sábado, 21 de marzo de 2009

El Ojo De Horus 9°Parte "El portal"


Kom Ombo - El Portal a la Libertad

Los egipcios entendían que la realidad era manifestada por un único Dios a través de sus fuerzas fundamentales creadoras, las divinidades a las que llamaban Neters.
El mundo físico era dirigido por el faraón que representaba el nivel de conciencia alcanzado por el hombre durante su reinado. El faraón era la encarnación del Ka real, un mismo espíritu que evolucionaba reencarnando de faraón en faraón. Esto lo convertía en una divinidad intermedia entre el hombre y Dios, encargado de conservar y perfeccionar el orden en el mundo físico egipcio. Su universo espiritual era guiado por el Hierofante, el sumo sacerdote de La Escuela de Misterios de El Ojo de Horus, el primer servidor de Dios, Hem Neter Tepi, el Gran Vidente. Su símbolo era una serpiente con dos piernas y el disco solar en la cabeza. La imagen de la eternidad, la sabiduría y la regeneración física.
La organización sacerdotal bajo su cuidado se dividía en tres ramas. La primera se encargaba del conocimiento verificado. Era dirigida por el más sabio de los sacerdotes. La segunda rama se encargaba del arte y los rituales. La tercera rama era la encargada de la administración de los templos. Los sacerdotes del conocimiento eran los pedagogos encargados de preparar los herederos de su casta. Ellos transmitían las verdades heredadas desde los orígenes de La Escuela de Misterios, en la desaparecida civilización atlante. Verdades ya verificadas sobre el funcionamiento del universo. El conocimiento en el mundo egipcio era transmitido exclusivamente a los iniciados de La Escuela, que demostraban con pruebas y aptitudes ante la vida, que podrían recibir la sabiduría y no hacer mal uso de ella. La revelación es el verbo. Eran llamados Hrj Habet o sacerdotes del conocimiento. Ellos enseñaban el lenguaje simbólico, la escritura, las matemáticas, la astronomía y el control de las fuerzas fundamentales. A esta rama pertenecían los Kabirim, los medidores del cielo, que registraban en todos los templos la bóveda celeste, fijando a través de las estrellas, el momento exacto de los rituales diarios, de los festivales anuales, el cambio que anunciaba el final de una era y el comienzo de otra.
La segunda rama se encargaba de producir las obras de arte, del diseño arquitectónico y la construcción de los templos, de la dirección de los talleres donde los iniciados, ayudados por artesanos del pueblo, fundían las esculturas simbólicas. Estos sacerdotes creadores, diseñaban y supervisaban las tallas en los muros de los templos. Ellos enseñaban a trabajar el arte con la sabiduría del amor, a disfrutar del oficio, a dar siempre lo mejor de sí. Diseñaban los símbolos, la herramienta fundamental de los rituales, los objetos y figuras simbólicas y luego diseñaban lo que se debía hacer regularmente con ellos y en los momentos cósmicos, como los solsticios y equinoccios.
Diseñaban los rituales, lo que debía percibirse a través de las sensaciones en un recorrido espacial sin intervención de la razón. Las acciones necesarias para producir seguridad en el pueblo y generar una energía especial en los participantes. El ritual inducía a los sacerdotes de La Escuela de Misterios de El Ojo de Horus, de autoridad ante el pueblo, utilizando el control de lo intuitivo, de lo que percibía un ser humano sin importar su preparación o su nivel de conciencia. Diseñaron cuidadosamente qué percibían los participantes, los sonidos, las palabras, los olores asociados como el incienso, sus cabezas rapadas y sus blancos vestidos que denotaban limpieza, los collares de flores y las barcas doradas en las que cargaban los símbolos de su relación con Dios. Utilizaron el ritual para transmitirle al pueblo la jerarquía y el orden de la sociedad que organizaron, utilizando sencillas herramientas como la riqueza de los vestidos, su vistosidad, la ubicación de los participantes o su cantidad. El ritual renovaba la relación entre los poderes de la realidad. Arriba el único Dios, luego los Neters, los muertos, los sacerdotes, el faraón, su ejército y el pueblo. Los rituales acercaban al hombre a lo sagrado. Le inducían profundas emociones que impulsaban sus acciones de una manera suave.
La tercera rama administraba el día a día en todos los templos. Organizaban los cultivos, el recibo de los suministros, la preparación de las comidas, la limpieza de todos los recintos en una sociedad comunitaria. Utilizaban en su base un grupo de sacerdotes temporales llamados los Wab, los puros, hombres del pueblo que durante un mes al año servían en los templos haciendo las labores diarias menores para luego retornar a sus actividades habituales. Unos vivían en el campo, cultivando los terrenos cedidos por el templo, alrededor de sus muros exteriores y acudían al amanecer a realizar los ritos de purificación para entrar al templo y continuar con sus oficios del día. Otros, vivían en el pueblo alrededor del templo y trabajan el resto de su tiempo en la administración estatal. Carpinteros, obreros y albañiles, reparaban y ampliaban al templo siguiendo esta modalidad de trabajo temporal rotativo. Este sistema de rotación, permitía que muchos miembros de su sociedad participaran en los ritos y cultos desde el interior mismo del templo y hacían entender al pueblo que los trabajos comunales los beneficiaban a todos.
Las tres ramas convergían en los templos, los sitios donde se organizaba el orden, el Maat, la búsqueda del equilibrio armónico temporal. Allí el hombre se sumerge en el espacio sagrado orientado al cosmos, registrando su permanente movimiento. El templo era el instrumento para preservar el orden. No era un mundo creado para la salvación del alma. El espíritu se perfeccionaba, adquiría más información a través de la reencarnación al comprender los errores cometidos. El error era un instrumento de aprendizaje, no se necesitaba salvarse de él. El templo era el sitio donde se encontraban las dos fuerzas fundamentales, la fuerza del caos y la fuerza del orden. Allí se lograba el equilibrio necesario, la armonía que conduce al perfeccionamiento de todos los individuos de su sociedad.
Este concepto es claramente expresado en el Templo de Kom Ombo, dedicado simultáneamente a Sobek, la fuerza del caos, la que induce al error y a Horus, el símbolo de la conciencia permanente y la sabiduría.
En este templo los iniciados de La Escuela comenzaban su perfeccionamiento espiritual. Aquí llegaban a trascender el miedo y las conductas automáticas del instinto de defensa, a controlar el chakra raíz. En este templo les enseñaban la existencia de la ley de la naturaleza, unos códigos divinos que producen una reacción automática para defender la vida, necesarios cuando se está en la animalidad, pero que hay que controlar para acceder a los niveles superiores de comprensión. No se puede ser sabio teniendo una serie de conductas automáticas o reacciones agresivas descontroladas que le hacen daño a las relaciones que mantenemos con todo el mundo.
El primer nivel de comprensión terminaba cuando comprendían que la vida es eterna, que la muerte es una puerta en el proceso de reencarnaciones, cuando controlaban las reacciones automáticas de agredir para defender su vida. Lo demostraban al pasar vivos la prueba de la muerte, en el centro conceptual de los dos altares, como veremos en este programa, demostrando su audacia, seguridad y confianza ante la perfección de todo lo que sucede en el universo. El Templo de Kom Ombo estaba dedicado a dar gracias por la dualidad existente en le universo, que le permite al hombre equivocarse y experimentar con los resultados de sus decisiones para producir comprensión y perfeccionamiento espiritual. Por eso estaba dedicado a dos fuerzas opuestas, representadas por Sobek, la figura simbólica de un hombre con cabeza de cocodrilo y Horus, un hombre con cabeza de halcón. El ignorante y el sabio. El inocente y el que todo lo ha aprendido de tanto equivocarse a lo largo de 700 reencarnaciones. Situado sobre el Nilo a 48 Km. al Sur del Templo de Edfu, muy cerca de los 25º de latitud norte y a los 34º de longitud este, se encuentran las ruinas del templo ptolemaico de Kom Ombo, llamado antiguamente Pa Sobek, el dominio de Sobek. La fuerza simbólica representada por un cocodrilo. En este sitio no existe un gran complejo como en Edfu o en Denderah. El templo estaba protegido por altísimos muros y la población estaba alrededor de un fuerte del ejército imperial donde se entrenaban para la guerra a sus elefantes africanos. Allí, desde tiempos muy antiguos, a un lado del desaparecido fuerte, existió un templo dedicado a honrar la polaridad, la dualidad de todo en este mundo. Durante las dinastías ptolemaicas, el templo fue reconstruido y son sus ruinas las que llegan hasta nuestro tiempo. Kom Ombo estaba orientado 43,5º al SE, hacia la estrella Alfa Centauri, una estrella de la bóveda sur que anunciaba la salida del sol en el equinoccio de otoño.
El templo, dividido por toda la mitad, estaba dedicado por igual a Sobek y a Horus, los dos extremos del camino de perfeccionamiento. Sobek, al comienzo del camino, la ignorancia y la animalidad. Horus, al final del mismo, la conciencia permanente y el fin de la rueda de reencarnaciones. Al frente, un patio descubierto, conformado por las ruinas de las 16 columnas de un sombreado corredor cubierto. Hasta aquí podía entrar el pueblo. Un símbolo en las columnas lo autorizaba. El signo del ave sobre la media circunferencia, alabando al faraón. Al fondo se ve una de las torres que aun permanece del muro exterior. Tallados en sus muros vemos las dos figuras simbólicas enfrentadas y al faraón Ptolomeo V, el que ordenó la reconstrucción del templo.
La fachada principal tiene dos accesos simétricos, sobre el cual el decorado dintel muestra el doble disco alado rodeado de las serpientes que simbolizan la luz en medio de la dualidad. Un muro, a media altura, como el existente en Edfu y en Denderah, enlaza a 4 altísimas columnas. Una quinta columna divide las dos puertas. El pílono cerraba el patio descubierto permitiendo a sus visitantes vislumbrar la fachada interna desde las dos puertas simétricas.
El patio del peristilo era más pequeño que el del Templo de Edfu. En la sombra de sus desaparecidos corredores, se refugiaban del sol los iniciados de La Escuela de Misterios. En el lado derecho del templo, están los restos de lo que fue la pequeña capilla dedicada a Hathor. En su interior se conservan los restos momificados de algunos de los cocodrilos que eran mantenidos también en un laberinto de túneles llenos de agua bajo el templo. El cocodrilo es uno de los animales más duros y resistente. Su piel es muy densa, es como el metal de los animales. Los egipcios asociaban esta dureza al máximo estado de materialización, un nivel muy lejano de la espiritualidad. Allí comienza el espíritu su camino de liberación de las limitaciones materiales, a medida que va comprendiendo como funciona el universo. El cocodrilo simboliza la vida cuando sale de las aguas de la inconsciencia. Sale a buscar el aire que representa la conciencia. Los egipcios creían que con la primera respiración entra el espíritu al cuerpo en que se encarna. La larguísima columna vertebral del cocodrilo es un símbolo del eje de la vida en todo ser vivo. Aun la esfera del planeta tiene su columna vertebral sobre su eje de giro. Por allí se desplazan las fuerzas electromagnéticas que le dan vida y que forman un campo protector de las radiaciones solares ultravioletas alrededor del planeta, permitiendo el desarrollo de la vida y la evolución de la conciencia.
Sobek, el cocodrilo y Tuaret, la hipopótamo, representaban en sus mapas celestiales a las estrellas circumpolares, que situadas sobre el eje de giro del planeta, brillan fijas por miles de noches sobre los polos. Los dos animales se mantienen sumergidos en las aguas. Reinan en la oscuridad, saliendo ocasionalmente a la superficie en busca de aire para respirar. Las aguas representaban al caos que luego renueva la vida. Las aguas del Nilo, la columna vertebral de Egipto, al desbordarse periódicamente arrasa con todo para luego producir el crecimiento de la vegetación y de la fauna. El caos desordena las partes, permitiendo que luego se organicen por las armonías o afinidades entre ellas que las unen temporalmente.
Desorden, caos, orden, armonía, ritmos que se alternan. Esta fuerza de la naturaleza que desorganiza para renovar la vida, era reconocida con el nombre de Sobek, el hombre con cabeza de cocodrilo.
Sobek pertenece a la corte de Seth, el señor de la oscuridad, la fuerza que impulsa al hombre hacia el materialismo, la sensualidad, el que retrasa su camino evolutivo, el que siembra su vida de decisiones incorrectas para que aprenda con sus propios errores. Para los egipcios estas fuerzas no eran ni buenas ni malas, eran neutras. Fueron diseñadas por Dios para permitir el error y el sufrimiento que producen comprensiones en el hombre, llevándolo a la inmortalidad y a la conciencia permanente. El simétrico templo está dividido exactamente por la mitad. El lado derecho, hacia el este, está dedicado a Sobek. El lado izquierdo, hacia el oeste, a Horus. El comienzo y el final del camino evolutivo de la conciencia. Horus, el hombre con cabeza de halcón, sobre la que se posa un disco dorado, era el símbolo de la conciencia permanente, representa un hombre que todo lo ha aprendido en esta escala de la realidad, un ser inmortal ascendido en las jerarquías del universo. Se encuentra al final del camino de perfeccionamiento, cuando el hombre se convierte en un maestro ascendido, un iluminado que se dedicará a otras misiones en el universo.
El faraón Ptolomeo VI inició la reconstrucción del antiquísimo templo y su decoración interior fue terminada bajo Ptolomeo XII, cuando la civilización egipcia estaba desapareciendo.
Al cruzar la fachada de las cinco columnas con sus muros intercalados hasta media altura, se accede al salón común a Sobek y a Horus, llamado Casa de la Vida. Es un mundo simbólico, allí donde los iniciados recibían enseñanza y producían sus artes y escrituras, interactúan las dos fuerzas opuestas. Diez altísimas columnas con capiteles florales, sostenían él más alto techo del templo. Aquí los iniciados escucharon de sus maestros, que para avanzar en el camino espiritual se requiere construirse una voluntad inquebrantable. Hay que querer hacerlo de manera consciente.
Las primeras lecciones y ejercicios estaban destinados a lograr hombres de templanza. Una estricta disciplina era necesaria para estudiar, para controlar los miedos, para dominar las pasiones. Poder hacer y abstenerse, es doble poder. Un compromiso más allá de la muerte era establecido para mantener una discreción total, un silencio absoluto sobre las verdades reveladas. El principio hermético que garantizaba el acceso a la información sólo a los merecedores de ella, a los que le correspondía escucharla. Se les revelaba que cuando aun no existe la conciencia y el libre albedrío se necesitan los instintos, las conductas y reacciones automáticas. La ley de la naturaleza codifica esas reacciones en todos los animales para defender y generar la vida. Pero cuando se nace como un ser humano y se quiere abandonar la animalidad original, hay que tomar control y conciencia. Ceder a las fuerzas de la naturaleza es seguir la corriente colectiva, sólo se obtiene el conocimiento y se evoluciona individualmente.
En la penumbra de este salón, aparecían desde sus respectivos santuarios, relucientes, las figuras doradas de Sobek y Horus, a la vista de los iniciados para iniciar las procesiones en los festivales, en los solsticios y equinoccios.
La decoración de sus muros es ceremonial. El faraón es bendecido por Sehkmet y Horus del lado derecho, y por Isis y Thoth, del lado izquierdo. Otro mural similar existe del lado de Sobek, resaltando la igualdad de las divinidades, sin importar sus condiciones polares, de buenas o malas, luz u oscuridad. Las fuerzas opuestas existen para moldear la conciencia del hombre, para que aprenda con el resultado de sus propias decisiones. Inmediatamente después se llega a un espacio transversal donde se encuentra el Salón de las Purificaciones y el Salón de Almacenamiento de las ofrendas del lado de Horus.
Antes de la salida del sol, los sacerdotes se bañaban en las aguas del pozo del lago sagrado del templo, recibían el humo del incienso y mascaban natrón, una especie de sal, en un ritual diario de purificación. Los baños purificadores se repetían al mediodía y por la noche. Todos estaban circuncidados, una costumbre que luego adoptaron los judíos. Vestían siempre de lino blanco. No se les permitía usar vestidos que utilizaran pieles o partes de animales muertos, como el cuero o la lana. La excepción, era la piel de leopardo que utilizaban los altos sacerdotes, los Zem, sobre los hombros y el pelo trenzado a un lado de la cabeza como una marca de su condición. En el lado izquierdo del templo existe un profundo pozo con una escalera que se sumergía bajo el agua del Nilo. Allí, en este pozo, los sacerdotes realizaban sus purificaciones matinales. Una apertura superior permitía que el agua llenara un pequeño acueducto que mantenía con agua una pileta no muy profunda en el lado izquierdo del templo, donde los cocodrilos consagrados a Sobek repozaban. El pozo del agua servía también como nilómetro. Sus escalones servían para medir durante años los niveles del río y así predecir las inundaciones venideras.
En los muros de Kom Ombo quedaron los registros de los festivales anuales que se realizaban en todos los templos de Egipto. Las procesiones rituales que llevaban las figuras simbólicas por el río de un templo a otro, mientras el pueblo con collares de flores cantaba y bailaba.
A continuación encontramos el corredor de las escaleras que conducen a la azotea del templo. El esquema es igual al de los templos de Denderah y Edfu. Una escalera caracol a un lado y la recta escalera dentro del muro, en el otro. Desde allí se llega a la antecámara de los dos santuarios que tienen a cada lado un salón donde se guardaban las barcas de oro de Sobek y Horus, utilizadas por los sacerdotes para movilizar sus figuras simbólicas en las procesiones de los festivales. Aquí existe un bajorrelieve mural donde aparece Ptolomeo con su esposa Cleopatra, en la presencia de Horus y Sobek. En esta antecámara se consagraban las ofrendas del pueblo.
Consideraban que si no se retroalimentaba a Dios con estas ofrendas, su fuente de energía se agotaba, sobreviniendo el caos. Era una forma de agradecimiento por lo recibido y una forma de confianza por lo que vendrá. Diariamente llegaban al templo pan, cerveza, frutas, vegetales, miel, aceite, perfumes, velas, sal, natrón y telas de lino, que los sacerdotes recibían en el Salón de las Ofrendas y luego colocaban en la antecámara como una manera de agradecer a Dios por su abundancia.
El pueblo acudía con una parte de la producción de las tierras que explotaban, propiedad del templo, y el templo entregaba a cambio estabilidad, prosperidad, salud, gozo, vida y orden. El sumo sacerdote purificaba con incienso las canastas de alimentos y con el símbolo de la vida, el Ankh marcaba la transferencia de fuerza divina entre los alimentos y la fuente de la vida. Una vez consagradas las canastas con los alimentos, eran llevadas al exterior de la Casa de la Vida, al Patio de los Peristilos, donde se distribuía entre todos los habitantes del complejo religioso.
Y por fin, en lo más profundo del templo, se llega a los dos santuarios, donde se encontraban los tronos que albergaban las figuras que simbolizaban los dos extremos del camino de perfeccionamiento. Los rayos del sol, al amanecer, desterraban la oscuridad, permitiendo al sumo sacerdote del misticismo abrir las puertas del santuario y prender incienso en su interior. Rompía los sellos de óleo en las puertas del naos haciendo que el símbolo divino apareciera, para postrarse ante él y besar la tierra que lo sostiene. Afuera, en la penumbra del Salón de las Apariciones, los discípulos cantaban himnos religiosos y se ungían con mirra, aceites, linazas y canela comenzando la primera meditación del día. En el interior del templo, los asistentes del sumo sacerdote organizaban la arena del piso, barriendo las huellas de los pies, cerrando tras de sí las puertas, que desde el Salón de las Escaleras, conducía a la antecámara, hasta la siguiente mañana.
En el centro simbólico de las fuerzas opuestas, entre los dos santuarios, se encuentran los restos de un muro doble. En su interior quedaba un espacio secreto. Al lado derecho de este espacio se encontraba el Santuario de la Luz y al lado izquierdo el de la Oscuridad. Desde ninguno de los dos santuarios, a sus lados, se podía saber que existía este sitio en el centro de los muros. En este espacio mantenido lleno de agua hasta su parte superior, con acceso desde la azotea del templo, era donde los iniciados tenían que pasar la prueba de la muerte.
Durante meses, los iniciados recibieron información sobre los cuatro miedos básicos, el miedo a perder, el miedo a enfrentar, el miedo al abandono y el miedo a la muerte. Entendieron que el miedo produce una reacción psicosomática, una reacción neurohormonal automática. Esta reacción se manifiesta en un desasosiego, un aumento de la frecuencia cardíaca y de la respiración, se bloquea la razón y se produce un deseo de agredir o de huir. Todas reacciones automáticas descontroladas que producen una pérdida de la paz interior y de la energía vital.
Comprendieron que el miedo es producto de una mente que se sale del tiempo presente y se va al futuro, a un tiempo que no existe, para producir un suceso imaginario en el que se pierde algo o alguien o hay que enfrentar algo. Aprendieron a disciplinar la mente de manera voluntaria y consciente, dirigiéndola con pensamientos seleccionados. Aprendieron a conservarla siempre en el tiempo presente, el único en el que se puede decidir y actuar. Se entrenaron para mantener pensamientos de satisfacción, comprendieron que todo lo que sucede es perfecto y necesario para su propia evolución, que si les sucede es porque les corresponde. Así aprendieron a evitar los pensamientos negativos, a confiar en el universo, a mantenerse en paz y armonía. Hasta que sus maestros determinaban que era el momento de probar lo aprendido, lo ejercitado durante meses, se realizaba entonces una ceremonia individual en un salón descubierto en la azotea de este templo, frente a un rectángulo de oscura agua en el piso.
Al comenzar el día, después del baño de purificación, el discípulo y su maestro ascendían por la recta escalera hasta la azotea, llegando al descubierto Salón de las ceremonias frente a un rectángulo de agua en el piso. Su entrenamiento lo había preparado para ser cuidadoso y consciente en todas las situaciones desconocidas, una condición necesaria para sumergirse en el laberíntico canal, lleno de agua y encontrar una salida sin ahogarse. Había llegado la hora de demostrar su compromiso temerario, para llegar o morir. La duda ya no existía. Retroceder sería precipitarse en el abismo y abandonar el camino del sacerdocio. Con una bocanada de aire, el símbolo del espíritu y de la conciencia, se sumergían en una especie de túnel vertical con salientes como de laberinto, que estrechaban el paso. Con decisión, nadaban verticalmente hasta el fondo atravesando la apertura hacia el resplandor de luz. Se encontraban en un estrecho tanque, donde se veía la silueta recortada contra la luz del sol de un enorme cocodrilo. Se puede imaginar el miedo que puede producirse y el control que había que tomar sobre la mente para permanecer en calma y examinar a su alrededor. Sólo así podía ver que en el fondo del tanque había una puerta muy oscura. Convencido que era más prudente eludir los cocodrilos, con fuerza se introduciría en el estrecho túnel. Muchas brazadas y mientras el tiempo se le hacía eterno, llegaría a un tubo vertical. Arriba brillaba también el sol. Ya más tranquilo, llegaba a la superficie habiendo pasado la prueba con éxito. Pero algunos, presa del pánico o en un estado de arrojo irracional, habían emergido rápidamente al lado del cocodrilo, que era mantenido muy alimentado para evitar que atacara, para enterarse que habían fallado la prueba, que la salida no se encontraba pasando al lado de la bestia. Deberían someterse a más tiempo de meditación y entrenamiento, ejercicios respiratorios para volver a enfrentarse a esta ceremonia, esta vez, sabiendo que en el otro lado habría un cocodrilo esperándolo.
Después de los santuarios con el tanque central de prueba, sobre un segundo corredor perimetral, se encuentran 6 capillas, tres a cada lado de un espacio central con la escalera que conducía a la azotea del templo. En sus muros se encuentran bellísimas tallas de las divinidades y el faraón que siempre representa a toda la humanidad.
En este corredor perimetral, se encuentra la famosa escena donde el emperador Trajano se arrodilla ante Imhotep, el arquitecto de Saqqara, quien presenta una serie de instrumentos quirúrgicos, curetas, fórceps, sierras quirúrgicas y escalas farmacéuticas. Hasta aquí acudían los enfermos en busca de ayuda y tratamiento para sus males. Muchas de las figuras talladas presentan una muestra de su fervor, pues el roce de miles de manos sobre sus formas sagrados, gastaron la roca.
En este muro también se encuentra tallada una puerta simbólica que existe en la mente de todo ser humano. Comunica desde un punto central, neutro en la dualidad, con las dimensiones superiores. El camino que utilizó el iniciado entre los dos santuarios, para avanzar al siguiente nivel de su entrenamiento. Al lado izquierdo se encuentra Sobek, con una vara rematada por la figura de un león, el más perfecto de los animales y a la derecha, Horus, con un cuchillo con piernas humanas, símbolo del camino de sufrimiento y autocontrol de todo ser humano para llegar a la condición de maestro ascendido. Entre los dos, un cántico de alabanza, coronado por Maat, el símbolo del orden y del equilibrio entre las dos fuerzas opuestas, el materialismo sensual de Sobek y la espiritualidad consciente de Horus. Maat, el orden, sostiene el cielo y a su alrededor se encuentran las figuras repetidas sobre sí mismas, que simbolizan el movimiento de los cuatro vientos, el león, el halcón, el toro y la serpiente de muchas cabezas: las fuerzas del destino a que está sometido todo hombre. Curiosamente, esos mismos símbolos fueron utilizados posteriormente por los cristianos para representar a los cuatro evangelistas.
El diseño simbólico de este templo, dividido simétricamente entre la luz y la oscuridad, donde los iniciados demostraban el control de su miedo a la muerte, al atravesar por un punto centro, neutro, en medio de la polaridad, deja muchas enseñanzas. Nos muestra que la realidad es el producto de nuestros pensamientos, que el control consciente de los instintos automáticos y la permanencia en el presente, son la puerta de entrada a los niveles de mayor armonía, paz y felicidad.

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