jueves, 9 de junio de 2011

Duende de Bayonne


Los angéles

En varias ocasiones hemos dado la teoría de las apariciones y la hemos recordado en nuestro último número, a propósito de los extraños fenómenos que hemos relatado. Para una mejor comprensión de lo que sigue, remitimos a nuestros lectores a los mismos.1

Todos saben que en el número de las manifestaciones más extraordinarias producidas por el Sr. Home, estaba la aparición de manos –perfectamente tangibles– que cada uno podía ver y palpar, que apretaban y estrechaban, y que de repente ofrecían el vacío cuando se las quería agarrar de sorpresa.2 Éste es un hecho positivo que se ha producido en varias circunstancias, atestado por numerosos testigos oculares. Por más extraño y anormal que parezca, lo maravilloso cesa de serlo desde el instante en que puede dársele una explicación lógica; entonces, entra en la categoría de los fenómenos naturales, aunque de un orden bien diferente de aquellos que se producen ante nuestros ojos y con los cuales es preciso tener cuidado para no confundirlos. En los fenómenos usuales podemos encontrar puntos de comparación, como el ciego que se daba cuenta del resplandor de la luz y de los colores por el sonido de la trompeta, pero no de las similitudes; es precisamente la manía de querer asimilar todo a lo que conocemos que causa tantos desengaños en ciertas personas; imaginan que pueden operar sobre esos elementos nuevos como sobre el hidrógeno y el oxígeno. Ahora bien, ahí está el error; esos fenómenos están sometidos a condiciones que escapan al círculo habitual de nuestras observaciones; ante todo es preciso conocerlas y ajustarse a ellas si se quiere obtener resultados. Sobre todo es necesario no perder de vista ese principio esencial –verdadera clave de la bóveda de la ciencia espírita– de que el agente de los fenómenos vulgares es una fuerza física, material, que puede ser sometida a las leyes del cálculo, mientras que en los fenómenos espíritas ese agente es constantemente una inteligencia que tiene voluntad propia y que no podemos someter a nuestros caprichos.

¿Había en esas manos carne, piel, huesos y uñas reales? No, evidentemente; no era más que una apariencia, pero de tal índole que producía el efecto de la realidad. Si un Espíritu tiene el poder de volver visible y palpable cualquier parte de su cuerpo etéreo, no hay razón para que no pueda hacerlo igualmente con otros órganos. Por lo tanto, supongamos que un Espíritu extienda esta apariencia a todas las partes del cuerpo, creeremos ver a un ser semejante a nosotros, obrando como nosotros, mientras que no será sino un vapor momentáneamente solidificado. Tal es el caso del Duende de Bayonne. La duración de esta apariencia está sometida a condiciones que nos son desconocidas; sin duda, depende de la voluntad del Espíritu, que puede producirla o hacerla cesar a gusto, pero en ciertos límites que no siempre está libre de transponer. Al ser interrogados sobre este tema, así como sobre todas las intermitencias de cualquier manifestación, los Espíritus siempre han dicho que ellos obran en virtud de un permiso superior.

Si la duración de la apariencia corporal es limitada para ciertos Espíritus, podemos decir que en principio ella es variable y puede persistir mayor o menor tiempo; que puede producirse en todos los tiempos y a toda hora. Un Espíritu, cuyo cuerpo fuese enteramente visible y palpable, tendría para nosotros toda la apariencia de un ser humano; podría conversar con nosotros, sentarse en nuestro hogar como cualquier persona, porque para nosotros sería como uno de nuestros semejantes.

Hemos partido de un hecho patente –el de la aparición de manos tangibles– para llegar a una suposición que es su consecuencia lógica; y sin embargo no la habríamos expuesto si la historia del niño de Bayonne no nos hubiese puesto en el camino, al mostrarnos su posibilidad. Interrogado sobre ese punto, un Espíritu superior ha respondido que, en efecto, se pueden encontrar seres de esta naturaleza, sin que lo sospechemos; agregó que esto es raro, pero que es factible. Como para que nos entendamos es preciso que demos un nombre para cada cosa, la Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas los llama agéneres, indicando así que su origen no es el resultado de una generación. El siguiente hecho, que ha ocurrido recientemente en París, parece pertenecer a esta categoría:
Una pobre mujer estaba en la iglesia de Saint-Roch (San Roque), y oraba a Dios para que la ayudase en su aflicción. A la salida de la iglesia, en la rue Saint-Honoré (calle San Honorato), ella encontró a un señor que la abordó diciéndole: «Mi buena señora, ¿estaríais contenta de encontrar trabajo?» –«¡Ah! Mi buen señor, dijo ella, ruego a Dios para que me lo haga encontrar, porque soy muy desgraciada». –«¡Pues bien! Id a tal calle, en tal número; preguntad por la señora T...; ella os lo dará». Después de decir esto, continuó su camino. La pobre mujer se presentó rápidamente en la dirección indicada. –«En efecto, tengo un trabajo para mandar hacer, dijo la señora en cuestión, pero como todavía no se lo he dicho a nadie, ¿cómo ha sido que me habéis venido a procurar?» Entonces la pobre mujer, al ver un retrato colgado en la pared, dijo: –«Señora, ha sido ese señor quien me ha enviado.» –«¡Ese señor! Replicó espantada la señora; pero no es posible: ése es el retrato de mi hijo, muerto hace tres años». –«Yo no sé cómo esto ha sucedido, pero os aseguro que es ese señor que acabé de encontrar al salir de la iglesia, donde yo había ido a orar a Dios para que me asistiera; me abordó y fue él mismo quien me envió aquí».
Según lo que acabamos de ver, nada habría de sorprendente en que el hijo de aquella señora, en Espíritu, haya aparecido con su forma corporal a la pobre mujer para prestarle un servicio –cuya plegaria sin duda él había escuchado– y para indicarle la dirección de su madre. ¿En qué se transformó después? Indudablemente en lo que era antes: un Espíritu, a menos que haya juzgado oportuno mostrarse a los otros bajo la misma apariencia, al continuar su paseo. Esta mujer habría así encontrado a un agénere con el cual había conversado. Pero entonces, se dirá, ¿por qué no se presentó a su madre? En esas circunstancias los motivos determinantes de los Espíritus nos son completamente desconocidos; ellos obran como mejor les parece o, mejor dicho, como ya lo dijeron: en virtud de un permiso sin el cual no pueden revelar su existencia de una manera material. Además, se comprende que su visión hubiera podido causar a la madre una peligrosa emoción; ¿y quién sabe si no se presentó a ella durante el sueño o de otro modo? Y, por otro lado, ¿no era ése un medio de revelarle su existencia? Es más que probable que él haya sido un testigo invisible de la conversación entre ambas damas.

El Duende de Bayonne no nos parece que deba ser considerado como un agénere, por lo menos en las circunstancias en que se ha manifestado, porque para la familia él siempre ha tenido el carácter de un Espíritu, carácter que nunca ha buscado disimular: ése era su estado permanente, y las apariencias corporales que ha tomado sólo eran accidentales, mientras que el agénere propiamente dicho no revela su naturaleza, y a nuestros ojos no es más que un hombre común; si fuera necesario, su aparición corporal puede ser de larga duración para poder establecer relaciones sociales con uno o con varios individuos.

Hemos pedido al Espíritu san Luis para que consienta esclarecernos sobre esos diferentes puntos, respondiendo a nuestras preguntas.

1. El Espíritu Duende de Bayonne ¿podría mostrarse corporalmente en otros lugares y a otras personas como lo ha hecho con su familia? –Resp. Sí, sin duda.

2. ¿Depende esto de su voluntad? –Resp. No exactamente; el poder de los Espíritus es limitado: sólo hacen lo que les está permitido hacer.

3. ¿Qué habría sucedido si él se hubiera presentado ante una persona desconocida? –Resp. Habría sido tomado por un niño común. Pero os diré una cosa: a veces existen en la Tierra Espíritus que han revestido esta apariencia, y que se los toma por hombres.

4. ¿Pertenecen esos seres a los Espíritus inferiores o superiores? –Resp. Ellos pueden pertenecer a ambas categorías; estos son hechos raros, de los cuales tenéis ejemplos en la Biblia.3

5. Raros o no, basta que sean posibles para merecer atención. ¿Qué ocurriría si, al tomar a un ser semejante por un hombre común, le hicieran una herida mortal? ¿Sería muerto? –Resp. Desaparecería súbitamente, como el joven de Londres. (Ver el número de diciembre de 1858: Fenómenos de bicorporeidad.)

6. ¿Tienen ellos pasiones? –Resp. Sí, como Espíritus, tienen las pasiones de los Espíritus según su inferioridad. Si algunas veces toman un cuerpo aparente es para gozar las pasiones humanas; si son elevados, lo hacen con un objetivo útil.

7. ¿Pueden procrear? –Resp. Dios no lo permitiría; sería contrario a las leyes que Él ha establecido en la Tierra; éstas no pueden ser alteradas.

8. Si un ser semejante se presentase ante nosotros, ¿habría un medio de reconocerlo? –Resp. No, a no ser por su desaparición, que se hace de una manera inesperada. Es el mismo hecho que el del transporte de muebles desde la planta baja hasta el desván, hecho que habéis leído al principio.

Nota – Alusión a un hecho de esta naturaleza relatado al comienzo de la sesión.

9. ¿Cuál es el objetivo que puede llevar a ciertos Espíritus a tomar este estado corporal? ¿Es preferentemente para el mal o para el bien? –Resp. A menudo para el mal; los Espíritus buenos se valen de la inspiración; ellos obran sobre el alma y por el corazón. Vosotros lo sabéis: las manifestaciones físicas son producidas por Espíritus inferiores, y éstas son de este número. Sin embargo, como lo he dicho, los Espíritus buenos también pueden tomar esa apariencia corporal con un objetivo útil; he hablado en general.

10. ¿Pueden en este estado volverse visibles o invisibles a voluntad? –Resp. Sí, ya que ellos pueden desaparecer cuando quieren.

11. ¿Tienen un poder oculto superior al de los demás hombres? –Resp. Ellos no tienen más que el poder que les da su categoría como Espíritus.

12. ¿Tienen necesidad real de alimentarse? –Resp. No; el cuerpo no es un cuerpo real.

13. Sin embargo el joven de Londres no tenía un cuerpo real, y entretanto almorzó con sus amigos y les dio un apretón de manos. ¿En qué se convirtió la alimentación ingerida? –Resp. Antes de darles un apretón de manos, ¿dónde estaban los dedos que estrechan? ¿Comprendéis que el cuerpo desaparezca? ¿Por qué no podéis concebir que la materia también desaparezca? El cuerpo del joven de Londres no era una realidad, puesto que él estaba en Boulogne; era, por lo tanto, una apariencia; sucedía lo mismo con el alimento que parecía ingerir.

14. Si se tuviese a un ser semejante entre nosotros, ¿sería un bien o un mal? –Resp. Sería preferentemente un mal; además, no se pueden adquirir grandes conocimientos con esos seres. Nosotros no podemos deciros demasiado; esos hechos son excesivamente raros y nunca tienen un carácter de permanencia, especialmente las apariciones corporales instantáneas, como la de Bayonne.

15. El Espíritu familiar protector, ¿toma algunas veces esta forma? –Resp. No; ¿no dispone él de las cuerdas interiores? Las toca más fácilmente de lo que lo haría bajo una forma visible y si lo tomásemos como uno de nuestros semejantes.

16. Preguntan si el conde de Saint-Germain no pertenecía a la categoría de los agéneres –Resp. No; era un hábil mistificador.

La historia del joven de Londres –relatada en nuestro número de diciembre– es un hecho de bicorporeidad o, dicho de otro modo, de doble presencia, que difiere esencialmente de aquel que abordamos. El agénere no tiene cuerpo vivo en la Tierra; solamente su periespíritu toma una forma palpable. El joven de Londres era perfectamente vivo; mientras que su cuerpo dormía en Boulogne, su Espíritu –envuelto por el periespíritu– fue a Londres, donde tomó una apariencia tangible.

Un hecho casi análogo nos es personal. Mientras estábamos apaciblemente en nuestra cama, uno de nuestros amigos nos vio varias veces en su casa, aunque con una apariencia no tangible, sentado a su lado y conversando con él como de costumbre. Una vez nos vio con bata, otras veces con gabán. Transcribió nuestra conversación y nos la comunicó al día siguiente. Ésta era, como bien se lo supone, concerniente a nuestros trabajos predilectos. Con miras a hacer una experiencia nos ofreció refrescos, y he aquí nuestra respuesta: «No tengo necesidad de ellos, ya que no es mi cuerpo que está aquí; vos lo sabéis, por lo tanto no hay ninguna necesidad de produciros una ilusión».

Una circunstancia bastante singular se presentó en esta ocasión. Ya sea por predisposición natural o como resultado de nuestros trabajos intelectuales –serios desde nuestra juventud, y podríamos decir desde la infancia–, el fondo de nuestro carácter 4 siempre ha sido de una extrema seriedad, incluso en la edad en la que no se piensa sino en los placeres. Esta preocupación constante nos da un aspecto de frialdad, incluso de mucha frialdad; es al menos lo que a menudo se nos reprocha; pero bajo este aparente aspecto glacial, el Espíritu siente quizá más vivamente que cuando se encuentra expansivo exteriormente. Ahora bien, en nuestras visitas nocturnas a nuestro amigo, éste se quedó sorprendido por vernos bastante diferente: éramos más efusivo, más comunicativo, casi alegre. Todo respiraba en nosotros la satisfacción y la calma del bienestar. ¿No es esto un efecto del Espíritu desprendido de la materia?

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