jueves, 18 de diciembre de 2008

Los enemigos


Enemigos. ¡La palabra conlleva una carga negativa impresionante! El enemigo es alguien que despierta en nosotros los sentimientos más primitivos: miedo, odio, deseo de venganza.

Delante de un enemigo, las manos se nos hielan, el corazón late fuerte, la sangre palpita en nuestras sienes. Y la pregunta surge: ¿Cómo actuar? O, ¿qué hacer? La respuesta a esa pregunta fue dada por el Cristo: “Ama a tu enemigo, incluso a los que te persiguen”.

Pero, nosotros, que somos personas comunes, acostumbramos a reaccionar a este consejo de Jesús. Y nos preguntamos: ¿Amar al enemigo? ¿Hacer el bien a quien nos maltrató?
Y, en general, concluimos: ¡Imposible!. Para nosotros, la expresión “Amar al enemigo” parece una utopía.

En algunos casos, hasta somos irónicos: “Esa enseñanza de Jesús no es para nosotros. Aún somos muy imperfectos”.

Lo que sucede es que no entendemos correctamente el significado de la palabra “amar” cuando se aplica al enemigo.

Jesús era un sabio. Él conocía profundamente el alma humana. ¿Ustedes piensan que Él sugeriría algo que no seríamos capaces de hacer? ¡Claro que no! Todas las sugerencias de Jesús son perfectamente posibles. Por eso vamos a examinar mejor esta cuestión de “amar al enemigo”.

Lo primero es entender lo que significa la expresión “amar al enemigo”. Con esas palabras, Jesús nos invita a perdonar a quien nos hace mal, o al menos, apela para que no busquemos la venganza.

¿Parece difícil? No tanto. Vamos a hablar de forma práctica:

Si alguien tiene un enemigo, en general, ¿cuál es la actitud que adopta? La mayoría de las personas mantienen a su enemigo permanentemente en sus pensamientos. No consigue pensar en nada más allá de la persona odiada, y así la vida trascurre.

Quien odia se mantiene esclavo del enemigo. Come, duerme, se despierta, trabaja y vive constantemente en medio de ese sentimiento de rencor, alimentando deseos de venganza.

¿Parece ruin? Pues es exactamente lo que hacemos: dejamos al enemigo comandar nuestra vida. Tornándonos en esclavos de aquellos que odiamos.

Por eso la sabia propuesta de Jesús, que es la liberación de los lazos que nos unen a los enemigos.

Perdonar es más fácil. Deja al alma más libre, el cuerpo más saludable, las emociones bajo control. Cuando el Cristo pronunció la expresión “amar al enemigo”, en verdad, ofreció un camino de equilibrio y de serenidad.

Es claro que el Cristo no espera que tengamos para con los enemigos el mismo amor que dedicamos a nuestra familia y a los amigos. Jesús quiere apenas que apartemos de nuestro corazón la amargura, la infelicidad, el odio y el deseo de venganza.

Por eso Él aconsejaba: “Oren por los que los ofenden”. Y en esas oraciones, pidamos a Dios que nos dé fuerzas para superar la ofensa vivida.

Pidamos también a Dios que nos ofrezca la oportunidad de ser útil a aquel que nos hirió. Si esa oportunidad surge, no dejemos pasar la chance de ser útiles y buenos.

Gestos de ese tipo hacen nacer en el alma el sentimiento de superación, de etapa vencida.

Es un momento único, maravilloso.

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