, de angustia, de ansiedad incontenida, ciertos tipos de jaquecas, de insomnio, de depresión, de pánico.

Juana de Angelis, en el libro Plenitud, comentando ciertas formas de trastornos psíquicos, oriundos de causas ocurridas en el pasado, que pueden pasar desapercibidos al los semejantes, afirma: “Transitan, todavía, en la Tierra, portadores de expiaciones que no trazan apariencia exterior.

Son los seres que gimen en conflictos crueles, inestables e insatisfechos, infelices y retraídos, acarreando dramas íntimos que los debilitan, afligiéndolos sin cesar. Pueden presentar una apariencia agradable y conquistar simpatía, sin que se liberen de los estados interiores mortificantes”.

Es la propia consciencia de la criatura quien conoce las causas de su sufrimiento kármico.

Son seres que se comportan como almas penadas que sufren en silencio, aunque haya otros que se lastiman continuamente, sin encontrar alivio para sus angustias y padecimientos.

Se encuadran todavía, como manifestaciones kármicas, ente otras, ciertas injurias, desigualdades sociales y económicas, las dificultades para realizaciones personales en los estudios, en las artes y en algunas iniciativas de la vida.

EL SUFRIMIENTO HUMANO


El sufrimiento es la manifestación del malestar, de dolor físico o moral. Ataca a los seres humanos en todos los países, en todas las edades y de diferentes condiciones económicas y sociales.

El sufrimiento físico puede manifestarse por falta de comodidad, dolores generalizados o por dolores que atacan a cualquier órgano o parte del cuerpo.

El sufrimiento moral, que constituye el objeto del presente trabajo, proviene de acciones más profundas, que incluyen la participación del alma.

En verdad, el sufrimiento del alma está siempre presente, tanto en el dolor físico, como en el dolor moral, visto que el alma participa de todos los actos de la vida, y no puede alienarse en los casos que atañe el sufrimiento humano.

Así, el sufrimiento del alma está presente en todos los casos de sufrimiento físico, y puede manifestarse por síntomas psicosomáticos de ansiedad, aflicción, miedo, depresión, pánico o desespero.

Puede venir, igualmente, como resultado de enfermedades graves en un familiar o de la pérdida de entes queridos, de bienes materiales o frente a problemas económicos, sociales o afectivos.

Puede ocurrir, todavía, frente a sufrimientos de otras criaturas, motivados por catástrofes colectivas, miserias, guerras o agresión que haya hacia los seres humanos.

El sufrimiento del alma puede ser causado por agresiones físicas o morales y se caracterizan por afectar a las personas en su sensibilidad emocional, haciéndolas sufrir. Se manifiesta a través de aflicciones, ansiedad, angustia, miedo o estados de sublevación.

El sufrimiento moral tiene una connotación para cada pueblo y para cada persona, de acuerdo con su concepción filosófica, religiosa o cultural, y expresa el sufrimiento del alma. Un ejemplo puede ilustrar esa observación. Dice la leyenda que, estando San Francisco enfermo, en la cama, fue alimentado con caldo de gallina y, más tarde, supo que el pequeño animal fue sacrificado para servirle de alimento. Encontró que cometieron un sacrilegio, un acto que para la mayoría de las personas es perfectamente natural.

En verdad, el concepto moral puede variar en los diferentes países, pero hay un concepto universal de moral, que consiste en no hacer al próximo lo que la persona no desea que sea hecho para sí misma.

Considerando de un modo amplio, para todas las formas de sufrimiento, unas personas sufren más, otras menos, aunque todas sean visitadas, más tarde o temprano, por alguna modalidad de sufrimiento.

Causas del Sufrimiento

El sufrimiento no es propio del mundo en que vivimos, pues la Tierra es un planeta maravilloso, bello, dadivoso y saludable, posibilitando la vida plena a los seres de los reinos vegetal, animal y humano, en diferentes regiones.

No provienen, igualmente, de la voluntad de Dios que sus hijos estén sometidos a sufrimientos físicos y morales, en situaciones tan diferentes.

No es resultado, tampoco, de la fragilidad humana, pues el ser humano es fuerte y dotado de recursos extraordinarios, pudiendo sobrevivir en diferentes regiones, en condiciones ambientales adversas, aunque los niños de tierna edad sean frágiles, y necesiten de la protección de los adultos para que puedan sobrevivir.

Naturalmente, el sufrimiento no viene por casualidad. Aunque sus causas no siempre puedan ser conocidas, se sabe que es un efecto y todo efecto tiene una causa. Salvo las fatalidades, que no pueden ser controladas, las posibles causas de los sufrimientos deben ser procuradas en la conducta del propio ser humano, donde se encuentran las razones del mal, la culpa de cada uno por sus propias tribulaciones.

Por inmadurez espiritual, por ignorancia u otro motivo, el ser humano comete tres tipos de agresiones: sobre sí mismos, sobre sus semejantes y sobre el medio que le rodea.

Las faltas cometidas hacia sí mismo están relacionadas al mal uso del pensamiento, cuando impregnado de emociones negativas, como las del odio, rabia, envidia, celos, calumnia, maldad, maledicencia; otras, debidas a los vicios, como del tabaco, de las bebidas alcohólicas y de las drogas; a los disturbios de la sexualidad; y los resultantes de descontroles alimentarios; u otras formas de autoagresión, como la pereza, la ociosidad o el exceso de actividades.

Con relación a los semejantes, el ser humano puede cometer faltas por acción o por omisión. Hablando sobre ese tema, el padre Vieira decía en sus Sermones que muchos serán juzgados por las malas acciones que cometieron, pero todos nosotros seremos castigados por la omisión de no practicar el bien, cuando tuvimos la oportunidad de hacerlo.

En relación con el ambiente en que vive, el ser humano comete innumerables agravios al mismo. Son notorias las poluciones del aire, de las aguas y del ambiente, la devastación de los árboles, así como la polución por la energía nuclear, altamente perjudicial a los seres vivos.

Deben ser consideradas, todavía, las malformaciones hereditarias y congénitas, explicables por las leyes biológicas, igualmente dañinas a los seres humanos.

No solamente las causas referidas, sino también las malformaciones kármicas están relacionadas entre las causas del sufrimiento humano. Las acciones humanas son reguladas por la ley de la reciprocidad o de causa y efecto, según el cual toda causa genera un efecto equivalente, igual y en sentido contrario, abrazando el propio destino del hombre. Si la persona practicó el mal y el retorno no ocurre en la misma existencia, podrá acontecer en una existencia futura, bajo la forma de males kármicos, igualmente causantes de sufrimientos del cuerpo y del alma.

Más allá de esas modalidades de acciones causantes de disturbios, el ser humano está, todavía, sujeto a la influencia de entidades espirituales, y de las acciones mentales de otros seres humanos, influyéndole varias modalidades de sufrimientos anímicos y orgánicos.

Sabiéndose que el pensamiento es una forma de energía que puede ser utilizada tanto para el bien, como para el mal, se comprende que las acciones mentales deben ser realizadas con mucha vigilancia, para que sean conducidas hacia fines edificantes, generando la salud, la paz y la alegría.

El Alma y la Reencarnación


Todo ser humano, al nacer, es un espíritu encarnado, un alma que vuelve a iniciar una nueva existencia en la vida corporal. La reencarnación constituye un postulado fundamental del Espiritismo, y se basa en el hecho del renacer del alma en sucesivas veces en cuerpos humanos diferentes, hasta alcanzar un grado elevado de evolución.

Allan Kardec en El Libro de los Espíritus en el ítem 222, explica que el concepto de la pluralidad de existencias no fue creado con la codificación del Espiritismo. Él es mucho más antiguo y constituye la base de las religiones orientales y del antiguo Egipto.

Es útil recordar que Buda y Confucio, 500 a.C., creadores de religiones aceptadas por millones de personas, fueron adeptos de la reencarnación.

El sintoísmo, cuya palabra viene de sinto, que significa el camino de los dioses, es la religión principal del Japón, anterior al budismo. No tiene un fundador, como en otras religiones, sino que nació naturalmente en la consciencia del pueblo, y acepta la reencarnación como base de su doctrina.

Pensadores eminentes como Sócrates y Platón, 400 a.C., también fueron adeptos de la reencarnación.

El Espiritismo rechaza el concepto de las metempsicosis, que consiste en la transmigración del alma, del ser humano hacia los animales, y viceversa. No obstante, pensadores notables como Pitágoras, en Grecia, 400 a.C., enseñaba la teoría de la metempsicosis y prohibía el consumo de carne, en virtud de la posibilidad del alma en encarnar en los animales, y recíprocamente. Debía estar inspirado por intuición, basando la hipótesis de la probable encarnación de espíritus en grandes simios del pasado (Pitecántropos erectus) que ocupaban el grado más elevado en la escala de la evolución de esos animales, y considerados intermediarios entre los simios y los seres humanos.

En el Espiritismo, la reencarnación es estudiada bajo un punto de vista racional, consonante a las leyes de la Naturaleza.

Allan Kardec, en el mismo libro, ítem 222, para enriquecer su argumentación, se coloca, momentáneamente, en una posición neutra con relación a las hipótesis de la unidad y de la pluralidad de las existencias del alma, dejándonos conducir, por la razón, por que lado nos decidimos. Muchos alegan que la reencarnación no les conviene, pues una existencia ya es bastante para tener que comenzar otra de nueva. Otros dicen que ya sufrieron mucho y no quieren pasar por las mismas dificultades nuevamente, en otra existencia.

El fenómeno de la reencarnación está en concordancia con el de la inmortalidad del alma, que sobrevive a la muerte del cuerpo, disponiendo de la oportunidad de participar de una nueva existencia, con otro cuerpo biológico, manteniendo la misma individualidad.

Si no hubiese reencarnación, habría, evidentemente, una sola existencia corpórea y el alma ya existiría antes, o sería creada por el hecho del nacimiento. De cualquier modo, Dios estaría en la posición de un Padre injusto, creando criaturas marcadas por tantas desigualdades.

En el concepto reencarnacionista, muchas desigualdades existentes entre las personas estarían vinculadas a la conducta de cada uno, en anteriores existencias.

Las ideas sobre reencarnación encuentran nueva expresión en este final de Siglo XX, con las innumerables búsquedas sobre regresión de la memoria a vidas pasadas, como las realizadas por el emérito psiquiatra Brian L. Weiss, relatadas en el libro Muchas Vidas Muchos Maestros.

Son contribuciones que parecen evidenciar la continuidad de la vida a través de las reencarnaciones, mostrando, otrosí, que muchos males de la presente existencia están relacionados al alma, causados por acciones ocurridas en vidas pasadas.

Finalidad de la Reencarnación

En El Libro de los Espíritus, respectivamente, ítem 115 y 132, Allan Kardec explica que «Dios creó todos los Espíritus simples e ignorantes y les impone la encarnación con el fin de hacerlos llegar a la perfección.

Aunque la vida en la Tierra pueda ser muy corta, ella tiene, para cada uno, una connotación importante. El alma precisa de la experiencia en las dificultades que pueda encontrar, a fin de promover su progreso en la escala evolutiva.

Depende de cada uno utilizar su libre albedrío, su voluntad, para aceptar los trastornos que le ocurren, mantenerse en el buen camino y apartarse de las acciones que puedan perjudicar su bienestar, tanto en esta vida como en vidas futuras.

En verdad, la vida de cada uno, aunque pueda ser transitoria, cuando es conducida según la ley de Amor tiene el significado de una ascensión humanitaria.

Nadie nace por casualidad, sino para realizar un destino, promover su perfeccionamiento físico, mental, emocional y espiritual, y para colaborar para la mejoría de las personas y del ambiente en que se encuentra.

Conforme la ley de la evolución, presente en todos los sectores de la vida, bajo la égida del amor y del trabajo, el hombre puede realizar, directa o indirectamente, en el corto periodo de su existencia, algún progreso individual y colaborar para la promoción de otras personas, de su propia familia o de la comunidad en que vive.

En el concepto reencarnacionista, la actuación del ser humano, en la existencia actual, tendrá repercusión en su vida espiritual futura, bien como en posibles encarnaciones venideras. Que controle, mientras está encarnado, sus pasiones inferiores, que no tenga odio, ni envidia, ni celos, ni orgullo, que no sea egoísta y procure envolverse de buenos sentimientos y ayudar a sus semejantes, respetando el ambiente que lo acoge, y tendrá en la vida espiritual, y en las posibles encarnaciones futuras, un bien mayor que lo aguarda.

Al renacer en el cuerpo de un bebe, el alma no es un ser extraño, un recién llegado a la Tierra. Ella trae experiencias y conocimientos de vivencias anteriores. Ella cambia tan solo de campo vibratorio, sin modificar su yo interior, ya que el cambio hacia un cuerpo físico todavía inmaduro no anula la sabiduría acumulada durante innumerables encarnaciones.

En el paso de la espiritualidad hacia la vida corpórea, todavía durante la infancia, la sabiduría del alma subsiste en el substrato de su vida interior, como centella inmortal que irá a florecer en el pensar y sentir del ser humano.

La encarnación tiene el objetivo de proporcionar a los espíritus la oportunidad de alcanzar alguna evolución. Considerando ese aspecto, Allan Kardec en El Libro de los Espíritus ítem 178 a, explica que si durante la vida los espíritus no hubieron realizado algún esfuerzo para su propia evolución, «pueden conservarse estacionarios, pero no retroceden. En caso de estacionarse, la punición de ellos consiste en no avanzar, en recomenzar, en el medio conveniente a su naturaleza, las existencias mal empleadas».

Cada uno tiene, así, la responsabilidad de aprovechar su tiempo, de perfeccionarse en todos los campos de actividad, y de ayudar a los que lo necesitan, promoviendo el progreso general. Nacer de nuevo significa tener una nueva oportunidad de volver, para tener una nueva existencia como ser humano.

La reencarnación tiene un alto significado, principalmente para los seres que acumularon débitos kármicos en existencias anteriores, y tienen una nueva oportunidad para evolucionar espiritualmente.

La reencarnación tiene, todavía, el significado de posibilitar, a los Espíritus más evolucionados, la oportunidad de regresar para ayudar a los seres humanos en su proceso de evolución.

Considerándose que las personas tienen diferentes oportunidades de supervivencia, en una colectividad en que muchos desencarnan todavía con poca edad, mientras otros llegan a la edad madura, cualquier juicio basado tan solo en una existencia podría ser considerado de injusticia de Dios con relación a sus hijos, dando a los mismos diferentes oportunidades de elevarse existencialmente. Sería lo mismo que juzgar a los alumnos de una escuela sin proporcionar, a los que están en los primeros años, la oportunidad de alcanzar los grados más elevados de la escolaridad.

El renacimiento es una dádiva de Dios, y posibilita al espíritu poder volver a la infancia, en otra existencia para tener una nueva oportunidad de elevarse de la ignorancia hacia la sabiduría.

El alma según la Biblia


Su creación y supervivencia están mencionadas en la Biblia, contando el Génesis que «el hombre fue hecho alma viviente» (Génesis 2, 7), visto que «Dios creó al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; macho y hembra los creó». (Génesis 1, 27).

El mensaje según el cual « el hombre fue hecho alma viviente», tiene un significado muy importante, evidenciando que el ser humano debe pensar y vivir como alma encarnada y no por los atributos inherentes a su cuerpo físico.

Del alma sabemos, todavía, que disfruta del privilegio de la inmortalidad, como consta en la afirmación contenida en los Salmos: «tu, Señor, libraste a mi alma de la muerte». (SI 116, 8).

Del mismo modo, Jesús nos recuerda que el alma es inmortal, afirmando: «Y no temáis a los que matan el cuerpo, más el alma no pueden matar». (Mateo 10,28).

Hablando sobre el alma, Allan Kardec en El Libro de los Médiums, reúne esos dos conceptos, el de la existencia y el de la inmortalidad del alma, diciendo que en la formación del ser humano existe la participación del cuerpo físico y del alma o Espíritu, afirmando que «El Espíritu es el elemento principal de esa unión, pues es el ser pensante y que sobrevive a la muerte. El cuerpo no es más que un accesorio del Espíritu, un envoltorio, un vestido que él abandona después de usar».

No obstante estar aparentemente oculta en el organismo, el alma es responsable de las acciones buenas o malas practicadas por el ser humano, debiendo responder de las mismas en la espiritualidad o en vidas futuras.

En el Evangelio de San Marcos, hay una observación sobre la conducta de las personas que, desviadas del bien pueden ser dañinas a la propia alma, aconsejando el desapego de los valores transitorios de la vida, diciendo: «Porque ¿qué aprovechará al hombre, si granjeare todo el mundo, y pierde su alma?» (Marcos 8, 36). Ese mensaje de San Marcos no hace pensar que si el ser humano pasa por la vida entretenido en preocupaciones frívolas, su alma tendrá que enfrentar las consecuencias de una vida desperdiciada.

Los diferentes caracteres psicológicos, que cualifican al ser humano, no son determinados por las peculiaridades de sus órganos físicos, de su apariencia y constitución, sino por los atributos del alma, que participa en todos los actos de la vida.

De ese modo, una persona no se hace científico porque recibió hereditariamente circunvalaciones cerebrales diferencias en ese sentido, sino porque su alma está dotada de las cualidades de científico.

Ese concepto está de acuerdo con lo que enseña Allan Kardec en El Libro de los Espíritus,

ítem 370: «El Espíritu tiene siempre las facultades que le son propias, y no son los órganos los que producen las facultades, sino que éstas determinan el desarrollo de los órganos».

Siendo el alma responsable del pensamiento, por el libre albedrío, por la conducta de las criaturas, es natural que pueda ejercer influencia no tan solo en su comportamiento, sino también sobre las células del organismo, condicionando sus estados de salud o de enfermedad.

Respetadas las leyes hereditarias, el alma actúa como Modelo Organizador Biológico del organismo, como afirma Hernani Guimarães Andrade en el libro Espíritu, Periespíritu y Alma, siendo «capaz de actuar sobre la materia orgánica y provocarle el desarrollo biológico». Esa actuación se realiza desde la fase de formación de la célula-huevo y durante toda la vida del ser humano.

De ese modo, el alma es un ser actuante que puede actuar continuamente sobre el organismo, vivificándole las células, promoviendo la salud y el bienestar.

El alma ejerce, todavía, una importante contribución a la vida humana por contener, en el periespíritu, el archivo de la memoria de los hechos ocurridos en vidas pasadas y que se suman a los adquiridos en la presente existencia.

En virtud de su naturaleza espiritual, y en la condición de estar dando vida a un organismo biológico, el alma realiza, en cada criatura, el encuentro entre lo humano y lo divino.

Como espíritu encarnado, el ser humano tiene su dignidad y debe ser respetado, no obstante la situación en que pueda encontrarse y las faltas que haya cometido. Es un ser en fase de evolución, camino de su perfeccionamiento, aunque esté pasando por situaciones menos dignas.

En la práctica, cada persona puede conducir libremente su vida, procurando practicar el bien y disfrutar de condiciones progresivamente mejores, u optar por una conducta menos edificante para sí misma, con relación a los demás seres humanos.

Lo importante es que, delante de esos acontecimientos, el alma participa, consciente o inconscientemente, de todos los actos de la vida, y las acciones buenas o malas que haya hecho quedan registradas en el archivo periespiritual y se encuadran en la ley de reciprocidad o de causa y efecto y sus consecuencias, respectivamente, buenas o malas retornan para el mismo ser, en esta vida o en vidas futuras, porque las existencias son solidarias unas con las otras. Las buenas acciones regresan bajo la forma de alegría, salud y bienestar, y, las malas, como diferentes modalidades de sufrimientos.

sábado, 10 de diciembre de 2011

Parasitismo en los reinos inferiores


Comentando los hechos de la obsesión y del vampirismo en el vehículo fisiopsicosomático, es importante recordar los fenómenos de parasitismo en los reinos inferiores de la Naturaleza. Sin referirnos a las simbiosis fisiológicas, en que los microorganismos se albergan y alimentan en los intestinos de sus anfitriones, valiéndose de sus sustancias nutritivas, pero generando elementos útiles para los mismos, encontraremos la asociación parasitaria, en el terreno de los animales, similarmente a una sociedad en la cual, una de las partes, casi siempre después de insinuarse con astucia, creó para sí misma ventajas especiales con un manifiesto perjuicio para la otra, que pasa, seguidamente, a la condición de víctima.

Ante semejante desequilibrio, las víctimas se someten por un tiempo indeterminado a la presión externa de los verdugos; sin embargo, en otras eventualidades sufren la intromisión directa en la intimidad de sus propios tejidos, con esa ocupación impertinente que, a veces, degenera en un conflicto destructor y, en la mayoría de los casos, se convierte en un acuerdo tolerante, por necesidad de adaptación, perdurando hasta la muerte de los anfitriones expoliados y llegando incluso a originar los remanentes de las agregaciones inmensamente demoradas en el tiempo, interfiriendo en los principios de la herencia como raíces de conquistador, penetrando en sus células, que padecen la invasión en sus componentes protoplasmáticos hasta más allá de la generación en que el consorcio parasitario dio comienzo.

En razón de ello, apreciando la situación de los parásitos ante sus anfitriones, los tenemos como ectoparásitos cuando limitan su acción a las zonas de superficie y como endoparásitos cuando se alojan en el interior del cuerpo al cual se imponen. No será lícito olvidar, sin embargo, que toda simbiosis extorsionadora de largo curso, principalmente la que se verifica en el campo interno, resulta de la adaptación progresiva entre el anfitrión y el parásito, los cuales, no obstante reaccionar uno sobre el otro, lentamente concuerdan en la sociedad en que persisten, sin que el anfitrión considere los riesgos a que se expone, comprometiendo no sólo la propia vida, sino la existencia de la misma especie.


Transformaciones de los parásitos
Tenemos así, en la larga escala de los acontecimientos de ese orden, a los parásitos temporales, tales como las sanguijuelas y casi todos los insectos hematófagos que apenas transitoriamente visitan a sus anfitriones; los ocasionales o los seudoparásitos, que sistemáticamente no son parásitos, pero que vampirizan a otros animales cuando las condiciones del ambiente a eso les conducen; los permanentes, de desarrollo directo, que disponen de un anfitrión exclusivo y a cuya existencia se encuentran ligados por lazos indisolubles, casi todos relacionables entre los endoparásitos; los parásitos llamados heteroxénicos, que llegan a adultos en un ciclo biológico determinado, contando con uno o más anfitriones intermediarios cuando se encuentran en el período larval, para alcanzar la forma completa en su anfitrión definitivo, y los hiperparásitos, que son parásitos de otros parásitos. Por tanto, el parasitismo, entre los animales, no deviene de una condición natural, sino de una auténtica adaptación de ellos a un modo particular de comportamiento, por lo que es justo admitir que se inclinen hacia nuevas características de la especie. Así es que el parásito, en el régimen de adaptación a que se entrega experimenta mutaciones de importancia que se expresan en la forma, por reducciones o acentuaciones orgánicas, comprendiéndose, de tal modo, que la desaparición de ciertos órganos de locomoción en parásitos fijos y la consecuente formación de órganos necesarios a la estabilidad con que armonizan, deben ser analizados como fenómenos inherentes a la simbiosis perjudicial, notándose en esos seres la facilidad de la fecundación y la resistencia vital, con la extrema capacidad para instalarse, segregando recursos protectores que los aíslan de los factores adversos del medio, como el frío y el calor, tolerando vastos períodos de abstención de cualquier alimento, a ejemplo de las chinches de cama, que consiguen vivir más de seis meses consecutivos en completo ayuno. Continuando el análisis de las alteraciones en los parásitos en actividad, señalemos a muchos platelmintos y anélidos que, en virtud de su parasitismo, perdieran sus apéndices locomotrices, sustituyéndolos por ventosas o ganchos. Identificamos la degeneración del aparato digestivo en varios endoparásitos del campo intestinal y, a veces, la total extinción de dicho aparato, como acontece a muchos cestodos y acantocéfalos que, viviendo de un modo invariable en la corriente de jugos nutritivos ya elaborados en el intestino de sus anfitriones, convierten sus órganos bucales en órganos de fijación, prescindiendo del sistema intestinal propio, dado que pasan a realizar la nutrición respectiva por ósmosis, utilizando toda la superficie del cuerpo. En otras oportunidades, cuando el parásito acostumbra a ingerir una gran cantidad de sangre, demuestra un desarrollo anormal del intestino medio, que se transforma en una bolsa voluminosa que funciona como un depósito de reserva, en que la asimilación se opera, lentamente, para que esos animales, como las sanguijuelas y los mosquitos, se sobrepongan a largos ayunos eventuales.


Transformaciones de los anfitriones
Sin embargo, si los parásitos pueden acusar expresivas transformaciones frente al nuevo régimen de existencia al que se amoldaron, los resultados de tales asociaciones sobre el anfitrión son más profundos, dado que los asaltantes, después de instalarse, se multiplican amenazadores estableciendo expoliaciones sobre los sectores orgánicos de la víctima, succionándole su vitalidad, traumatizando los tejidos, provocándole lesiones parciales o totales o provocando acciones tóxicas, como la exaltación febril en las infecciones con que, en oportunidades, suelen apresurar su muerte. Con esa acción perniciosa o letal, logran irritar las células o destruirlas, obstruir cavidades, sea en los intestinos o en los bazos, embarazar funciones y obstruyendo glándulas importantes, tales como las glándulas genitales, que pueden provocar hasta la castración, aunque los recursos defensivos del anfitrión sean puestos en evidencia, creando ejércitos celulares de combate contra las infestaciones, expulsando a los invasores por la vía común, o bien neutralizándoles su penetración por medio de las membranas fibrosas que los envuelven, presionándoles al principio para aniquilarles después, en pequeños envoltorios calcificados en el interior de los tejidos. Y recordando los efectos de ciertos parásitos heteroxénicos, que se desenvuelven en el anfitrión intermediario hasta alcanzar su desarrollo adulto en el anfitrión definitivo, bastará la mención especial de los tripanosomas que, en especies diversas se multiplican en los tejidos y líquidos orgánicos provocando aflictivos problemas de parasitología humana, con complicadas operaciones de transmisión, evolución e instalación en el cuadro fisiológico de sus víctimas.
Vale citar, entre ellos, el tripanosoma cruzi (10), que se hospeda, habitualmente, en el intestino medio de un triatoma o de otro reduvio, donde presenta formas redondeadas en división para adquirir nuevamente la forma del tripanosoma en el intestino posterior del hemíptero que, viviendo a costa de la sangre, obtenida por picadura, lo transmite por medio de las heces al organismo humano, en el cual, generalmente, pasa a residir, en forma endocelular en los músculos, en el sistema nervioso, en la médula de los huesos o en la intimidad de otros tejidos, difundiéndose en la medida de las resistencias que le ofrezca el mundo orgánico y desempeñando el papel de un verdugo microscópico persiguiendo y aniquilando poblaciones indefensas.


Infecciones fluídicas
Muchos arremeten contra sus adversarios, aun estando ligados a sus cuerpos terrestres, influyendo en su imaginación con formas mentales monstruosas y operando perturbaciones que podemos clasificar como infecciones fluídicas, que pueden determinar un colapso cerebral rayano en la locura. Existen muchos otros inmovilizados por las pasiones egoístas de uno u otro tenor, padeciendo un pesado monoideísmo junto a los encarnados, de cuya presencia son incapaces de alejarse. Otros, al igual que los ectoparásitos temporales, proceden a semejanza de los mosquitos y de los ácaros, absorbiendo las emanaciones vitales de los encarnados que armonizan con ellos en cualquier lugar; y existen muchos otros que como endoparásitos conscientes, después de informarse de los puntos vulnerables de sus víctimas, segregan sobre ellas determinados productos relacionados con el quimismo del espíritu, los que podemos denominar como simpatinas y aglutininas mentales, productos éstos que, en forma disimulada y oculta, modifican la esencia de sus pensamientos continuos a expresar desde las bases energéticas del tálamo, en el diencéfalo. Establecida esa operación de ajuste que los encarnados y los desencarnados, comprometidos por su envilecimiento mutuo, realizan con un evidente automatismo, similarmente al de los animales en su manifestación primitiva de las líneas de la Naturaleza, los verdugos comúnmente dominan las neuronas del hipotálamo, acentuando la misma primacía sobre el eje amielínico que lo liga a la corteza frontal, controlando las estaciones sensibles del centro coronario, donde se fijan para el gobierno de las excitaciones, produciendo en sus víctimas, cuando son contrariados en sus deseos, inhibición de funciones viscerales diversas, mediante la influencia mecánica sobre el simpático y el parasimpático. Tales maniobras, en procesos intrincados de vampirismo, manifiestan el estado de miedo o de guerra nerviosa en los seres de quienes se vengan, alterándoles la estructura psíquica u ocasionándoles perjuicios constantes a sus tejidos somáticos.

Parasitismo y reencarnación
En los hechos de ese orden, cuando la descomposición de la vestidura carnal no basta para consumar el rescate preciso, víctima y verdugo se equiparan en la misma gama de sentimientos y pensamientos cayendo, más allá de la sepultura, en dolorosos cuadros infernales, hasta que la Misericordia Divina, por sus agentes vigilantes, luego de un estudio minucioso de los crímenes cometidos y pesando agravantes y atenuantes, promueve la reencarnación de aquel Espíritu que, en primer lugar, es merecedor de tal recurso. Y estando en ejecución el proyecto de retorno del beneficiario, para regresar del Plano Espiritual al Plano Terrestre, la mujer, señalada por sus débitos, sufre la gravidez respectiva junto con el asedio de fuerzas oscuras que, en muchas ocasiones, se establecen en su órgano genésico en calidad de simbióticos que influencian al feto en gestación, estableciéndose, desde esa hora inicial de la nueva existencia, ligaciones fluídicas a través de los tejidos del cuerpo en formación, por las cuales la Entidad reencarnante, a partir de la infancia, continúa enlazada al compañero o a los compañeros desdichados que integran con ella todo un equipo de almas culpables en vías de reajuste. Se desarrolla entonces la niñez, crece, se reinstruye y retorna a la juventud con sus energías físicas padeciendo, sin embargo, la influencia constante de sus asediantes, hasta que –frecuentemente, por intermedio de uniones conyugales en que la prueba se cumple con amor o por circunstancias difíciles del destino–, les ofrezca un nuevo cuerpo en la Tierra para que, como hijos de su sangre y de su corazón, les devuelva en moneda de renuncia los bienes que les debe, desde un pasado remoto o cercano. En tales acontecimientos vamos a notar situaciones casi idénticas a las que son provocadas por los parásitos heteroxénicos, dado que, si los adversarios del Espíritu reencarnado son en mayor número actúan, muchos de ellos, similarmente a los tripanosomas, tomando a los hijos de sus víctimas y afines a ellos mismos, por anfitriones intermediarios de las formas-pensamientos deplorables, arrojándolas de su lado y alcanzando, seguidamente, la mente de los padres u anfitriones definitivos, para inocularles peligrosos fluidos sutiles con que atormentan a sus almas, muchas veces hasta el momento mismo de la muerte.