sábado, 21 de marzo de 2009

El Ojo De Horus 10°Parte "El Principio Femenino"


Philae - El Principio Femenino

Aprovechando el entorno de la Isla de Philae, dedicado desde tiempos inmemoriales al culto de Isis, la fuerza femenina gestora de la espiritualidad en la conciencia del hombre, veremos como la mujer ocupaba un lugar privilegiado en la jerárquica sociedad egipcia. El universo egipcio estaba basado en la pareja, lo masculino y lo femenino, iguales entre sí, responsable de generar el orden en medio del caos, de hacer cada vez más perfecto el mundo para luego mantenerlo eternamente.
Los sacerdotes de El Ojo de Horus enseñaron a su pueblo que el único Dios, el que está en todas partes, tiene una parte masculina, la sabiduría con la información absoluta y una parte femenina, la sustancia homogénea con el amor infinito.
En lo más alto de su ordenado mundo divino, Atum, como llamaban al único Dios, a la sabiduría infinita, cuando aun no había manifestado el universo, ya tenía una parte femenina llamada Nun, la sustancia virginal, la materia indiferenciada y homogénea, las aguas primigenias, el amor infinito. Atum y Nun, la pareja original que se encontraba en reposo activa su voluntad divina, terminando el equilibrio existente y al hacerlo, se transforman en Ptah y Sehkmet. El mismo único Dios, pero ahora con características distintas, pues su propia voluntad lo puso en movimiento. Ptah, la parte masculina del único Dios, emite información creadora y Sehkmet, la parte femenina, la gesta en su sustancia de amor manifestándose el fiat lux, la energía y la sustancia radiante en movimiento. Ptah y Sehkmet son el fuego multiplicador de todo lo creado. Ellos gestan a otras parejas de divinidades creadoras, las fuerzas fundamentales que llamaron Neters, extensiones de la primera causa en un universo divino. La acción de este fuego radiante sobre sí mismo, sobre la sustancia amniótica original, gesta a Tefnut, la húmeda evaporación y a Shu el aire en movimiento. Esta pareja de divinidades, Tefnut y Shu, el vapor y el aire en movimiento, ayudan a diferenciar el espíritu original, densificándolo, haciendo que se materialice con su accionar, gestando a una nueva pareja, Heb, la tierra, y Nuthj, el cielo. Así se crean los mundos diferenciados en el espacio, los reinos minerales en forma de soles y planetas, sistemas solares y galaxias. En este mundo divino, nacen otras dos parejas, Osiris e Isis, Seth y Nepthys. Estas dos parejas de fuerzas fundamentales enfrentadas, se encargan del proceso evolutivo de todas las formas materiales en el universo, para transmutarla nuevamente en espíritu.
Así, por la acción de las divinidades creadoras, la materia original se diferencia.
Innumerables combinaciones matemáticas, producen distintas estructuras vibratorias y sobre los planetas nace estacionario, el reino vegetal, y en movimiento, el reino animal. Luego, en otro acto creador, el único Dios gesta a su hijo, la conciencia del hombre, otra pareja, pero esta vez humana conformada por un hombre y una mujer con la capacidad de multiplicarse así mismos.
Al realizar este acto, Ptah y Sehkmet, la pareja que crea al universo, se transforma en Amon y Mut, el principio masculino y femenino del único Dios cuando crea al hombre. Los manifiesta a su imagen y semejanza, con la capacidad de crear en su mente, de modelar y construir. Les da el libre albedrío para que, al comprender los resultados de sus decisiones, se hagan sabios en un proceso evolutivo que toma muchas vidas.
La estructura egipcia del universo divino y humano estaba fundamentada en la pareja. Por todo esto, la mujer, con su amorosa presencia, jugaba un papel importantísimo en su sociedad. Desde la reina de Egipto que gesta al faraón, las sacerdotisas dedicadas al culto de Isis o Hathor hasta la humilde madre del más sencillo trabajador, eran respetadas y consideradas igual a los hombres.
La Isla de Philae estaba dedicada a Isis, la figura que como madre de Horus, simbolizaba a la maternidad. Isis tomaba en el corazón de los egipcios el mismo lugar que hoy tiene la Virgen María para los católicos. Después de miles de años, aun sobreviven cientos de sus esculturas, muchas la muestran dando su protección y amor materno a un Horus recién nacido, en una pose que cualquier católico identificaría con la madre de Jesús. La isla albergó las iniciadas y sacerdotisas dedicadas a su culto en una sociedad igualitaria. Cientos de mujeres llamadas Hemwet Neter, eran encargadas del entrenamiento musical, los cantos, bailes y el toque del sistro durante los rituales en todos los templos de Egipto. Isis es la personificación de la maternidad devota, la fidelidad y la delicadeza femenina. Isis suministra la sustancia, las emociones superiores, el éxtasis, la intuición que permiten con la acumulación de amor y verdad, la gestación de Horus, la conciencia inmortal y permanente. Isis es la fuerza que impulsa al hombre hacia la espiritualidad a través de todas sus reencarnaciones mientras abandona poco a poco su animalidad original y se transforma en un ser respetuoso, flexible, sabio, que nace a la conciencia permanente simbolizada por Horus, su hijo inmortal. Isis es la matriz de esta conciencia permanente. Ella gesta en el mundo interior de todo hombre las emociones superiores, logrando que eleve su frecuencia de vibración. Isis baja desde las dimensiones superiores hacia la conciencia, la inspiración que produce las ideas que dan lugar al arte. Isis impulsa a buscar y reconocer a Dios. Impulsa el camino hacia la espiritualidad conduciendo que cada hombre, libremente en su interior, pueda sentir la emoción superior de adorarlo, lo que lo lleva al éxtasis.
A esta fuerza maternal del universo fue dedicada la Isla de Philae, una isla de granito en el centro del Nilo, situada inmediatamente después de la primera catarata al norte de Nubia, en la frontera entre el reino egipcio y el reino Kushita. Philae quiere decir isla o montículo sobre las aguas que emergió en el tiempo de Ra. Este nombre sugiere el uso sagrado de este sitio desde una remota antigüedad. Durante miles de años, los hermosos templos allí ubicados sirvieron como punto multiplicador de la cultura, la religión y el arte egipcios hacia Nubia y Sudán. Las ruinas más antiguas se encuentran en su esquina SE. Allí existió un pequeño templo nubio orientado hacia la estrella Canopus y dedicado a una divinidad llamada Mandulis. El templo es destruido en alguna de las antiquísimas guerras egipcio-nubias y al lados de sus ruinas, los nubios construyen otro templo dedicado a Aresnuphis, así llamaban ellos a Osiris, el compañero de Isis.
Los egipcios toman control de la isla y construyen un primer templo dedicado a Isis. En el año 1.250 AC, Ramsés II dejó una estela en la que afirma haberlo reconstruido. El faraón Taharka hace lo mismo en el año 680 AC y 120 después, en el año 560 AC el faraón Amasis ordena tallar las figuras de su pílono. 300 años después, en la esquina Sur, Nektanebo construye un templete. En el año 250 AC los faraones ptolemaicos, herederos de Alejandro Magno, deciden reorientar 21º el eje del templo para enfocar nuevamente la estrella Canopus, que se había desplazado con el movimiento del sistema solar. Los templos estelares eran desarmados y vueltos a armar cada 300 o 400 años para reenfocar la estrella que estudiaban, pues el movimiento del sistema solar por la galaxia, la sacaba del marco de los pílonos. El templo debía haber sido movido en su totalidad para acomodarse al nuevo eje, pero en estos tiempos finales los intereses de los ptolomeos estaban más enfocados a Grecia y Macedonia por sus rivalidades con los otros reyes helenos entre los que Alejandro Magno dividió su imperio. Su situación en una isla hacía este trabajo aun más difícil. Por esto deciden construir un pequeño templo con un segundo pílono que enmarcara adecuadamente la bóveda celeste sin modificar el templo original.
Alejandría se había convertido en la capital de Egipto y el griego en su idioma oficial. En el año 31 A.C., Cleopatra VII fue derrotada en la batalla de Actium y con su suicidio, Egipto cayó en manos de Octavio, quien se convirtió en Augusto, el primer emperador romano. Los emperadores romanos construyeron en Philae otros templos. Trajano comenzó la construcción de un templete que nunca fue terminado. Sus estriados capiteles representan un haz de papiros sobre los que aun se encuentran unos cubos de piedra que no alcanzaron a ser tallados con la efigie de Hathor. Philae fue uno de los últimos sitios en todo Egipto, donde permanecieron sacerdotes dedicados al antiguo culto. Desde allí surgieron las sectas gnósticas que más tarde con nombres como Rosacruces, Masones e Illuminatis conservarían en secreto los conocimientos egipcios.
En el año 553 D.C. la isla, uno de los últimos bastiones del llamado paganismo egipcio, fue dedicada a San Stefan y a la Virgen María por decreto del emperador Justiniano. En el siglo XX, la Isla de Philae quedó sumergida por la represa de Assuan. Con fondos de la UNESCO, el templo y las otras construcciones sobre ella fueron desarmadas pieza por pieza y reconstruidas en la isla de Agliquia a la que se le dio la forma de la isla original. El templo fue orientado de manera similar a la que tenía originalmente. Norman Lockhill registró el eje del templo original a los 76.5º al SO con el objeto de enfocar los movimientos de la estrella Canopus sobre el polo sur, la misma hacia la que estaba orientada el templo de Edfu. Originalmente las dos torres del pílono enmarcaban a los 15º sobre el horizonte durante miles de noches a Canopus, la estrella polar del sur. Una nueva confirmación que todos los templos egipcios estaban orientados hacia una estrella o hacia el sol.
Al arribar desde el Nilo, se divisa la imponente construcción. Los dos pílonos que conforman el gran patio interior y la extensa columnata que forma el patio hipóstile que termina frente al Templete de Nectanelo. El gran patio exterior toma una forma trapezoidal por la disposición de una doble columnata formada por 32 columnas construidas en un ángulo que se abre hacia el templo produciendo una ilusión de mayor profundidad. Las columnas y un larguísimo muro que tiene a distancias regulares una serie de ventanas que dan al Nilo, forman un sombreado ambulatorio. Todas las columnas son distintas, como un cañaveral de papiros. Sus capiteles floreados, otrora con vivos colores, toman distintas formas.
Las mujeres se iniciaban como sacerdotisas en los templos dedicados al culto de las divinidades femeninas como Isis o Hathor. En ellos formaban a las responsables de la música y la danza que acompañaban los rituales en todos los templos de Egipto. Las mujeres dedicadas a la música las llamaban Shemayet. Podían también servir a las divinidades masculinas e inclusive convertirse en escribas. Pero era la mujer la encargada de tocar el sistro, cuyo sonido apaciguaba a las divinidades y permitía descansar a la mente del hombre. Las sacerdotisas dedicadas a Hathor, la divinidad que representa a la sexualidad femenina, el amor, la música, la danza, cuyos festivales eran de embriaguez, el origen de las fiestas dedicadas a Baco, cumplían otras funciones sociales. Ellas traían la fertilidad y enseñaban a los hombres que iban a contraer matrimonio las artes del amor para que aprendieran como complacer a su futura esposa.
Al Este, sobre la columnata del gran patio, se encuentra un pequeño templo dedicado a Imhotep, el sumo sacerdote que construyó la pirámide escalonada de Saqqara y dejó los planos y diseños de los templos de Denderah y Edfu.
En este primer pílono, como en la mayoría de los templos, aparece tallada la figura del faraón, en este caso Ptolomeo XII, que golpea con su vara de poder a los llamados nueve enemigos de Egipto. Era una especie de conjuro gráfico-simbólico que mantenía alejadas las fuerzas del caos y proclamaba la voluntad del faraón, el mediador entre el hombre y la divinidad de mantener el orden en Egipto y en todo el cosmos. El enfrentamiento de orden y caos son una muestra de la manera dual como los egipcios veían el universo. Así también el país tiene dos tierras, el largo valle del Nilo llamado Alto Egipto y el Delta en que se abre cuando llega al Mediterráneo, llamado el Bajo Egipto. El faraón unificaba esa dualidad. Portaba dos coronas para indicar su dominio sobre esas dos tierras.
Así también unía lo humano con lo divino, pues su cuerpo era considerado el molde que contenía el Ka real, un espíritu encargado de Egipto, que reencarnaba de faraón en faraón. Por esto el faraón, el más importante de todos los egipcios vivientes, representaba el nivel de conciencia alcanzado por su pueblo durante su reinado. Era como un Dios menor al ser siempre la reencarnación viviente del espíritu encargado por Dios para mantener organizado a Egipto. El nuevo pílono tiene dos mástiles donde ondeaban las banderas. Sus dos torres debieran ser simétricas, unidas por un pórtico. Sin embargo aquí, en Philae, la torre izquierda tiene una puerta que accede directamente a la Capilla de los Nacimientos. Posteriormente, en el período de dominación romana, un pórtico fue adosado al primer pílono. En esta capilla se celebraba el nacimiento de las divinidades y de sus hijos como Horus, la maternidad de Isis en las fechas en que Sirio, su personificación en el cielo reaparecía anunciando el año nuevo, el solsticio de verano y el desbordamiento del Nilo. La Capilla de los Nacimientos con sus columnas hathoricas reemplazó al templo principal como observatorio astronómico en los tiempos anteriores a que los romanos construyeran las columnatas que dan forma al patio trapezoidal.
Ninguna sociedad ha dado a las mujeres el valor que le dieron los egipcios. Su sociedad era igualitaria entre hombre y mujer. Esto era debido a su concepción filosófica de Dios. Las mujeres tenían los mismos derechos que los hombres a la propiedad de la tierra, a comprar y vender e inclusive a demandar acciones legales.
Sin embargo, nunca hubo ninguna mujer en la rama administrativa. Eran los hombres los encargados del mantenimiento del orden. Era el faraón el que gobernaba y eran hombres los oficiales que administraban el imperio.
Existe una leyenda que afirma que el derecho al trono era transmitido a través de la línea femenina, que era la princesa real, la heredera legal al trono y el hombre por ella escogido como marido, el que se convertía en el faraón reinante. Esto obligaría a que todo rey, sin importar que fuera el hijo de su predecesor, tuviera que legitimar su derecho al trono casándose con su hermana o su media hermana. Sin embargo, no existe una línea directa de herederas que confirme esta leyenda. Se sabe que los faraones eran polígamos y que las esposas principales de Tutmosis II, Amhenotep II y III no eran de familia real. La realidad es que los faraones de Egipto que se casaron con su hermana o media hermana lo hicieron en su afán de imitar a sus divinidades que como Isis y Osiris o Seth y Nephtys, eran hermanos naturales y al tiempo, esposos. Al casarse con su hermana o con su hija, el faraón se apartaba de sus súbditos que nunca se casaban así y se colocaba en el nivel de las divinidades, reafirmando su derecho divino a reinar.
Una mujer faraón no era una opción normal en Egipto. La faraona Hatsep Sut llega al trono como regente de su hijastro Tutmosis III, hijo de su esposo y medio hermano Tutmosis II con otra mujer.
Una vez en el poder, ella se viste como hombre y adopta el poder del faraón. Después de su reinado, su imagen como faraón fue sistemáticamente borrada de los registros para sacar de la memoria una mujer que se apoderó del trono de manera impropia. Sin embargo, sus ilustraciones como reina aun permanecen intactas.
En sólo cuatro ocasiones de los 300 reinados, las mujeres se convirtieron por poco tiempo en faraonas de Egipto por causas extraordinarias y como último recurso de sus familias para tratar de conservar el orden. La primera fue la reina Nitriket, quien reinó al final de la VI dinastía, en el comienzo del caos, que hoy es llamado el Primer Período Intermedio. La segunda fue Netfrusokh, en similar momento al final de la dinastía XII. La tercera fue Tausreb, quien reinó después del caos que causó Moisés con las diez plagas, al morir ahogado cruzando el Mar Rojo su esposo Seti II y la cuarta fue Cleopatra, al asesinar a su hermano antes de que Egipto se convirtiera en provincia romana, Todas tenían en común que eran las reinas de Egipto por su matrimonio con el faraón y que llegan al trono cuando éste muere por circunstancias extraordinarias. Los sacerdotes podían casarse, pero sólo se les permitía una sola mujer, mientras que el resto de los hombres, incluido el faraón, podían tener cuantas quisieran, a pesar de que la mayoría optaba por tener una sola.
En Egipto existía la separación legal en el caso de que el matrimonio fracasara. El hombre estaba obligado a devolver todas las propiedades y riquezas que la familia de su mujer había aportado como dote más una parte de las suyas para los hijos que hubieran tenido. Para ello sólo tenían que pronunciar ante testigos de las dos familias y del sacerdote del templo que les correspondía, la siguiente fórmula:” Yo me separo de ti como esposa, o esposo, y me alejo de ti para siempre, renuncio a mis derechos sobre ti, que la vida te de otro compañero, o compañera, en el lugar al que te quieras dirigir”.
Al cruzar el nuevo pílono se llega a lo que fue el Patio del Peristilo, ahora conformado por la fachada original del templo, el ambulatorio derecho con sus 10 columnas y en el lado izquierdo la nueva Capilla de los Nacimientos. En este patio se encuentra la estela con el cartucho de Ptolomeo y Cleopatra, que le sirvió a Champollion para descifrar el decreto contenido en hieroglifos, griego y demótico en la famosa piedra de Rosetta. El decreto obligaba a rendir culto a la persona del faraón- Como es interesante para entender los tiempos de los ptolomeos, cuando se restauró este templo, lo resumiremos a continuación:
“Se decreta que todos los templos en Egipto deben destinar en su interior, al lado de los santuarios de los dioses, uno que mantenga una imagen en oro del eterno Rey Ptolomeo, el amado de Ptah, el Dios Epifanio-Eukaristos, frente al cual debe colocarse la figura de la divinidad principal del templo entregándole el arma de la victoria. Todo debe ser manufacturado en el estilo egipcio y los sacerdotes con sus sagradas vestiduras. Deben prestarles adoración tres veces por día, realizar en su honor todos los rituales y en las festividades egipcias, cargarlo en las procesiones en igualdad con los otros dioses”.
Para los sacerdotes egipcios, el hombre es un animal hasta cuando puede controlar conscientemente las conductas automáticas generadas por el instinto. Las reacciones automáticas del instinto, permiten a los animales y al hombre ignorante, generar, mantener y defender la vida. La atracción hacia el sexo opuesto impulsa a generar la vida. Los deseos son un mecanismo de la naturaleza para indicar una carencia que se necesita suplir para mantener la vida. El miedo impulsa a huir o a agredir para defender la vida. Los iniciados aprendían que los instintos desbocados son una limitante para la realización espiritual superior.
La Escuela de Misterios tenía templos especializados para generar conciencia y producir el entrenamiento necesario para concientizar estas conductas. El instinto de agresión era controlado en templos como Kom Ombo. Allí se vencían los miedos a través de la comprensión que no hay nada que temer. Que la muerte es sólo un paso a otra vida. Se aprendía que el miedo sólo gasta la energía vital, la que se necesita para lograr la paz interior.
A templos como este, de Philae, dedicados a divinidades femeninas, acudían los iniciados en los primeros niveles para ser guiados por las sacerdotisas del templo para concientizar los deseos generados por su instinto de atracción. El deseo permite al hombre reconocer una necesidad o una atracción. Produce una reacción de agrado o rechazo en los centros emocionales, que a su vez conectan la mente a los sentimientos. Pero los sentimientos tienen polaridad, pueden ser de alegría o de tristeza, pueden producir satisfacción o insatisfacción. Por eso es tan importante comprender qué los genera para así aprender a controlar los de característica negativa. Los sentimientos negativos generan apatía, agotan la energía vital y esclavizan al hombre en las bajas frecuencias de vibración. Los egipcios creían que el camino evolutivo comienza con el control de los centros inferiores, al hacer conscientes las conductas automáticas. La manera egipcia para trascender las emociones, la lascivia y los deseo sexuales era reconociéndoles y experimentándolos. Un ser inexperto e inocente es fácilmente descontrolable, es vulnerable a las circunstancias que desconoce y puede caer fácilmente en la depresión. Por eso, la primera parte del entrenamiento de los sacerdotes, hombres y mujeres, impulsaba a reconocer sus deseos. Así aprendían que al activar a través del amor y la comprensión los centros inferiores y los sentimientos, el resultado para la mente es siempre de paz, armonía y felicidad.
El templo era considerado por los sacerdotes como un modelo del mundo en el momento inicial de la creación. En ese momento, Dios manifestó el universo, emergiendo un montículo de tierra de las aguas del caos, de manera similar a lo que sucedía cuando las aguas desbordadas del Nilo se replegaban todos los años, permitiendo que el Dios creador apareciera trayendo nueva vida al país.
El acceso a través de una escalinata, hace que el santuario se convierta en el montículo de la creación, donde Isis, la deidad de este templo, se manifestaba dentro de la estatua que la personificaba. Al ascender al interior, se llega a un pequeño patio rodeado de columnas ubicado en el centro del llamado Salón de la Vida, un salón hipóstile con altísimas columnas. El salón hipóstile frente a los espacios interiores del templo, representa el pantano en el montículo original de la creación donde crecen las plantas y papiros simbolizados por las columnas del templo. El espacio central, abierto, hacía las veces de Capilla Pura, donde las figuras simbólicas eran expuestas a la luz del sol, para que en un antiquísimo ritual renovaran su energía. Aquí se celebraba la bondad del sol por crear y sostener el mundo, para renovar de energía las fuerzas creadoras, las que impulsan en la conciencia del hombre el proceso evolutivo, que retornará la materia de vuelta a Dios. Los muros de este espacio están tallados para mostrar como entendieron el universo. También aquí vemos otras tallas de numerosas cruces cópticas, las marcas de la nueva filosofía, la que llegó a Egipto cuando Philae se convirtió en una iglesia católica. Una nueva manera de ver el mundo, que no sólo le quitó el sentido a la visión tradicional egipcia sino que la consideró aberrante y primitiva.
El Salón de la Vida, o Per Ankh, sirvió como un scriptorium donde se escribían, copiaban, editaban y almacenaban los textos sagrados. Allí se realizaban en papiros las ilustraciones maestras que debían tallarse en los muros del templo. También en estos Salones de la Vida en todos los templos de Egipto, se realizaron los papiros con las copias en del Libro de los Muertos utilizadas en sus ritos funerarios.
La Casa de la Vida era el centro de enseñanza del templo, teología, arte, rituales, magia, astronomía y medicina eran estudiados aquí. La librería con los textos almacenados sirvió como modelo para la Biblioteca de Alejandría. En este salón las sacerdotisas tocaron el arpa, se entonaron los cantos y crearon la música que acompañaba todos sus ritos religiosos. Los egipcios creían que la música tenía origen divino. Los muros de los templos nos muestran que utilizaban muchos instrumentos de percusión, tambores, flautas, tarbucas y los sistro fundamentales en los ritos funerarios y en las procesiones. Las danzas, la música y los cantos, estimulaban al creador para que la fertilidad no flaqueara y así evitar que el cosmos retornara al caos. Las sacerdotisas también se encargaban de cuidar a los enfermos que llegaban a los sanatorios del templo en busca de la ayuda y del conocimiento de los sacerdotes. La música era utilizada como instrumento de sanación espiritual y material y las notas musicales eran utilizadas como medida entre la tierra y los planetas. Al danzar, se adoraba a Dios, la fuerza del amor, la felicidad, el baile y la música. Inmediatamente después se accede al Salón de las Apariciones, que en este caso no es hipóstile, con el tradicional salón comunicado lateralmente con el exterior para recibir las ofrendas del pueblo.
Sus muros contienen escenas que, como en todos los templos de Egipto, no tienen ningún fondo. La interacción del faraón y las divinidades sucede fuera del tiempo y del espacio. El templo era el escenario donde se representaron de manera dinámica los distintos rituales, en medio del sonido musical de las voces e instrumentos, el recitar de las palabras rituales, el olor del incienso, en homenaje a la divinidad para lograr su apoyo en la continuidad del universo organizado.
Liturgias diarias y una serie de festivales cíclicos, donde las figuras simbólicas recreaban los mitos de los que formaban parte en rituales a través del espacio sagrado del templo con procesiones en barcas sagradas por el Nilo a otros templos. Las partes que conformaban el templo, eran sobre todo funcionales. Demostraban la manera como entendían el universo los sacerdotes egipcios. Allí, el ritual les daba poder, legitimaba el orden social de su civilización. El ritual generaba y organizaba ese orden social. Luego, se llegaba a la Cámara de las Ofrendas. En su lado izquierdo estaba el Salón de la Barca de Oro, utilizada para portar la imagen sagrada en las procesiones y festivales. Desde la antecámara, una larga escalera recta conducía a la azotea del templo donde se realizaron las ceremonias y los registros de los cielos, como en los otros templos de Egipto. Tallado en los muros de estas antecámaras, se encuentra el faraón Ptolomeo V, realizando ofrendas a Isis. Los otrora dorados muros, pues muchas partes estuvieron forradas con laminas de oro, han perdido casi todo el color original.
En el punto focal del templo, se encontraba el santuario de Isis que albergaba en su interior un altar de granito con la imagen en oro de la divinidad. Era la estatua de culto, que portada dentro de una Barca de Oro, salía en las procesiones y rituales. Isis, la virgen madre egipcia, que gesta a Horus de manera inmaculada, porta sobre su cabeza la forma de un trono, una silla simbólica sobre el chakra de la corona, sobre la que se sentará la conciencia permanente de todo hombre a reinar eternamente. Isis es la traducción griega del nombre egipcio Aseth que significa trono de la conciencia. Muchas veces es representada con un buitre sobre su cabeza sobre el que se apoyan unos cuernos de vaca que encierran un disco dorado. El buitre vuela dedicado por entero a sus crías, transforma en su interior las sustancias en descomposición convirtiéndolas en alimento, en nueva vida. La vaca que transforma la vegetación en alimento para el hombre fue para los egipcios el símbolo del principio nutritivo. Sus cuernos tienen la forma de la luna en creciente, la madre de los ciclos, encierran el disco solar, la fuente de la vida, la luz de la conciencia.
Este santuario simbolizaba el respeto que los egipcios tenían por la maternidad. Un respeto basado en la búsqueda del orden y del equilibrio. Legitimaba su visión del mundo. Aquí se encontraba el corazón del espacio de los rituales. La Casa de la Divinidad, donde el faraón o los más altos sacerdotes interactuaban con la deidad en representación de todos los hombres.
Las imágenes talladas de la deidad le permiten volver a vivir en la mente de todos los que actualmente la observan a hacer que participen simbólicamente en sus ritos y compartan sus ofrendas. Esta es la herencia que los antiguos egipcios han dejado a la conciencia de toda la humanidad. La visión de un universo dual. Un sitio donde experimentar los contrastes polares para comprender la neutralidad. Una escuela diseñada por Dios de manera perfecta para transformar en muchas reencarnaciones a un inocente en un sabio, a un animal en un superhombre, gracias a la experiencia adquirida con sus propias decisiones.

Asi terminamos con la escuela de misterio del Ojo de Horus, espero que lo hayan disfrutado y hayan aprendido tanto como yo.- dejen comentarios.

El Ojo De Horus 9°Parte "El portal"


Kom Ombo - El Portal a la Libertad

Los egipcios entendían que la realidad era manifestada por un único Dios a través de sus fuerzas fundamentales creadoras, las divinidades a las que llamaban Neters.
El mundo físico era dirigido por el faraón que representaba el nivel de conciencia alcanzado por el hombre durante su reinado. El faraón era la encarnación del Ka real, un mismo espíritu que evolucionaba reencarnando de faraón en faraón. Esto lo convertía en una divinidad intermedia entre el hombre y Dios, encargado de conservar y perfeccionar el orden en el mundo físico egipcio. Su universo espiritual era guiado por el Hierofante, el sumo sacerdote de La Escuela de Misterios de El Ojo de Horus, el primer servidor de Dios, Hem Neter Tepi, el Gran Vidente. Su símbolo era una serpiente con dos piernas y el disco solar en la cabeza. La imagen de la eternidad, la sabiduría y la regeneración física.
La organización sacerdotal bajo su cuidado se dividía en tres ramas. La primera se encargaba del conocimiento verificado. Era dirigida por el más sabio de los sacerdotes. La segunda rama se encargaba del arte y los rituales. La tercera rama era la encargada de la administración de los templos. Los sacerdotes del conocimiento eran los pedagogos encargados de preparar los herederos de su casta. Ellos transmitían las verdades heredadas desde los orígenes de La Escuela de Misterios, en la desaparecida civilización atlante. Verdades ya verificadas sobre el funcionamiento del universo. El conocimiento en el mundo egipcio era transmitido exclusivamente a los iniciados de La Escuela, que demostraban con pruebas y aptitudes ante la vida, que podrían recibir la sabiduría y no hacer mal uso de ella. La revelación es el verbo. Eran llamados Hrj Habet o sacerdotes del conocimiento. Ellos enseñaban el lenguaje simbólico, la escritura, las matemáticas, la astronomía y el control de las fuerzas fundamentales. A esta rama pertenecían los Kabirim, los medidores del cielo, que registraban en todos los templos la bóveda celeste, fijando a través de las estrellas, el momento exacto de los rituales diarios, de los festivales anuales, el cambio que anunciaba el final de una era y el comienzo de otra.
La segunda rama se encargaba de producir las obras de arte, del diseño arquitectónico y la construcción de los templos, de la dirección de los talleres donde los iniciados, ayudados por artesanos del pueblo, fundían las esculturas simbólicas. Estos sacerdotes creadores, diseñaban y supervisaban las tallas en los muros de los templos. Ellos enseñaban a trabajar el arte con la sabiduría del amor, a disfrutar del oficio, a dar siempre lo mejor de sí. Diseñaban los símbolos, la herramienta fundamental de los rituales, los objetos y figuras simbólicas y luego diseñaban lo que se debía hacer regularmente con ellos y en los momentos cósmicos, como los solsticios y equinoccios.
Diseñaban los rituales, lo que debía percibirse a través de las sensaciones en un recorrido espacial sin intervención de la razón. Las acciones necesarias para producir seguridad en el pueblo y generar una energía especial en los participantes. El ritual inducía a los sacerdotes de La Escuela de Misterios de El Ojo de Horus, de autoridad ante el pueblo, utilizando el control de lo intuitivo, de lo que percibía un ser humano sin importar su preparación o su nivel de conciencia. Diseñaron cuidadosamente qué percibían los participantes, los sonidos, las palabras, los olores asociados como el incienso, sus cabezas rapadas y sus blancos vestidos que denotaban limpieza, los collares de flores y las barcas doradas en las que cargaban los símbolos de su relación con Dios. Utilizaron el ritual para transmitirle al pueblo la jerarquía y el orden de la sociedad que organizaron, utilizando sencillas herramientas como la riqueza de los vestidos, su vistosidad, la ubicación de los participantes o su cantidad. El ritual renovaba la relación entre los poderes de la realidad. Arriba el único Dios, luego los Neters, los muertos, los sacerdotes, el faraón, su ejército y el pueblo. Los rituales acercaban al hombre a lo sagrado. Le inducían profundas emociones que impulsaban sus acciones de una manera suave.
La tercera rama administraba el día a día en todos los templos. Organizaban los cultivos, el recibo de los suministros, la preparación de las comidas, la limpieza de todos los recintos en una sociedad comunitaria. Utilizaban en su base un grupo de sacerdotes temporales llamados los Wab, los puros, hombres del pueblo que durante un mes al año servían en los templos haciendo las labores diarias menores para luego retornar a sus actividades habituales. Unos vivían en el campo, cultivando los terrenos cedidos por el templo, alrededor de sus muros exteriores y acudían al amanecer a realizar los ritos de purificación para entrar al templo y continuar con sus oficios del día. Otros, vivían en el pueblo alrededor del templo y trabajan el resto de su tiempo en la administración estatal. Carpinteros, obreros y albañiles, reparaban y ampliaban al templo siguiendo esta modalidad de trabajo temporal rotativo. Este sistema de rotación, permitía que muchos miembros de su sociedad participaran en los ritos y cultos desde el interior mismo del templo y hacían entender al pueblo que los trabajos comunales los beneficiaban a todos.
Las tres ramas convergían en los templos, los sitios donde se organizaba el orden, el Maat, la búsqueda del equilibrio armónico temporal. Allí el hombre se sumerge en el espacio sagrado orientado al cosmos, registrando su permanente movimiento. El templo era el instrumento para preservar el orden. No era un mundo creado para la salvación del alma. El espíritu se perfeccionaba, adquiría más información a través de la reencarnación al comprender los errores cometidos. El error era un instrumento de aprendizaje, no se necesitaba salvarse de él. El templo era el sitio donde se encontraban las dos fuerzas fundamentales, la fuerza del caos y la fuerza del orden. Allí se lograba el equilibrio necesario, la armonía que conduce al perfeccionamiento de todos los individuos de su sociedad.
Este concepto es claramente expresado en el Templo de Kom Ombo, dedicado simultáneamente a Sobek, la fuerza del caos, la que induce al error y a Horus, el símbolo de la conciencia permanente y la sabiduría.
En este templo los iniciados de La Escuela comenzaban su perfeccionamiento espiritual. Aquí llegaban a trascender el miedo y las conductas automáticas del instinto de defensa, a controlar el chakra raíz. En este templo les enseñaban la existencia de la ley de la naturaleza, unos códigos divinos que producen una reacción automática para defender la vida, necesarios cuando se está en la animalidad, pero que hay que controlar para acceder a los niveles superiores de comprensión. No se puede ser sabio teniendo una serie de conductas automáticas o reacciones agresivas descontroladas que le hacen daño a las relaciones que mantenemos con todo el mundo.
El primer nivel de comprensión terminaba cuando comprendían que la vida es eterna, que la muerte es una puerta en el proceso de reencarnaciones, cuando controlaban las reacciones automáticas de agredir para defender su vida. Lo demostraban al pasar vivos la prueba de la muerte, en el centro conceptual de los dos altares, como veremos en este programa, demostrando su audacia, seguridad y confianza ante la perfección de todo lo que sucede en el universo. El Templo de Kom Ombo estaba dedicado a dar gracias por la dualidad existente en le universo, que le permite al hombre equivocarse y experimentar con los resultados de sus decisiones para producir comprensión y perfeccionamiento espiritual. Por eso estaba dedicado a dos fuerzas opuestas, representadas por Sobek, la figura simbólica de un hombre con cabeza de cocodrilo y Horus, un hombre con cabeza de halcón. El ignorante y el sabio. El inocente y el que todo lo ha aprendido de tanto equivocarse a lo largo de 700 reencarnaciones. Situado sobre el Nilo a 48 Km. al Sur del Templo de Edfu, muy cerca de los 25º de latitud norte y a los 34º de longitud este, se encuentran las ruinas del templo ptolemaico de Kom Ombo, llamado antiguamente Pa Sobek, el dominio de Sobek. La fuerza simbólica representada por un cocodrilo. En este sitio no existe un gran complejo como en Edfu o en Denderah. El templo estaba protegido por altísimos muros y la población estaba alrededor de un fuerte del ejército imperial donde se entrenaban para la guerra a sus elefantes africanos. Allí, desde tiempos muy antiguos, a un lado del desaparecido fuerte, existió un templo dedicado a honrar la polaridad, la dualidad de todo en este mundo. Durante las dinastías ptolemaicas, el templo fue reconstruido y son sus ruinas las que llegan hasta nuestro tiempo. Kom Ombo estaba orientado 43,5º al SE, hacia la estrella Alfa Centauri, una estrella de la bóveda sur que anunciaba la salida del sol en el equinoccio de otoño.
El templo, dividido por toda la mitad, estaba dedicado por igual a Sobek y a Horus, los dos extremos del camino de perfeccionamiento. Sobek, al comienzo del camino, la ignorancia y la animalidad. Horus, al final del mismo, la conciencia permanente y el fin de la rueda de reencarnaciones. Al frente, un patio descubierto, conformado por las ruinas de las 16 columnas de un sombreado corredor cubierto. Hasta aquí podía entrar el pueblo. Un símbolo en las columnas lo autorizaba. El signo del ave sobre la media circunferencia, alabando al faraón. Al fondo se ve una de las torres que aun permanece del muro exterior. Tallados en sus muros vemos las dos figuras simbólicas enfrentadas y al faraón Ptolomeo V, el que ordenó la reconstrucción del templo.
La fachada principal tiene dos accesos simétricos, sobre el cual el decorado dintel muestra el doble disco alado rodeado de las serpientes que simbolizan la luz en medio de la dualidad. Un muro, a media altura, como el existente en Edfu y en Denderah, enlaza a 4 altísimas columnas. Una quinta columna divide las dos puertas. El pílono cerraba el patio descubierto permitiendo a sus visitantes vislumbrar la fachada interna desde las dos puertas simétricas.
El patio del peristilo era más pequeño que el del Templo de Edfu. En la sombra de sus desaparecidos corredores, se refugiaban del sol los iniciados de La Escuela de Misterios. En el lado derecho del templo, están los restos de lo que fue la pequeña capilla dedicada a Hathor. En su interior se conservan los restos momificados de algunos de los cocodrilos que eran mantenidos también en un laberinto de túneles llenos de agua bajo el templo. El cocodrilo es uno de los animales más duros y resistente. Su piel es muy densa, es como el metal de los animales. Los egipcios asociaban esta dureza al máximo estado de materialización, un nivel muy lejano de la espiritualidad. Allí comienza el espíritu su camino de liberación de las limitaciones materiales, a medida que va comprendiendo como funciona el universo. El cocodrilo simboliza la vida cuando sale de las aguas de la inconsciencia. Sale a buscar el aire que representa la conciencia. Los egipcios creían que con la primera respiración entra el espíritu al cuerpo en que se encarna. La larguísima columna vertebral del cocodrilo es un símbolo del eje de la vida en todo ser vivo. Aun la esfera del planeta tiene su columna vertebral sobre su eje de giro. Por allí se desplazan las fuerzas electromagnéticas que le dan vida y que forman un campo protector de las radiaciones solares ultravioletas alrededor del planeta, permitiendo el desarrollo de la vida y la evolución de la conciencia.
Sobek, el cocodrilo y Tuaret, la hipopótamo, representaban en sus mapas celestiales a las estrellas circumpolares, que situadas sobre el eje de giro del planeta, brillan fijas por miles de noches sobre los polos. Los dos animales se mantienen sumergidos en las aguas. Reinan en la oscuridad, saliendo ocasionalmente a la superficie en busca de aire para respirar. Las aguas representaban al caos que luego renueva la vida. Las aguas del Nilo, la columna vertebral de Egipto, al desbordarse periódicamente arrasa con todo para luego producir el crecimiento de la vegetación y de la fauna. El caos desordena las partes, permitiendo que luego se organicen por las armonías o afinidades entre ellas que las unen temporalmente.
Desorden, caos, orden, armonía, ritmos que se alternan. Esta fuerza de la naturaleza que desorganiza para renovar la vida, era reconocida con el nombre de Sobek, el hombre con cabeza de cocodrilo.
Sobek pertenece a la corte de Seth, el señor de la oscuridad, la fuerza que impulsa al hombre hacia el materialismo, la sensualidad, el que retrasa su camino evolutivo, el que siembra su vida de decisiones incorrectas para que aprenda con sus propios errores. Para los egipcios estas fuerzas no eran ni buenas ni malas, eran neutras. Fueron diseñadas por Dios para permitir el error y el sufrimiento que producen comprensiones en el hombre, llevándolo a la inmortalidad y a la conciencia permanente. El simétrico templo está dividido exactamente por la mitad. El lado derecho, hacia el este, está dedicado a Sobek. El lado izquierdo, hacia el oeste, a Horus. El comienzo y el final del camino evolutivo de la conciencia. Horus, el hombre con cabeza de halcón, sobre la que se posa un disco dorado, era el símbolo de la conciencia permanente, representa un hombre que todo lo ha aprendido en esta escala de la realidad, un ser inmortal ascendido en las jerarquías del universo. Se encuentra al final del camino de perfeccionamiento, cuando el hombre se convierte en un maestro ascendido, un iluminado que se dedicará a otras misiones en el universo.
El faraón Ptolomeo VI inició la reconstrucción del antiquísimo templo y su decoración interior fue terminada bajo Ptolomeo XII, cuando la civilización egipcia estaba desapareciendo.
Al cruzar la fachada de las cinco columnas con sus muros intercalados hasta media altura, se accede al salón común a Sobek y a Horus, llamado Casa de la Vida. Es un mundo simbólico, allí donde los iniciados recibían enseñanza y producían sus artes y escrituras, interactúan las dos fuerzas opuestas. Diez altísimas columnas con capiteles florales, sostenían él más alto techo del templo. Aquí los iniciados escucharon de sus maestros, que para avanzar en el camino espiritual se requiere construirse una voluntad inquebrantable. Hay que querer hacerlo de manera consciente.
Las primeras lecciones y ejercicios estaban destinados a lograr hombres de templanza. Una estricta disciplina era necesaria para estudiar, para controlar los miedos, para dominar las pasiones. Poder hacer y abstenerse, es doble poder. Un compromiso más allá de la muerte era establecido para mantener una discreción total, un silencio absoluto sobre las verdades reveladas. El principio hermético que garantizaba el acceso a la información sólo a los merecedores de ella, a los que le correspondía escucharla. Se les revelaba que cuando aun no existe la conciencia y el libre albedrío se necesitan los instintos, las conductas y reacciones automáticas. La ley de la naturaleza codifica esas reacciones en todos los animales para defender y generar la vida. Pero cuando se nace como un ser humano y se quiere abandonar la animalidad original, hay que tomar control y conciencia. Ceder a las fuerzas de la naturaleza es seguir la corriente colectiva, sólo se obtiene el conocimiento y se evoluciona individualmente.
En la penumbra de este salón, aparecían desde sus respectivos santuarios, relucientes, las figuras doradas de Sobek y Horus, a la vista de los iniciados para iniciar las procesiones en los festivales, en los solsticios y equinoccios.
La decoración de sus muros es ceremonial. El faraón es bendecido por Sehkmet y Horus del lado derecho, y por Isis y Thoth, del lado izquierdo. Otro mural similar existe del lado de Sobek, resaltando la igualdad de las divinidades, sin importar sus condiciones polares, de buenas o malas, luz u oscuridad. Las fuerzas opuestas existen para moldear la conciencia del hombre, para que aprenda con el resultado de sus propias decisiones. Inmediatamente después se llega a un espacio transversal donde se encuentra el Salón de las Purificaciones y el Salón de Almacenamiento de las ofrendas del lado de Horus.
Antes de la salida del sol, los sacerdotes se bañaban en las aguas del pozo del lago sagrado del templo, recibían el humo del incienso y mascaban natrón, una especie de sal, en un ritual diario de purificación. Los baños purificadores se repetían al mediodía y por la noche. Todos estaban circuncidados, una costumbre que luego adoptaron los judíos. Vestían siempre de lino blanco. No se les permitía usar vestidos que utilizaran pieles o partes de animales muertos, como el cuero o la lana. La excepción, era la piel de leopardo que utilizaban los altos sacerdotes, los Zem, sobre los hombros y el pelo trenzado a un lado de la cabeza como una marca de su condición. En el lado izquierdo del templo existe un profundo pozo con una escalera que se sumergía bajo el agua del Nilo. Allí, en este pozo, los sacerdotes realizaban sus purificaciones matinales. Una apertura superior permitía que el agua llenara un pequeño acueducto que mantenía con agua una pileta no muy profunda en el lado izquierdo del templo, donde los cocodrilos consagrados a Sobek repozaban. El pozo del agua servía también como nilómetro. Sus escalones servían para medir durante años los niveles del río y así predecir las inundaciones venideras.
En los muros de Kom Ombo quedaron los registros de los festivales anuales que se realizaban en todos los templos de Egipto. Las procesiones rituales que llevaban las figuras simbólicas por el río de un templo a otro, mientras el pueblo con collares de flores cantaba y bailaba.
A continuación encontramos el corredor de las escaleras que conducen a la azotea del templo. El esquema es igual al de los templos de Denderah y Edfu. Una escalera caracol a un lado y la recta escalera dentro del muro, en el otro. Desde allí se llega a la antecámara de los dos santuarios que tienen a cada lado un salón donde se guardaban las barcas de oro de Sobek y Horus, utilizadas por los sacerdotes para movilizar sus figuras simbólicas en las procesiones de los festivales. Aquí existe un bajorrelieve mural donde aparece Ptolomeo con su esposa Cleopatra, en la presencia de Horus y Sobek. En esta antecámara se consagraban las ofrendas del pueblo.
Consideraban que si no se retroalimentaba a Dios con estas ofrendas, su fuente de energía se agotaba, sobreviniendo el caos. Era una forma de agradecimiento por lo recibido y una forma de confianza por lo que vendrá. Diariamente llegaban al templo pan, cerveza, frutas, vegetales, miel, aceite, perfumes, velas, sal, natrón y telas de lino, que los sacerdotes recibían en el Salón de las Ofrendas y luego colocaban en la antecámara como una manera de agradecer a Dios por su abundancia.
El pueblo acudía con una parte de la producción de las tierras que explotaban, propiedad del templo, y el templo entregaba a cambio estabilidad, prosperidad, salud, gozo, vida y orden. El sumo sacerdote purificaba con incienso las canastas de alimentos y con el símbolo de la vida, el Ankh marcaba la transferencia de fuerza divina entre los alimentos y la fuente de la vida. Una vez consagradas las canastas con los alimentos, eran llevadas al exterior de la Casa de la Vida, al Patio de los Peristilos, donde se distribuía entre todos los habitantes del complejo religioso.
Y por fin, en lo más profundo del templo, se llega a los dos santuarios, donde se encontraban los tronos que albergaban las figuras que simbolizaban los dos extremos del camino de perfeccionamiento. Los rayos del sol, al amanecer, desterraban la oscuridad, permitiendo al sumo sacerdote del misticismo abrir las puertas del santuario y prender incienso en su interior. Rompía los sellos de óleo en las puertas del naos haciendo que el símbolo divino apareciera, para postrarse ante él y besar la tierra que lo sostiene. Afuera, en la penumbra del Salón de las Apariciones, los discípulos cantaban himnos religiosos y se ungían con mirra, aceites, linazas y canela comenzando la primera meditación del día. En el interior del templo, los asistentes del sumo sacerdote organizaban la arena del piso, barriendo las huellas de los pies, cerrando tras de sí las puertas, que desde el Salón de las Escaleras, conducía a la antecámara, hasta la siguiente mañana.
En el centro simbólico de las fuerzas opuestas, entre los dos santuarios, se encuentran los restos de un muro doble. En su interior quedaba un espacio secreto. Al lado derecho de este espacio se encontraba el Santuario de la Luz y al lado izquierdo el de la Oscuridad. Desde ninguno de los dos santuarios, a sus lados, se podía saber que existía este sitio en el centro de los muros. En este espacio mantenido lleno de agua hasta su parte superior, con acceso desde la azotea del templo, era donde los iniciados tenían que pasar la prueba de la muerte.
Durante meses, los iniciados recibieron información sobre los cuatro miedos básicos, el miedo a perder, el miedo a enfrentar, el miedo al abandono y el miedo a la muerte. Entendieron que el miedo produce una reacción psicosomática, una reacción neurohormonal automática. Esta reacción se manifiesta en un desasosiego, un aumento de la frecuencia cardíaca y de la respiración, se bloquea la razón y se produce un deseo de agredir o de huir. Todas reacciones automáticas descontroladas que producen una pérdida de la paz interior y de la energía vital.
Comprendieron que el miedo es producto de una mente que se sale del tiempo presente y se va al futuro, a un tiempo que no existe, para producir un suceso imaginario en el que se pierde algo o alguien o hay que enfrentar algo. Aprendieron a disciplinar la mente de manera voluntaria y consciente, dirigiéndola con pensamientos seleccionados. Aprendieron a conservarla siempre en el tiempo presente, el único en el que se puede decidir y actuar. Se entrenaron para mantener pensamientos de satisfacción, comprendieron que todo lo que sucede es perfecto y necesario para su propia evolución, que si les sucede es porque les corresponde. Así aprendieron a evitar los pensamientos negativos, a confiar en el universo, a mantenerse en paz y armonía. Hasta que sus maestros determinaban que era el momento de probar lo aprendido, lo ejercitado durante meses, se realizaba entonces una ceremonia individual en un salón descubierto en la azotea de este templo, frente a un rectángulo de oscura agua en el piso.
Al comenzar el día, después del baño de purificación, el discípulo y su maestro ascendían por la recta escalera hasta la azotea, llegando al descubierto Salón de las ceremonias frente a un rectángulo de agua en el piso. Su entrenamiento lo había preparado para ser cuidadoso y consciente en todas las situaciones desconocidas, una condición necesaria para sumergirse en el laberíntico canal, lleno de agua y encontrar una salida sin ahogarse. Había llegado la hora de demostrar su compromiso temerario, para llegar o morir. La duda ya no existía. Retroceder sería precipitarse en el abismo y abandonar el camino del sacerdocio. Con una bocanada de aire, el símbolo del espíritu y de la conciencia, se sumergían en una especie de túnel vertical con salientes como de laberinto, que estrechaban el paso. Con decisión, nadaban verticalmente hasta el fondo atravesando la apertura hacia el resplandor de luz. Se encontraban en un estrecho tanque, donde se veía la silueta recortada contra la luz del sol de un enorme cocodrilo. Se puede imaginar el miedo que puede producirse y el control que había que tomar sobre la mente para permanecer en calma y examinar a su alrededor. Sólo así podía ver que en el fondo del tanque había una puerta muy oscura. Convencido que era más prudente eludir los cocodrilos, con fuerza se introduciría en el estrecho túnel. Muchas brazadas y mientras el tiempo se le hacía eterno, llegaría a un tubo vertical. Arriba brillaba también el sol. Ya más tranquilo, llegaba a la superficie habiendo pasado la prueba con éxito. Pero algunos, presa del pánico o en un estado de arrojo irracional, habían emergido rápidamente al lado del cocodrilo, que era mantenido muy alimentado para evitar que atacara, para enterarse que habían fallado la prueba, que la salida no se encontraba pasando al lado de la bestia. Deberían someterse a más tiempo de meditación y entrenamiento, ejercicios respiratorios para volver a enfrentarse a esta ceremonia, esta vez, sabiendo que en el otro lado habría un cocodrilo esperándolo.
Después de los santuarios con el tanque central de prueba, sobre un segundo corredor perimetral, se encuentran 6 capillas, tres a cada lado de un espacio central con la escalera que conducía a la azotea del templo. En sus muros se encuentran bellísimas tallas de las divinidades y el faraón que siempre representa a toda la humanidad.
En este corredor perimetral, se encuentra la famosa escena donde el emperador Trajano se arrodilla ante Imhotep, el arquitecto de Saqqara, quien presenta una serie de instrumentos quirúrgicos, curetas, fórceps, sierras quirúrgicas y escalas farmacéuticas. Hasta aquí acudían los enfermos en busca de ayuda y tratamiento para sus males. Muchas de las figuras talladas presentan una muestra de su fervor, pues el roce de miles de manos sobre sus formas sagrados, gastaron la roca.
En este muro también se encuentra tallada una puerta simbólica que existe en la mente de todo ser humano. Comunica desde un punto central, neutro en la dualidad, con las dimensiones superiores. El camino que utilizó el iniciado entre los dos santuarios, para avanzar al siguiente nivel de su entrenamiento. Al lado izquierdo se encuentra Sobek, con una vara rematada por la figura de un león, el más perfecto de los animales y a la derecha, Horus, con un cuchillo con piernas humanas, símbolo del camino de sufrimiento y autocontrol de todo ser humano para llegar a la condición de maestro ascendido. Entre los dos, un cántico de alabanza, coronado por Maat, el símbolo del orden y del equilibrio entre las dos fuerzas opuestas, el materialismo sensual de Sobek y la espiritualidad consciente de Horus. Maat, el orden, sostiene el cielo y a su alrededor se encuentran las figuras repetidas sobre sí mismas, que simbolizan el movimiento de los cuatro vientos, el león, el halcón, el toro y la serpiente de muchas cabezas: las fuerzas del destino a que está sometido todo hombre. Curiosamente, esos mismos símbolos fueron utilizados posteriormente por los cristianos para representar a los cuatro evangelistas.
El diseño simbólico de este templo, dividido simétricamente entre la luz y la oscuridad, donde los iniciados demostraban el control de su miedo a la muerte, al atravesar por un punto centro, neutro, en medio de la polaridad, deja muchas enseñanzas. Nos muestra que la realidad es el producto de nuestros pensamientos, que el control consciente de los instintos automáticos y la permanencia en el presente, son la puerta de entrada a los niveles de mayor armonía, paz y felicidad.

El Ojo De Horus 8°Parte "El Camino de la Comprensión"


Edfu-El Camino de la Comprensión

La civilización egipcia, guiada por los sacerdotes de la Escuela de Misterios de El Ojo de Horus, se basó en una creencia fundamental, que el hombre encarna repetidamente para vivir un proceso de perfeccionamiento que lo conduce de su animalidad original a la sabiduría y la inmortalidad. Ese camino evolutivo tiene siete fases, siete niveles determinados por la sabiduría que lleva acumulada, por la frecuencia en que vibra y por la cantidad de energía vital que puede procesar. La sabiduría alcanzada, resultado de las verdades que ha comprobado en cada vida, le permite estar cada vez más tiempo en un estado de paz interior, con lo que aumenta, poco a poco, su frecuencia de vibración. En forma correspondiente, va aumentando la cantidad de energía vital que puede procesar y distribuir en su sistema neuronal. Cada vez utiliza un chakra más alto de los siete ubicados sobre su columna vertebral para captarla y su aura o campo electromagnético personal, va creciendo en consonancia. Las circunstancias que el hombre experimenta, los procesos que debe vivir con el objeto de evolucionar, de adquirir sabiduría, fueron diseñadas por Dios de una manera perfecta. Los egipcios creían que la energía que fluye de Dios y que se manifiesta de distintas maneras, determina los procesos a que es sometido cada espíritu. El universo sería como una fábrica de conciencias sometidas a una serie de procesos lineales.
El hombre se encarna sobre la tierra que gira alrededor de una fuente radiante, el sol. De allí recibe su primera energía. El sistema solar gira a su vez alrededor del sol central de la galaxia, otra fuente radiante de energía. Ellos se encontraron que durante este giro que tarda 25.920 años, al que llamaron el año cósmico, el sistema solar recibe la energía de una serie distinta de astros radiantes que producen distintos campos de fuerza. Dividieron ese recorrido en doce sectores, doce fuerzas fundamentales que recibe el planeta durante los 2.160 años que tarda en atravesarlos. Cada fuerza impulsa distintos procesos y circunstancias que el hombre debe vivir. Son parte de la línea de ensamblaje de las conciencias. A estas energías de los cielos las llamaron Neters. A cada una de las que iban identificando le dieron un nombre y una figura simbólica. Así podían reconocer sus características, presentarle sus ofrendas y respetos. Por todo esto, su civilización estaba orientada hacia los cielos y sus procesos colectivos determinados por los astros. Los sacerdotes sabían que entre más tiempo se recibiera la energía de uno de los fuegos del cielo, de una de las estrellas o constelaciones más importantes era para el hombre. Por eso a las estrellas que se sitúan sobre el eje de giro del planeta, a las estrellas polares que permanecen fijas en el mismo punto durante miles de noches, les tuvieron una consideración especial.
Además, en una época en que la noche era como la muerte, el pueblo al encontrar que estas estrellas aparecían siempre en el mismo sitio, sin moverse por la bóveda celeste, las convirtió en el poder que reina en la oscuridad, fuerzas nefastas que traían la muerte y las desgracias. A esta serie de fuerzas que impulsaban los procesos y eventos más difíciles de vida, las comandaba una figura simbólica que llamaron Seth, la raíz del satán moderno. Seth, el señor de la oscuridad, el poder que retrasa el avance del hombre, el que lo sumerge en las pasiones animales, logrando que permanezca detenido en la ignorancia, cumplía una función Importantísima en el universo egipcio. Impulsaba al hombre a cometer errores, inducía conductas agresivas, irrespetuosas, que sólo producían dolor, sufrimiento, angustia y miedo. Los resultados de estas conductas equivocadas agobiaban al hombre, saturándolo de sufrimiento, impulsándolo a buscar el camino de la paz y la felicidad. Comprendía que con sus actuaciones agresivas hacia los demás, sólo se estaba haciendo daños a sí mismo. Entonces, cambiaba y la fuerza de la luz iluminaba su conciencia. A las fuerzas que impulsaban al hombre a cambiar, avanzar hacia la cordialidad, la paz y la comprensión, las comandaba otra figura simbólica a la que llamaron Osiris. Osiris, es el señor de luz, el poder que impulsa el avance del hombre hacia la espiritualidad y la vibración en amor a través de muchas vidas y circunstancias difíciles. En el universo de contrastes, de polos opuestos, se enfrentan Seth y Osiris, las fuerzas de la oscuridad y la luz para modelar la conciencia del hombre y llevarlo a comprender la importancia de la neutralidad. La neutralidad no genera una fuerza opuesta que hace perder energía. La neutralidad es la base de la superconductividad, un principio físico que hasta ahora estamos descubriendo. La neutralidad implica respeto por los demás. Implica tener la conciencia para no intervenir e impedir sus procesos de destino, las circunstancias difíciles que necesita vivir para aprender. La neutralidad implica comprensión sobre como funciona el universo, aceptación de que todo lo que sucede es perfecto y tiene un propósito de amor porque es diseñado por Dios que es amor. A la neutralidad llega el ser humano al final de su rueda de encarnaciones, en el momento que ha verificado en carne propia todas las verdades del universo, cuando renace en el espíritu y llega a la iluminación. Este momento es simbolizado por Horus, un halcón dorado que todo lo ve, todo lo sabe, que vuela sobre los contrastes y limitaciones materiales del universo gracias a que no produce resistencia.
Horus, es el símbolo de la conciencia permanente, inmortal, de un ser respetuoso en equilibrio, capaz de acceder a todos sus poderes y a la paz eterna. Este momento de equilibrio es experimentado en el planeta cuatro días al año, los días del equinoccio de invierno y verano, cuando el día tiene la misma duración que la noche.
En Edfu construyeron un templo para festejar el nacimiento de Horus, honrar y estudiar el momento final del camino evolutivo con su eje y sus pórticos orientados hacia el punto en el horizonte por donde salía el sol, en el equinoccio de verano.
Casi todos los complejos religiosos egipcios, albergaban en su interior dos templos, dos observatorios astronómicos, uno solar y otro estelar con sus ejes y pórticos orientados a 90º el uno del otro. Esto permitía enmarcar simultáneamente la estrella que personificaba a la fuerza fundamental que se honraba en el templo y la fuente radiante más cercana al hombre, el sol, en los días en que definían los cambios climáticos, las estaciones, los puntos en que cambiaba el medio ambiente de todos los seres sobre la tierra. En algunos casos, como en Denderah y Edfu un mismo templo enmarcaba con sus pórticos una brillante estrella que anunciaba la salida del sol, por ese mismo sitio, un poco más tarde. Edfu y Denderah, son dos templos hermanos. Dos observatorios que se complementaban para registrar precisamente la bóveda de los cielos sobre el polo norte y el polo sur del planeta. Las estrellas polares eran un punto de referencia para registrar cualquier variación en la inclinación del eje de la tierra con relación al sol. Este ángulo, es el que produce las estaciones, los solsticios y los equinoccios, el clima sobre el planeta. El estudio y registro de estas estrellas fijas, su relación con el sol y las otras estrellas era muy importante, pues cualquier variación en su movimiento habitual preconizaba grandes cambios en la vida del hombre. Eran las estrellas nefastas, las de los grandes cambios. Los ubicaron a una precisa distancia para producir una diferencia de 1º exacto sobre la latitud norte del planeta. Denderah está sobre los 26º y Edfu sobre los 25º de latitud al norte del ecuador de la tierra. Esta relación permitía registrar fácilmente el movimiento del sistema solar por la galaxia, lo que era trascendental para los sacerdotes, pues determinaba el paso por las distintas constelaciones, por las energías fundamentales que impulsan el camino evolutivo del hombre. Los cambios de era, el paso de una constelación zodiacal a otra, determinó las etapas en que los sacerdotes revelaron los misterios del universo a su pueblo, cambiaron la localización de su capital imperial y hasta los nombres de sus faraones. Todos los templos que construyeron enmarcaban en sus pórticos un sector del cielo, por donde se movía uno de los Masarots, los fuegos del firmamento, permitiéndoles registrar fácilmente sus movimientos.
El Templo de Horus, en Edfu, estaba orientado hacia el polo sur, enmarcaba a la estrella Canopus, mientras que el Templo de Hathor, en Denderah, enfocaba sobre el polo norte a la estrella Alfa Draconis.
El Templo de Horus en Edfu festejaba su nacimiento en el equinoccio de verano, tres meses más tarde, el Templo de Hathor en Denderah, festejaba la renovación de la vida, la fertilidad que producía la inundación del Nilo el día del solsticio de verano. El templo secundario de Isis en Denderah enmarcaba las noches sobre el horizonte a la estrella Sirio, su personificación en el cielo, que con su reaparición anunciaba el desbordamiento del Nilo y al amanecer la salida del sol, el día del solsticio de verano. Ese día, la inundación traía consigo, el fin del año solar egipcio, celebrándose en Denderah las fiestas del año nuevo en honor a Hathor, la fuerza que renueva la vida y a Isis que traía el agua, el sustento de Egipto.
Tres meses más tarde, el Templo de Nephtys en Edfu, del que sólo se conservan los cimientos, enmarcaba el punto sobre el horizonte por donde aparecía la estrella Procyon, la que marcaba el tiempo de siembra y al amanecer, la salida del sol el día del equinoccio de invierno. Los astros determinaban cuando subía el río, cuando sembrar y cuando cosechar, determinaban el calendario de Egipto.
Como los dos templos, las dos estrellas tiene también una estrecha relación. Sirio pertenece a la Constelación de Canis Mayor y Procyon a Canis Menor. Las dos son estrellas hermanas, como Isis y Nephtys, las compañeras de Osiris y de Seth, el señor de la oscuridad. En la mitología griega son consideradas los canes de Orion, el Osiris egipcio, pues lo siguen por los cielos, de ahí el nombre de sus constelaciones. En esas fechas se realizaban procesiones que unían los dos templos. El 21 de junio, el solsticio de verano, se festejaba en Denderah bajando de su azotea el fuego nuevo para todo Egipto, la marca del año nuevo. El 21 de septiembre, en el equinoccio de invierno, se festejaba en Edfu, la concepción de Horus y el 21 de abril, en el equinoccio de verano, su nacimiento. Hasta allí acudía la Barca de Oro con la figura de Hathor que por el Nilo venía desde Denderah. Esta ceremonia era llamada el Festival del Bello Encuentro, cuando Hathor la fuerza de la vida, festejaba en Edfu la culminación del proceso que ella había puesto en marcha.
Las estrellas y los soles viajan de un horizonte al otro por el cielo en barcos simbólicos. Las figuras que representaban a estas estrellas, como Hathor o Isis, eran paseadas dentro de Barcas de Oro en las procesiones que las llevaban por el Nilo de un templo al otro.
El antiquísimo templo dedicado a Horus, en Edfu llamado Apolinópolis Magna por los griegos, comenzó a ser reconstruido en el año 237 AC durante el reinado del faraón Ptolomeo III, uno de los reyes macedonios que gobernó a Egipto como heredero de Alejandro Magno. La obra duró 180 años, terminándose en el año 57 AC, durante el reinado de Ptolomeo XII, el padre de Cleopatra, la última faraona antes de que Egipto se convirtiera en una provincia romana. Las escenas en sus muros, muestran a estos reyes extranjeros, rindiendo culto a los dioses egipcios, una manera para recibir igual que éstos, el culto del pueblo y legitimizar así su poder. El pueblo de Edfu ha ocupado los terrenos que antes eran exclusivos del complejo religioso. Sus muros exteriores de protección desaparecieron hace mucho tiempo. La mayoría de sus construcciones fueron destruidas. Aun permanece intacto el templo principal dedicado a Horus, el halcón dorado, reconstruido por los Ptolomeos, paralelo al Nilo, en el mismo sitio donde un templo más antiguo había existido.
Los templos en Egipto, orientados hacia una estrella en particular, sólo eran útiles por aproximadamente 300 años, debido a que el movimiento del sistema solar alrededor de la galaxia sacaba de foco a la estrella objeto de registro.
Esta razón determinaba que había que desbaratar el templo totalmente y volverlo a armar con su eje corrido aproximadamente 4º.Es Por esto se encuentran marcadas por faraones anteriores en los cimientos de los nuevos templos. Era como girar el telescopio. El caso de los templos solares es distinto, pues el ángulo entre el ecuador de la tierra y la eclíptica por donde se mueve el sol cambia solamente 1º cada 7000 años. Los templos solares, enfocados al punto en el horizonte por donde sale el sol en una fecha especial servían por miles de años. El eje del templo está orientado hacia los 86,5º SO. Allí, a los 26º sobre el horizonte, se situaba todas las noches prácticamente sobre el polo sur la estrella Canopus, la segunda más brillante de los cielos después de Sirio. Canopus, Alfa Carinae, situada a 74 años luz de la tierra, es la estrella más brillante de la Constelación de Carina, antes conocida como Argo Navis, la quilla de la nave de Argus, en la que Jasón y los argonautas se embarcaron para encontrar el Vellocino de Oro.
El pílono o fachada del templo enmarca con sus dos grandes torres a la estrella del polo sur. Cada torre es un espejo exacto de la otra, aun en las inscripciones y bajorrelieves de sus muros. Simbolizan la existencia de la simetría en un universo asimétrico que permite el movimiento. En el frente, la figura del faraón esgrime una vara de poder, con un gesto amenazador hacia los enemigos de Egipto en un símbolo recurrente desde la antiquísima paleta de Narmel. Sobre el dintel, el disco alado con las dos serpientes. Las dos torres producen la imagen en los hieroglifos de un horizonte entre montañas que enmarcan al sol. El pílono de 35 m de alto, la altura de un edifico de 10 pisos, soportaba 4 altísimos mástiles, en cuyas puntas ondeaban al viento larguísimas banderas de brillantes colores.
Al atravesar el pórtico por el eje del templo, se llega a un patio abierto conformado en sus lados por un peristilo, un corredor sombreado por una pequeña cubierta soportada por 32 columnas con capiteles florales de distintos estilos y variadas formas. La fachada interior del pílono, la que da hacia el patio interior, las figuras talladas están también dispuestas simétricamente como en un espejo, sólo cambian los tocados simbólicos sobre sus cabezas.
El muro de cerramiento, totalmente decorado, y la columnata le dan una forma perfectamente simétrica al patio exterior. El equilibrio del conjunto llena de armonía al espacio, donde los iniciados recibían sus lecciones. Las distintas escenas talladas en bajorrelieve, explican el proceso evolutivo del hombre, su relación con las fuerzas de los cielos.
En los tiempos de La Escuela de Misterios, existía en este patio un bello jardín, donde los iniciados realizaban ejercicios para verificar en carne propia las informaciones suministradas por sus maestros. Aquí recibieron conocimientos correspondientes con el nivel de su conciencia. Trabajaron bajo la dirección del maestro del misticismo, dedicados al objetivo principal de este templo, comprender la importancia de la neutralidad en un mundo bipolar.
Probaron que podían llevar su conciencia individual hacia la conciencia universal. Entendieron la necesidad de un universo de contrastes que produjera vivencias, situaciones y procesos ante los cuales se puede decidir libremente. Cada vida permite experimentar un sitio distinto, una familia distinta, diferentes condiciones de salud y riqueza, se enfrenta distintas situaciones en las que puede cometer distintos errores. Seth es derrotado en la conciencia del hombre gracias a los errores que éste cometió a lo largo de muchas reencarnaciones. La comparación de los resultados obtenidos con sus actuaciones, son los que producen comprensión, luz en la mente. Experimentaron el principio vital de otros seres. Entendieron que realmente sólo existe una gran conciencia en el universo. Lo verificaron frente a una de las palmas del jardín del peristilo, cuando se concentraron en ella hasta sentir en sus hojas el viento. Descubrieron que, entregándose totalmente, se realiza una fusión con el aparente exterior. El tiempo deja de existir y su conciencia y la de la planta se funden en una sola, ocupan el mismo espacio. El maestro les enseñó que toda concentración comienza como un ejercicio intelectual, dirigiendo la atención hacia la planta, trayendo hacia la mente todo lo que se sabe de ésta. La razón aclara la mente, ordena, evalúa, compara, analiza, hasta definir las características que convierte un ser en planta. Encontraron que una vez que se sabe todo sobre el objeto de la concentración, el trabajo intelectual cesa. En ese momento pasaban a la segunda fase de la concentración. Usaron la intuición y todos los sentidos como una forma de percepción para sentir todo lo que la palma es, palparon su forma, observaron su color, su olor, su sabor, escucharon su sonido interno. En una última fase, realizaron ejercicios de concentración espiritual. Ya no pensaban en la palma. Ya no sentían como era, sino que en la conciencia el hombre se convierte en palma y logra experimentar un estado distinto de ser al suyo habitual. En ese estado, el ego desaparece y el iniciado se encontraba con su yo superior. El tiempo desaparecía. El silencio expandía la conciencia. Los brazos se transformaban en ramas y una paz interior inundaba la nada. En este patio, pudieron así aumentar su energía vital, su frecuencia de vibración, reunidos con otros compañeros que tenían un nivel de conciencia similar. Se encontraban en un lugar parecido en el camino de las reencarnaciones.
La fachada interior del patio hacia el templo, es muy parecida a la principal de templo de Denderah. La planta y el diseño general son muy parecidos. Ambos templos fueron reconstruidos siguiendo los planos realizados por Imhotep, el arquitecto que construyó la pirámide escalonada de Saqqara.
El muro entre las columnas, filtra la luz, permitiendo que sólo un poco entre al templo por su parte superior abierta, facilitando la penumbra interior para observar las estrellas. Dos grandes estatuas de Horus como halcón con la doble corona de Egipto, enmarcaban la entrada al salón hipóstile, al llamado Salón de la Vida. Hoy sólo queda una de las estatuas de granito negro. Al entrar al gran salón que los Egipcios llamaban la Casa de la Vida, se siente un cambio de temperatura inmediato, una paz se respira en el ambiente. Doce impresionantes columnas soportan un alto cielorraso que nunca alcanzó a ser decorado. Al recorrer este salón utilizado en el trabajo diario por los iniciados del templo, las altísimas columnas con sus hermosos capiteles producen una sensación de equilibrio, de permanencia. También, como en Denderah, este salón tiene una pequeña capilla para guardar los papiros en los que trabajaban los escribas y los que se necesitaban para las lecciones con los discípulos del templo. Los egipcios llamaron Khabit, o el tiempo de la sombra oscura, al primer nivel del camino evolutivo, cuando el hombre es prácticamente un animal, un desalmado sin sentimientos, sujeto de pasiones descontroladas y de las reacciones automáticas de sus instintos. Sus actuaciones de ira, odio, instintos desbocados, le producen resultados insatisfactorios: angustia, sufrimiento, soledad e infelicidad. Después de muchas vidas se satura de sufrir y comprende que al hacerle daño a los demás, sólo produce su propia infelicidad.
En ese momento su espíritu renace en el segundo nivel de conciencia, llamado el Ba, o el tiempo de la sombra clara. Allí descubre los sentimientos, aprende a querer. Sin embargo, no controla sus emociones, se encuentra todavía en el infierno de la vida.
Al ascender al tercer nivel, llamado el tiempo del corazón que respira, el péndulo lo lleva al extremo opuesto. Se transforma en un ser bueno que vive preocupado por los demás, tratando de resolver sus problemas y de evitarles las situaciones dolorosa de la vida. Tampoco puede ser feliz, pues su paz depende de otras personas. Sin embargo, no las respeta, quiere cambiar la vida de los demás a cómo el cree que deberían vivirla. Esta actitud lo lleva a enfrentar su sistema de creencias con el de los demás, pues no respeta las decisiones que éstos toman y cuando le suceden situaciones difíciles para que aprenda, las considera injustas, pues se ve a sí mismo como un ser bueno que sólo vive por los demás. Al cruzar la puerta del fondo se llega al Salón de las Apariciones llamado así porque en él aparecía, desde la penumbra de su santuario, la brillante estatua de Horus, dentro de su Barca de Oro, para salir a las procesiones y ceremonias. La estrecha relación de El Templo de Horus con el de Hathor en Denderah, es resaltada en la decoración de las columnas, que tienen la figura de la diosa en sus capiteles. Al lado izquierdo está el salón de recibo de las ofrendas del pueblo con su puerta al exterior y el salón donde se almacenaban y preparaba el incienso. Al lado derecho, está el Salón de las Purificaciones, utilizado por los sacerdotes en sus rituales diarios de limpieza, con su puerta para salir al lago y al pozo del templo.
Los sacerdotes escogían a sus discípulos entre los seres que manifestaban mayor respeto por los demás, mayor sensibilidad, los que demostraban tener mínimo un tercer nivel de conciencia. Les suministraban información y la manera de verificarla personalmente. Los guiaban para que aprendieran a elevar su nivel de vibración. El trabajo comenzaba por el control de los instintos, el miedo a la muerte, el instinto de defensa y agresión. Se les sometía a situaciones de peligro extremo. Aprendían a confiar en los demás.
Años después, el trabajo era controlar las emociones, los deseos y los placeres, comprender que su cuerpo es igual que el universo sólo que en otra escala. Para eso, pasaban por templos como el de Kom Ombo, Philae, Bei El Bahri y Luxor.
Así llegaban al cuarto nivel de conciencia, al tiempo que llamaban Sekhem, donde con otros seres nacidos en ese nivel eran dirigidos por el maestro de las medidas. Él les enseñaba cómo el nombre y el número determinan la forma de todo lo que existe.
En templos como el de Denderah, se transformaban en Kabirim, los que registran los cielos, aprendiendo como los ciclos de los astros afectan al hombre, las fuerzas fundamentales, las frecuencias vibracionales. de Phi, de la proporción áurea y de La Flor de la Vida. Después del Salón de las apariciones se llega al corredor de las escaleras, que tienen un esquema exactamente igual al de Denderah, una escalera caracol, a la derecha y una larguísima escalera recta dentro del muro de cerramiento que conduce a la azotea. Por la escalera de caracol ascendía la procesión con la Barca de Horus hasta la azotea del templo a esperar la aparición del sol los días del equinoccio y por la escalera recta, bajaba. Durante miles de años registraron en las noches los movimientos de Canopus, la estrella sobre el polo. Vibraron con la energía especial de los equinoccios cuando asistieron a la ceremonia que en la terraza del templo festejaban la llegada de todo ser humano a la neutralidad. De este salón en adelante, ya no podían entrar los discípulos, sólo los sacerdotes de Horus atravesaban el corredor exterior para llegar a la antecámara y al Salón de la Barca de Oro, donde guardaban el santuario portátil utilizado en las procesiones. Una reproducción moderna se encuentra en esta otra capilla, pero nos da una idea muy cercana del tamaño y de la forma originalmente utilizada.
La antecámara de las ofrendas también comunica con la llamada Capilla Pura. Un espacio abierto donde las figuras simbólicas de las fuerzas fundamentales del universo eran expuestas a los rayos del sol para que renovaran su energía.
Los muros del templo están llenos de bajorrelieves utilizados para explicar los misterios del universo, la razón de la reencarnación la manera de llegar al final del camino y convertirse en superhombre. En este mural, el faraón Ptolomeo IV, rodeado por un sicomoro, el árbol de la vida, otro símbolo de Hathor, recibe de Horus, la palma con el listado de su destino, las lecciones que deben vivir en muchas reencarnaciones para llegar a la iluminación. Al otro lado, la figura de Nekhbet, le entrega el destino inmediato, el que debe vivir en esta vida como faraón.
La civilización egipcia estaba fundamentada en la reencarnación, como proceso de adquisición y verificación en carne propia, de las verdades del universo. El espíritu del hombre encarna para aprender con los resultados de sus decisiones, transformándose poco a poco en un ser flexible, sabio, hasta que ya no tiene nada más que aprender en esta escala del universo y se ilumina.
Desde la claridad exterior hasta la penumbra del sanctasanctorum, el nivel de los pisos va ascendiendo, para permitir que desde allí, el sacerdote pudiera observar el cielo enmarcado en los pórticos, sobre las cabezas de los discípulos participantes en las ceremonias. El santuario es un volumen independiente dentro del edificio del templo envuelto por sus espacios. En lo alto, los rayos del sol entran por unas claraboyas del techo iluminando los otrora coloreados muros.
En lo más profundo y oscuro del templo se llega al santuario donde se encontraba el naos, la capilla de granito que contuvo la figura simbólica de Horus, el símbolo del renacimiento espiritual, de la maestría, del momento en que el hombre se convierte en superhombre. Este momento es representado por el nacimiento de Horus. Aquí, rodeando el santuario, se encuentran escenas talladas que hacen referencia al momento de la iluminación. La comprensión, lleva el péndulo hacia el centro transformando al hombre en un ser justo, respetuoso, que acepta que todas las situaciones son perfectas, aun las más difíciles y dolorosas, pues producen comprensión en quien las vive. El malo, se convierte en bueno; el bueno, en justo y por último el justo en sabio.
En ese momento llega la iluminación representada por Horus, cuando se renace desde el espíritu, al terminar la rueda de reencarnaciones en esta escala del universo para continuar el camino de perfeccionamiento en una jerarquía más alta. El hombre que nace en la carne, renace en el espíritu. Así termina su transformación desde su animalidad original a la espiritualidad eterna, desde su conciencia temporal a la conciencia permanente, de la mortalidad a la inmortalidad. El amor permanente en pensamiento, palabra y obra, producto de estas comprensiones, hace que el ego desaparezca para siempre y con él la rueda de reencarnaciones.
Alrededor del santuario se encuentran una serie de capillas dedicadas a las fuerzas y principios fundamentales que intervienen en el proceso evolutivo de la conciencia. Osiris tiene una capilla fácilmente reconocible para el pueblo que no podía entrar al templo, a través de los bajorrelieves que adornan el muro exterior, permitiéndoles acercarse y colocar sus ofrendas desde un lugar cercano e inmediato.
Khonsu tiene otra capilla. Es el hijo de Mut, la característica femenina del único Dios y de Amon-Ra, la característica masculina. Su unión, crea la conciencia del hombre. Khonsu es el nombre que le daban a una conciencia recién nacida, cuando comienza su recorrido evolutivo. Amon-Ra, el dios creador de la conciencia, tiene una capilla con información sobre el proceso evolutivo y las nueve fuerzas fundamentales tienen otra. La capilla central está dedicada a Horus. En sus muros está el conocimiento adquirido sobre el significado de la iluminación como momento final de esta escala de la realidad. A este templo llegaron iniciados en el cuarto nivel de conciencia, otros pocos alcanzaron el quinto nivel, el llamado tiempo de los Sahu. Aquí recibieron información sobre la meta del camino de reencarnaciones, comprendieron el significado de la neutralidad. Luego continuaron su camino de perfeccionamiento. Se embarcaron en el río para llegar a Karnak, al templo de la conciencia del hombre, donde buscarían la sabiduría a través del arte, del conocimiento de su inconsciente al revivir su cadena de reencarnaciones. Se van vibrando en amor, seguros que como todos los hombres, algún día renacerán espiritualmente, llegarán a la iluminación, abrirán la puerta a la siguiente escala del universo.

El Ojo De Horus 7°Parte "El amanecer"


Denderah - El Amanecer de la Astronomía

La cultura egipcia tomó forma alrededor de una serie de templos religiosos construidos en sitios cuidadosamente escogidos a lo largo del Nilo. Para los sacerdotes egipcios toda forma en el universo que crece hacia afuera necesita un receptáculo que permita su desarrollo en el tiempo. Los templos fueron los receptáculos que permitieron el desarrollo de su civilización. Cada templo expresó una toma de conciencia distinta sobre el universo. Su objetivo era comunicar los distintos principios fundamentales a su sociedad, las distintas verdades. Esto permitió que cada templo actuara como un órgano distinto en el cuerpo del país, con una función distinta, dedicado a enseñar y a explorar un tema religioso distinto. Así entendían a las casas de Dios. Por miles de años, las fronteras del reino de los faraones en Egipto, discípulos de la sabiduría de los sacerdotes de El Ojo de Horus, fueron respetadas por todos los imperios de Asia, nunca quisieron ampliarlas y en su interior existió un remanso de paz contra la anarquía universal.
El ocaso comienza con la desaparición de sus más altos sacerdotes en el paso del Mar Rojo tras Moisés, el último de sus grandes iniciados y termina con el caos, la destrucción de sus templos y el exterminio ocasionado por el persa Cambises II. Cuando muere Ciro, el más grande gobernante de Asia, quien mantuvo una relación de paz y respeto con Egipto, asciende su hijo Cambises II a mandar sobre el más poderosos ejército de ese momento. Un cruel y brutal tirano, odiaba la sabiduría, la estabilidad y el poder de los faraones. Obsesionado con probar que sus dioses eran más poderosos, en el año 525 AC invade a Egipto, asesina a Sameticus III, el último faraón nacido legítimamente en estas tierras y a la mayoría de los sacerdotes de La Escuela de Misterios de El Ojo de Horus. Los templos son arrasados y quemados sus papiros con la sabiduría almacenada durante muchas generaciones. El conocimiento se había convertido en oscuridad y la otrora sabiduría egipcia desaparece con sus altos sacerdotes. Cambises II establece un cruel vasallaje que duraría 200 años hasta la llegada en el año 332 AC de Alejandro el Grande, quien es recibido como un salvador por los egipcios. Alejandro ordena la reconstrucción de sus templos y a su muerte Ptolomeo I, uno de sus generales, dio comienzo a las dinastías Ptolemaicas que reinaría por casi 300 años. El templo dedicado a Hathor que ya existía en Denderah desde el año 5.400 AC, fue reconstruido por los reyes Macedonios, como un método piadoso para legitimizar su poder. Hieroglifos en una de sus criptas subterráneas, afirman que fue reconstruido siguiendo exactamente los antiguos planos y diseños realizados por el sabio Imhotep.
El complejo religioso de Denderah está situado a los 26º N de latitud. Allí comenzaba un antiguo camino que conduce al Mar Rojo. Un poco más al sur, posteriormente, se construiría Tebas.
En los albores de su civilización, en la noche estrellada de un solsticio de verano, en un terreno sobre le Nilo cuidadosamente escogido por su relación con las estrellas, se realizó una ceremonia llamada Put-Ser. El faraón de Egipto y el sumo sacerdote de La Escuela de Misterios de El Ojo de Horus, rodeados por todo su pueblo, encontraron en el cielo un grupo de estrellas sobre el polo norte del planeta. Ellos la llamaron la Constelación de Tuaret y su símbolo era una madre hipopótamo de color rojo. En nuestros tiempos, a ese mismo grupo de estrellas lo llamamos Draconis y su símbolo es una serpiente dragón. La más brillante de todas era Alfa Draconis, la estrella que en esa época se ubicaba exactamente sobre el eje de giro del planeta y que 4.320 años después fue reemplazada por Polaris, la que guía actualmente a nuestros navegantes. El avance del sistema solar en su giro alrededor del centro de la galaxia, determina que durante ese ciclo de 25.920 años, seis distintas estrellas brillen sobre el polo. La estrella sobre el polo representaba en el cielo a la fuerza materna fundamental, la que generó la sustancia que permitió el desarrollo de la vida en el universo. El principio femenino que llamaron Hathor y a la que se consagró este templo. El faraón y el sumo sacerdote templaban una cuerda entre dos entre dos estacas, orientándola exactamente hacia Alfa Draconis. La sacerdotisa del templo con un mazo de oro clavaba las estacas, definiendo así el eje del templo, la columna vertebral que luego organizó sus santuarios. Colocaron las piedras de las cuatro esquinas que determinaron los límites del muro protector del complejo. Una altísima muralla para mantener alejado el enemigo de la vida que deseaba perpetuarse eternamente. Localizaron hacia el N su puerta principal, el último de una serie de pórticos que, partiendo del sanctasanctorum del Templo de Hathor, enmarcaban el segmento de cielo por donde aparecía Alfa Draconis, facilitando encontrarla en las noches para registrar sistemáticamente sus movimientos. Esa misma noche, pero mirando hacia él E, encontraron también otra estrella a 90º de la anterior, la llamaban Sirio y era el símbolo de Isis en el cielo. En su honor, localizaron el eje de un segundo templo que determinó la segunda puerta del complejo. La puerta del templo de Isis enmarcaba el sector del cielo por donde ascendía la estrella Sirio y luego aparecía el sol, el 21 de junio, día del solsticio de verano. El templo creció en su interior mientras los sacerdotes registraban los movimientos de las estrellas y estudiaban los procesos impulsados por su energía, tallando en sus muros las conclusiones encontradas sobre ese tema sagrado. Sirio, el símbolo de Isis, era llamado la estrella perro, pues sigue a la Constelación de Orión, la personificación de Osiris en el cielo, luego de estar escondida tras el horizonte por 120 días, marcaba con su reaparición el momento del desbordamiento del Nilo. Luego permanecía visible por 40 días, el mismo tiempo que duraban las inundaciones. Esta correspondencia hizo que Sirio se volviera muy importante para la vida del país que dividía su año en tres estaciones, llamadas tetrámenes, determinadas por el desbordamiento del Nilo. Las festividades del año comenzaban con el desbordamiento del Nilo y Sirio marcaba con su reaparición en el cielo esta importante fecha. Cuando la estrella desaparecía, el río recuperaba sus niveles normales. El calendario y la sincronización de la vida egipcia con el sol y las estrellas, era tan importante, que el faraón de Egipto al asumir su función, debía jurar que nunca alteraría las fechas del calendario. Sin embargo, el día en que reaparecía Sirio en el cielo, dependía de la latitud del templo en la que era esperada, pues en la sureña Elephantine se veía 7 días antes que en la norteña Bubastis. Por esto, los sacerdotes también utilizaron el sol como reloj para determinar la duración del año, pues el solsticio de verano coincidía con la reaparición de Sirio. En Denderah, frente al horizonte del templo de Isis, primero ascendía Sirio en el cielo y luego aparecía el sol. El día del solsticio de verano, al amanecer, Sirio y el sol marcaban en un reloj cósmico el comienzo del año nuevo egipcio. En una ceremonia en la azotea de este templo se encendía el fuego nuevo para todo el país.
Para entrar a Denderah, hay que atravesar una serie de construcciones realizadas por los romanos durante los reinos de los emperadores Trajano y Domitiano. Una serie de kioskos a lado y lado enmarcan el pórtico N incrustado en los masivos muros que protegían el recinto. Al atravesar el pórtico aparece al fondo con su eje principal orientado hacia el N la fachada con las 6 columnas jatóricas del imponente templo principal dedicado al estudio de las estrellas. Muy cerca, a la entrada del complejo, se encuentra una capilla dedicada al nacimiento de Horus, construida por los romanos durante el reinado del emperador Augusto. Allí, se celebraba el momento de la iluminación, cuando Isis tiene simbólicamente el hijo de Osiris. En sus muros están talladas las escenas de amor de Isis y Osiris, el nacimiento y la presentación del niño y la escena de éste en la rueda de alfarería cuando Dios le da su forma material. Sobre el capitel de sus columnas está representado el dios Bes, el protector de las parturientas que favorece el nacimiento de los niños.
Al S de esta capilla, se encuentran las ruinas de una basílica cristiana construida en el siglo V DC, época en que fueron cuidadosamente destruidos en los muros de los templos, los rostros de los personajes sagrados.
Más cerca al templo principal quedan las ruinas de un sanatorio donde eran hospedados los enfermos que acudían al Templo de Hathor en busca de sanción. Los sacerdotes del templo utilizaban sus conocimientos de medicina para ayudar al pueblo en el plano material. Hathor, la fuerza femenina multiplicadora de la vida, era reverenciada como una figura compasiva. El pueblo atravesaba grandes distancias para orar en su templo, bañarse en sus piscinas sagradas y recibir las medicinas y cuidados que necesitaban. El complejo de Denderah podía albergar miles de personas y en el interior de sus muros existieron otra serie de construcciones que albergaban panaderías, cervecerías, cocinas, almacenes, graneros, las habitaciones de los sacerdotes e iniciados en cientos de bóvedas parecidas a éstas, frente al Ramasseum en Tebas.
Alrededor de sus muros exteriores, el pueblo construyó sus casas, dando lugar a un polo de desarrollo bajo el cuidado de los guardianes del conocimiento, los sacerdotes de El Ojo de Horus. El diseño de la fachada del Templo de Hathor es distinto al del tradicional templo egipcio, pues sus columnas frontales están unidas hasta media altura por unos muros profusamente decorados.
Se accede a través de las 18 columnas del Salón de la Vida que sostienen un altísimo cielorraso totalmente tallado con información sobre los astros y sus movimientos. La bóveda de los cielos, sostenida simbólicamente por las columnas de Hathor. Cada columna tiene la forma de un sistro, un instrumento sagrado que hace vibrar una serie de discos de metal utilizado por las sacerdotisas de Hathor, la patrona de la danza y de la música para producir una vibración que adormece la conciencia. En lo alto el capitel está formado por cuatro rostros tallados de Hathor, cada uno mirando hacia un punto cardinal simbolizando que su fuerza se siente en todas partes del mundo. Sus ojos de serpiente y sus oídos de vaca, el símbolo de la maternidad y la nutrición, producen una imagen casi extraterrestre, asociada en innumerables leyendas al planeta Venus. El templo fue encontrado en muy buen estado por las tropas de Napoleón, debido a que permaneció sepultado bajo la arena por miles de años. Se convirtió en refugio para las tribus nómadas que con sus hogueras ahumaron los colores del precioso cielorraso En el cielorraso de este gran salón, los últimos sacerdotes de Denderah, tallaron las tablas astronómicas que aun conservaban, producidas por varias generaciones de sacerdotes para impedir que este conocimiento desapareciera para siempre. Todas las constelaciones que forman los signos del zodíaco aparecen representadas en sus barcas simbólicas, con imágenes de Nut, el símbolo de los cielos que devoraba todas las noches el disco solar para parirlo nuevamente al amanecer.
Los sacerdotes deciden transcribir en los muros de estos templos algunos papiros importantes como los registros astronómicos que se salvaron de la destrucción de Cambises, con el fin de preservarlos para las generaciones futuras.
En este salón, llamado la Casa de la Vida, los escribas trabajaban en los papiros sagrados, los tratados teológicos, las oraciones de los rituales, las tablas del registro astronómico. El arte, la teología, la magia, la astronomía y la medicina, se enseñaron a los discípulos de La Escuela de Misterios en este gran salón. Aquí se registró el cambio regular y sistemático de las constelaciones circumpolares para seguir la precesión de los equinoccios.
Al cruzar el altísimo salón, se llega al Salón de las Apariciones, una cámara más baja soportada por seis columnas, donde aparecía desde la penumbra de su santuario la brillante estatua dorada de la diosa Hathor al salir para las ceremonias religiosas y procesiones. En su parte superior se encuentran las capillas dedicadas a Osiris, el símbolo del proceso de perfeccionamiento que vive todo ser humano a través de la reencarnación, para transmutar en muchas vidas su animalidad original y convertirse en un superhombre. Una de las capillas tiene el famosos Zodíaco de Denderah que ilustra como este proceso ocurre mientras el sistema solar da un giro alrededor de la galaxia y la otra, ilustra el mito de Osiris.
Alrededor de este salón se encuentran los 6 salones de los rituales diarios. El primero guardaba los objetos dedicados al culto. El Salón de la Purificación, que tiene una puerta que conduce al lago sagrado, era utilizado al amanecer por los sacerdotes en sus rituales de limpieza. Los templos tenían un lago sagrado, excavado hasta llegar al nivel freático de la zona, forrado en piedra y con una serie de escaleras que permiten a los sacerdotes introducirse en el agua para purificarse antes de comenzar su servicio en el templo. En el siguiente, se organizaban los oficios, conducía al corredor de acceso a la escalera de caracol que llega a la azotea del templo, utilizada por las noches en los registros de la bóveda celeste. Del lado izquierdo, el salón del fondo comunicaba con el exterior para recibir las ofrendas que todos los días realizaba el pueblo creyente a sus guías espirituales. Las viandas y animales, dedicados al sacrificio, eran almacenadas y preparadas en las otras dos cámaras. Desde el Salón de las Apariciones se llega al corredor de las dos escaleras del templo. A la derecha. La simbólica escalera de caracol, utilizada para subir la procesión con el santuario portable, la Barca de Oro con la figura de Hathor hasta la terraza, a esperar la aparición del sol en el solsticio de verano. Simboliza a la Escalera de la Luz. Cada vuelta o vida más arriba en la escala de la conciencia, la materia que se remonta hacia el espíritu. Y a la izquierda se accede a una larguísima escalera recta por donde bajaba la procesión trayendo el fuego nuevo. La recta escalera que simboliza el espíritu que desciende nuevamente a la tierra para condensarse en la material con el objeto de vivir experiencias que le permitan comprender el universo.
Al atravesar este pórtico, se llega a la antecámara del santuario donde ardía el fuego, el instrumento de los dioses, la primera sustancia del universo, la forma más elemental de la materia. Allí se realizaban las ofrendas a Hathor, el principio femenino gestor de la vida en el universo. A la izquierda de este salón estaba la capilla donde se guardaba la Barca de Oro, el santuario portátil que era el símbolo del movimiento físico del disco solar. La Barca de la Vida era utilizada para llevar la figura de Hathor en una florida procesión el día de luna nueva, el tercer mes de verano, en el Festival del Bello Encuentro, por el Nilo hasta el cercano Templo de Horus en Edfu.
Un espacio abierto, sin techo, comunicaba también con la antecámara del santuario. Frente a él existía la llamada Capilla Pura o Wabet. A este espacio abierto eran sacadas las figuras simbólicas para que renovaran sus fuerzas al recargarse con la energía del sol.
A medida que entramos más profundamente, el templo se hace más oscuro, los techos más bajos y las puertas más estrechas. El piso se eleva para enmarcar claramente desde el santuario a la estrella Alfa Draconis sobre las cabezas de los asistentes a las ceremonias. Y por fin, en lo más profundo del templo, sobre su eje principal, se llegaba a su corazón, su espacio más sagrado, el hogar de Hathor. Su figura de oro, la carne simbólica de los dioses, con sus ojos de piedras semipreciosas, permanecía cerrada en un pequeño tabernáculo. Aquí, sólo podían entrar el faraón y los más altos sacerdotes de La Escuela de Misterios de El Ojo de Horus, después de una intensa ceremonia de purificación con agua.
Los egipcios entendieron que, como todo ser en el universo, Dios tiene una parte masculina emisora, de la que fluye la información y una parte femenina que la recibe, para gestar con su sustancia todo lo creado. Al Dios masculino le dieron tres nombres, lo llamaron Atum cuando aun no había creado el universo y permanecía inmanifestado, lo llamaron Ptah cuando organiza y crea el universo, las estrellas, los planetas y los reinos naturales sobre ellos. Y lo llamaron Amon-Ra cuando sobre toda la creación da lugar a la conciencia del hombre. De manera similar, a su parte femenina, también le dieron tres nombre. La llamaron Nun, cuando era una sola sustancia homogénea, virginal, sin forma, en estado de perfecto equilibrio, el líquido amniótico del universo inmanifestado La llamaron Sehkmet cuando se polariza en dos fuerzas opuestas que la transforman en una sustancia radiante; en fuego, un principio multiplicador en movimiento que gesta a Nefertum, el universo que reconcilia y armoniza temporalmente a las fuerzas opuestas. El fuego produce el movimiento, el tiempo, el espacio y su intensidad que coagula. Produce los estados sucesivos de la materia, el aire, el agua, la tierra y por último, la fuerza de la vida, representada por Hathor, la sustancia que gesta y multiplica las conciencias que experimentan el espacio-tiempo. la llamaron Mut cuando gesta a las cuatro fuerzas que impulsan la conciencia evolucionante del hombre. Las cuatro fuerzas son Osiris, Isis, Seth y Nephtys. Entendiendo así a Hathor, ella es la Barca de la Vida, la Barca de la Luz, representa al amor, la gran matriz de las conciencias del universo, la Barca del Norte, que contiene el principio de toda la naturaleza. Aquí, en su tabernáculo, Hathor la fuerza de la vida, recibía las oraciones de quienes querían prolongarla o sanarla.
Alrededor de su sanctasanctorum, accediendo por un corredor perimetral contra los muros exteriores del templo, había una serie de capillas, espacios sagrados, dedicados a todas estas fuerzas fundamentales. Estas capillas eran localizadas desde el exterior por las tallas de sus símbolos sagrados en el muro exterior del templo. Y permitían que el pueblo que no podía entrar, allí sólo entraban los sacerdotes y los iniciados, orara y pidiera ayuda a las fuerzas fundamentales del universo.
A la derecha de la Capilla del Oído de Hathor, dos capillas comunicadas estaban dedicadas a la adoración del único Dios, el creador de la conciencia del hombre, el que está en todas partes, Amon-Ra, con sus símbolos también tallados en el muro exterior.
Las dos capillas comunicadas de la izquierda contenían las figuras que simbolizaban a las fuerzas fundamentales del Bajo Egipto, todas con relación a Hathor y su instrumento musical, el sistro.
Cuatro santuarios a la derecha dedicados Horus, a Zocar a Isis y por último, uno dedicado al gnomo de Denderah, el patrono o santo de la zona de Egipto donde se encontraba el templo. Había otra capilla que contenía el collar de Menat, un collar utilizado por el sumo sacerdote en las ceremonias y procesiones, con cuatro figuras de Hathor, cada una con un trono simbólico encima. Los cuatro tronos representaban a los poderes supremos del universo, el amor, la sabiduría, la fuerza infinita de la voluntad divina y la armonía.
Bajo el piso de estos espacios, existía una serie de criptas donde se almacenaban los elementos más sagrados, las pieles escritas y papiros más secretos concernientes a la revelación de este templo. Esta cripta tiene unos misteriosos bajorrelieves de Horus que sostiene una especie de flor con una serpiente en su interior. Teorías científicas afirman que se trata de las lámparas que pudieron iluminar sus cámaras y construcciones bajo tierra.
Al ascender por la escalera recta, se llega a la azotea, el espacio dedicado al registro de la bóveda celeste. En la esquina SO de la terraza, se encuentra el kiosko donde los sacerdotes esperaban la aparición de las estrellas y la salida del sol en el nuevo año que encendía con sus rayos el fuego nuevo. En este pequeño cobertizo, los sacerdotes se reunieron en las noches a dividir la bóveda celeste en secciones, llamadas nomos, con el objeto de identificar los movimientos relativos
Los sacerdotes de Denderah eran llamados los Kabirim, los medidores del cielo. Ellos registraron la primera carta celestial, la que marcaba las posiciones relativas de los Masarots, los fuegos del cielo. La astronomía comenzó en Denderah. Astro significa estrella. Astronomía significa logos o conocimiento de las estrellas.
Por esta terraza se llega a las dos capillas dedicadas a Osiris, el principio divino que simboliza la evolución a través de la reencarnación de todo ser humano. En ella se describe el mito cuando su hermano Seth, por quedarse con su reino y su mujer Isis, lo corta en 14 pedazos y arroja las partes de su cuerpo por todo Egipto. Las tallas muestran el momento en que Isis, después de reunir sus pedazos, suspendida en el aire bajo la forma de una hembra halcón sobre el phalo de Osiris, logra, en una comunión espiritual, quedar embarazada para dar a luz a Horus.
En el cielorraso de la segunda capilla se encuentra el llamado Zodíaco de Denderah, una inmensa losa de piedra con una talla de la bóveda celeste alrededor del polo norte, como se veía en el año 700 AC durante el solsticio de verano a la medianoche. Es una copia de la losa original de la que se enamoró Napoleón al entender su profundo significado y que hoy se encuentra en el Museo de Louvre en Paris. En una capilla como esta, en este mismo sitio, durante miles de años, los sacerdotes de El Ojo de Horus, estuvieron actualizando periódicamente, sobre un papiro, un mapa de los cielos como este. Cada solsticio de verano, año tras año, por miles de años, marcaban la posición relativa del sistema solar y de la tierra.
Los sacerdotes sobrevivientes al persa Cambises II, tallaron en la piedra para la posteridad, un grafismo que se salvó de la destrucción, con una de las últimas actualizaciones al mapa celestial como se veía en el año 700 AC durante el reinado del faraón Taarca en la dinastía XXVª. La bóveda celeste es sostenida por 8 figuras arrodilladas de Horus y 4 figuras femeninas de Isis. Un círculo de hieroglifos une esta simétrica disposición. En su momento la bóveda celeste estaba pintada de azul, resaltando las simbólicas figuras. Las varas sagradas de 4 figuras marcan un punto cerca del centro de la bóveda, Saturno, el padre de los planetas, Júpiter, Marte y Osiris que representan a la Constelación de Orion con su estrella compañera Sirio, la personificación de Isis en el cielo. Señalan a los senos de Tuaret, la madre hipopótamo con cola de cocodrilo y patas de león, que preside la bóveda celeste y que representa a la Constelación que hoy llamamos Draco, en la que brillaba la estrella Alfa Draconis, exactamente sobre el eje de giro del planeta. El eje del templo está orientado 71,5º hacia el NE, para enmarcar en sus pórticos el segmento de cielo donde aparecía la estrella polar Alfa Draconis, que en la bóveda aparece sobre el seno de la hipopótamo A su lado se encuentra la Constelación del Chacal Rojo, con la estrella Mizar en su pata delantera, la representación egipcia de la Constelación de la Osa Mayor, con la estrella que hoy llamamos Polaris. Alfa Draconis sobre el seno de Tuaret, está fuera del punto central de la bóveda, marcando el desequilibrio necesario para que exista el movimiento elíptico del universo que hará que sobre el eje del planeta se sitúe la estrella Polaris, la que está en todo el centro de la bóveda.
La estrella polar, alrededor de la cual parece girar la bóveda celeste, era muy importante para los egipcios, pues representa la energía sobre el eje de giro del planeta, sobre su columna vertebral, la que organiza los órganos de todo ser vivo, desde un insecto, un hombre o un planeta.
Además, sus sacerdotes, durante el reinado de Senefrú, mucho antes del a construcción de la Gran Pirámide, habían predicho que cuando Alfa Draconis fuera reemplazado por Polaris, llegaría el fin de su civilización, como lo atestigua el papiro de Nefer Roju. El Templo de Hathor estaba orientado para registrar las constelaciones situadas alrededor del eje de giro del planeta, las seis constelaciones circumpolares, cuya energía afecta el planeta mucho más tiempo y más directamente que las constelaciones zodiacales.
En una época en que el día y la noche eran como la vida y la muerte, el sector del cielo sobre el polo, donde las estrellas eran siempre visibles, contrastando con las que ascendían y desaparecían, representaban a los poderes de la oscuridad, a los que la luz saliente del sol hacía desaparecer. La oscuridad inicial, la madre oscuridad, el espacio vacío, el caos, era representada por esta hipopótamo roja. Los hipopótamos, al salir del agua, exudan un líquido rojo. El agua del Nilo al desbordarse y quedar sobre la tierra, se volvía roja debido al óxido de hierro. El rojo simboliza la fuente materna.
A su lado se reconocen las otras constelaciones circumpolares, como la Constelación de la Pata con su estrella Mezket, hoy llamada Constelación Cefeo (Cepheus) con su estrella Alfirk y la Constelación de Hércules. Desde la estrella sobre el polo, dividieron el cielo a su alrededor en 12 sectores principales de 30º cada uno. Las constelaciones de estrellas, las cuales contenían los Decanos, una serie de 36 estrellas muy brillantes, por las que pasa el sistema solar en su viaje por la galaxia. El sistema solar y el hombre, al atravesar cada uno de los 12 sectores en los que agruparon las estrellas, recibían una influencia energética distinta, que impulsaba en los espíritus encarnados en cada momento un proceso distinto de perfeccionamiento.
Para explicar que proceso impulsa cada grupo de estrellas, lo simbolizaron con un animal que representa un nivel evolutivo distinto de la conciencia en su camino de reencarnaciones para la adquisición de sabiduría a través de la experimentación en un universo de polaridades contrastantes, de luz y oscuridad, el círculo de animales o zodíaco. El cangrejo de Cáncer, simboliza el yo siento, el animal que se retira a su pequeño hueco de agua a digerir su alimento espiritual cuando la conciencia se mueve de manera incierta y comienza su proceso evolutivo, experimentando por primera vez con los sentidos. Los gemelos de Géminis, simbolizan el yo pienso, el deseo de aprender y explorar con la dualidad necesaria para encontrar la verdad, el conocimiento y la experiencia a través de los opuestos, de las experiencias contrastantes. El toro de Tauro, despierta la maternidad de las hembras, impulsan los procesos con el yo tengo, las posesiones materiales, la raíz que permite a la tierra recibir el poder de la vida para dar semilla, la fertilidad. El carnero de Aries representa la toma de conciencia de su ser, él yo soy, la fuerza que resiste las durezas de la vida y convierte la roca en cristal. la materia que se domina a sí misma y se vuelve transparente. Es el poder procreativo que pone la vida en movimiento, la primavera. Los peces de Piscis, impulsan los procesos con el yo creo, con el sistema de creencias adquirido, es cuando se sumerge en la inconsciencia para buscar el origen de sus palabras y acciones. En Acuario, la conciencia irradia los conocimientos verificados y adquiridos por Géminis, lleva el agua de las altas frecuencias del libre espíritu a los más remotos mundos, simbolizando él yo sé. Capricornio, utiliza esos conocimientos adquiridos simbolizando él yo uso para concentrar la materia hasta que se vuelve transparente. En la era de Sagitario, él yo veo, la conciencia evolucionante ya es un ser que ha crecido más allá de su naturaleza animal, el centauro con su conciencia dirigido a lo divino, es el poder espiritual del pensamiento, la sabiduría de la edad. Escorpión simboliza el yo deseo, es el animal que se puede matar a sí mismo con su propio veneno. Una era donde se viven experiencias para entender que el universo es perfecto y que todo lo que se necesita para ser feliz se tiene, que no hay que desear nada. La balanza de Libra simboliza el yo equilibro. Se aprende a ceder, a ser elástico ante todas las situaciones de la vida para lograr la armonía. Todas las experiencias son medidas, se conserva sólo lo valioso. Virgo simboliza yo analizo. Es cuando se recoge la cosecha, la maternidad del universo y se viven procesos para aprender a no reaccionar, a pensar antes de hablar. Y por último Leo, el símbolo del yo puedo, el rey de los animales, el gran padre del zodíaco, la fuerza del fuego que ha verificado todas las verdades al experimentar en carne propia los resultados de sus decisiones, en millones de situaciones a lo largo de muchas reencarnaciones.
En este punto, el hombre deja de identificarse con sus instintos animales, su conciencia deja de ser un establo donde viven sus pasiones descontroladas, abandona el círculo de los animales. Leo se proyecta sobre Cáncer, la puerta a la siguiente escala del universo, donde como guía de los procesos de otras conciencias, se experimentarán situaciones de más responsabilidad para continuar en el camino de perfeccionamiento de regreso a Dios. El proceso evolutivo se cumple, cuando a lo largo de muchas reencarnaciones se han recibido las doce energías fundamentales y se han experimentado los distintos procesos que éstas impulsan. El signo zodiacal bajo el cual muere el hombre, será el signo bajo el que nace en su siguiente reencarnación. Se experimenta con distintas personalidades, bajo la influencia de distintas fuerzas, a medida que el sistema solar avanza en su giro por la bóveda celestial. Hoy conocemos este giro con el nombre de precesión de los equinoccios, pero no entendemos su profundo significado en nuestro propio proceso evolutivo. Para occidente no existe el perfeccionamiento espiritual como un proceso de muchas reencarnaciones.
Este mapa celestial prueba los conocimientos astronómicos y filosóficos de los sacerdotes de la Escuela de El Ojo de Horus y que entendieron la vida en el universo como un proceso diseñado por Dios para convertir un animal ignorante en un superhombre sabio. Subiendo por una escalera de peldaños en cantilever (voladizo) contra un muro profusamente tallado con hieroglifos, se asciende a la terraza superior del templo. Allí aun se conservan las hendiduras que soportaban los instrumentos utilizados por los sacerdotes para registrar adecuadamente los movimientos de los astros.
El Templo de Hathor, registraba los movimientos de las estrellas polares y allí siguieron el cambio de Alfa Draconis que en el año 4.320 AC brillaba sobre el polo norte por Polaris, la estrella que hoy guía a nuestros navegantes. En esta terraza, en muchos solsticios de verano, se realizaron las ceremonias para recibir el año nuevo egipcio, cuando la Barca de Hathor, el principio multiplicador de las conciencias que vienen a experimentar en el espacio-tiempo subía a la azotea. Allí, los primeros rayos del sol que anunció Sirio al reaparecer en el horizonte, prendían el fuego nuevo, la fuerza que puso en movimiento al universo, generando un sitio donde la conciencia aprendiera el significado del amor, gracias a la existencia del miedo.