martes, 16 de marzo de 2010

Castidad de los mediums


Pregunta: La continencia sexual por parte del médium que presta servicio a los espíritus superiores, ¿lo ayuda a mejorar su trabajo mediúmnico? ¿Ese proceder le apresura el psiquismo y le favorece en el intercambio vibratorio con sus comunicantes?
Ramatís: Es de sentido común que Dios no estatuyó el acto sexual como una práctica deprimente, capaz de rebajar al ser humano cuando precisa cumplir con sus deberes procreativos. Es una función técnica importantísima para la continuidad de la vida física en los mundos planetarios, coadyuvando las fuerzas creadoras del mundo espiritual con las energías instintivas del mundo de la carne.
No es una función impura o censurable, cuando se desempeña como objetivo noble. Constituye el proceso prodigioso que ma¬terializa y plasma en la superficie del planeta la vida en todas sus manifestaciones animales, ofreciendo la oportunidad que el espíri¬tu necesita para apresurar el raciocinio y entendimiento espiritual. No hay dudas que lo más acertado, ante las leyes de elevada es¬piritualidad, sería la relación sexual ejercida solamente en función procreadora, en las épocas apropiadas para dar lugar a una nueva vida. Mientras tanto, el temperamento instintivo de los hombres terrenos, todavía inestable y en medio de dos mundos, el de la vida animal y el plano angélico, los acicatea en procura de goces, a veces en forma insaciable, y los esclaviza a las pasiones violentas, transformando el acto sexual en una continua fuente de placeres que retarda la ventura espiritual. El comportamiento sexual del hombre terreno es aberrado y desatinado a causa de su incapacidad para gobernar su instinto animal inferior, entendiendo normalmente que el animal es una entidad primitiva y fiel seguidor de las leyes de la procreación. La historia os dice paradójicamente de los espíritus lúcidos, geniales y buenísimos, que descendieron al nivel más degradante de la escala sexual, sin" poder dominar la fuerza primitiva del instinto animal indisciplinado. Mas no se debe condenar a esos seres, pues las almas con cierto relieve espiritual sobre los valores del físico, en su actividad incomún para difundir las enseñanzas superiores, a veces son to¬madas de sorpresa por la fuerza inflamante de la carne y que ellos suponían superada. Aun para el santo descendido de las alturas del Paraíso, Jesús lanzó su imperecedera recomendación: "Orad y Vigilad". Aunque los vicios o las pasiones residan en el alma y se proyecten en el plano físico a través de la carne, la vida exige que el espíritu dirija a la materia, en cuyo trabajo no siempre alcanza el éxito deseado. Algunas almas de grado superior se perturban en el trato con el potencial vigoroso de las fuerzas sexuales aunque después sufran terriblemente en su conciencia despierta, censurándose a sí mismas. Nos recuerda la hipótesis del hombre vestido de traje blanco, que necesita descender a la mina de carbón, contaminándose con el polvo negro, cada vez que se descuida.
Algunos espíritus benefactores y disciplinados, cuando re¬gresan a su esfera paradisíaca, sufren atrozmente por el comportamiento sexual equivocado que ejercieron en el mundo físico. Aunque se hayan dedicado a todas las formas del Bien no pudieron controlar los ascendientes biológicos que los impelían a la satisfacción sexual desatinada. En base a su grado sideral y debido al sincero examen crítico de su propia conciencia, tuvieron que reconocer su debilidad en el trato aberrativo de la práctica sexual en el mundo Tierra.
Sin embargo les sería más perjudicial el falso puritanismo de la contención sexual, semejante a la caldera de presión, sin válvula de escape. El hombre puede engañarse a sí mismo, pero no puede eludir la realidad de Dios, que forma el receptáculo de su conciencia. Ningún espíritu puede exceptuarse del aguijón sexual que lo hiere continuamente, exigiéndole el máximo esfuerzo para no ser arrastrado al desamparo espiritual. En el campo de la actividad sexual, el hombre no puede juzgar al prójimo, pues la contención, que muchas veces se supone es una virtud loable, es una consecuencia del miedo, de la falta de circunstancias favorables, o debido a la noción pecaminosa de la tradición religiosa. Rarísimas criaturas podrán afirmar, con sana conciencia, que resistieron sexualmente a todas las seducciones y oportunidades que les ofreció la vida humana, terminando sus últimos días en perfecta castidad. Lo cierto es que mientras el hombre no comprenda que la realidad del placer sexual es un espasmo orgánico de importante función biológica, ha de ser siempre esclavo de la vida física. De acuerdo a las leyes que regulan las afinidades electivas, los en¬carnados atraerán compañeros buenos o grupos de almas detesta¬bles del Más Allá, conforme se sintonicen las frecuencias vibra¬torias, bajas o altas, que les inspiran los deseos, pensamientos y actos. Los placeres deletéreos o los vicios insidiosos de la carne son multiplicadores de frecuencia del astral inferior, una especie de operación baja que sólo consume el peor combustible del ser, y lo impermeabiliza de las elevadas sugestiones de lo Alto. En consecuencia, el médium, como intermediario sensible y en contacto con el mundo oculto, no podrá gozar de la protección espiritual superior, mientras sea un esclavo incontrolable de las pasiones animales inferiores. Pues sólo ha de ser como el ave, que a pesar de tener alas, no consigue volar por tener las patas en el lodo.

Pregunta: ¿Cuál es vuestra consideración respecto al acto sexual, como fuente de placer, y que aún es una debilidad común en la humanidad terrena?
Ramatís: Reconocemos que Dios palpita en la intimidad de toda su obra, permaneciendo en el seno de la virtud y en el peor de los pecados, puesto que el hombre es el fruto de su esencia. Que el hombre haga del acto sexual un placer común no es una afrenta odiosa a Dios, pues Él no se ofende por las equivocaciones o pecados de sus hijos aún ignorantes de su realidad espiritual. Inhibidos de usufructuar los bienes elevados y duraderos del espíritu, porque les falta la capacidad psíquica, los terrícolas subliman su ansiedad de goce y ventura haciendo un vicio de la función sexual. Todos los individuos se mueven en continuo proceso de perfeccionamiento y en cada uno se va efectuando la transformación, lenta o apresurada para su bien. Dios no crea hombres al simple toque de un capricho, mas les apura la conciencia para que los mismos puedan desenvolver sus cualidades divinas inna¬tas y que prefieran lo que más les convenga. Si el terrícola se satisface en el intercambio de las sensaciones animales, es porque no alcanzó la fase que lo hace sensitivo a los goces definitivos del espíritu angélico. No se le puede exigir diferente actuación mientras le falte el don de percepción psíquica superior y la gradación espiritual que sea capaz de compensarle en espí¬ritu los goces que le brinda la sensación primitiva de la vida carnal.
Su pecado no es un acto de provocación o premeditación contra la Divinidad, es el fruto de sus impulsos inferiores sin la dirección espiritual. La criatura humana vive tratando de alcan¬zar el mejor placer y ventura, que es un derecho desde que nace y lo impulsa continuamente para la realización consciente de sí mismo. Reza el concepto humano de que Dios es la Perfección, por cuya causa, sus hijos son impelidos por el deseo de alcanzar lo mejor y más perfecto, seguros de que la Verdad en algún tiempo se ha de encontrar. Entonces, los seres humanos se dejan atraer por la magia del sexo, gozan y se sienten transitoriamente compensados en esa mutua relación física, en donde se conjuga el placer fugaz de la carne y la ansiedad por la ventura espi¬ritual.
El laboratorio terreno posee todos los recursos apropiados para despertar y graduar la conciencia del hombre sideral, liberándolo poco a poco del lastre que le ofrece la carne transitoria. El placer sexual, por lo tanto, después de la comprensión consciente del hombre y de la mujer sobre la realidad espiritual, será relegado hacia una condición inferior y superado por los valores definitivos de la vida inmortal. A su debido tiempo, los terrícolas se sentirán saturados de ese placer físico y efímero, que es un ardid de la naturaleza para mantener la continuidad de la vida en los mundos materiales. Y comprenderán que la verdadera felicidad no es el fruto de las contracciones y espasmos de la carne, pero por encima de todo, proviene del intercambio con las cosas siderales.

Pregunta: Suponemos que esa actitud irregular del hombre, en lo tocante a sus relaciones sexuales, merece la censura de los espíritus disciplinados. ¿No es verdad?
Ramatis: No nos cabe censurar al terrícola por su contradicción sexual, puesto que intenta encontrar lo "mejor" para sí; y si aún confunde el placer del cuerpo efímero con el placer del espíritu eterno, os volvemos a repetir: eso se debe a su inmadurez espiritual. El cuerpo físico es el instrumento de que el alma se sirve para alcanzar su perfeccionamiento, así como el alumno se alfabetiza y adquiere conocimientos a través de la materia escolar. Si el hombre se ofusca para utilizar su organismo carnal, que es su banco escolar y educativo en el mundo físico, además de ser un candidato a las enfermedades comunes de la Tierra, se impregna de los fluidos inferiores de la animalidad, que cada vez lo aíslan más de la inspiración de los Alto.
Principalmente el médium —que es el puente sensible y el instrumento de relación entre la materia y lo Invisible, destinado para cumplir el servicio espiritual a favor del prójimo y de sí mismo— necesita protegerse de la infiltración inferior y disponer de su cuerpo físico para el éxito de su tarea incomún.
Todo gasto excesivo de las fuerzas sexuales destruye los ele¬mentos preciosos de la vida psíquica, responsable por la interconexión entre el mundo superior y la Tierra; faltando ésta el hombre se precipita hacia el submundo del instinto inferior animal. En sentido opuesto, la economía y el control de las energías sexuales, cuando están disciplinadas por la mente, benefician extraordinariamente al médium. El fluido creador, cuando está acumulado sin la violencia de la contención obligatoria, se purifica por el contacto con las vibraciones sutiles del espíritu. Ese magnetismo vitalizante, producto de las glándulas sexuales, se funde al fluido superior emanado del "chakra" coronario, irriga el cerebro y aclara la mente, despertando la función de la gládula pineal a la altura del "chakra" frontal, favoreciendo la visión psíquica del mundo interior.
Los abusos de la práctica sexual debilitan el cerebro, pues tanto el hombre como la mujer exteriorizan la parte positiva y negativa de la fuerza sexual, que los órganos responsables utili¬zan para la procreación. La mayor parte de las criaturas ignoran que cierto porcentaje de esa fuerza construye y alimenta el cerebro y su gasto excesivo puede afectar la memoria y retardar el raciocinio, mientras que el buen uso purifica las emociones y pensamientos. Ciertas personas que abusan de estimulantes para multiplicar la práctica sexual, generalmente terminan enfermas, imbéciles y retardadas, presentando los síndromes "parckisonianos", debido al agotamiento de los fluidos sexuales imprescindibles para la nutrición de las células cerebrales.
También es necesario considerar que la castidad no puede ser el fruto de una reacción exclusiva de la mente, pues refrenando las actividades del cuerpo, de modo alguno el espíritu consigue resolver el problema que sólo desaparece por su mejoría espiritual. Toda virtud deja de serlo cuando la criatura decide cultivarla como algo independiente de sí misma, y que exige una vigilancia continua para mantenerse constante. El hombre que trata de ser modesto, vigila todos sus actos, preocupado por no decepcionar al prójimo; en verdad, termina cultivando la vanidad de ser modesto. De la misma forma, no os volvéis castos porque cultivéis la castidad, cosa que solo conseguiréis por la renovación íntima de vuestro espíritu, entonces sí podréis ser castos sin tener preocupación de ser castos.
La contención sexual forzada es una deliberación artificial e inútil, que acumula las energías procreativas, pero no las extingue. El acumular no es liberación, resulta transferencia obligatoria de acción, tal como sucede con la caldera, que guarda en su interior el peligroso vapor. Algunas criaturas, que después de cierto tiempo abandonan el convento o las instituciones donde se acostumbraba a sofocar el deseo sexual, a veces se vuelven peores de aquellos que no hacen restricciones por conceptos morales. Apenas se contenían impedidos por el ambiente que cultivaban, pero ni bien rompieron las amarras de las convenciones religiosas o de moral compulsoria, se sumergieron violentamente en la tempestad sensual, que les rugía en la intimidad descontrolada del alma.

Pregunta: ¿Nos podéis decir si la liberación del sexo en la materia es suficiente para elevar al espíritu hacia las esferas superiores, exceptuándolo de las reencarnaciones físicas?
Ramatís: El sexo es la última puerta a cerrarse para el hom¬bre que desea liberarse del ciclo doloroso de las reencarnaciones físicas, que conseguirá —conforme dijéramos anteriormente— cuando se vuelva casto sin la angustia enfermiza por serlo. Será un fruto natural de su evolución espiritual, antes que la sofoca¬ción forzada de la llama interior, que persistirá latente bajo las cenizas de la voluntad impuesta drásticamente. La castidad forzada es el cerebro terrible que incita hacia el deseo insatisfecho y que acicatea a la mente descontrolada. Una vez que sea reconocido el sexo como un proceso procreativo, antes que un deseo reprimido, la contención sexual beneficia al hombre y principalmente al médium, eliminándole la ansiedad de la relación física. El deseo lúbrico desaparecerá por la comprensión consciente sobre el acto sexual, que antes de ser una acción placentera, es una función biológica de reproducción en la materia.
Ojalá que el médium bien intencionado se dé por satisfecho con sus relaciones conyugales, evitando las aventuras condenables fuera de su hogar y las ligazones deprimentes con el psiquismo torturado de las infelices meretrices. Los prostíbulos, bajo cualquier hipótesis, son cisternas de fluidos intoxicantes, que se adhieren a la tesitura delicada del periespíritu, creando condiciones apropiadas para actuar los obsesores y vampiros atrasados de las sombras del astral inferior. El médium que se entrega a las aventuras sexuales se transforma en un puente que une el astral tenebroso y el hogar en que vive, atrayendo hacia éste las emanaciones nocivas y las perturbaciones, frutos de su mal comportamiento sexual. Los miasmas, los bacilos y virus psíquicos de la degradación del sexo terminan por saturarle el ambiente familiar, creando enfermedad, angustia y desarmonía que caracterizan a las noches tristes y trágicas de los ambientes prostituidos. También es evidente que la liberación del sexo en la materia, no basta paira elevar al espíritu a las esferas celestiales, ni tampoco cuando se encuentra encadenado a la crueldad, venganza o avaricia, cosa que aún los pone en sintonía con el astral inferior.

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