miércoles, 28 de abril de 2010

Leccion moral de la infancia.


e todas las plagas morales de la humanidad, el egoísmo parece la más difícil de desarraigar; lo es además, de hecho, porque es alimentada por las costumbres mismas de la educación. Parece que se tomara a pecho el excitar, desde la cuna, ciertas pasiones que devienen más tarde en una segunda naturaleza, y se sorprende uno de los vicios de la sociedad, cuando los pequeños lo maman con la leche. He aquí un ejemplo que, como cada cual puede apreciar, pertenece más a la regla que a la excepción.
Una familia conocida nuestra tiene una niña de cuatro a cinco años de edad, de una rara inteligencia, pero que tiene los pequeños defectos comunes a los niños mimados, es decir que es algo caprichosa, llorona, testaruda, y no siempre da las gracias cuando se le da alguna cosa, lo que sus padres tienen muy a pecho el corregir, ya que exceptuando esos defectos, según ellos, tiene un corazón de oro, expresión consagrada. Veamos como hacen para quitar esas pequeñas máculas y conservar la pureza del oro.
Cierto día, le trajeron un pastel a la niña, y, como generalmente es costumbre, le dijeron: "Te lo comerás si te portas bien;" primera lección de gula. Cuantas veces no se dice, a la mesa, a un niño, que no comerá de tal dulce si llora. "Haz esto, haz aquello, le decimos, y tendrás crema" o cualquier otra cosa que le produzca deseo; y el niño se reprime, no por razonar, sino por satisfacer un deseo sensual que aguijoneamos. Es aún peor cuando le decimos, lo que no es menos frecuente, que daremos su porción a otro; ya no es solamente la gula la que esta en juego, es la envidia; el niño hará lo que le manden, no solamente por tener, si no también para que otro no tenga. ¿Queremos darle una lección de generosidad? Le decimos: "Dale esa fruta o ese juguete a tal"; si se niega, no dudamos en añadir, para estimular en el un buen sentimiento: "Te daré otro"; de manera que el niño solo se decide a ser generoso cuando está seguro de no perder nada.
Fuimos testigo un día de un hecho característico en ese género. Se trataba de un niño de dos años y medio aproximadamente, a quien habían hecho semejante amenaza, añadiendo: "Se lo daremos a tu hermano pequeño, así no lo tendrás"; y, para tornar la lección más sensible, se puso la porción en el plato de aquel; pero el hermano pequeño, tomando la cosa en serio, se comió la porción. A la vista de ello, el otro se puso rojo, y había que ser el padre o la madre para no ver el estallido de cólera y odio que relampagueó en sus ojos. La semilla había sido arrojada; ¿Produciría buenos granos?
Volvamos a la pequeña niña de la cual hablábamos. Como no se tomó en serio la amenaza, sabiendo por experiencia que raramente se ejecutaba, esta vez se actuó con más firmeza, porqué se comprendió que había que domar ese pequeño carácter, y no esperar que la edad le diese una mala tendencia. Hay que formar los niños desde temprano, se suele decir; máxima muy sabia, y, para ponerla en práctica, he aquí como se actuó. "Te prometo, le dijo su madre, que si no obedeces, mañana por la mañana, la daré tu pastel a la primera pequeña pobre que vea pasar." Dicho y hecho; esta vez se quiso ser serio y darle una buena lección. A la mañana siguiente pues, habiendo avisado a una pequeña mendiga de la calle, se le hace entrar, y se obliga a la pequeña hija a tomarla de la mano y a darle ella misma su pastel. A renglón seguido, loas a su docilidad. Moraleja: la pequeña niña dice: "Es igual, si hubiese sabido eso, me habría dado prisa en comer mi pastel ayer."; y todo el mundo a aplaudir una respuesta tan espiritual. La pequeña había, en efecto, recibido una fuerte lección, pero una lección del más puro egoísmo, de la cual sacará provecho en otra ocasión, porqué sabe ahora lo que cuesta la generosidad forzada; resta saber que frutos dará más tarde esa semilla, cuando, con más edad, la niña aplicará esa moral a cosas más serias que un pastel. ¿Sabemos que clase de pensamientos ha podido hacer germinar en esa joven cabeza ese sencillo hecho? ¿Cómo queremos, tras esto, que un niño no sea egoísta cuando, en vez de despertar en él el placer de dar, y de representarle la felicidad de aquel que recibe, se le impone un sacrificio como punición? ¿No es inspirarle aversión por el acto de dar, y por aquellos que tienen necesidad? Otra costumbre igualmente frecuente es la de punir un pequeño mandándole a la cocina a comer con los sirvientes. La punición no está en la exclusión de la mesa sino en la humillación de ir a la de la servidumbre. Así se halla inoculado, desde la más tierna infancia, el virus de la sensualidad, del egoísmo, del orgullo, del desprecio por los inferiores, de las pasiones, en una palabra, que son consideradas con razón las plagas de la humanidad. Hay que estar dotado de una naturaleza excepcionalmente buena para resistir a tales influencias, producidas en la edad más impresionable, y donde no pueden tener como contrapeso ni la voluntad ni la experiencia. Por poco pues que esté ahí el germen de las malas pasiones, lo que es el caso más común, visto la naturaleza de la mayoría de Espíritus que se encarnan en la Tierra, sin duda se desarrollará bajo esas influencias, en cuanto que habría que espiar las menores trazas, para extraerlo.
La culpabilidad es sin duda de los padres, pero estos pecan a menudo, hay que decirlo, más por ignorancia que por mala voluntad; en muchos, hay incontestablemente una culpable despreocupación, pero en otros la intención es buena, es el remedio que no vale o es mal aplicado. Siendo los primeros médicos del alma de sus hijos, deberían ser instruidos, no solamente de sus deberes, más de los medios de cumplirlos; no es suficiente que el médico sepa que debe buscar la cura, es necesario que sepa como debe actuar. Si embargo, ¿donde están, para los padres, los medios de instruirse sobre esa parte tan importante de su tarea? Hoy en día se le dan a las mujeres muchas instrucciones; tienen que sufrir rigurosos exámenes, pero ¿cuando se le ha exigido a una madre que sepa como tiene que actuar para formar la moral de su hijo? Se les enseña las recetas de cocina; pero ¿se les ha iniciado en los mil secretos de la gobernación de los jóvenes corazones? Los padres son pues abandonados sin guía a su iniciativa, y es por ello por lo que tantas veces equivocan el camino; así recogen, en los extravíos de sus hijos ya mayores, el fruto amargo de su inexperiencia o de una ternura mal comprendida, y la sociedad entera sufre las consecuencias.
Ya que está reconocido que el egoísmo y el orgullo son la fuente de la mayor parte de las miserias humanas, que en tanto reinen en la Tierra, no se puede esperar ni paz, ni caridad, ni fraternidad, hay pues que atacarlos en el estado embrionario, sin esperar a que cojan fuerza.
¿Puede el Espiritismo remediar ese mal? Sin duda alguna, y no vacilamos en decir que el solo es lo suficientemente potente para hacerlo cesar: por medio del nuevo punto de vista en que hace enfrentar la misión y la responsabilidad de los padres; dando a conocer el origen de las cualidades innatas, buenas o malas; mostrando la influencia que se puede ejercer sobre los Espíritus encarnados y desencarnados; dando la fe inquebrantable que sanciona los deberes; en fin moralizando así mismo a los padres. Prueba ya su eficacia por la forma más racional con la que los niños son educados en las familias verdaderamente espíritas. Los nuevos horizontes que abre el Espiritismo hacen ver las cosas de una manera totalmente distinta; siendo su meta el progreso moral de la humanidad, deberá forzosamente arrojar luz sobre la grave cuestión de la educación moral, fuente primera de la moralización de las masas. Un día llegará en que se comprenderá que esta rama de la educación tiene sus principios, sus reglas, como la educación intelectual, en una palabra, que es una verdadera ciencia; También quizás un día, se le imponga a toda madre de familia la obligación de poseer esos conocimientos, como se le impone al abogado la de conocer el derecho.

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