domingo, 28 de diciembre de 2008

Empieza por ti


Para aquellos que tienen ojos de ver, las enseñanzas se hacen presente en todas partes. En la tumba de un obispo anglicano, ubicada en la cripta de la Abadía de Westminster, en la Plaza del Parlamento en Londres, se puede leer:

Cuando era joven, libre y mi imaginación no tenía límites yo soñaba cambiar al mundo. A medida que me quedaba más viejo y más sabio descubrí que yo no iba cambiar al mundo. Entonces, reduje mi campo de visión y resolví cambiar solamente a mi país. Pero terminé creyendo que también eso yo era incapaz de cambiar. Envejeciendo, en último y desesperado intento, decidí cambiar solamente a mi familia, los más cercanos, pero, pobre de mí, ellos ya no estaban. Ahora, en mi lecho de muerte reflexiono: si yo hubiese puesto primero todo mi empeño solamente en cambiarme a mí mismo, con mi ejemplo yo habría cambiado a mi familia. Con la inspiración de la familia y encorajado por ella, habría sido capaz de mejorar a mi país y quizás podría hasta haber cambiado al mundo.

Casi siempre, pensamos y actuamos exactamente así. Es frecuente que leamos un pasaje del Evangelio y luego pensamos que aquellas frases serían muy importantes para alguien de nuestra familia. Cuando oímos una charla edificante, invitando a la práctica del bien, luego nos viene a la mente el pensamiento que sería muy bueno si determinada persona estuviese allí para oírla. ¡Eso le haría muy bien! Es lo que decimos a nosotros mismos. ¡Cómo esa información le modificaría, cambiaría su manera de actuar!

El pensamiento no es distinto cuando estamos vinculados a una determinada religión. Empezamos a desear que nuestros parientes, nuestros amigos, compañeros profesen la misma creencia, comulguen de los mismos ideales. A veces, llegamos a ser un poco o hasta demasiado impertinentes, enviando a los amigos mensajes o frases seleccionadas. Todo eso en el afán que ellos las lean, las absorban y las pongan en práctica. Son frases que se refieren a las buenas costumbres, a la ética, a la moral y quien las recibe, con certeza, pensará también:

Sería muy bueno que el remitente pusiese en práctica esas reglas. Él lo necesita. Es por ello que el Mundo todavía no es el lugar especial que tanto deseamos: un oasis de comprensión, con brisas de paz y fuentes cantantes de fraternidad. Eso porque cada uno de nosotros desea, piensa, ansía cambiar al otro. Hacer que el otro se revista de comprensión, de pulidez. Sin embargo, el Modelo y Guía de la Humanidad estableció que cada uno debe dar cuenta de su propia administración. Administración de su vida, de sus deberes, de su misión. El mundo es la suma de todos nosotros, de las acciones de todos los hombres. Nos toca pues, la impostergable decisión de dedicarnos a la propia mejoría.

Y hoy, hoy es el mejor día para eso. No mañana, ni después. Hoy. Empecemos a pensar en qué podemos mejorar. Quien sabe ¿un gesto de cortesía? ¿Qué tal un buenos días? ¿Un gracias, una sonrisa? Pensemos en eso.

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