miércoles, 6 de enero de 2010

El rayo de los instructores


Si bien, el Segundo Rayo es el Rayo de los constructores, también lo es de los instructores. Siendo el Rayo en el que vibra nuestro sistema solar, es natural que el amor y la sabiduría fundidos, se compenetren en cada átomo de materia de toda esta familia solar. Los seres humanos, cuyas creaciones han venido bajo el influjo de este Rayo, traen, por consecuencia, una afinidad especial con la energía que mora en cada rincón de este sistema. Aquellos espíritus, hijos del Segundo Rayo, encuentran su natural y óptima expresión en cada una de las creaciones de este sistema solar.

La mejor manifestación de amor-sabiduría.
Los instructores de planetas, aquellos seres que han hecho de su vida un libro viviente y han expresado sus enseñanzas, no únicamente a través de las palabras, sino en cada una de sus acciones, son fieles exponentes de lo que este Rayo puede hacer sobre los seres humanos; la forma como ellos trabajan, en medio de la humanidad, constituye un claro ejemplo de la forma como el amor y la sabiduría deben ser entendidos, como dos caras de una misma moneda. Si el amor une, la sabiduría funde; si el amor atrae, la sabiduría da la comprensión de cómo es que esto se hace posible.
El amor es la fuerza que proporciona la cohesión a cada una de las moléculas que conforman las materias de este cuerpo planetario.
La sabiduría es la esencia misma de las cosas; la sabiduría es ese mecanismo mediante el cual, cada uno de los reinos de la naturaleza, se alinea con el propósito divino y dirige su evolución, ya sea consciente o inconscientemente, hacia el cumplimiento de ese plan maestro. La sabiduría no es una palabra que deba ser asociada exclusivamente al hombre; hay sabiduría en los reinos de la naturaleza, hay sabiduría en todos los reinos, en todas las creaciones, en cada hijo de Dios.
Así pues, la sabiduría de la tierra consiste en apegarse a los lineamientos divinos; la sabiduría de las piedras, la sabiduría del agua, la sabiduría de los árboles y de los pájaros, es, precisamente, esa característica que les permite vivir en acorde a la voluntad divina. El amor y la sabiduría juntos, forman la garantía del cumplimiento del plan divino en todos los niveles de la creación.

El código genético espiritual del hombre.
Hemos hablado anteriormente, que cada ser humano trae inscrito en su memoria genética, no únicamente el mapa de lo que será su evolución posterior, sino, igualmente, las instrucciones que lo llevarán a evolucionarse hasta alcanzar la realización como ser humano, para, posteriormente, buscar una mayor expresión de manifestación en otro reino superior. Ese código espiritual, lleva compendiada toda la información que es necesaria para avanzar, a través de cada uno de los procesos de evolución espiritual por los que es preciso pasar, a fin de alcanzar ese alto grado de expresión.
En los instructores del mundo, ese código genético se encuentra claramente accesado por su mente humana; esto significa que son conscientes del plan divino para la humanidad, y el tener esa visión del futuro de la humanidad, les permite elaborar conceptos, filosofías, enseñanzas, que, siendo apropiadas para la hora en que están manifestándose, preparan el camino para el día glorioso en que la humanidad alcance su realización total.

El magnetismo de los instructores.
El poder percibir el futuro de la humanidad de una manera total, con certeza absoluta, permite, al ser humano, adquirir la fuerza de convicción necesaria que, transformada en palabras, arrastra al ser humano común. El magnetismo propio de los grandes instructores surge de esa convicción y de la visión que tiene del plan, de tal forma que les permite establecer, coherentemente, una filosofía que es adecuada al momento en que están viviendo y constituye el siguiente paso en la evolución social y espiritual de la porción de humanidad a la que alcanza su esfera de influencia. Así, los pueblos van siendo guiados localmente por sus guías particulares y, a nivel planetario, por los grandes mesías de la humanidad.
Ocasionalmente, descienden a la tierra instructores con propósitos definidos para formar fraternidades, escuelas, organizaciones o grupos, cuya misión es enderezar los rumbos, o bien, impulsar un movimiento hacia el objetivo del plan divino. Estos seres que se invisten como instructores de la humanidad, funcionan, generalmente, en el Segundo Rayo; son los constructores de vidas, los constructores de mentes, los constructores de sociedades y pueblos enteros, son quienes forman el futuro de la humanidad; a ellos, la humanidad les debe, en gran medida, su evolución actual, y es muy conveniente que, a tales grandes personalidades, se les reconozca como faros de luz que han dejado su huella en la historia de la humanidad.
Enfocar su atención en esas grandes vidas, inspira a una multitud de seres humanos y los induce a retomar un camino que tal vez hayan perdido. La sociedad no mantiene por mucho tiempo el sendero recto, gusta de experimentar, de establecer nuevas opciones, muchas veces, sin tener claro el objetivo final. De esta diversidad de actitudes y de preferencias surge la confusión y de la confusión, la oscuridad y, entonces, un pueblo pierde el rumbo y empieza a resonar fuerte la voz de la materia y los vicios y la degradación van haciendo presa de estos espíritus que, sin tener la meta a la que quieren llegar, buscan el placer momentáneo, olvidándose de la vida espiritual que mora internamente.
Las almas encerradas en cuerpos a los que no pueden dominar, elevan un callado pero intenso llamado; ese llamado a los cielos, constituye la voz de alarma para que, uno de los grandes inspiradores e instructores de la humanidad, pueda descender en el momento adecuado y marque nuevamente el rumbo que es preciso seguir para continuar con el plan divino.
Así pues, la humanidad sigue avanzando, caminando dos pasos primero y deteniéndose después, subiendo a pequeños impulsos y tratando de establecer un camino propio, tratando de adquirir una personalidad que les permita autoguiarse sin ser dependientes de los grandes maestros que, periódicamente, descienden a establecer el rumbo. Poco a poco, la humanidad va adelantando, va adquiriendo una mayor madurez y empieza a ser dócil a sus propios llamados espirituales.

La voz interna.
El día en que la voz del Maestro interno sea escuchada, ese día, la humanidad sabrá guiarse internamente y no necesitará de instructores externos; hasta en tanto no llegue ese momento, será preciso que nuestros enviados recojan las inquietudes de esos espíritus que moran encarcelados en cuerpos físicos y los convierta en enseñanzas, en luz, para que las conciencias conjuntas, humanas, puedan reconocer el sendero que deben tomar para llegar a donde el plan divino les ha marcado.

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