jueves, 1 de enero de 2009

Mediumnidad con Jesús


En cualquier sector de la actividad humana, es natural que cultivemos, en el interior del corazón, el ansia de mejora y perfeccionamiento. El ingeniero que después de una intensa labor, obtiene su diploma, se esfuerza en el estudio y en el trabajo, con objeto de dignificar la profesión escogida, convirtiéndose en constructor del progreso y del bienestar general.
El médico, en contacto con el sufrimiento y la enfermedad, en la cirugía y en la clínica, aplicará siempre sus conocimientos, con vistas a la experiencia del tiempo. Y si es honesto y bueno, conquistará el respeto del medio donde vive.
El obrero, sea el mecánico o carpintero, zapatero o sastre, en la humilde labor diaria,
estudiando y aprendiendo, adquirirá los recursos de la técnica especializada que lo convertirán en elemento valioso e indispensable en el ambiente donde la Divina Bondad lo situó.
El abogado, en el trato incesante con las leyes, identificándose con la interpretación del
Derecho, consultando clásicos y modernos, abrirá en el propio Espíritu perspectivas sublimes
para el ingreso en la Magistratura respetable, en cuyo Templo, por la aplicación de los
correctivos legales, cooperará eficientemente, con el Señor de la Vida en la implantación de la Justicia y en la sustentación del sistema jurídico.
Si esta ansia evolutiva se comprende en las labores de la vida actual, cuyas necesidades, en su mayoría, virtualmente desaparece con el cese de la vida orgánica, ¿qué decir de las realidades del Espíritu Eterno, de las luchas y experiencias que continuarán después de la muerte, para determinar, finalmente, en el mundo espiritual, la felicidad o la desventura del ser humano?
La escena evolutiva contemporánea se asemeja a un séquito que se dirige, simultáneamente,
a un cementerio y a una cuna.
Vemos sepultar una civilización poluída y asistir, jubilosos, a la alborada de luz de un nuevo
Dios.
La Humanidad, procurando destruir los grilletes que todavía la vinculan a la Era de la Materia, en la cual predominan los sentimientos inferiores, presentan dolorosos síntomas de
descomposición, a la manera de un cuerpo que se desvanece lentamente, para, por el misterio del renacimiento, dar vida a otro ser más perfecto y hermoso.
El médium, como criatura que realiza también, de modo penoso, su marcha redentora,
aspirando a mejorarse y alcanzar la vanguardia ascensional, se resiente, en el ejercicio de su
facultad, sea ella cual fuere, de este estado de cosas, revelador de la ausencia del Evangelio en el corazón humano.
Los problemas materiales, los instintos todavía hablando bien alto, en la intimidad del
propio corazón, la inclusión al personalismo y a la inferioridad, la prepotencia y el amor
propio, en fin, la condición todavía deficiente de su individualidad espiritual, concurren para
que lo Más Alto encuentre, en esta altura de los tiempos, un fuerte obstáculo a la libre, plena
y espontánea manifestación.
Justo e igual de necesario será, por lo tanto, que el médium guarde, igualmente, en el
corazón, el deseo, por el estudio y por el trabajo, por el amor y por la meditación, de sobreponerse al medio ambiente y escalar, con firmeza y decisión, los peldaños de la evolución consciente y definitiva, convirtiéndose así, con reducción del tiempo, en espiritualizado instrumento de las voces del Señor.
Esclarecen los instructores espirituales que "la mente es la base de todos los fenómenos
mediúmnicos".
Así, siendo la naturaleza en nuestros pensamientos, el tipo de nuestras aspiraciones y
nuestro sistema de vida, expresados a través de actos y palabras, determinarán, sin duda, la
calidad de los Espíritus que, por la ley de las afinidades, serán compelidos a sintonizarse con
nosotros en las tareas cotidianas y específicamente, en las prácticas mediúmnicas.
No podemos, entretanto, es verdad, desear una comunidad realmente cristiana, donde todos
se entiendan, piensen en el bien, vivan por el bien y hagan el bien.
Sería, extemporáneamente, la Era del Espíritu, realización que pertenecerá a los milenios
futuros, cuando tengamos la presencia del Cristo de Dios en el propio corazón, convertido en Templo Divino, en las condiciones de repetirnos, leal y sinceramente, la gran insignia del
Evangelio: “Ya no soy yo quien vive, sino Cristo que vive en mí”.
Todavía, si es posible, por ahora, la cristianización colectiva de la Humanidad de nuestro
pequeño orbe, Jesús continúa hablando a nuestro corazón, en el silencio, desde el dulce
episodio del Pesebre, cuando encendió, entre la paja del establo de Belén, la luz de la humana redención.
Cada uno de nosotros habrá de construir su propia evolución. Esta transición inevitable, de
la Era de la Materia para la Era del Espíritu, puede comenzar a ser efectuada, humildemente,
silenciosamente, perseverantemente, en el mundo interior de cada criatura.
Comencemos, desde ahora, el proceso de auto transformación. Este proceso renovador se verificará, ciertamente, en la base de la transformación y sustitución de sentimientos.
Modifiquemos los hábitos, perfeccionemos los sentimientos, mejoremos el vocabulario,
purifiquemos la visión, ejerzamos la fraternidad, amemos y sirvamos, estudiemos y
aprendamos incesantemente. Tenemos que dejar los hábitos milenarios que nos cristalizan los corazones, como abandonamos la ropa vieja y el calzado inservible, que ya no satisfacen los imperativos de la decencia y de la higiene.

Vamos a salir de una para otra fase de la evolución planetaria, imponiéndose, por tanto, la
renovación de los sentimientos. En una figura más simple: la situación de lo que es ruin, por lo que es bueno, de lo que es
negativo, por lo que es positivo, de lo que degrada por lo que santifica.
Antiguamente, hombres y grupos se caracterizaban, total y expresamente, por la ignorancia de los asuntos espirituales y materiales, por la tiranía - material y espiritual - de unos sobre los otros, del más fuerte sobre el más débiles y, finalmente, por el absoluto predomino de los instintos. Se oprimía moral, económica y espiritualmente. Se sacrificaba, incluso al hermano, en nombre del Divino poder.
La primacía de la materia abrazaba todas las formas de vida. En la fase de transición en la que vivimos, cambiamos sin duda hacía la espiritualización. Sustituiremos las viejas fórmulas de la ignorancia, de la opresión política y religiosa, moral
y económica, por las elevadas nociones de fraternidad del Cristianismo. ¡Los instintos inferiores cederán lugar, vencidos y humillados, a los eternos valores del Espíritu Inmortal!
Como transcurso natural de tales situaciones, la mediumnidad igualmente, se sublimará. Se elevarán las prácticas mediúmnicas, porque Espíritus Sublimados sintonizarán con los medianeros, en el definitivo y maravilloso Pentecostés de Amor y Sabiduría, exaltando la Paz y la Luz.
Cuando el conocimiento de los problemas humanos, en su doble aspecto - material y espiritual -, se convierta en una realidad en nuestro corazón, la fenomenología mediúmnica se enriquecerá de nuevas e incomparables expresiones de nobleza.
Cuando la Fraternidad que ayuda y socorre, que perdona y consuela, sustituya a la Opresión, que sofoca y constriñe, los médium serán, en el pasaje terrestre, legítimos transformadores de luz espiritual.
El hombre será hermano de su hermano, su vida será sublime apostolado de ternura y cooperación y su verbo la más encantadora y armoniosa sinfonía. Cuando nos moralicemos y nos volvamos realmente altruistas, superando la animalidad
primitiva y la ambición desmedida, nos convertiremos en puentes luminosos, a través de los
cuales el Cielo se unirá a la Tierra. Si deseamos sublimar nuestras facultades mediúmnicas, tenemos que educarnos,
transformando el corazón en el Altar de Fraternidad, donde se abriguen todos los necesitados del camino.
La Era de la Materia nos exige conquistas exteriores, ventajas fáciles, placeres y futilidades, consideraciones y honores. Y el inmediatismo nos convoca a la pereza y a la inercia, al abismo y al sufrimiento.
La Era del Espíritu nos pide la conquista de nosotros mismos, lucha incesante, trabajo y responsabilidades. Y el futuro nos incita con sus manos de luz para la realización de nuestros elevados destinos.
El médium que, intrínsecamente, vive los factores negativos de la Era de la Materia, es un operario negligente, cuya herramienta se oxidará, será destruida por las polillas y robada por los ladrones, conforme la advertencia del Evangelio.
Será, apenas, simple producto del fenómeno.
El médium, entretanto, que vigile su propia vida, disciplinará las emociones, cultivará las virtudes cristianas y ofrecerá al Señor, multiplicados los talentos que en préstamo le fueran confiados, estará, en el silencio de sus dolores y de sus sacrificios, preparando su camino de elevación para el Cielo. Estará, sin duda, ejerciendo la “mediumnidad con Jesús”.

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