sábado, 10 de diciembre de 2011

Parasitismo en los reinos inferiores


Comentando los hechos de la obsesión y del vampirismo en el vehículo fisiopsicosomático, es importante recordar los fenómenos de parasitismo en los reinos inferiores de la Naturaleza. Sin referirnos a las simbiosis fisiológicas, en que los microorganismos se albergan y alimentan en los intestinos de sus anfitriones, valiéndose de sus sustancias nutritivas, pero generando elementos útiles para los mismos, encontraremos la asociación parasitaria, en el terreno de los animales, similarmente a una sociedad en la cual, una de las partes, casi siempre después de insinuarse con astucia, creó para sí misma ventajas especiales con un manifiesto perjuicio para la otra, que pasa, seguidamente, a la condición de víctima.

Ante semejante desequilibrio, las víctimas se someten por un tiempo indeterminado a la presión externa de los verdugos; sin embargo, en otras eventualidades sufren la intromisión directa en la intimidad de sus propios tejidos, con esa ocupación impertinente que, a veces, degenera en un conflicto destructor y, en la mayoría de los casos, se convierte en un acuerdo tolerante, por necesidad de adaptación, perdurando hasta la muerte de los anfitriones expoliados y llegando incluso a originar los remanentes de las agregaciones inmensamente demoradas en el tiempo, interfiriendo en los principios de la herencia como raíces de conquistador, penetrando en sus células, que padecen la invasión en sus componentes protoplasmáticos hasta más allá de la generación en que el consorcio parasitario dio comienzo.

En razón de ello, apreciando la situación de los parásitos ante sus anfitriones, los tenemos como ectoparásitos cuando limitan su acción a las zonas de superficie y como endoparásitos cuando se alojan en el interior del cuerpo al cual se imponen. No será lícito olvidar, sin embargo, que toda simbiosis extorsionadora de largo curso, principalmente la que se verifica en el campo interno, resulta de la adaptación progresiva entre el anfitrión y el parásito, los cuales, no obstante reaccionar uno sobre el otro, lentamente concuerdan en la sociedad en que persisten, sin que el anfitrión considere los riesgos a que se expone, comprometiendo no sólo la propia vida, sino la existencia de la misma especie.


Transformaciones de los parásitos
Tenemos así, en la larga escala de los acontecimientos de ese orden, a los parásitos temporales, tales como las sanguijuelas y casi todos los insectos hematófagos que apenas transitoriamente visitan a sus anfitriones; los ocasionales o los seudoparásitos, que sistemáticamente no son parásitos, pero que vampirizan a otros animales cuando las condiciones del ambiente a eso les conducen; los permanentes, de desarrollo directo, que disponen de un anfitrión exclusivo y a cuya existencia se encuentran ligados por lazos indisolubles, casi todos relacionables entre los endoparásitos; los parásitos llamados heteroxénicos, que llegan a adultos en un ciclo biológico determinado, contando con uno o más anfitriones intermediarios cuando se encuentran en el período larval, para alcanzar la forma completa en su anfitrión definitivo, y los hiperparásitos, que son parásitos de otros parásitos. Por tanto, el parasitismo, entre los animales, no deviene de una condición natural, sino de una auténtica adaptación de ellos a un modo particular de comportamiento, por lo que es justo admitir que se inclinen hacia nuevas características de la especie. Así es que el parásito, en el régimen de adaptación a que se entrega experimenta mutaciones de importancia que se expresan en la forma, por reducciones o acentuaciones orgánicas, comprendiéndose, de tal modo, que la desaparición de ciertos órganos de locomoción en parásitos fijos y la consecuente formación de órganos necesarios a la estabilidad con que armonizan, deben ser analizados como fenómenos inherentes a la simbiosis perjudicial, notándose en esos seres la facilidad de la fecundación y la resistencia vital, con la extrema capacidad para instalarse, segregando recursos protectores que los aíslan de los factores adversos del medio, como el frío y el calor, tolerando vastos períodos de abstención de cualquier alimento, a ejemplo de las chinches de cama, que consiguen vivir más de seis meses consecutivos en completo ayuno. Continuando el análisis de las alteraciones en los parásitos en actividad, señalemos a muchos platelmintos y anélidos que, en virtud de su parasitismo, perdieran sus apéndices locomotrices, sustituyéndolos por ventosas o ganchos. Identificamos la degeneración del aparato digestivo en varios endoparásitos del campo intestinal y, a veces, la total extinción de dicho aparato, como acontece a muchos cestodos y acantocéfalos que, viviendo de un modo invariable en la corriente de jugos nutritivos ya elaborados en el intestino de sus anfitriones, convierten sus órganos bucales en órganos de fijación, prescindiendo del sistema intestinal propio, dado que pasan a realizar la nutrición respectiva por ósmosis, utilizando toda la superficie del cuerpo. En otras oportunidades, cuando el parásito acostumbra a ingerir una gran cantidad de sangre, demuestra un desarrollo anormal del intestino medio, que se transforma en una bolsa voluminosa que funciona como un depósito de reserva, en que la asimilación se opera, lentamente, para que esos animales, como las sanguijuelas y los mosquitos, se sobrepongan a largos ayunos eventuales.


Transformaciones de los anfitriones
Sin embargo, si los parásitos pueden acusar expresivas transformaciones frente al nuevo régimen de existencia al que se amoldaron, los resultados de tales asociaciones sobre el anfitrión son más profundos, dado que los asaltantes, después de instalarse, se multiplican amenazadores estableciendo expoliaciones sobre los sectores orgánicos de la víctima, succionándole su vitalidad, traumatizando los tejidos, provocándole lesiones parciales o totales o provocando acciones tóxicas, como la exaltación febril en las infecciones con que, en oportunidades, suelen apresurar su muerte. Con esa acción perniciosa o letal, logran irritar las células o destruirlas, obstruir cavidades, sea en los intestinos o en los bazos, embarazar funciones y obstruyendo glándulas importantes, tales como las glándulas genitales, que pueden provocar hasta la castración, aunque los recursos defensivos del anfitrión sean puestos en evidencia, creando ejércitos celulares de combate contra las infestaciones, expulsando a los invasores por la vía común, o bien neutralizándoles su penetración por medio de las membranas fibrosas que los envuelven, presionándoles al principio para aniquilarles después, en pequeños envoltorios calcificados en el interior de los tejidos. Y recordando los efectos de ciertos parásitos heteroxénicos, que se desenvuelven en el anfitrión intermediario hasta alcanzar su desarrollo adulto en el anfitrión definitivo, bastará la mención especial de los tripanosomas que, en especies diversas se multiplican en los tejidos y líquidos orgánicos provocando aflictivos problemas de parasitología humana, con complicadas operaciones de transmisión, evolución e instalación en el cuadro fisiológico de sus víctimas.
Vale citar, entre ellos, el tripanosoma cruzi (10), que se hospeda, habitualmente, en el intestino medio de un triatoma o de otro reduvio, donde presenta formas redondeadas en división para adquirir nuevamente la forma del tripanosoma en el intestino posterior del hemíptero que, viviendo a costa de la sangre, obtenida por picadura, lo transmite por medio de las heces al organismo humano, en el cual, generalmente, pasa a residir, en forma endocelular en los músculos, en el sistema nervioso, en la médula de los huesos o en la intimidad de otros tejidos, difundiéndose en la medida de las resistencias que le ofrezca el mundo orgánico y desempeñando el papel de un verdugo microscópico persiguiendo y aniquilando poblaciones indefensas.


Infecciones fluídicas
Muchos arremeten contra sus adversarios, aun estando ligados a sus cuerpos terrestres, influyendo en su imaginación con formas mentales monstruosas y operando perturbaciones que podemos clasificar como infecciones fluídicas, que pueden determinar un colapso cerebral rayano en la locura. Existen muchos otros inmovilizados por las pasiones egoístas de uno u otro tenor, padeciendo un pesado monoideísmo junto a los encarnados, de cuya presencia son incapaces de alejarse. Otros, al igual que los ectoparásitos temporales, proceden a semejanza de los mosquitos y de los ácaros, absorbiendo las emanaciones vitales de los encarnados que armonizan con ellos en cualquier lugar; y existen muchos otros que como endoparásitos conscientes, después de informarse de los puntos vulnerables de sus víctimas, segregan sobre ellas determinados productos relacionados con el quimismo del espíritu, los que podemos denominar como simpatinas y aglutininas mentales, productos éstos que, en forma disimulada y oculta, modifican la esencia de sus pensamientos continuos a expresar desde las bases energéticas del tálamo, en el diencéfalo. Establecida esa operación de ajuste que los encarnados y los desencarnados, comprometidos por su envilecimiento mutuo, realizan con un evidente automatismo, similarmente al de los animales en su manifestación primitiva de las líneas de la Naturaleza, los verdugos comúnmente dominan las neuronas del hipotálamo, acentuando la misma primacía sobre el eje amielínico que lo liga a la corteza frontal, controlando las estaciones sensibles del centro coronario, donde se fijan para el gobierno de las excitaciones, produciendo en sus víctimas, cuando son contrariados en sus deseos, inhibición de funciones viscerales diversas, mediante la influencia mecánica sobre el simpático y el parasimpático. Tales maniobras, en procesos intrincados de vampirismo, manifiestan el estado de miedo o de guerra nerviosa en los seres de quienes se vengan, alterándoles la estructura psíquica u ocasionándoles perjuicios constantes a sus tejidos somáticos.

Parasitismo y reencarnación
En los hechos de ese orden, cuando la descomposición de la vestidura carnal no basta para consumar el rescate preciso, víctima y verdugo se equiparan en la misma gama de sentimientos y pensamientos cayendo, más allá de la sepultura, en dolorosos cuadros infernales, hasta que la Misericordia Divina, por sus agentes vigilantes, luego de un estudio minucioso de los crímenes cometidos y pesando agravantes y atenuantes, promueve la reencarnación de aquel Espíritu que, en primer lugar, es merecedor de tal recurso. Y estando en ejecución el proyecto de retorno del beneficiario, para regresar del Plano Espiritual al Plano Terrestre, la mujer, señalada por sus débitos, sufre la gravidez respectiva junto con el asedio de fuerzas oscuras que, en muchas ocasiones, se establecen en su órgano genésico en calidad de simbióticos que influencian al feto en gestación, estableciéndose, desde esa hora inicial de la nueva existencia, ligaciones fluídicas a través de los tejidos del cuerpo en formación, por las cuales la Entidad reencarnante, a partir de la infancia, continúa enlazada al compañero o a los compañeros desdichados que integran con ella todo un equipo de almas culpables en vías de reajuste. Se desarrolla entonces la niñez, crece, se reinstruye y retorna a la juventud con sus energías físicas padeciendo, sin embargo, la influencia constante de sus asediantes, hasta que –frecuentemente, por intermedio de uniones conyugales en que la prueba se cumple con amor o por circunstancias difíciles del destino–, les ofrezca un nuevo cuerpo en la Tierra para que, como hijos de su sangre y de su corazón, les devuelva en moneda de renuncia los bienes que les debe, desde un pasado remoto o cercano. En tales acontecimientos vamos a notar situaciones casi idénticas a las que son provocadas por los parásitos heteroxénicos, dado que, si los adversarios del Espíritu reencarnado son en mayor número actúan, muchos de ellos, similarmente a los tripanosomas, tomando a los hijos de sus víctimas y afines a ellos mismos, por anfitriones intermediarios de las formas-pensamientos deplorables, arrojándolas de su lado y alcanzando, seguidamente, la mente de los padres u anfitriones definitivos, para inocularles peligrosos fluidos sutiles con que atormentan a sus almas, muchas veces hasta el momento mismo de la muerte.






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