lunes, 17 de enero de 2011

La fe mueve montañas


La fe, en el hombre, es el sentimiento innato de su destino futuro; es la conciencia que tiene de sus facultades inmensas, cuyo germen fue depositado en él, primero en estado latente, y que debe hacer germinar y crecer por su voluntad activa.

Hasta el presente la fe no ha sido comprendida sino bajo el aspecto religioso, porque Cristo la preconizó como palanca poderosa, y porque no se vio en él sino al jefe de una religión. Pero Cristo, que realizó verdaderos milagros, mostró, por estos mismos milagros, lo que puede el hombre cuando tiene fe, es decir, la voluntad de querer, y la certeza que esta voluntad puede cumplirse. Los apóstoles, a su ejemplo, ¿no hicieron también milagros? Pues, ¿qué eran estos milagros sino efectos naturales cuya causa era desconocida a los hombres de entonces, pero que en gran parte se explican hoy y se comprenderán completamente por el estudio del Espiritismo y del Magnetismo? La fe es humana o divina, según como el hombre aplica sus facultades a las necesidades terrestres o a sus aspiraciones celestes y futuras.

El hombre de genio que persigue la realización de alguna gran empresa, triunfa si tiene fe, porque siente en él que debe y puede realizarlo, y esta certeza le da una fuerza inmensa. El hombre de bien que creyendo en su futuro celeste quiere llenar su vida de nobles y bellas acciones, saca de la fe, en la certeza de la felicidad que le espera, la fuerza necesaria, también con esto se realizan los milagros de la caridad, de la devoción y de la abnegación. En fin, con la fe no hay malas inclinaciones que no lleguen a vencerse. El magnetismo es una de las más grandes pruebas del poder de la fe puesta en acción: por la fe cura y produce esos fenómenos extraños que en otro tiempo se calificaban de milagros. Lo repito: la fe es humana y divina; si todos los encarnados estuviesen bien persuadidos de la fuerza que tienen en sí, si quisiesen poner su voluntad al servicio de esta fuerza, serían capaces de realizar lo que hasta el presente se han llamado prodigios, y que sólo son un desarrollo de las facultades humanas.

(UN ESPÍRITU PROTECTOR, París, 1863).

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