jueves, 18 de diciembre de 2008

La virgen de Guadalupe


En 1531 existía en México un indígena llamado Juan Diego.
A pocos días de la temporada navideña, Juan Diego iba caminando y, de repente, al pasar por el cerro de Tepeyac, escuchó una voz que pronunciaba su nombre:

“Juanito, Juan Dieguito”.

Juan, extrañado, era incapaz de ver nada, pero como seguía oyendo la misteriosa voz, subió a la cumbre del cerro para ver si desde allí conseguía encontrar al dueño de la “voz”. Para su sorpresa, en la parta más alta se encontraba una mujer con un manto en forma de sol. Ésta volvió a llamar a Juan Diego, invitándole a acercarse un poco más a ella.

"Sabé, Juan Diego, que yo soy la siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios por quien se vive. Mucho quiero que se me construya una casita para mostrar a mi hijo y para darlo a todos los hombres que me invoquen. Porque yo en verdad soy vuestra madre compasiva. Para cumplir mi deseo, ve al palacio del Obispo de México y dile cómo yo, personalmente, que soy la Madre de Dios, te envío".

Tras la revelación, Juan Diego, siguiendo las indicaciones de se dirigió sin más en busca de Don Fray Juan de Zumárraga, el Obispo de México. Se acercó al palacio y, anque éste lo recibió, no hizo el más mínimo caso a Juan Diego, no creyendo sus palabras y obligándole a volver al día siguiente.

Así, Juan Diego se dirigió nuevamente al palacio el domingo tras asistir a la misa. Esta vez, Don Fray Juan de Zumárraga, le hizo más preguntas, pero no contento con eso, le pidió a Juan Diego una prueba fidedigna que probara lo que estaba diciendo, y le mandó volver el lunes.

Lástima que el lunes Juan Diego no pudiera regresar puesto que lamentablemente, Juan Bernardino, el tío de Juan Diego, se había puesto muy enfermo y se quedó con él todo el día. El martes, ya sin esperanza de mejora en su tío, Juan Diego salió de madrugada en busca de sacerdote que preparase la “extremaunción” de Bernardino.

Cuando caminaba por el cerro donde se había revelado la Virgen, Juan Diego pensó que si iba por el mismo camino, la Madre de Dios le detendría para que llevara su señal, por lo que prefirió dar la vuelta, ya que primero estaba la aflicción de su tío, su dolor.

Pero como la Virgen María está en todas partes, salió a su encuentro y le dijo:

"Juanito, el más pequeño de mis hijos, ¿a dónde vas?"

Juanito le dijo:

"Mi niña, mi jovencita, voy a México a buscar un sacerdote para un siervo tuyo, tío mío, que está muy grave. Ten un poquito de paciencia conmigo, que luego volveré por la señal”.

La Virgen le dijo al respecto:

"Escucha Juan Diego, pónlo en tu corazón. ¿No estoy aquí yo que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra y resguardo? ¿No soy yo la fuente de tu alegría? ¿No estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos? ¿Tienes necesidad de alguna otra cosa? Sabé que tu tío ya está bien, ya está curado. Ahora es muy necesario que subas a la cumbre del cerro. Allí encontrarás flores. Córtalas y tráelas a mi presencia”.

Juan Diego, aunque estaba seguro de que no había flores en esa época del año, subió a la cumbre del cerro. Cuando llegó, no entró en su asombro, aquello era el paraíso: miles de flores a su alrededor. Así, cortó un ramo, las guardó y fue en busca de la Virgen.

Ella tomó las flores en sus manos y le dijo a Juan Diego:

"Estas flores son la señal que llevarás al señor Obispo. Díle que vea en ellas mi deseo, para que construya mi templo. Y sabe que mucho te voy a glorificar por tu trabajo y por tu cansancio. Y en ti, que eres mi mensajero, está puesta mi confianza".

Tras una larga espera en el palacio del Obispo, Don Fray Juan de Zumárraga le recibió. Primero le explicó la revelación de la Virgen, todo lo que sus cinco sentidos habían podido experimentar ante su presencia. Acto seguido, le enseñó las flores de la Virgen como señal.

"Aquí tienes las flores, hazme el favor de recibirlas"

Juan Diego abrió su manto. Allí mismo, mientras Juan comenzaba a sacar las flores, algo asombroso estaba pasando: la imagen de la Santísima Virgen de Guadalupe comenzaba a perfilarse en su manto. Pasados unos minutos, la efigie de la Virgen se veía claramente grabada en su manto. Ésta se había estampado en la toga de Juan Diego. La forma y la figura eran exactamente la misma que hoy puede verse en su casa de México.

Según varios estudiosos y hombres de ciencia que han inspeccionado la imagen se reflejan, en ambos ojos y en ubicación precisa en que reflejarían en un ojo humano vivo, algunas figuras extensivamente analizadas y parecen corresponder a la forma y tamaño de figuras humanas localizadas enfrente de la imagen el día que fue presentada la tilma ante el obispo. En 1929, Alfonso Marcué, quien era el fotógrafo oficial de la antigua Basílica de Guadalupe en la ciudad de México, descubrió lo que parecía una clara imagen de un hombre con barba reflejada en el ojo derecho de la Virgen. Mas de 20 años después, el 29 de mayo de 1951, el dibujante mexicano José Carlos Salinas Chávez, redescubre la imagen de lo que parece ser un busto humano reflejado en el ojo derecho de la Virgen y también en el ojo izquierdo. Desde entonces, mucha gente ha tenido la oportunidad de inspeccionar de cerca los ojos de la Virgen en la tilma, incluyendo mas de 20 médicos oftalmólogos.
El primer reporte médico sobre los ojos de la imagen fue emitido por el prestigioso médico oftalmólogo mexicano Dr. Javier Torroella Bueno, el 27 de marzo de 1956, certificando la presencia del triple reflejo (Efecto de Samson-Purkinje) característico de todo ojo humano normal vivo y afirma que las imágenes resultantes se ubican exactamente según el citado efecto.


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