viernes, 2 de enero de 2009

María Magdalena y Jesús


Pregunta: El afecto que tenía María de Magdala por Jesús, ¿de qué índole era?
Ramatís: María de Magdala, natural de Galilea, era joven y muy hermosa, además de famosa cortesana que encendía el fuego de las pasiones en muchos hombres de elevada categoría administrativa y social de Jerusalén. Movida por un sentimiento de curiosidad y al mismo tiempo de ansiedad espiritual, trató de conocer al rabí de su tierra cuya fama de redentor de almas, llegaba a las ciudades populosas. Al principio, dirigió al Maestro insistentes miradas, irónicas y casi desafiantes. Conocedora profunda de los sofismas y capciosidades de los hombres, que eran capaces de rondar alrededor de las cosas más puras con tal de satisfacer sus pasiones animales, gustaba conocer a fondo la naturaleza pasional de aquel hombre bello, sereno, pero humano.
Esas miradas tan provocadoras, Jesús las recibió con su habitual serenidad, pero le devolvió una mirada de censura espiritual, tan pronunciada que vaciló confusa, casi avergonzada. Desde ese momento comenzó a seguirlo acompañada de su madre, y poco a poco comenzó a disimular su pródiga belleza y encantadoras formas, pues estaba en la euforia de sus 24 años de edad. Acompañó al Maestro en su última visita a Nazaret y estuvo presente en la casa de Simón, en Bethania, conquistando muy despacito las amistades de los familiares como ser, Eleazar, Alfeo, Marta y Salomé. Sin embargo, con quien tomó más afecto fue con María, la madre de Jesús, pues tenía mucha necesidad de un afecto puro y verdadero. Su alma cada día se sentía más atraída hacia aquel pregonador, que todos decían que era casto, sin mancha alguna y de gran corazón para infundir su grandioso amor al género humano. Entonces, la «dulce» María trató con ternura y respetuoso sentimiento de lealtad al Maestro, como un homenaje espiritual. Pero, en el fondo de su ser no conseguía esconder el remordimiento que le había producido, cuando en forma provocativa y desafiante había mirado a Jesús por» primera vez, porque había puesto de manifiesto las dudas que poseía sobre la pureza e integridad de tan excelso ser. Se Dedicó solícitamente a seguir al Maestro a fin de poder apagar aquella primera, pero mala impresión que le había causado y no se atrevía a mirarlo de frente, pues su mirar siempre era sereno y desprovisto de las malicias y deseos indignos. Finalmente, un buen día, su alma se inundó de júbilo y encanto, pues pudo cruzar la mirada con la de Jesús, insistiendo suavemente, pero con gran timidez, sin la ostensividad de la mujer que se siente admirada, hermosa y atractiva. Había desaparecido de ella, la mujer vanidosa por sus encantos, habituada a divertirse con la avidez de las miradas codiciosas de los hombres. Ante el mirar franco y puro del Maestro Cristiano, se manifestó como una tímida criatura, que intentaba mirarlo, casi asustada. Jesús le sonrió y su mirar angélico se derramó sobre ella como la linfa caída de los cielos sobre la tierra ardiente y resecada. María de Magdala llevó su mano al pecho y casi cae al suelo, bajo el impacto de tanta emoción y alegría.
Pregunta: Conocemos algunas obras que señalan a María de Magdala como la pasión humana de Jesús, y que ella también lo amó físicamente. ¿Qué nos decís al respecto?
Ramatís: Volvemos a repetir; María de Magdala había oído hablar tanto de Jesús que pensaba divertirse al desafiarlo con su belleza provocativa, segura que lo comprometería al despertarle su pasión física, y que el famoso rabí dejaría de lado todas sus virtudes. Había encontrado al Maestro en una de sus tradicionales asambleas públicas, cerca del lago Tiberíades donde los presentes podían Preguntar o consultar a los rabinos que pregonaban; María de Magdala trató de llamarle la atención con insistentes Preguntas, mientras lo miraba provocativamente, intentando confundirlo en su prédica. También es verdad que María de Magdala llegó a tener extremada simpatía por Jesús y él la correspondía cuando la veía. Sin embargo, Jesús jamás amó físicamente a María de Magdala, pues su porte moral y su fidelidad a la obra cristiana, que era su sueño dorado, lo apartaba de cualquier objetivo vulgar del mundo. No hay dudas, que él no tardó en percibir que ella había sido víctima de su propia imprudencia, pues pasó a amarlo desesperadamente. Jesús decidió vencer aquel amor tan tentador y salvarla de su vida impura y delictuosa, pasando a tributarle un afecto tierno y paternal, que de a poco le fue dando fuerza espiritual, ayudándola a vencer esa pasión abrasadora a cambio del cariño fraterno. Abatida por las falsedades de sus ardientes admiradores, que sólo le codiciaban el encanto femenino y que jamás le serían tan nobles y desprendidos como Jesús, ella no podía soportar el resentimiento abrasador de la criatura humana, puesto que aun era incapaz de sentir las emociones superiores del reino imponderable del espíritu. Esa pasión indigna de los primeros días no tardó en transformarse en sentimientos puros de idolatría espiritual, convirtiéndola, incondicionalmente, al mesianismo redentor de la obra cristiana. Jesús, entidad que había superado la ilusión de las formas humanas, cuyo descenso a la tierra le costara inmenso sacrificio espiritual, jamás se hubiera conmovido o dejado fascinar por los encantos físicos de cualquier mujer, que él consideraba como una hermana digna y venturosa. La vida material no le llamaba, ni le impresionaba sobremanera porque a través de las cosas del mundo físico, sólo vislumbraba al espíritu eterno que la sostenía. La persona más bella delante de él, era como una maquinaria viva, cuyas piezas constituidas de átomos, moléculas y células, sólo eran dignas de un examen técnico, pero no codicioso. Cada hombre y cada mujer no dejaban de ser para él como el instrumento provisorio que actuaba momentáneamente en el mundo material, para que el espíritu apresure su sensibilidad psíquica y desenvuelva la conciencia eterna. Espíritu “auto realizado”, señor de toda la trama de la existencia física y de los planeamientos espirituales del Espacio, su corazón jamás podía sucumbir a las tempestades de la pasión humana, pues como dijo Buda, “la pasión es como la flor que se abre por las mañanas y se marchita por las tardes”. María de Magdala no podía inducir a Jesús a la pasión transitoria de la carne, pues su inconfundible honestidad, jamás consentiría que su amor piadoso dejara de alcanzar a todos por igual.
María de Magdala, espíritu inteligente, culto y sensible, no tardó en percibir, que en base a la naturaleza angélica de Jesús no había combustible suficiente en su corazón que pudiera alimentar aquella ilusión de naturaleza carnal. Por eso, en un esfuerzo heroico de absoluta renuncia, extrajo los dardos apasionados de su corazón y para sublimarlos los quemó en el fuego del sacrificio y de la abnegación fraterna, dedicándose al Maestro y olvidándose del hombre.

Pregunta: ¿Nos podéis elucidar qué fuerza desconocida o sentimientos impulsó a Maria de Magdala, para que abandonara todo cuanto le era simpático y valioso, y siguiera sumisa los pasos de Jesús?
Ramatís: María de Magdala era un espíritu muy generoso y delicado, y su espíritu hacía mucho tiempo que estaba hastiado de los placeres inferiores de la carne, ansiando encontrar un amor puro, sin pasión egocéntrica; un corazón amigo donde pudiera confiar sus amarguras, sueños, desafectos y ansiedad espiritual. Sabía que sus pretendientes apasionados y celosos, no eran más que hombres ególatras y violentos, que después de hartados en sus deseos no les importaría dejarla abandonada en medio de los parias del mundo. Esos seres, en lo íntimo de sus almas guardaban un deseo de venganza, porque las migajas que ella les había dado de su amor, las habían Conseguido a peso de oro y de servilismo, algo bastante humillante para el amor propio de los hombres. Su cuerpo hermoso, sus encantos y finura de mujer culta, como su buen trato personal, encendía los celos, pasiones y codicias entre sus contemporáneos y también entre los patricios romanos. Las demás mujeres se consumían de envidia y despecho porque disponía de una gran fortuna y el poder arrasador sobre los hombres. Su castillo, a orillas de un hermoso lago, sus jardines llenos de flores raras, traídas de los países lejanos a través de la influencia de sus adoradores, su carro adornado con oro y plata era tirado por un par de cebras de pura raza; su huerto de hierbas olorosas donde se elaboraban los famosos perfumes de Judea, era causa de enormes contradicciones entre los sentimentales hebreos. Ella no ignoraba cuánta envidia y celos estaban en juego cuando se le invitaba a los homenajes y fiestas. Espíritu de buena estirpe sideral, no abandonaba a los desheredados de la suerte, pero aun así se sentía muy sola en su mundo, como si todo se transformara en fatal silencio a su alrededor. Aunque estaba rodeada por el fausto y sus admiradores, que se movían a sus caprichos, aun así se sentía alejada de todo.
En realidad, vivía espiritualmente desesperada y reconocía la necesidad urgente de cambiar aquella vida dañina por un vivir simple y limpio, donde la sonrisa ajena, fuera sincera y amiga y el gesto de ponderación partiera de la amistad pura, antes de verlo disfrazado por el vil e inconfesable placer de la carne. En esos momentos de incertidumbre espiritual, casi desgarradora, le hablan de un rabí amoroso, sabio y bueno, que pregonaba un reino de amor y bondad, en el cual, hasta las fieras vivirían en paz con los corderos y todos los seres se entrelazarían en un amor de suave redención. Le decían, que Jesús era magnánimo, justo, leal y amigo sincero tanto del rico como del pobre, del sabio como del ignorante, del sano y del enfermo, del santo y del criminal, del señor y del esclavo, de la mujer digna, como de la prostituta. Por eso, después de su mirada provocativa y casi sensual, Jesús al mirarla la envolvió con un suave magnetismo de afecto espiritual; entonces se sintió avergonzada y afligida, convencida de que Jesús tenía todas las cualidades excepcionales que ella jamás hubiera podido imaginar en un solo hombre. Innumerables veces había intentado liberarse de aquella vida disoluta, aunque le proporcionaba fortuna, pero la decisión siempre fracasaba, ya fuera por falta de motivos elevados o debido a la capciosidad de los hombres. Mientras tanto, Jesús significaba el milagro que esperaba hace tanto tiempo, puesto que él se apiadaba de sus pecados, frutos de la lascivia de los hombres, pareciendo ignorar su ignominia. Aunque el cuerpo carnal de María de Magdala se prestaba para la corrupción del mundo, su espíritu hacía mucho tiempo venía tejiendo sueños de liberación espiritual; como el pájaro que tiene sus alas cubiertas de lodo, no deja de hacer hercúleos esfuerzos para alcanzar su vuelo de liberación, y retornar a su morada feliz. Ella soñaba con la bendecida lluvia espiritual que le apagara el tormento que soportaba su alma angustiada, y que sería capaz de donar toda su fortuna y aniquilar su fama de mujer deslumbrante, si pudiera sustentar su alma con el afecto del amor espiritual. Ante Jesús, sintió que la escoria de la animalidad inferior retrocedía ante el impacto de su luz angélica, enseñándole el camino de la ambicionada redención; era la esperanza de saciar su sed en la linfa pura del Espíritu superior. Reconocía en el rabí de Galilea al hombre perfectamente realizado en espíritu y reafirmaba con su ejemplo la vida santificada que llevaba; entonces, María de Magdala abrió su alma radiante y feliz, como lo hace la flor ante el sol amigo, pues no era una impura congénita, ni había nacido para la corrupción humana, sino, que apenas era la mujer frustrada por las circunstancias adversas. No necesitó mucha decisión para renunciar a su fortuna; donó sus bienes a los infelices, cubrió estoicamente su figura de mujer tentadora con ropajes humildes y se entregó a la vida de los simples y pobres.

Pregunta: ¿Nos podéis describir el momento en que María de Magdala se arrodilló junto a Jesús y le limpió los pies con los cabellos?
Ramatís: Dominada por una intensa emotividad espiritual, se abrió paso entre la multitud que escuchaba las palabras de Jesús, temblando y con toda humildad, sintiendo que su corazón se le partía ante dolor tan ardiente, se dejó vencer por el llanto indominable.
- ¡Jesús! ¡Sálvame! -exclamó, cayendo a los pies del Maestro, cubriéndolo con lágrimas ardientes. Después, secó los pies del Maestro con sus cabellos y con aterradora timidez, desconocida hasta ese momento, levantó los ojos lentamente hasta alcanzar los de él, para luego embeberse en el inmenso cariño que se reflejaba en su mirar triste y sereno. Jesús le hizo un gesto afectuoso, después movió sus labios angélicos para decirle:
- ¡María de Magdala! ¡Tu fe te salvó! … Sus palabras fueron remarcadas por una suave sonrisa.
En ese momento, ella tuvo deseos de correr locamente por el campo, cantar al sol, al viento y a los árboles toda su felicidad, pues había descubierto el verdadero amor y podía decirlo al mundo entero sin vergüenza, pero exceptuada de los deseos impuros y lejos de la codicia humana. Grandes luces brillaban en lo íntimo de su alma; la linfa eterna de la vida se había posesionado de su corazón y ella había renacido en espíritu y verdad. María de Magdala entonces se entregó en cuerpo y alma a la obra de Jesús y puso en movimiento todas sus energías espirituales para elevarse por encima de las pasiones de la carne y transformarse en un perfecto símbolo de redención para la mujer pecadora.
Pregunta: Volviendo al caso de María de Magdala, algunos espiritas afirman que ella representó la celada perfecta, puesta en movimiento por los espíritus de las tinieblas para destruir la obra de Jesús. ¿Qué fundamento tiene esa afirmación? Ramatís: La misión de Jesús en la tierra, fue precedida de un atento estudio por parte de los Maestros Siderales de vuestro mundo; y aunque no predominara un fatalismo absoluto en su realización, los principales acontecimientos fueron previstos con seguridad en el gráfico mesiánico. Ante el perfecto conocimiento de las premisas que irían a componer la obra de Jesús en la tierra, lo Alto pudo secundarlo en todos sus puntos a fin de concretar físicamente lo trazado. Previo los hechos más importantes, fijándolos dentro del tiempo psicológicamente establecido, como fue el nacimiento, la infancia, la juventud, la pregonación y el sacrificio de Jesús en el Calvario. Así como el general esquematiza y detalla la batalla decisiva, previendo los desvíos, retrocesos y ofensivas probables en el avance de sus ejércitos, cuyo éxito dependerá del comportamiento y habilidad de sus soldados; en el esquema fabuloso de la pasión y muerte de Jesús en el madero de la cruz, los resultados previstos o deseados también quedaron subordinados a las reacciones, al estoicismo y a la fidelidad de los cooperadores del Cristianismo.
Los apóstoles, discípulos, simpatizantes y amigos de la obra de Jesús eran la materia viva que él utilizó para pregonar el Evangelio sobre la superficie de la tierra. Y, María de Mágdala fue una celada forjada por los espíritus de las tinieblas para truncar la obra de Jesús, pero ella había sido una entidad amiga de Jesús en el pasado y también se hallaba comprendida en el plano del Cristianismo. Le cabía cooperar en la obra cristiana y dirigir a las mujeres que le darían el sello característico de cariño, poesía y renuncia a la divulgación de los principios libertadores del rabí de Galilea. Mientras tanto, los espíritus tenebrosos se rejubilaron al confundir el amor espiritual de Magdala por Jesús, bajo el impacto ardiente que despierta la pasión carnal, pero ignoraban que el sentimiento de ella se elevaba y daba curso a ideas superiores; como la savia de la planta salvaje que recibe el injerto de la especie superior. Aseguraban que Jesús sucumbiría ante la presencia fascinante de la famosa cortesana, pues en verdad, María de Magdala era irresistible y su nombre llegaba hasta los lugares más lejanos de Judea. Los agentes de las Sombras consideraban que Jesús había resistido ante la pasión de mujeres muy dignas porque no tenían experiencia, pero iba a ceder y debilitar su obra ante el escándalo de una pasión ilícita.
En verdad, ellos desconocían la capacidad de renuncia y la fe que tenía el espíritu de María de Magdala, motivo por el cual sufrieron amarga decepción ante el equívoco de su elegida. Contrariando los pronósticos emitidos por los demoledores del Cristianismo, este hecho dio más énfasis a la obra cristiana, transformándose en estímulo y convergencia de toda mujer deseosa de renovación moral. Se invirtieron los polos de la maldad, porque Magdala resurgió del charco hacia la gracia luminosa de Jesús. Jesús, el divino Maestro era para ella el oasis amigo en donde podía mitigar la sed del afecto y sobrevivir al naufragio espiritual, pero algo más serio y grave le acusaba en lo íntimo; la necesidad urgente de su recuperación. Jesús fue el poderoso catalizador que le dinamizó las fuerzas superiores y la ayudó a vencer el yugo peligroso de las pasiones humanas, pero ella también sintió que algo le tocaba realizar en aquella obra redentora, aun con el sacrificio de su vida. Saturada por el sabor amargo de las desilusiones mundanas y sintiendo que la hiel tenebrosa le minaba la contextura espiritual, se entregó, cual esclava, al amor piadoso de Jesús dedicándose incondicionalmente a la obra que él realizaba. El Divino Maestro, a su vez, por su capacidad retentiva e intuición superior, presintió que María de Magdala estaba ligada íntimamente a su obra mesiánica, porque reconoció que se trataba de un reencuentro amigo en la tierra. En realidad, él había cambiado ideas con ella en el mundo espiritual antes de ingresar en los fluidos del orbe terráqueo, prometiendo convocarla en el momento oportuno y ayudarla en su tarea, inherente al Cristianismo. En consecuencia, el comando de las Tinieblas se sintió totalmente decepcionado y desarmado en su tenacidad para herir la realización cristiana, pues había fracasado al querer confundir el amor pasional de Magdala ante la pureza espiritual de Jesús; y para mayor golpe de gracia de los tenebrosos, ella se convirtió en una nueva fuerza espiritual para el fundamento amoroso del Cristianismo.

(“El Sublime Peregrino”, Ramatís)

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