Dispensadme, Sres., si aparentemente me he separado del asunto que tengo el honor de explanaros; más yo creo que convenía tratar con alguna extensión ciertas ideas, para conocer con mayor precisión el territorio sobre el cual nos hemos colocado. Hemos comprobado que el alma se halla indisolublemente unida a una sustancialidad que contiene, bajo forma de movimientos, todas las adquisiciones de su vida intelectual y todo el mecanismo automático de la vida vegetativa y orgánica.
Ha llegado, pues, el momento de preguntarnos, de dónde viene y cómo ha podido adquirir sus propiedades funcionales. Los filósofos espiritualistas de nuestros días se han ocupado muy poco del origen del alma, y aunque les ha interesado mucho su porvenir, no ha ocurrido lo mismo con respecto a su pasado. Parece que ambos problemas están unidos y que son iguales en misterio. Los teólogos han puesto más celo en elaborar esta cuestión, que toma su fundamento en la base misma en que descansa el Cristianismo o sea en la transmisión del pecado original.
Sus opiniones pueden reducirse a dos principales. Así, los unos admiten que Dios, manantial único e inmediato de las almas, crea en cada concepción un alma especial para el cuerpo que se produce. Otros pretenden que tanto las almas como los cuerpos, dimanan del primer hombre, y que se propagan de la misma manera, es decir, por generación. Esta opinión parece la del mayor número. Tertuliano, San Jerónimo, Lutero, Malebranche y Leibnitz, reconocen esta doctrina. Mi opinión no está conforme con ella, pues me parece que la razón misma rechaza la hipótesis de que el alma pueda ser engendrada, y del mismo parecer es el filósofo espiritualista y cristiano Wollastone, quien se expresa de la siguiente manera en su Esquisse de la religión naturelle. «Se debería indicar claramente, dice, lo que se entiende por un hombre que tiene la facultad de transmitir el alma, pues no es fácil comprender cómo el pensamiento puede ser engendrado de idéntica manera que las ramas de un árbol.
En este supuesto, se nos habría de decir si la generación nueva viene de uno de los padres o de ambos a la vez. Si es de uno sólo, ¿cuál es? Si es de ambos, vendremos a parar en que una sola rama será siempre producida por dos troncos diferentes, de lo cual no sabemos exista ningún ejemplar en la naturaleza; y por otra parte, encontramos mucho más natural establecer esta hipótesis, tratándose de niños y plantas, que no refiriéndonos a seres inteligentes, que son substancias simples.» Si el alma no procede de los padres, es que preexiste al nacimiento, lo cual nos lleva a una conclusión obtenida por el examen de las propiedades del periespíritu; y si se admite que se puede encarnar una vez, no se puede objetar lógicamente que no se haya realizado un número indeterminado de veces. Si, por consiguiente, podemos encontrar en la naturaleza una jerarquía continua entre los seres vivos, no hay dificultad en suponer que haya recorrido todos los peldaños de la escala de Jacob. La complejidad del organismo humano, que reasume todas las formas inferiores, no debe ilusionarnos respecto a su origen.
Natura non facit saltus, dice Aristóteles, y los descubrimientos modernos, le han dado la razón. Nada aparece en estado completo sin haber pasado por las fases transitorias, y el espíritu humano ha seguido probablemente el mismo proceso de desarrollo continuo, el cual no tiene por objeto dotar al ser de nuevas propiedades, sino simplemente aislar, catalogar la que contiene en potencia. Bajo el punto de vista fisiológico, mi afirmación viene apoyada por las siguientes palabras de Claudio Bernard (1). Si consideramos, dice, a un animal colocado en la cúspide de la escala, el hombre, por ejemplo, encontraremos que posee todos los movimientos que habremos observado en los seres menos perfectos que él. Así, estará en posesión de fibras musculares y de un sistema nervioso en su completo desarrollo; pero al mismo tiempo producirá movimientos sarcódicos, y tendrá pestañas vibrátiles, que son los órganos de ciertos movimientos íntimos e inconscientes. Es, por consiguiente, permitido decir que el animal elevado, representa y reasume todos los que le preceden en la escala de las perfecciones sucesivas. Más en el fondo no es en realidad más elevado ni más perfecto, pues no posee funciones esenciales, estribando tan sólo la diferencia en que estas funciones en el animal elevado, están mejor aisladas y se manifiestan con una especie de lujo.»
1 Bernard. Les tissus vivants, págs. 700, 22 y 102. Y en otro lugar añade: «El animal inferior posee todas las propiedades esenciales que se encuentran en los grados más elevados de la escala de los seres; pero dichas propiedades las posee en estado, confuso, y por decirlo así, en todas las partes de su cuerpo. El animal más elevado es simplemente aquel en el cual todas las funciones están aisladas de la mejor manera.» «Desde el hombre hasta el mono, dice el Profesor Richet, desde el perro al pájaro, del pájaro al reptil, al pescado, al molusco, a la lombriz al ser más ínfimo colocado en los últimos límites del mundo orgánico y del mundo inanimado, no hay brusca transición. Solamente hay una degradación insensible, y de ahí que todos los seres constituyan una cadena de vida que parece interrumpida en algunas especies, porque ignoramos las formas extinguidas o desaparecidas.» No solamente es imposible hacer del hombre un ser aparte en el reino animal, sino que ésta imposibilidad existe también tratándose de animales y vegetales, por cuyo motivo no se puede encontrar la profunda demarcación en la cual antes se creía como artículo de fe. Desde luego el sentido común discernirá al primer golpe de vista, una encina, que es una planta, de un perro, que es un animal; pero desde el instante que se trate de ir más lejos en el análisis hasta alcanzar los límites de la vida y examinar los seres más distantes de nosotros, como el perro o el lagarto, entonces ya no se observarán caracteres que sean propios del animal y que por consiguiente faltan a la planta. En todos los seres vivos, el protoplasma es la base física de la vida.
Todo lo que es organizado se halla constituido por la primera forma que reviste el protoplasma, es decir, por la célula, y la agregación de éstas, engendra los tejidos de las plantas y de los animales. Todas las funciones vitales son semejantes destrucción y creación orgánica; digestión, respiración, sueño, sexualidad, acción de los anestésicos, todo, en una palabra, atestigua la unidad fundamental de los organismos y de las funciones, a pesar de la diversidad aparente de las formas. Del conjunto de estos hechos, los cuales abrazan todas las grandes y esenciales manifestaciones de la vida, resulta claramente que no existen dos planos de vida, el uno propio de los animales, y otro de los vegetales; sino que hay un plan único para ambos. La conclusión rigurosa y exacta de las observaciones de la fisiología general, es la unidad de la vida, tanto en los animales como en los vegetales. Origen y filiación de las especies.
Una de las mayores conquistas de este siglo tan rico en descubrimientos grandiosos, ha sido la fijación de la teoría de la evolución, que nos permite remontarnos por medio del pensamiento hasta las lejanas épocas que se pierden en la noche de los tiempos. Sin tratar de encastillarnos en una hipótesis exclusiva, debemos admitir que los trabajos de Lamark, de Darwin, de Wallace, de Haeckel y de los sabios contemporáneos, han modificado profundamente las ideas antiguas respecto a nuestros orígenes. Nosotros no creemos en los milagros de las especies que aparecen en la tierra súbitamente, sin antecedentes. De las entrañas del globo hemos exhumado los archivos primitivos de la humanidad, y en ellos hemos aprendido que, sea el que fuere el modo empleado por la naturaleza para diversificar las formas, es una verdad que ha procedido lentamente en su selección, y que ha ido gradualmente de lo simple a lo compuesto, hasta llegar a los seres vivos que pueblan hoy la tierra. Mi objeto no se dirige a discutir las objeciones que se han levantado contra esta teoría, bastándome señalar que, en el pasado, encontramos series continuas que nos permiten relacionarnos con las manifestaciones primordiales de la vida. En la época actual no es posible ver creaciones arbitrarias, sin enlace con las que les precedieron, pues Pasteur ha demostrado que ningún hecho conocido es explicable por la generación espontánea. Sabemos igualmente que la conclusión última de las ciencias naturales, es que todos los seres vivos derivan unos de otros por reproducción.
Por último los geólogos nos enseñan que durante los diversos periodos geológicos, no han ocurrido cataclismos generales; sino que entre dichos periodos ha existido absoluta continuidad. De la paleontología deducimos que las especies que actualmente pueblan la tierra, no existían en otras edades remotas. «Los hechos, dice Perrier (1), obligan a admitir que formas existentes en la actualidad, aunque diferentes de las antiguas, proceden de éstas por una sucesión no interrumpida de generaciones; así que el transformismo queda demostrado insensiblemente, y ni siquiera puede discutirse como sea colocándose fuera del terreno científico.» Físicamente, cada uno de nosotros procede del protoplasma primitivo, y de ello puede convencerse remontando la serie ascendente de sus progenitores, en cuya filiación no existe la menor solución de continuidad. Todas las manifestaciones de la inteligencia activa o latente, desde los primeros reflejos primitivos hasta las más elevadas modalidades de actividad psíquica, se observa en los seres vivos con graduación creciente, y por transiciones sensibles, desde el mono hasta el hombre. La lógica nos obliga a buscar en el reino vegetal principios de la evolución anímica, pues la forma que adquieren y conservan las plantas durante toda su vida, implica la presencia de un doble periespiritual que preside a los cambios y mantiene la fijeza del tipo.
1 Revue Scientifique, 27 Octubre de 1987.«La naturaleza, dice Vulpian (2), no ha establecido una línea de demarcación clara entre el reino vegetal y el animal. Los animales y los vegetales se continúan por una progresión insensible y con razón se les ha reunido con el nombre común de reino orgánico.» La asimilación del periespíritu al electro−imán de polos múltiples cuyas líneas de fuerza dibujarían, no solamente la forma exterior del individuo, si que también el conjunto de todos los sistemas orgánicos, parece que ha pasado desde el dominio de la hipótesis al de la observación científica. El día 12 de Mayo de 1898, M. Stanoiewitch presentó a la Academia de Ciencias una comunicación que contiene varios dibujos sacados del natural, en los que se demuestra que los tejidos se hallan formados en virtud de líneas de fuerza claramente visibles. Uno de ellos reproduce el aspecto de una rama de abeto con dos nudos, que desempeñan el mismo papel y producen las mismas perturbaciones que un polo eléctrico o magnético introducido en un campo de la misma naturaleza.
2 Vulpian.― Lecons sur la systéme nerveux, pág. 39.El otro demuestra que la diferenciación se produce siguiendo las líneas de fuerza, y un tercero representa la sección de una rama de encina algunos centímetros por encima de una ramificación. En dichos dibujos se ve, hasta en sus menores detalles el aspecto de un campo electro−magnético, constituido por dos corrientes rectilíneas cruzadas de igual intensidad y dirigidas en el mismo sentido. Estas observaciones parecen establecer la existencia de un doble fluídico vegetal, análogo que se observa en el hombre. En efecto: existe algo en los seres vivos que no se explica por las leyes físicas, químicas o mecánicas, y este algo la forma que afectan. Y no solamente las ley naturales no explican las formas de los individuos, sino que todas las observaciones nos incita a pensar, que la fuerza plástica que edifica el plan estructural y el tipo funcional de estos seres, no puede residir en el conjunto móvil, fluctuante y en perpetua inestabilidad que se denomina cuerpo físico. Sea el que fuere el valor de estas observaciones acerca del origen del ser pensante, la serie animal nos va a enseñar el progreso continuo de todas las manifestaciones anímicas.
Ha llegado, pues, el momento de preguntarnos, de dónde viene y cómo ha podido adquirir sus propiedades funcionales. Los filósofos espiritualistas de nuestros días se han ocupado muy poco del origen del alma, y aunque les ha interesado mucho su porvenir, no ha ocurrido lo mismo con respecto a su pasado. Parece que ambos problemas están unidos y que son iguales en misterio. Los teólogos han puesto más celo en elaborar esta cuestión, que toma su fundamento en la base misma en que descansa el Cristianismo o sea en la transmisión del pecado original.
Sus opiniones pueden reducirse a dos principales. Así, los unos admiten que Dios, manantial único e inmediato de las almas, crea en cada concepción un alma especial para el cuerpo que se produce. Otros pretenden que tanto las almas como los cuerpos, dimanan del primer hombre, y que se propagan de la misma manera, es decir, por generación. Esta opinión parece la del mayor número. Tertuliano, San Jerónimo, Lutero, Malebranche y Leibnitz, reconocen esta doctrina. Mi opinión no está conforme con ella, pues me parece que la razón misma rechaza la hipótesis de que el alma pueda ser engendrada, y del mismo parecer es el filósofo espiritualista y cristiano Wollastone, quien se expresa de la siguiente manera en su Esquisse de la religión naturelle. «Se debería indicar claramente, dice, lo que se entiende por un hombre que tiene la facultad de transmitir el alma, pues no es fácil comprender cómo el pensamiento puede ser engendrado de idéntica manera que las ramas de un árbol.
En este supuesto, se nos habría de decir si la generación nueva viene de uno de los padres o de ambos a la vez. Si es de uno sólo, ¿cuál es? Si es de ambos, vendremos a parar en que una sola rama será siempre producida por dos troncos diferentes, de lo cual no sabemos exista ningún ejemplar en la naturaleza; y por otra parte, encontramos mucho más natural establecer esta hipótesis, tratándose de niños y plantas, que no refiriéndonos a seres inteligentes, que son substancias simples.» Si el alma no procede de los padres, es que preexiste al nacimiento, lo cual nos lleva a una conclusión obtenida por el examen de las propiedades del periespíritu; y si se admite que se puede encarnar una vez, no se puede objetar lógicamente que no se haya realizado un número indeterminado de veces. Si, por consiguiente, podemos encontrar en la naturaleza una jerarquía continua entre los seres vivos, no hay dificultad en suponer que haya recorrido todos los peldaños de la escala de Jacob. La complejidad del organismo humano, que reasume todas las formas inferiores, no debe ilusionarnos respecto a su origen.
Natura non facit saltus, dice Aristóteles, y los descubrimientos modernos, le han dado la razón. Nada aparece en estado completo sin haber pasado por las fases transitorias, y el espíritu humano ha seguido probablemente el mismo proceso de desarrollo continuo, el cual no tiene por objeto dotar al ser de nuevas propiedades, sino simplemente aislar, catalogar la que contiene en potencia. Bajo el punto de vista fisiológico, mi afirmación viene apoyada por las siguientes palabras de Claudio Bernard (1). Si consideramos, dice, a un animal colocado en la cúspide de la escala, el hombre, por ejemplo, encontraremos que posee todos los movimientos que habremos observado en los seres menos perfectos que él. Así, estará en posesión de fibras musculares y de un sistema nervioso en su completo desarrollo; pero al mismo tiempo producirá movimientos sarcódicos, y tendrá pestañas vibrátiles, que son los órganos de ciertos movimientos íntimos e inconscientes. Es, por consiguiente, permitido decir que el animal elevado, representa y reasume todos los que le preceden en la escala de las perfecciones sucesivas. Más en el fondo no es en realidad más elevado ni más perfecto, pues no posee funciones esenciales, estribando tan sólo la diferencia en que estas funciones en el animal elevado, están mejor aisladas y se manifiestan con una especie de lujo.»
1 Bernard. Les tissus vivants, págs. 700, 22 y 102. Y en otro lugar añade: «El animal inferior posee todas las propiedades esenciales que se encuentran en los grados más elevados de la escala de los seres; pero dichas propiedades las posee en estado, confuso, y por decirlo así, en todas las partes de su cuerpo. El animal más elevado es simplemente aquel en el cual todas las funciones están aisladas de la mejor manera.» «Desde el hombre hasta el mono, dice el Profesor Richet, desde el perro al pájaro, del pájaro al reptil, al pescado, al molusco, a la lombriz al ser más ínfimo colocado en los últimos límites del mundo orgánico y del mundo inanimado, no hay brusca transición. Solamente hay una degradación insensible, y de ahí que todos los seres constituyan una cadena de vida que parece interrumpida en algunas especies, porque ignoramos las formas extinguidas o desaparecidas.» No solamente es imposible hacer del hombre un ser aparte en el reino animal, sino que ésta imposibilidad existe también tratándose de animales y vegetales, por cuyo motivo no se puede encontrar la profunda demarcación en la cual antes se creía como artículo de fe. Desde luego el sentido común discernirá al primer golpe de vista, una encina, que es una planta, de un perro, que es un animal; pero desde el instante que se trate de ir más lejos en el análisis hasta alcanzar los límites de la vida y examinar los seres más distantes de nosotros, como el perro o el lagarto, entonces ya no se observarán caracteres que sean propios del animal y que por consiguiente faltan a la planta. En todos los seres vivos, el protoplasma es la base física de la vida.
Todo lo que es organizado se halla constituido por la primera forma que reviste el protoplasma, es decir, por la célula, y la agregación de éstas, engendra los tejidos de las plantas y de los animales. Todas las funciones vitales son semejantes destrucción y creación orgánica; digestión, respiración, sueño, sexualidad, acción de los anestésicos, todo, en una palabra, atestigua la unidad fundamental de los organismos y de las funciones, a pesar de la diversidad aparente de las formas. Del conjunto de estos hechos, los cuales abrazan todas las grandes y esenciales manifestaciones de la vida, resulta claramente que no existen dos planos de vida, el uno propio de los animales, y otro de los vegetales; sino que hay un plan único para ambos. La conclusión rigurosa y exacta de las observaciones de la fisiología general, es la unidad de la vida, tanto en los animales como en los vegetales. Origen y filiación de las especies.
Una de las mayores conquistas de este siglo tan rico en descubrimientos grandiosos, ha sido la fijación de la teoría de la evolución, que nos permite remontarnos por medio del pensamiento hasta las lejanas épocas que se pierden en la noche de los tiempos. Sin tratar de encastillarnos en una hipótesis exclusiva, debemos admitir que los trabajos de Lamark, de Darwin, de Wallace, de Haeckel y de los sabios contemporáneos, han modificado profundamente las ideas antiguas respecto a nuestros orígenes. Nosotros no creemos en los milagros de las especies que aparecen en la tierra súbitamente, sin antecedentes. De las entrañas del globo hemos exhumado los archivos primitivos de la humanidad, y en ellos hemos aprendido que, sea el que fuere el modo empleado por la naturaleza para diversificar las formas, es una verdad que ha procedido lentamente en su selección, y que ha ido gradualmente de lo simple a lo compuesto, hasta llegar a los seres vivos que pueblan hoy la tierra. Mi objeto no se dirige a discutir las objeciones que se han levantado contra esta teoría, bastándome señalar que, en el pasado, encontramos series continuas que nos permiten relacionarnos con las manifestaciones primordiales de la vida. En la época actual no es posible ver creaciones arbitrarias, sin enlace con las que les precedieron, pues Pasteur ha demostrado que ningún hecho conocido es explicable por la generación espontánea. Sabemos igualmente que la conclusión última de las ciencias naturales, es que todos los seres vivos derivan unos de otros por reproducción.
Por último los geólogos nos enseñan que durante los diversos periodos geológicos, no han ocurrido cataclismos generales; sino que entre dichos periodos ha existido absoluta continuidad. De la paleontología deducimos que las especies que actualmente pueblan la tierra, no existían en otras edades remotas. «Los hechos, dice Perrier (1), obligan a admitir que formas existentes en la actualidad, aunque diferentes de las antiguas, proceden de éstas por una sucesión no interrumpida de generaciones; así que el transformismo queda demostrado insensiblemente, y ni siquiera puede discutirse como sea colocándose fuera del terreno científico.» Físicamente, cada uno de nosotros procede del protoplasma primitivo, y de ello puede convencerse remontando la serie ascendente de sus progenitores, en cuya filiación no existe la menor solución de continuidad. Todas las manifestaciones de la inteligencia activa o latente, desde los primeros reflejos primitivos hasta las más elevadas modalidades de actividad psíquica, se observa en los seres vivos con graduación creciente, y por transiciones sensibles, desde el mono hasta el hombre. La lógica nos obliga a buscar en el reino vegetal principios de la evolución anímica, pues la forma que adquieren y conservan las plantas durante toda su vida, implica la presencia de un doble periespiritual que preside a los cambios y mantiene la fijeza del tipo.
1 Revue Scientifique, 27 Octubre de 1987.«La naturaleza, dice Vulpian (2), no ha establecido una línea de demarcación clara entre el reino vegetal y el animal. Los animales y los vegetales se continúan por una progresión insensible y con razón se les ha reunido con el nombre común de reino orgánico.» La asimilación del periespíritu al electro−imán de polos múltiples cuyas líneas de fuerza dibujarían, no solamente la forma exterior del individuo, si que también el conjunto de todos los sistemas orgánicos, parece que ha pasado desde el dominio de la hipótesis al de la observación científica. El día 12 de Mayo de 1898, M. Stanoiewitch presentó a la Academia de Ciencias una comunicación que contiene varios dibujos sacados del natural, en los que se demuestra que los tejidos se hallan formados en virtud de líneas de fuerza claramente visibles. Uno de ellos reproduce el aspecto de una rama de abeto con dos nudos, que desempeñan el mismo papel y producen las mismas perturbaciones que un polo eléctrico o magnético introducido en un campo de la misma naturaleza.
2 Vulpian.― Lecons sur la systéme nerveux, pág. 39.El otro demuestra que la diferenciación se produce siguiendo las líneas de fuerza, y un tercero representa la sección de una rama de encina algunos centímetros por encima de una ramificación. En dichos dibujos se ve, hasta en sus menores detalles el aspecto de un campo electro−magnético, constituido por dos corrientes rectilíneas cruzadas de igual intensidad y dirigidas en el mismo sentido. Estas observaciones parecen establecer la existencia de un doble fluídico vegetal, análogo que se observa en el hombre. En efecto: existe algo en los seres vivos que no se explica por las leyes físicas, químicas o mecánicas, y este algo la forma que afectan. Y no solamente las ley naturales no explican las formas de los individuos, sino que todas las observaciones nos incita a pensar, que la fuerza plástica que edifica el plan estructural y el tipo funcional de estos seres, no puede residir en el conjunto móvil, fluctuante y en perpetua inestabilidad que se denomina cuerpo físico. Sea el que fuere el valor de estas observaciones acerca del origen del ser pensante, la serie animal nos va a enseñar el progreso continuo de todas las manifestaciones anímicas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario