miércoles, 17 de diciembre de 2008

Enseñanza de los Espiritus


Si la Doctrina Espírita fuese una concepción puramente humana, no tendría otra garantía que las luces del que la hubiera concebido, y nadie en este mundo podría tener la pretensión fundada de poseer por sí solo la verdad absoluta.

Si los Espíritus que la han revelado se hubiesen manifestado a un solo hombre, nada garantizaría su origen, porque sería menester creer en la palabra de quien dijera haber recibido sus enseñanzas. Admitiendo una perfecta sinceridad de su parte, cuando mucho, podría convencer a las personas de su medio; podría tener sus seguidores, pero nunca llegaría a reunir a todos.
Dios quiso que la nueva revelación llegase a los hombres por un camino más rápido y más auténtico; por esto encargó a los Espíritus ir a llevarla de uno a otro polo, manifestándose por todas partes, sin dar a nadie el privilegio exclusivo de oír su palabra.

Un hombre puede ser engañado, puede engañarse a sí mismo, pero eso no ocurriría cuando millones ven y oyen la misma cosa: esto es una garantía para cada uno y para todos. Además, puede hacerse desaparecer a un hombre, pero no puede hacerse que desaparezcan las masas; pueden quemarse los libros, pero no se pueden quemar los Espíritus; pues si se quemaran todos los libros, el origen de la doctrina no sería menos inagotable, por el hecho mismo de que ella no está en la Tierra, sino que surge por todas partes y que cada uno la puede absorber. A falta de hombres que la difundan, habrá siempre Espíritus que alcanzan a todo el mundo y a quienes nadie puede alcanzar.

En realidad, los mismos Espíritus son los que hacen la propaganda, con la ayuda de innumerables médiums que ellos suscitan por todos lados. Si no hubiesen tenido más que un intérprete, por más favorecido que fuese, el Espiritismo sería mal conocido; este mismo intérprete, a cualquier clase que perteneciese, sería objeto de prevención de muchas personas; no le hubieran aceptado todas las naciones; mientras que comunicándose los Espíritus por todas partes, a todos los pueblos, a todas las sectas y a todos los partidos, son aceptados por todos.

El Espiritismo no tiene nacionalidad, está fuera de todos los cultos particulares y no fue impuesto por ninguna clase social, puesto que cada uno puede recibir instrucciones de sus parientes y de sus amigos de ultratumba. Era preciso que fuese así para que pudiese llamar a todos los hombres a la fraternidad; pues, sino se hubiese colocado en un terreno neutral, hubiera mantenido las disensiones en vez de apaciguarlas.

Esta universalidad de la enseñanza de los Espíritus, constituye la fuerza del Espiritismo, y es también la causa de su rápida propagación; mientras que la voz de un solo hombre, aun cuando hubiese tenido el auxilio de la prensa, emplearía siglos antes de llegar a oídos de todos, he aquí a millares de voces que se hacen oír simultáneamente sobre todos los puntos de la Tierra, para proclamar los mismos principios y transmitirlos, tanto a los más ignorantes como a los más sabios a fin de que nadie quede desheredado. Es una ventaja de la cual no gozó ninguna de las doctrinas que surgieron hasta hoy. Si, pues, el Espiritismo es una verdad, que no teme ni la mala voluntad de los hombres, ni las revoluciones morales, ni los cataclismos físicos del globo, porque nada de esto puede alcanzar a los Espíritus.

Pero esta no es la única ventaja que resulta de esa posición excepcional; el Espiritismo encuentra en ella una garantía poderosa contra los cismas que podrían suscitarse, ya por la ambición de algunos, ya por las contradicciones de ciertos Espíritus. Seguramente que estas contradicciones son un escollo; pero llevan consigo el remedio al lado del mal.

Se sabe que los Espíritus, a consecuencia de la diferencia que existe entre sus capacidades, individualmente están lejos de poseer la verdad absoluta; que no a todos les es dado penetrar ciertos misterios; que su saber es proporcionado a su depuración; que los Espíritus vulgares no saben más que los hombres, y aun menos que ciertos hombres; que hay entre ellos, como entre estos últimos, presumidos y pseudo sabios, que creen saber lo que no saben; sistemáticos que toman sus ideas por la verdad; en fin, que los Espíritus de un orden más elevado, los que están completamente desmaterializados, son los únicos que se han despojado de las ideas y de los prejuicios terrestres; pero también se sabe que los Espíritus mentirosos no tienen escrúpulos en arroparse con nombres que toman prestados, para hacer aceptarsus utopías. Resulta de esto, que todo lo que está fuera de la enseñanza exclusivamente moral, las revelaciones que cada uno puede obtener, tienen un carácter individual, sin autenticidad, que deben ser consideradas como opiniones personales de tal o cual Espíritu y que se cometería una imprudencia aceptándolas y promulgándolas ligeramente como verdades absolutas.

El primer control, sin duda, es el de la razón, al cual es preciso someter, sin excepciones, todo lo que viene de los Espíritus; toda teoría en contradicción manifiesta con el buen sentido, con una lógica rigurosa y con los datos positivos que se poseen, aunque esté firmada por cualquier nombre respetable, debe ser rechazada. Pero este control es incompleto en muchos casos, a consecuencia de la insuficiencia de las luces de ciertas personas, y de la tendencia de muchos de tomar su propio juicio por único árbitro de la verdad. En caso semejante ¿qué hacen los hombres que no tienen confianza absoluta en sí mismos? Toman consejos del mayor número, y la opinión de la mayoría es su guía. Así debe ser respecto a la enseñanza de los Espíritus, cuyos medios de control nos proporcionan ellos mismos.

La concordancia en la enseñanza de los Espíritus es, pues, el mejor control; pero es preciso, también, para ello, que ocurra en ciertas condiciones. La menos segura de todas es cuando el mismo médium pregunta a diferentes Espíritus sobre un punto dudoso; es evidente que, si está bajo el imperio de una obsesión o se relaciona con un Espíritu mentiroso, este Espíritu puede decirle la misma cosa bajo nombres diferentes. Tampoco hay una garantía suficiente en la conformidad que se puede obtener por los médiums de un solo Centro, porque todos pueden estar bajo la misma influencia.

La única garantía seria de la enseñanza de los Espíritus, está en la concordancia que existe entre las revelaciones dadas espontáneamente con la intervención de un gran número de médiums desconocidos los unos de los otros y en diversos lugares.

Se concibe que no se trata aquí de comunicaciones relativas a intereses secundarios sino de las que se vinculan a los mismos principios de la doctrina. La experiencia prueba que cuando un principio nuevo debe recibir su solución, es enseñado espontáneamente en diferentes puntos al mismo tiempo, y de una manera idéntica, sino en cuanto a la forma, al menos en el fondo.

Pues, si le place a un Espíritu formular un sistema excéntrico, basado sólo en sus ideas y fuera de la verdad, puede tenerse por seguro que ese sistema quedará circunscripto y caerá ante la unanimidad de las instrucciones dadas por todas partes, como ya se tienen varios ejemplos de eso. Fue esta unanimidad la que hizo caer todos los sistemas parciales que despuntaron en el origen del Espiritismo, cuando cada uno explicaba los fenómenos a su manera, y antes que se conociesen las leyes que rigen las relaciones del mundo visible y del mundo invisible.

Tal es la base en que nos apoyamos cuando formulamos un principio de la doctrina; no es porque esté de acuerdo con nuestras ideas que lo damos como verdadero; pues, no nos colocamos, de ninguna manera, como árbitros supremos de la verdad, y no decimos a nadie: “Creed tal cosa porque lo decimos nosotros”. Nuestra opinión no es, a nuestros ojos, sino una opinión personal que puede ser justa o falsa, porque no somos más infalibles que los otros, ni tampoco es verdadero para nosotros un principio porque se nos ha enseñado, sino porque ha recibido la sanción de la concordancia.

En nuestra posición, recibiendo las comunicaciones de cerca de mil centros espíritas serios, diseminados por todas las partes del globo, estamos en condiciones de ver los principios en que se establece esta concordancia; esta observación es la que nos ha guiado hasta hoy, y es, igualmente, la que nos guiará en los nuevos campos que el Espiritismo está llamado a explorar.

Así es que, estudiando atentamente las comunicaciones que vienen de diferentes partes, tanto de Francia como del exterior, reconocemos, en la naturaleza especial de las revelaciones, que hay una tendencia a entrar en un nuevo camino y que ha llegado el momento de dar un paso adelante. Estas revelaciones hechas a menudo con palabras encubiertas, han pasado desapercibidas para muchos de los que las obtuvieron; muchos otros creyeron obtenerlas en exclusividad.

Tomadas aisladamente, no tendrían ningún valor para nosotros; sólo la coincidencia les da mucha gravedad; después, cuando llegue el momento de liberarlas a la luz de la publicidad, cada uno se acordará de haber recibido instrucciones en el mismo sentido. Este es el movimiento general que observamos, que estudiamos, con la asistencia de nuestros guías espirituales, y que nos ayuda a juzgar la oportunidad para hacer una cosa o abstenernos de ella.

Ese control universal es una garantía para la unidad futura del Espiritismo, y anulará todas las teorías contradictorias. Es en él, que se buscará en el futuro el criterio de la verdad. Lo que contribuyó al éxito de la doctrina formulada en El libro de los Espíritus y en El libro de los médiums, es que, por todas partes, cada uno puede recibir directamente de los Espíritus la confirmación de lo que ellos contienen. Si, en todas partes, los Espíritus los hubiesen contradicho, hace tiempo que esos libros hubieran sufrido la suerte de todas las concepciones fantásticas. Ni aun el apoyo de la prensa les hubiera salvado del naufragio, al paso que, privados de él, no por esto han dejado de hacer un camino rápido; porque han tenido el apoyo de los Espíritus, cuya buena voluntad compensa en mucho, la mala voluntad de los hombres. Lo mismo sucederá con todas las ideas que, viniendo de los Espíritus o de los hombres, no puedan soportar la prueba de este control, cuyo poder nadie puede negar.

Supongamos, pues, que ciertos Espíritus quieran dictar, bajo cualquier título, un libro en sentido contrario; supongamo sinclusive que con una intención hostil, y con el objetivo de desacreditar la doctrina, la malevolencia suscitase comunicaciones apócrifas; ¿qué influencia podrían tener estos escritos, si son desmentidos, por todas partes por los Espíritus? Es menester asegurarse de la adhesión de estos últimos antes delanzar un sistema en su nombre.

Del sistema de uno sólo al sistema de todos, hay la misma distancia que de la unidad al infinito. ¿Qué pueden todos los argumentos de los detractores sobre la opinión de las masas, cuando millares de voces amigas, partidas del espacio, vienen de todas partes del Universo y en el seno de cada familia los atacan vivamente? La experiencia, conrespecto a este asunto, ¿no ha confirmado ya la teoría? ¿En qué se tornaron todas esas publicaciones que, supuestamente, debían aniquilar al Espiritismo? ¿Cuál es la que tan siquiera le ha detenido su marcha? Hasta hoy no se había mirado esta cuestión bajo este punto de vista, uno de los más graves, sin duda; cada uno contó consigo mismo, pero sin contar con los Espíritus.

El principio de la concordancia es, además, una garantía contra las alteraciones que podrían infligir al Espiritismo las sectas que quisieran apoderarse de él en provecho suyo y acomodarlo a su manera. Quién intentase desviarlo de su objetivo providencial, fracasaría, por la sencilla razón de que los Espíritus con la universalidad de su enseñanza, harán caer toda modificación que se aparte de la verdad.

De todo esto resulta una verdad capital, y es que cualquiera que quisiera ponerse contra la corriente de ideas, establecidas y sancionadas, podría causar una pequeña perturbación local y momentánea, pero nunca dominará el conjunto, ni en el presente y mucho menos en el futuro.

También se desprende de esto que las instrucciones dadas por los Espíritus sobre puntos de la doctrina que aún no se han dilucidado, no pueden tener fuerza de ley mientras permanezcan aisladas, y que, por consiguiente, no pueden ser aceptadas sino con todas las reservas y a título de información.
De ahí la necesidad de tener en su publicación, la mayor prudencia; y en el caso en que se creyese deber publicarlas, conviene no presentarlas sino como opiniones individuales, más o menos probables, pero teniendo en todo caso necesidad de confirmación. Esta confirmación es la que es necesario esperarantes de presentar un principio como verdad absoluta, si no sequiere ser acusado de ligereza o de credulidad irreflexiva.

Los Espíritus superiores en sus comunicaciones, proceden con extrema sabiduría y no abordan las grandes cuestiones de la doctrina sino gradualmente, a medida que la inteligencia es apta para comprender verdades de un orden más elevado y cuando las circunstancias son propicias para la emisión de una idea nueva. Por esta razón no lo han dicho todo desde un principio ni tampoco lo han dicho todo hoy, no cediendo jamás a las instigaciones de las personas demasiado impacientes que quieren coger el fruto antes de estar sazonado. Sería, pues, superfluo, querer precipitar el tiempo designado a cada cosa por la Providencia, porque entonces los Espíritus verdaderamente formales niegan positivamente su concurso, y los Espíritus ligeros, importándoles poco la verdad, responden a todo; por esta razón, sobre todas las preguntas prematuras, siempre hay respuestas contradictorias.

Los principios emitidos anteriormente no son el resultado de una teoría personal, sino la consecuencia inevitable de las condiciones en que se manifiestan los Espíritus. Es evidente que, si un Espíritu dice una cosa por un lado, mientras millones de Espíritus dicen lo contrario por otro, la presunción de la verdad no puede hallarse de parte del que está solo, o casi solo, en su opinión; por lo demás, pretender que uno solo tenga razón contra todos, sería tan ilógico de parte de un Espíritu, como de parte de los hombres. Los Espíritus verdaderamente sabios, si no creen estar bastante ilustrados sobre una cuestión, no la resuelven jamás de una manera absoluta; declaran que sólo la tratan desde su punto de vista, y aconsejan esperar su confirmación.

Por grande, bella y justa que sea una idea, es imposible que desde el principio reúna a todas las opiniones. Los conflictos que de ello resultan son consecuencia inevitable del movimiento que se opera; son hasta necesarios para hacer resaltar más la verdad, y es útil que ocurran al principio para que las ideas falsas se gasten más pronto. Los espíritas que concibiesen sobre ello algún temor, deben estar muy tranquilos. Todas las pretensiones aisladas caerán por la fuerza de las cosas, ante el grande y poderoso criterio del control universal.

No es a la opinión de un hombre que se deberá aliar, sino a la voz unánime de los Espíritus; no será un hombre, ni nosotros, ni otro, el que funde la ortodoxia espírita; tampoco será un Espíritu el que venga a imponerse a cualquiera que sea; será la universalidad de los Espíritus, comunicándose en toda la Tierra por orden de Dios; este es el carácter esencial de la Doctrina Espírita, su fuerza y su autoridad. Dios quiso que su ley fuese asentada en una base inquebrantable y por esto no ha querido que se apoyase en la frágil cabeza de un solo hombre.

Ante este poderoso areópago que no conoce ni los conciliábulos, ni las rivalidades envidiosas, ni las sectas, ni las naciones, vendrán a estrellarse todas las oposiciones, todas las ambiciones, todas las pretensiones a la supremacía individual; que nosotros mismos nos destruiríamos si quisiéramos substituir esos decretos soberanos con nuestras propias ideas; él solo es el que resolverá todas las cuestiones litigiosas, el que acallará las disidencias y dará razón a quien de derecho la tenga. Ante ese imponente acuerdo de todas las voces del cielo, ¿qué puede la opinión de un hombre o de un Espíritu? Menos que la gota de agua que se confunde en el Océano, menos que la voz del niño que la tempestad sofoca.

La opinión universal, he aquí, pues, el juez supremo, el que pronuncia la última instancia y se forma de todas las opiniones individuales; si una de ellas es verdadera, sólo tiene en la balanza su peso relativo; si es falsa, no puede imponerse sobre las otras. En este inmenso concurso las individualidades desaparecen, y este es un nuevo revés para el orgullo humano.

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