miércoles, 17 de diciembre de 2008

¿Por que ser buenos?


Usted ya debe haber oído, alguna vez, ese sabio consejo: “es preciso ser bueno, hacer el bien y no practicar el mal”.

Usted también debe haberse preguntado: ¿Más al final, por qué hay que ser bueno? ¿Que bentajas me trae eso?

La educación tradicional enseñaba, y algunas corrientes aun enseñan, que es preciso ser bueno para obtener algún tipo de recompensa, y no practicar el mal para evitar el castigo correspondiente.

Esa pedagogía puede funcionar para aquellos que no buscan una explicación racional para fundamentar sus acciones.

Todavía, quien precisa entender por qué actuar de esta o aquella forma, no acepta argumentos destituidos de criterios lógicos.

El Evangelio de Jesús fue intensamente utilizado para que desapareciese el terror al infierno, a los malos, y prometer un cielo como recompensa para los buenos.

No en tanto, el ser inmortal, en el ir y venir en las sucesivas reencarnaciones, se fue dando cuenta de que no hay cielo ni infierno al otro lado de la vida y menos aun en el plano físico.

Viajante de la eternidad y heredero de si mismo, el espíritu fue percibiendo, a lo largo del tiempo, que el infierno y el cielo son estados del alma y no lugares de punición y de recompensa.

En esa constatación, en cierto modo, lo han llevado a la descreencia y al desprecio por las cuestiones relativas del alma.

A falta de una explicación razonable de por que practicar el bien y evitar el mal, ha llevado a muchas personas a buscar los intereses inmediatos del mundo, echando mano de expedientes indignos o hasta incluso crueles.

La búsqueda de la felicidad, que es una aspiración natural del ser humano, gira en torno de la satisfacción de los placeres pasajeros.

Ser bueno, por consiguiente, pasa a ser un deber para aquellos que, en la duda, prefieren garantizar algún tipo de recompensa futura.

Entretanto, es preciso lanzar la mirada sobre las leyes que rigen la vida y buscar comprender la esencia de las enseñanzas traídas por el Maestro de Nazaret, para fundamentar la practica del bien.
Las enseñanzas de Jesús visan desenvolver en el hombre la convicción inabalable en su perfectibilidad. Eso se puede constatar en el imperativo: “Sed perfectos como perfecto es vuestro Padre celestial.”

Ahora, para desenvolver esa perfección es preciso entender de que forma, como y porque.

Y eso presupone un consentimiento interno, racional, y no una imposición externa, muchas veces fruto de una necesidad o de una voluntad ajena.
Nuestras acciones deben ser dirigidas por el cernidor de la razón. Razón basada en una fe que nos hace libres para querer, de libre y espontánea voluntad y nunca dirigidos por presiones o intereses externos, sean cuales sean.

Cuando la práctica del bien se torne tan espontánea en nosotros como el acto de respirar, entonces habremos comprendido el papel que nos cabe, como hijos de la luz.


El filosofo brasileño Huberto Rohden, en su libro sabiduría de las parábolas, dice: “El Evangelio de Cristo es la gloria de la suprema sabiduría cósmico; Quiere ser un hombre bueno por espontánea libertad, y no un ser bueno por compulsoria necesidad.

El hombre debe ser intrínsicamente bueno por un querer propio, y no apenas intrínsicamente bueno por un querer ajeno.
Su ser bueno debe ser fruto de un voluntario querer, y no de un compulsorio deber.

El hombre puede tener todas las posibilidades para ser malo y, a pesar de eso, ser bueno, libre, convictamente bueno.

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