martes, 22 de diciembre de 2009

Relaciones Karmicas entre padres e hijos II


Pregunta: Aun delante de vuestras amplias aclaraciones, no podemos apartar la idea de una acción inexorable y algo punitiva por parte de la Ley Kármica, con relación a los procesos redentores de los padres en falta.
Ramatís: Es probable que so suceda debido a que suponéis que la Ley del Karma es un mecanismo inexorable de "culpa" y "pago". Desde un principio es necesario comprender que el mundo terreno es un admirable laboratorio para los ensayos de la química espiritual, en donde se respeta la voluntad y el libre albedrío de las criaturas a pesar de sus contradicciones con el orden evolutivo de la vida espiritual manifestada en la materia. Conviene que no generalicéis el asunto tratado, pues existen situaciones sacrificiales y expiatorias aparentemente idénticas, pero son de origen completamente opuesto. Hay casos en que los esposos se ven en el duro trance de los hijos teratológicos, porque también fueron responsables de sus crueles desgracias, tocándole soportar ahora la terrible prueba de reparación kármica. Sin embargo, en esas mismas condiciones de infelicidad pueden encontrarse almas buenísimas y abnegadas, sin culpas en el pasado, pero que en voluntaria misión de amor y sacrificio concuerdan en hacerse padres de espíritus delincuentes, con la intuición de ampararlos piadosamente en sus pruebas dolorosas, evitando que se sumerjan definitivamente en las tinieblas de las abyecciones y rebeldías. En el primer caso, se trata de una rectificación espiritual impuesta compulsivamente por la ley de la "cosecha obligatoria"; en el segundo, es el sacrificio espontáneo aceptado por almas en flor, que se dejan inspirar por el divino concepto del "amaos los unos a los otros" del sublime Jesús. De la misma forma, no todos los espíritus superiores se encarnan para una muere prematura y consecuente prueba de los padres, como no todos los desheredados de la suerte sucumben prematuramente. De igual forma, no todas las desencarnaciones prematuras son expiaciones deliberadamente kármicas para sus progenitores, pues antes de la reencarnación ciertas almas aceptan la incumbencia dolorosa de generar un cuerpo físico, destinado a un espíritu amigo, que necesita poco tiempo de vida física para completar el término de sus reencarnaciones. Es evidente que esos padres han de sufrir intenso dolor por la ausencia del hijo querido, muerto prematuramente, sin que por eso pague culpas pasadas. Si estuviesen absolutamente seguros del acuerdo espiritual "preencarnatorio" no sufrirían tan acerbadamente y aceptarían la muerte física como una breve ausencia del espíritu, que fuera su hijo carnal.
En el futuro, cuando el terráqueo sea merecedor de la benevolencia y la dádiva sideral, la vida humana será considerada como un estacionamiento, tan común en la Tierra, como se consideran las "becas" de estudio en el extranjero. La mayoría entonces se despedirá de la vida física como si fuera un viajante que finaliza su recorrido y tiene que tomar el tren que lo llevará a su punto de partida. He ahí por qué no debéis generalizar lo que decimos, pero hay que comprender que siempre hay un motivo justo y lógico que puede explicar todos los acontecimientos raros o dolorosos de la vida humana, sin que se desmienta la implacable justicia de Dios.

Pregunta: Creemos, debido a la enseñanza de las religiones dogmáticas, que el dolor y el sufrimiento son los castigos generados por los pecados cometidos en este "valle de lágrimas"; pensamos que las situaciones incómodas para el espíritu encarnado han de ser pruebas expiatorias e indiscutibles deudas del pasado.
Ramatís: De ser así la existencia humana sería un automatismo constante. ¿Jesús tuvo que matar algún adversario en el pasado para ser punido con la muerte en al cruz? ¿Encarceló o traicionó a inocentes discípulos para que se justifiquen los chicotazos que recibió, o porque fue negado por Pedro y traicionado por Jesús? Esa creencia insensata sólo os conducirá a una profunda confusión para comprender las verdaderas finalidades de la vida terráquea. Ésta, como dijéramos anteriormente, es un laboratorio planetario destinado a la eclosión de las energías del espíritu, a través de la invitación instintiva de la carne, y no ese compungido "valle de lágrimas" preparado adrede por la fantasía melodramática de las sectas religiosas. Aunque consideréis como dolores y sufrimientos las fases de los distintos estacionamientos del proceso kármico, que transforma animales en ángeles, no tiene carácter de punición o de venganza por las faltas cometidas por el hombre en ésta o en encarnaciones pasadas. Esos dolores y sufrimientos, como etapas de perfeccionamiento progresivo, conducen las formas brutas hacia las más elevadas expresiones de belleza espiritual. El camino de los nuevos aspectos y la adquisición de la conciencia futura comienzan cuando la piedra se desgasta a través del dolor mineral; la vegetación despierta con el dolor vegetal, a causa de la poda o el injerto; el animal progresa por el dolor carnal, sensibilizándose bajo los impulsos del instinto, y el hombre, cuando se libera de las pasiones degradantes. Es innegable que sois dueños de vuestra voluntad o libre albedrío, pudiendo practicar vuestras acciones en beneficio o perjuicio de la colectividad, pero es necesario que recordéis que la Ley del reajustamiento y del equilibrio ascensional del espíritu interviene inmediatamente ni bien os extralimitáis en vuestras acciones, resultando las consecuencias perjudiciales para el próximo y una franca desarmonía con la ética evolutiva. La sabiduría popular antigua, segura que la constante y eficaz pre¬sencia de la Ley Kármica, por detrás de cualquier acontecimiento inevitable o trágico, prefería curvarse humildemente a la resignada convicción de que "Dios siempre sabe lo que hace". Esta seguridad también debiera participar de vuestras convicciones espirituales, pues no hay duda que una cosa es imposible de evitar, y es que en el Cosmos todo debe alcanzar, ineludiblemente, la felicidad.

Pregunta: Conocemos a determinadas personas, que después de haber perdido a sus hijos, hace años, siguen sin consuelo, como el primer día, sin lograr otro aliciente. ¿Merece censura ese afecto inconsolable, que parece comprobar un inagotable amor en los padres? Si la Ley del Karma es tan severa para aquellos que descuidan los deberes afectivos con sus descendientes, ¿por qué los que tanto aman son tan infortunados? ¿En esa situación la Ley no es injusta?
Ramatís: Basándose en que el espíritu es la única realidad en los caminos planetarios y que sobrevive eternamente a las innumerables desintegraciones de los cuerpos que ocupó, la ignorancia de esa realidad es al que produce el sufrimiento prolongado, motivado por la separación provisoria. En consecuencia, la solución del problema afectivo no reside en destruir ese "desconsuelo", pero sí en aclarar rápidamente su situación, precisando liberarse de su ignorancia espiritual y conocer las finalidades de la verdadera vida del espíritu.
No nos cabe censurar a los padres que lloran largamente la muerte física de sus queridos descendientes, pero es evidente que si comprendiesen los objetivos superiores del alma, en modo alguno proseguirían en esa actitud de profundo egoísmo y disconformidad con respecto a las directrices de la Sabiduría Divina. Indudablemente que no siempre pueden llorar al espíritu del hijo amigo, pues si ignoran la realidad reencarnatoria también desconocen que, en muchos casos, pueden estar llorando desconsoladamente al terrible verdugo del pasado, por el solo hecho de haber heredado por breve tiempo un cuerpo en el seno de su hogar. Es probable que si conociesen la terrible verdad que los hace llorar inconsoladamente, cesaría de inmediato el sufrimiento por una criatura espiritual que, en realidad, hasta les podría ser detestable.

Pregunta: ¿Cómo podemos comprobar si hay egoísmo en ese sufrimiento acerbo cuando los padres sufren la pérdida del hijo?
Ramatís: Hay criaturas muy beneficiadas por la fortuna, que se dedican egoístamente a su único retoño porque éste es carne de su carne y sangre de su sangre. Mientras tanto, ese apego enfermizo puede significarles la futura decepción en el Más Allá, cuando verifiquen que en el hijo de su humilde cocinera o en el niño que detestaban en la vecindad es donde realmente vivía el espíritu más querido en el pasado, mientras que el hijo adorado, que fuera rodeado de los más fantasiosos caprichos, habitaba el alma adversaria, cruel y despiadada.
Hay criaturas que cuando pierden a un hijo el mundo se les torna indiferente; inconsolables, se apartan de los atractivos de la vida, se recogen melancólicamente en un estado de inactividad emotiva e inútil, cultivando su desdicha personal aunque continúen rodeados de la colectividad terrena sufriente y necesitada de toda clase de cooperación. Algunos se sumergen definitivamente en la caparazón de su vida egoísta, celosos de la felicidad ajena y considerando al mundo como responsable de la muerte del hijo querido. Los más recalcitrantes pierden la sensibilidad espiritual y el sentido de vivir cristianamente, olvidándose de la pobreza de los hijos ajenos o de la aflicción de otras madres, prefiriendo levantar un fastuoso mausoleo en la tierra fría del cementerio, transformándolo en un templo definitivo hacia el culto enfermo de la muerte, inclinándose melancólicamente junto al cadáver del hijo en desintegración. Cuántas veces, junto a esas almas herméticamente encerradas en sí mismas hemos visto al muerto gritarles en el auge de la angustia: "Basta, padres míos. No fuercen mi presencia espiritual junto a mi cadáver. Cultiven mi memoria sirviendo, amando y socorriendo a otros hijos de madres desdichadas, que me puedan sustituir en vuestros corazones". Mientras lloran la separación del cuerpo condenado a la putrefacción, esos infelices progenitores olvidan los sufrimientos y las angustias que suceden a pocos metros de los palacios enlutados, cuando madres desesperadas claman por ropa y pan, con el fin de que su prole pueda sobrevivir. Llénanse los orfanatos y los asilos de criaturas abandonadas, mientras que por los cementerios anti higiénicos padres y madres circulan en silenciosa rebelión contra el mundo, creyendo que su dolor personal y su caso particular debe considerarse en las proporciones de un drama universal. En vez de sustituir al hijo que fue mimado y tratado con lujo exagerado, con atenciones indebidas, que desencarnó bajo el ritmo justo de la ley de recuperación espiritual, debieran cultivar su memoria por la dádiva del vestir, alimentar y llevar el socorro al hogar de los hijos sin padre y sin madre, que se contentarían con las sobras de las mesas abundantes; esos padres prefieren aferrarse al culto enfermizo de su dolor inconformable y reverenciar el recuerdo de la carne perecible.

Pregunta: Creemos que el sufrimiento prolongado de los padres por consecuencia de la falta de ese ente querido no es fruto exclusivo del egoísmo, pero sí debido a su sensibilidad afectiva. Además, ¿cómo se podría amar intensamente al hijo ajeno cuando la vida no permite siquiera que se ame al propio hijo?
Ramatís: El verdadero amor es aquel que os despierta un estado de simpatía espiritual, o sea, un estado en que sentís en vosotros mismos el sufrimiento y las necesidades que ocurren en otros seres infelices. He ahí el secreto de los grandes amantes de la humanidad, como Francisco de Asís, Buda, Krisna o Jesús. Mientras el amor paterno y materno se dedican exclusivamente a la carne de los hijos que procrean, estad seguros que los padres serán candidatos a sucesivas decepciones en los mundos físicos y astrales. Lo manifestamos así para que cuando regreséis al mundo espiritual también disminuyan un poco vuestras terribles desilusiones y también conoceréis el verdadero significado de muchas contradicciones humanas registradas en la Tierra en nombre del amor, de la bondad, de la honestidad o de la renuncia. No hay fundamento sensato en llorar ininterrumpidamente a los hijos desencarnados, cuando ellos no pasan de ser imágenes de carne en incesante transformación cotidiana. Es suficiente el transcurso de algunos años del calendario terráqueo para que los descendientes regordetes se vuelvan diferentes a las figuras que son expuestas en el álbum de fotografías de la familia. Miraos vosotros mismos en el espejo doméstico, ¿y lo que veis enfrente? ¿Por ventura aún sois aquel rosado bebé de carne viva que hace algunos años se agitaba en la cuna, festejado ruidosamente por los parientes satisfechos? ¿Seríais capaces de reconoceros si un espejo mágico os mostrara el rostro macilento del futuro viejo, apoyado en el bastón que os ampara los pasos debilitados? ¿Quién sois, al fin? "¿Quiénes son mis hermanos, mi padre y mi madre?", preguntó Jesús en un instante de gran lucidez espiritual. En realidad, las figuras humanas son imágenes en continua metamorfosis, que envejecen y se deforman apresuradamente. Surgen en cunas de seda o entre montones de trapos, crecen, se fatigan, caen y terminan en el melancólico silencio de la sepultura terrestre. Cuántas ilusiones guarda el alma al llorar inconsolablemente en el recuerdo enfermizo por la imagen provisoria de aquel que partió temprano, cuando el verdadero afecto debe dirigirse al espíritu, que es inmortal, cada vez más consciente de sí mismo y que existe más allá del espacio y del tiempo.

Pregunta: Sucede que nosotros centramos todo nuestro afecto en la figura humana, y cuando desaparece nos falta el apoyo emotivo en donde basamos nuestros más altos sentimientos, ya bastante despiertos. ¿No es verdad que ése es el proceso natural de la evolución espiritual?
Ramatís: Es evidente que si estáis esclavizados en los caminos virtuales del mundo ilusorio no podéis alcanzar la realidad definitiva del espíritu, que requiere decisión y coraje para la deseada liberación de la materia.
El padre o la madre que después de diez años aún desespera por la muerte del hijo, olvida en su ceguera espiritual que si ese hijo aún estuviese vivo no sería exactamente la imagen que aún llora, pues habría de ser otro el aspecto, porque en su fisonomía se produciría el cambio inexorable por el pasar de los años. En verdad, si el hijo estuviese vivo sería diez años más viejo. También sería más gordo o enfermo, dócil o cruel, bueno o vicioso, soltero o casado. Bajo cualquier hipótesis, ese padre o esa madre inconsolable continúan llorando la imagen falsa, obsesionados por una idea fija en la retina de su mente, tal como sucede en la proyección cinematográfica, finalizado el film, del cual sólo queda el recuerdo de lo observado. Sucede también que en el cumplimiento común de la vida humana es mayor el porcentaje de los espíritus adversarios, verdugos y víctimas que se reencarnan cotidianamente para formar familias consanguíneas, y es mucho menor el número de almas amigas que renacen ligadas por simpatías del pasado. Bajo nuestros conocimientos espirituales sabemos que muchos hijos e hijas, cuya muerte es llorada algunos años después por padres inconsolables, si aún estuviesen encarnados habrían sido terribles verdugos de sus progenitores, pues eran espíritus despiadados, que bajo la Ley del Karma habían comenzado los primeros ensayos de aproximación espiritual con sus víctimas. Debido a la ignorancia espiritual, las criaturas no pueden convencerse que su más cruel enemigo del pasado puede habitar el cuerpo del hijo sonriente, y es natural entonces que atraviesen algunos lustros cargando pesimismo y vertiendo lágrimas de aflicción. Bajo tal confusión espiritual, aún es muy difícil que un padre ame al hijo ajeno, pues su figura física difiere mucho de la estética carnal de la familia egoísta, para la cual los hijos no pasan de ser lindas colecciones de cuerpos bonitos, plasmados bajo el sello de parientes consanguíneos, a lo que se apegan fanáticamente en el culto peligroso de la carne provisoria. Cuando el espíritu del hombre comprenda la realidad de la vida espiritual y se disponga a enjugar las lágrimas ajenas, sin observar las formas de sus cuerpos o los lazos consanguíneos, con toda razón también se avergonzará de sus lágrimas melodramáticas. Comúnmente la sensibilidad humana se rige por el significativo y contradictorio sentimentalismo, mientras que algunos padres consideran la muerte de sus hijos como un acontecimiento digno de espanto en el Cosmos, mientras que la noticia de millares de criaturas que se ahogan en las inundaciones de la India o en la China no deja de ser para ellos una simple noticia diaria. Bajo tan falso sentimentalismo, raros son los que se disponen a amar la carne de otra carne y la sangre de otra sangre.

Ramatis.

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