sábado, 10 de enero de 2009

El hogar de María


Pregunta: ¿Nos podéis dar algunas referencias sobre la vida hogareña de María, en la época del niño Jesús?
Ramatís: Cuando el niño alcanzó los 10 años de edad, su madre era responsable de una prole numerosa, que como ya sabéis era la descendencia del primer matrimonio de José. Su vida doméstica era exactamente igual a la mayoría de los otros hogares, pues siempre había pocos recursos económicos. Las mujeres acostumbraban a secar el trigo y el centeno en amplias esteras tendidas al sol, para luego llevarlos a los molinos existentes por los alrededores, venderlo y con eso ayudar al hogar. Algunas pobres familias de los suburbios de Nazaret plantaban legumbres y hortalizas, o destilaban jugos de frutas en pequeños alambiques; otras, extraían el aceite de la oliva y llegaban a tener bastantes ganancias. Se ponía en marcha cuanto recurso era posible para atender la sobrevivencia, porque además de la pesca, de los servicios modestos de la carpintería, del tejido, del aceite, herrería y talabartería, no existía en Nazaret otra industria de mayor magnitud, capaz de desahogar los gastos de los moradores. Las mujeres hebreas, laboriosas, decididas e ingeniosas, hacían panes de trigo y centeno, mezclados con miel, harina extraída de los tubérculos de la tierra y luego tostada, o bien preparaban deliciosos caldos con el pescado y los vendían en potes de barro; cocían con azúcar frutos como la pera, el durazno y el damasco que acomodaban en cajas de madera de cedro fino, revestidas con hojas de parra. Algunas de esas casas eran tan famosas por sus productos, que les era imposible atender la demanda impuesta por los interesados. Así era la vida de María, madre del Maestro Jesús, que se desdoblaba cuanto le era posible para sustentar a la prole, pues todos cooperaban en la fabricación de los dulces, en la plantación modesta de hortalizas, en el secado del trigo y centeno y preparar el pescado a fin de vivir una existencia modesta, pero razonable. Era una vida árida y muy laboriosa, de pocas compensaciones en el descanso y diversiones. El mayor entretenimiento era cultivado como un des¬ahogo delicioso junto al pozo común, que abastecía el lugar de agua necesaria. Después de la tarea agotadora del hogar, el centro de las diversiones era alrededor de la fuente de agua, puesto que significaba un descanso para el espíritu atribulado. A la hora de buscar agua se intercambiaban las noticias entre las mujeres, que iban desde el cuidado de los niños, hasta introducirse en las cosas de la vida ajena. Vecinos, amigos, forasteros, mercaderes y rabíes se reunían alrededor del pozo tradicional, que venía a ser el denominador común de todas las ansiedades y emociones de los nazarenos. Las jóvenes, las ancianas y los niños, formaban apretada fila, cargando vasijas, cántaros, potes y jarras de vidrio que brillaban al sol, siendo una apasionante invitación para los pinceles de los artistas. Alreddor de esa fuente crecían amistades y se formaban amores, cuya trayectoria culminaba en el célebre casamiento, pues el gesto cortés de un joven al cargar la vasija de la mujer, era el preludio de tan feliz y futuro acontecimiento.
Y, el niño Jesús, siempre tan servicial y atento, principalmente con los viejos y enfermos, prestaba toda clase de servicios en el lugar. Se regocijaba de poder llenar el cántaro de los más viejos, lavaba las jarras y ayudaba a los perros a mitigar la sed. A veces, todo terminaba en un inesperado baño de agua, a causa de la intervención de otros tantos niños. Retornaba a su hogar muy alegre después de esa ayuda fraterna, y su comportamiento jamás desmentía el gran espíritu de justicia que le animaba hacia el prójimo, pues nunca cargaba la jarra de la joven sin antes hacerlo con la mujer de más edad. Cuando José falleció, víctima de un ataque cardíaco, Jesús alcanzaba los veintitrés años de edad y María asumió definitivamente la dirección del hogar. Mientras José alcanzaba los veinte años, era ayudado por Tiago de once años, los cuales se dedicaban a los trabajos de la carpintería, heredada por su padre. Efraín, de veintidós años, demostró desde muy temprano su espíritu de especulador, pertinaz y ambicioso, pues hacía de intermediario en algunos negocios de abastecimiento de víveres, como así también, algunos negociados entre los hebreos y los romanos. Algunos años después, su situación financiera era bastante desahogada y respetada. Mientras Andrés prestaba algunos servicios a los vecinos y gentes de las caravanas, Ana y Elizabet ayudaban en los bordados que María les enseñaba. Eleazar, Matías y Cleofás, conocidos por Simón, hijo de José, jamás demostraron resentimientos o quejas contra aquella mujer heroica que los amparaba desde la niñez con el dulce afecto de una verdadera madre. Así transcurrió la vida de María hasta que Juan, el Evangelista la llevó para Efeso cuando ya tenía bastante edad, donde más tarde desencarnó, después de haber atendido a todas las criaturas, transmitiéndoles los mejores sentimientos de ternura y amor en homenaje al hijo querido, que había sucumbido en la cruz para redimir al hombre. A su alrededor se reunieron los tristes, desamparados y enfermos, todavía esperanzados de la presencia espiritual del Amado Maestro para la cura de sus males. María, buenísima y leal en su amor a Jesús, a veces, se lamentaba de no haber comprendido a su debido tiempo la sublime y heroica misión de su hijo. Entre los discípulos y seguidores del Cristo Jesús, viejita y agotada, cierto día desencarnó, liberándose de la materia opresiva.

Pregunta: ¿Qué aspecto .tenía el hogar de Jesús, durante su infancia?
Ramatís: Era una casa simple en un suburbio de Nazaret, semejante a las residencias árabes, construida de bloques y ligados con cal y argamasa, de color blancuzco, con las suturas hechas de barro amasado. La puerta de entrada era baja y poco segura, daba acceso a dos aposentos espaciosos que no tenían pared divisoria, sino dos cortinas, hechas de los mismos cobertores, aferrados por ganchos a una cuerda rústica. Ambos se comunicaban con el taller de carpintería de José, y a su vez, permitía la entrada al establo por una puertita mediana. En lugar de ventana, había una gran abertura en el techo por donde entraba bastante claridad que incidía sobre el suelo de tierra amasada que se hallaba semi cubierto de pieles de cabra, de camellos y de carneros, además de los cobertores livianos y caminos de paja trenzada. Era una casa, cuyo aposento central y espacioso servía, al mismo tiempo, de cocina, de sala de estar y hasta de cuarto para dormir para los huéspedes que se presentaban inesperadamente.
Aunque fuera pobre, era muy confortable para las costumbres de aquella época; además el clima saludable, la prodigalidad de los peces y el fruto de los árboles frutales, permitían el sustento fácil. La índole innata de recibir a todo el mundo los hacía merecedores de presentes y de la ayuda de los forasteros, que tenían preferencia por hospedarse en un hogar pobre, pero entre gente sana y limpia de corazón. Allí llegaban hombres de todas las razas, conductas y condiciones, causa por la cual preferían un hogar conocido, pero de sana moral.
Durante los días secos y plenos de sol, cuando el cielo estaba límpido, se cocinaba afuera, pues el combustible para el fogón, consistía en gajos secos de cipreses y cedros, cuyo calor era hábilmente conservado con estiércol de camello resecado y mezclado con el aserrín producido por la carpintería. El fogón, grande y bastante ancho, descansaba en un trípode de hierro, siendo trasladado hacia el interior de la casa en los días lluviosos, cuya humareda ennegrecía las paredes por falta de ventilación apropiada. Alrededor de la casa se había construido una cerca de tablas deformes sobrantes del corte de la sierra, donde se entrelazaban bejucos en flor; aquí y allí, repuntaban montículos de margaritas trasplantadas de las márgenes del Jordán y que necesitaba mucha humedad para mantenerse lozanas. Las manos del niño Jesús habían preparado algunos canteros, protegidos por una cerca de piedras, pues era muy cuidadoso con los rosales en flor, los que resaltaban con su encanto rojizo. José y María tenían algunas gallinas, cabritos y patos que les daban leche y huevos, y no faltaban el dócil borriquito que servía para los quehaceres de la carpintería y para la entrega de los encargues de menor porte. El observador perspicaz reconocería fácilmente en aquel escenario pobre, simple, pero emotivo, el toque mágico de las manos del niño Jesús; aquí, las piedras amontonadas con agradable sentido estético, delineaban el contorno del modesto jardín; allí, cercas pequeñas de todos los tipos y tamaños, sostenían a una gran cantidad de plantas y las cintas de cuero guiaban a las enredaderas hacia la parte superior del cerco de la casa; acullá, la arena fina y dorada traída de las canteras cercanas, cubría los caminos por donde María debía pasar a extender la ropa y dar de comer a las aves. Allí se observaba el toque del pequeño artista, pues los pinceles y los tarros de pintura abundaban, pues pintaba las paredes, puertas y ventanas, como así también el corral de las aves. Su iniciativa, hacia que la casa de María fuera la más admirada del suburbio pobre, pues jamás se cansaba cuando su espíritu creador deseaba producir algo que fuera agradable para los demás. Era sumamente rebelde a la imposición ajena y un dócil y desinteresado esclavo, bajo la fuerza de su impulso creador.

(Ramatis)

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