miércoles, 17 de diciembre de 2008

¡Maestro Oyeme!


¡Maestro Jesús que irradias tu Divina claridad sobre todos los seres grandes y pequeños, buenos y malos que viven en esta Tierra! ¡Óyeme por piedad!

¡Maestro Jesús que comprendes y que sientes la honda agonía de las almas que te buscan sumergidas en el amargo y turbulento oleaje de la vida humana en este plano donde tan pocos son los seres que comprenden y sienten el amor! ¡Óyeme por piedad!

¡Tú lo sabes, Maestro Jesús, porque lo has sentido más que yo! Tú sabes que no hay martirio comparable al que causa el desamor de los seres, el egoísmo de los seres pensando eternamente en sí mismos y olvidando eternamente a los demás. ¡Oh Divino Amador!… ¡Oh heroico Amador… que entre las selvas impenetrables del humano egoísmo bajas Tú a amarnos todavía, a querernos todavía… sin parar tu atención en que los seres de esta Tierra somos fieras que nos damos zarpazos y dentelladas unos a otros, y que no acertamos a ser felices sino causándonos tormento los unos a los otros!

¡Alma pura de Jesús inundada del Amor Eterno!… ¡Qué amargas agonías solitarias habrá pasado tu Espíritu en el largo rodar de los siglos en que tu amor te tuvo encadenado a esta humanidad formada de seres qua han huido de Dios para buscarse a sí mismos en todos los momentos y en todas las cosas, así grandes o pequeñas, buenas o malas!

¡Alma heroica de Jesús saturada de nobleza y de bondad!… Qué de veces te habrás estrujado y retorcido a ti misma para envolver en la suavidad de tu tolerancia y tus perdones a esta humanidad terrestre compuesta de seres que no viven más que para su propia complacencia y su propia voluntad relegando al arca de las cosas inútiles tu divina palabra: En el amor que os tengáis los unos a los otros conocerán todos que sois mis discípulos.

¡Alma tierna, delicada y suavísima de Jesús, ungida del Amor, vibrando al más tenue e imperceptible vagido de las almas pequeñas que te buscan y te aman!

¡Cuántas veces habrás llorado en la soledad y en el silencio viendo la incomprensión de los hombres, su inaudita inconsciencia que les lleva al dolor, a la tortura, a la miseria y a la muerte, cuando tan fácil es sembrar rosas en el camino de los que pasan, y ocultar las espinas que pueden lastimarles los pies!

¡Oh Maestro Jesús!… ¡Heroico amador de las almas grandes y pequeñas, buenas y malas!… ¡Dame un rayo de luz de tu lámpara sagrada para avanzar por tu mismo camino bebiendo las aguas salobres de las egoístas manifestaciones de los seres que sólo comprenden el amor cuando lo reciben como esplendorosa floración de rosales en plena primavera!

¡Oh alma dulce y misericordiosa de Jesús iluminado por el Amor!… llena mi copa vacía con la tuya desbordante e inagotable de perdones y de ternuras, de tolerancia y de piedad para la inconsciencia de los seres que saborean egoístamente la miel sin pensar en los sacrificios de la abejita ignorada que la produce.

¡Maestro!… ¡Maestro Jesús! ¡Desposado con la Inmolación en el templo augusto del Amor Eterno, has conquistado el sobrehumano poder de amar lo que no merece ser amado, de dar la luz al que busca apagarla, de verter tu ánfora de aguas cristalinas sobre el que busca la ciénaga y el pantano para solaz y recreo!… ¡de partir el pan divino de la Verdad con los que buscan los mendrugos sobrantes de los festines de la vida!… ¡los mendrugos de las propias complacencias, de las vanidades satisfechas como fierecillas que rugen en nuestro mundo interior!

Maestro Jesús… sin mirar mi debilidad y pequeñez, ¡óyeme por piedad!… ¡yo quiero subir también hasta ese templo del Amor donde te has inmolado, y quiero coronarme con tus mismas rosas de sangre, y tejer mi vestidura nupcial como Tú, con las perlas transparentes de las millares de lágrimas que habré llorado, y formar mi escala de ascensión con las piedras que habré apartado del camino de los demás, con las espinas que habré recogido y clavado en mi propio corazón para que no lastimen a los demás; con las tablas que habré arrojado a las olas bravías para que se salven del naufragio los demás!…

¡Oh Maestro!… ¡Maestro Jesús!… ¡no quiero que llegues a mi puerta como divino vagabundo en busca del Amor y no lo encuentres, sino que antes de haber llamado, hayas visto el resplandor de mi lámpara encendida, y hayas sentido el perfume de tus rosas de sangre, y el sonido cristalino de las aguas vaciadas de tu copa a la mía que en abundoso desborde corran y corran para apagar la sed de los sedientos!

¡Oh Divino Amador de los que aman!… ¡Ayúdame a sentir la delicia infinita que se encierra en el sufrir para que los demás se consuelen, en el levantar enormes moles de piedras para que los demás encuentren liso y llano el camino, en el abrir hondos surcos en la tierra fría y pedregosa para sembrar de flores y de frutos el largo camino de los viajeros!

¡Oh Maestro mío!… ¡que ningún vendaval apague mi lámpara encendida por Ti!… ¡que ninguna fiebre agote el agua de mi copa llenada por Ti!… ¡que las heladas invernales no agosten jamás mi rosal plantado por Ti!…

Con mi lámpara encendida por el amor, con mi copa rebosante de amor, con mi rosal florecido de amor, quiero llegar, ¡Oh Maestro mío!, hasta el templo augusto del Amor Eterno y oír que tu boca me dice su divino mensaje:

“¡Bienaventurada tú que has amado por encima de todas las cosas de la Tierra!”

(Hilarión de Monte Nebo)

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